El comienzo de una historia.

Las tenues luces de las moradas más humildes iluminan tenuemente su camino, vaga sin rumbo buscando refugio. Lo que alguna vez fue un recinto por demás tranquilo aún sumido en su constante miseria y lucha por sobrevivir, se ha envuelto en una serie de masacres que tiñen las veredas de un líquido espeso color carmín. Sus ojos, cual fuego candente, observan con sorpresa los cadáveres de individuos que alguna vez sonrieron y mantuvieron esperanza alguna en que saldrían vivos de esta situación.

En un acontecimiento terrible, las revueltas y el surgir de un "don nadie" ha llevado a su ciudad a caer en las llamas del fuego y los gritos suplicantes de personas inocentes. Ha sido testigo de innumerables muertes ocasionadas por la espada del vil enemigo, no importa si es hombre, mujer, ancianos o siquiera niños, ellos no perdonan la vida de los "enemigos" aun cuando ninguno de ellos portaba un arma para defenderse. En esa noche en particular, sin rumbo alguno, una voz resuena en su mente, irreconocible puesto que jamás en su vida la había oído y no podía ligarse a las personas que alguna vez conocio. Una voz que demanda algo que no comprende, es tan ligera el sonido de aquella voz que simula un susurro bastante suave pero inentendible.

Solo en el mundo, vagando por las calles buscando cobijo de un alma caritativa. El bastardo de un rey desconocido, ese era su nombre, su madre incontables ocasiones le había contado sobre aquella entidad de la que proviene, una entidad ausente que lo dejó desamparado en una tierra desconocida.

La monarquía reinante de la tierra en la que es un "invasor" ha tenido problemas para sustentar las necesidades de un pueblo fiel a las costumbres helenicas, no obstante, la paz que alguna vez había reinado culminaba con una masacre para imponer a otro bastardo en su lugar. Jamás conocio el rostro de la emperatriz, Imperio Seléucida, la hija del imparable e incomparable extinto Reino de Macedonia, son amplias las historias detrás de aquella mujer a la que jamás vio el rostro, jamás escucho su voz y jamás vio a través de su mirar. ¿Que emociones la dominarian?, ¿Que tan única era el alma nacida de la muerte de un antecesor honorable? Fueron las únicas preguntas que se le vinieron a la cabeza. Aun siendo tan pequeño era aborrecido por su extraña forma de mirar, las emociones notoriamente planas que era capaz de soltar asustaban a sus más cercanos, incapaz de mostrar un rostro cálido y amigable, fue marginado por ser un "raro", viviendo con el rechazo y asimilando su situación opto por tomar otro rumbo, aquel que complacería a aquellos que lo aborrecían, un rostro de falsa alegría que engañaba a cualquiera.

Es pequeño pero es maduro, ha visto la muerte incontables ocasiones pero estas en particular dejaban en el aire un sentimiento peculiar, resentimiento, uno que envolvía a los sobrevivientes quienes buscaban desesperados liberarse de tal tormento en el que vieron envueltos una noche que se suponía debía haber sido como las anteriores.

Si bien los gritos acompañan la sangrienta escena, el miedo no es un sentimiento que este presente en su mente, hay una miscelánea de emociones que lo llevan a indagar más a profundidad, ver más allá de las muertes y los montones de cuerpos que hacen tendidos en las calles y las veredas de casas consumidas por el fuego. Más allá de la gente que corre despavorida, cayéndose, tropezandose, aplastandose unos contra otros, divisa una figura que le llama la atención, una cubierta con ropajes sucios que ocultan su real procedencia. Es un miembro de la realeza que le ha negado vivir en paz, con coraje se dirige a aquella entidad.

Una fémina que desprende un agradable aroma a jazmines y rosas, de gran porte y muy sofisticada, de piel pálida y tersa, de brillantes orbes color turquesa y una inquietante mirada aguerrida y sumisa. Era aquella de la que alguna vez su fiel pueblo hablo con amor, ella que ahora es mal decida por la boca de los que sobrevivieron a la masacre que se hizo bajo sus narices. Ahí, enfrente suyo, con un curioso gesto de sorpresa estaba un Imperio que iba a caer, el Imperio Seléucida.

Quedó mudó frente a su imponente presencia, a diferencia de las mujeres del pueblo y aquellas que parecían ser de la realeza, ella tenía una altura sobresaliente, era tan alta como los marcos de las puertas que habían en las casas más favorecidas. Su melena escapaba a mechones de su túnica, blanca y esponjosa como las nubes.

Embelesado por la belleza exótica de la fémina fue tomado por sorpresa cuando sintió un frío agarre sobre sus pequeñas manos. Suaves y delicadas manos se posaban sobre las suyas, sucias y maltratadas, llenas de joyas que solo ha visto en manos de ladrones y gente con buenas inversiones, su preocupación se pinta en un gesto angustiado con una mirada que denota desesperación y derrota, centrado en analizar todo lo que ocurría en ese preciso momento no pudo escuchar palabra alguna de la mujer que tenía en frente suyo. Ella llevo sus propias manos sujetas por ella a su corazón, podía sentir el latir de su corazón fuerte y claro mientras que ella esbozaba una triste sonrisa, quizá asimilando el destino que le depararia mañana al despertar, percatándose de que lo vivido no fue una simple pesadilla. Acto seguido fue tomado bajo el ala protectora de otra mujer, una sin identidad propia, lo sabe por el característico color blanco de su piel.

—Ven pequeño, vámonos a casa.—dijo con dulzura esbozando una cálida sonrisa.

Una mujer que parece joven pero que no lo es, su semblante oculta una terrible verdad. Ella no es quien aparenta ser, ella ha sabido engañar a la Imperio que con tanta desesperación busco ayuda.

Esa noche y día posterior un Reino se impuso sobre la Imperio, ella había caído y consigo el legado helenico-persa que ella simbolizaba. Todos en silencio, nadie lloro su muerte, nadie la recordó con cariño, todos la olvidaron puesto que ahora eran vasallos de un extranjero. No obstante, aquel reinado duro poco, la revuelta interna sacudió las tierras nuevamente pero llevando la historia por un rumbo distinto antes de llegar al fin de una era.

Conforme dejaba de ser niño observo a su contraparte, un joven demasiado débil, subir al trono, ocupando la mitad de un territorio que era respaldado por un gran Imperio, estaba fuera de su entendimiento, aun siendo pequeño pero no tanto como en aquel entonces, comprendía que para conseguir todo el territorio debía de intimidar al protector del reinante actual del Polo opuesto. Gran Armenia era el vasallo de un Imperio que ha sido el más importante y el más temido después de la caída del Imperio Aqueménida, debían intimidar al Imperio Romano. Fue una idea que se atribuyo aquella mujer que lo cuido por décadas, era la que jalaba los hilos de la marioneta que había puesto en el poder. Una idea que daría frutos concretandose bajo el título de un nuevo y reluciente Imperio. El Imperio Parto que pasó sin pena ni gloria por las páginas de la historia.

Una historia que el cambiaría a como de lugar.

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