Capitulo #7: Imperio Sasánida.
Era la cúspide del poder que alguna vez había reinado en sus tierras hace tanto tiempo, un tiempo tan antiguo casi primigenio. Volvía a esa época de apogeo y gloria, salvó por una diferencia, el haría que la época de Aqueménida sea glorificada y recordada, y la suya sea la época dorada que perpetuara la gloria de un extinto Imperio y magnificaria la identidad de un pueblo guerrero.
Llegar al poder no fue sencillo pero tampoco difícil, el Imperio Parto cumplía una función importante, mantenía aún la grandeza del Imperio y la sangre pura del extinto Imperio Aqueménida, pero era débil, una marioneta de Partia que ejecutaba el papel de gobernante y de guerrero siempre y cuando fuese necesario. Puede que por sus venas corriera la misma sangre que aquel tipo pero la convicción es mucho más fuerte, no había espacio en este vasto paraje para la presencia de un ser débil y patético como él.
Blandio su espada limpiamente sobre su cuello, un movimiento sagaz culminó con su coronación, llegó al poder con las manos manchadas de sangre. Alabado por muchos y odiado por otros, una envidia venenosa que se dispersa como una plaga sobre el corazón de otros, disfrutó de una vida llena de comodidades, arte sofisticado del cual gozaba con dicha, literatura exquisita que alimentaba su curiosidad sobre el pasado y creaba expectativas gloriosas de un futuro prometedor, aumentaba su vocabulario y su conocimiento básico convirtiéndose en alguien diferente a las entidades que alguna vez regieron sobre la tierra en la que reina ahora con magnificencia.
Poesías, epístolas, leyendas, novelas... Un sin fin de géneros extravagantes que manifiestan emociones complejas más allá de las simples conocidas. Divagar entre tantos pensamientos ilustres, entre tantos párrafos con sentimientos profundos o bien fundirse con las memorias de un antepasado excepcional eran aspectos que le enorgullecian con demasia.
Un hombre sin ataduras, de buen linaje, con la sangre Aqueménida recorriendo por sus venas, quizá el último de aquel linaje que perpetúa la memoria y la grandeza de un Imperio caído.
Era el inicio de una nueva era, una era con un rostro diferente que pretende traer la magnificencia de un extinto Imperio con una única diferencia, él sería quien llevaria dicho Imperio a la cúspide de su máximo apogeo. En una época diferente a la de su ancestro más apreciado ha sabido como resaltar en aquel sangriento mundo, resaltó entre todos aquellos de su "generación" por su característica peculiar, la herencia de los hijos del linaje puro del Aqueménida. Aquellos orbes cual fuego ardiente destacan su mirada perspicaz y aterradora, siendo la figura más parecida a aquel extinto Imperio, además de su inteligencia era alguien que rivalizaba con el Imperio más grande y poderoso de ese entonces, el Imperio Romano, un Imperio que no podía dejarlo de lado cuando se codeaba con otros grandes del otro lado del mundo. Su poder sobre la economía mundial se veía amenazado por la presencia de aquel nuevo integrante que se sumaba al tablero "real" de los Imperios de la nueva era.
Siendo tan joven para todos aquellos que ocupan puestos onerosos, siendo observado por encima del hombro menospreciando su existencia pero en el fondo temiendole, era consciente de ello. Por más que aquellos Imperio se mostrarán indiferentes a su presencia veía a través de sus quisquillosas miradas aquel temor por ser sustituidos por alguien joven, en un mundo donde nada parece ser eterno y que se halla en constante cambio, tener tales pensamientos intrusivos en la mente concluye de la forma más "natural" posible. Una sucesión, sea voluntaria u obligada, una que siempre ha terminado con el antecesor de rodillas frente al sucesor, viendo por escasos minutos un resumen de su ostentosa existencia antes del declive, ellos lo saben. Esa es la forma en que todos han ascendido hasta donde están ahora.
Los jóvenes guerreros nacen de grandes leyendas, algunos de la convicción por defender sus identidades propias, su identidad étnica. Jamás se ha visto a un Reino someterse a otro diferente, siempre han habido revueltas que terminan con un nuevo régimen, es una historia de nunca acabar. Aun joven sabe de ello y por ello siempre anda alerta pese a verse tan relajado y despreocupado. Es un miedo que viene de la herencia persa, un miedo que su ancestro canalizó en fuerza conquistadora que culminó con su caída frente a un admirador heleno.
Ha sido oyente de tantas historias semejantes, de historias fascinantes que derivan del Lejano Oriente gracias a sus relaciones comerciales, expandía su dominio conforme conseguía aliados con su estrategia comercial, guerrera y geopolítica, era alguien de temer y alguien con quien aliarse de manera estratégica puesto que su poder se comparaba con el extinto Imperio del cual desciende. Vivió una vida larga a lado de ilustres gobernantes competentes, con ellos llevo el nombre de "Imperio Iraní" por lo alto, seguía el sueño de su antepasado, pero, conforme sus logros llegan a la cima de la gloria, conforme sube los escalones para sentarse en aquel oneroso trono que soño su ancestro ve tras suyo alimañas que van en grupo tras sus pisadas devorando los escalones para que no diera marcha atrás, conforme avanza las alimañas se transforman en bestias sedientas de sangre, dotadas de una inteligencia de la que antes carecían amenazaron la tranquilidad de su reinado. Supo arreglarselas hasta que llegó a un punto en el que sus esfuerzos ha no surtían efecto sobre quienes lo han estado hostigando durante el apogeo de su Imperio. Alianzas estratégicas lo arrinconaron, le arrebataron tierras y aliados, derivaron su "invencible" ejército tomándolo al final. Lo doblegaron, su rostro beso el suelo mientras era retenido en busca de su último rey, torturado y humillado, vio con sus fervientes orbes iracundos los ojos de sus verdugos quienes entre sonoras risas burlonas tiraban de su dorada melena sucia y golpeaban su afilado rostro masculino. En medio del charco de su propia sangre, vistiendo sucios harapos que alguna vez fueron elegantes vestiduras de finas telas, observó al verdugo que acabaría con su suplicio, no mostró en ningún momento desesperación, sus ojos jamás se vieron opacados por la angustia y su rostro en ningún momento dejó de mostrarse prepotente, era alguien que con solo mirarlo infundia terror en el corazón ajeno, lo sabía antes de ver un escenario familiar.
Y entonces volvió a mirar atrás por segunda vez, la primera lo hizo cuando llegó a la cima y la última cuando estaba en el suelo, un último vistazo al largo camino que alguna vez había transitado con orgullo y prepotencia egocentrista, en ese momento suspiro por última vez antes de que la hoja de una sucia espada blnadida por el infame enemigo se bañase con el carmín de su sangre real.
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