Capitulo #6: Imperio Seléucida.
La era de una emperatriz mestiza.
¿Qué hacer ahora cuando todo lo ha perdido? Fue la mayor pregunta que se hizo en toda su vida justo en el camino final de la misma, volteando a atrás ve el pasado que con recelo había ocultado e intentado olvidar. Maldecía muy por lo bajo la herencia que corre entre sus venas, aquella sangre que considera maldita por su inmunda procedencia real. Quizá ser hija de uno de los imperios o reinos más respetados de la historia no era algo que le enorgulleciera, no después de tantas atrocidades vistas y vividas bajo su tutela. Un ultimo suspiro, sus manos se dirigen a su pecho que con fuerza sostienen un pequeño pedazo de tela, tela de lino, suave y delicada, misma que alguna vez albergó a una esencia vulnerable entre sus innumerables hilos dorados, cierra sus ojos vehementemente para recordar aquel preciado regalo de la vida. Recordar aquel oscuro pasado para expiar sus culpas y hallar quizás el consuelo para semejante dolor que castiga cruelmente a su alma, aquella culpa que la atormenta. Una salida ante semejante situación, una señal de salvación...su redención.
Aun cuando siente que da su último suspiro se da el tiempo necesario para resguardarse y atesorar cada momento vivido y que ahora es parte de sus recuerdos como si hubiesen sucedido justo ayer, antes de la guerra, antes de su inminente final.
Al límite de la delgada línea entre la vida y la muerte, sosteniendo un pedazo de tela sobre su pecho corre por los pasillos de su gran Palacio entre todo el bullicio existente por la presencia del invasor, gritos desesperados que buscan piedad pero que son acallado con gritos autoritarios y por el filo de una hoja de metal sobre sus cuellos, cuerpos inertes que caen estrepitosamente sobre el frío mármol en un enorme charco carmesí brillante. Confundida entre todo aquel tumulto sumido en el pánico pretende huir cobardemente, pensando en si misma sin dar cara por su gente, sin dar pelea siquiera aun cuando lo había dado todo en el campo de batalla muchos dirían que fue una pésima líder y emperatriz, alguien despreciable se atrevería a decir semejante mentira dado que puso todo de ella para hacerse quien es, un Imperio entre muchos otros.
Un sutil agarre ejercido sobre su túnica la dejan al descubierto frente al ojo enemigo, con miedo y terror para en seco al sentir la presencia enemiga rozando su fétido aliento sobre su cuello, sentir sus sucias manos sobre su ser con tal delicadeza que le repugna. El horror se apoderó de su ser, tembló de miedo, sus ojos se movían constantemente como si también temblaran y buscarán con desespero una salida ante semejante trampa, aquellos orbes verdes que antes eran enormes ahora sólo eran puntos sobre un lienzo blanco, quería decir mil y un palabras amenazantes pero quedó muda ante la mirada asesina y un tanto psicópata de su verdugo.
Todo fue tan fugaz, hace poco estaba en el interior de su Palacio sosteniendo un pequeño pedazo de tela sobre su pecho y ahora permanece arrodillada y humillada frente a quien tanto odia, con sogas en las manos, vistiendo harapos y con joyas de oro a su alrededor que simboliza la burla de aquel que permanece distante amenazándola con el filo de su espada sobre su pecho. ¡Oh, vaya Epifanía! Ahora siente aquel extraño sentimiento que alguna vez inundó a su padre recorrer todo su ser, escucha como su corazón retumba en su interior, acelerado y esperando el fatídico desenlace de su existencia, baja la mirada contemplando su distorsionado reflejo en aquella hoja de metal que amenaza con arrebatarle la vida, no se reconoce, la ira y la frustración se hacen presentes en una mueca de desagrado cuando el contrario levanta la espada y con ella eleva el rostro de su derrotada adversaria.
No dice absolutamente nada más solo se deleita con su mirada, perdiendose en aquel hermoso prado verde que lleva en los ojos, sintiéndose extasiado, sintiéndose tentado por tantas posibilidades ahora mismo pero aún así se mantiene firme en su decisión, no daría marcha atrás, las circunstancias así lo dictaminaron.
—Llegó tu hora querida emperatriz!. —exclamó con discreción antes de encaminar la espada hacia el corazón de su prisionera.
En tan escasos momentos y a tan pocos centímetros de sentir el frío beso de la muerte observa su vida pasar frente a sus ojos, una vida llena de arrogancia, una en la cual apenas disfruto de la compañia de su ser más amado, su niña.
¡Oh, que tiempos aquellos en los cuales aún la corona se posaba sobre su cabeza con solemnidad y pulcritud! Tiempos en los cuales cometió errores, personas que quizás jamás debió conocer, un amor que jamás debió de existir, un error que le dio sentido a su vida, un regalo arrebatado por el destino.
Una vida mal aprovechada por el egocentrismo, la avaricia, la codicia y la lujuria.
¡Oh, querida emperatriz, ya es tiempo de dejar de lado todo ello y volver a empezar! Un comentario que emite un fuerte eco en su cabeza, se arrepiente, pero, ya es muy tarde para hacerlo.
Demasiado tarde.
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