🌿 ❝Peluche & Abrazos ━ O2❞ 🌿

Genya se tumba en su cama y se dedica a observar con desinterés el techo. Acaba de volver de una quedada con sus amigos y está agotado, tanto que hasta se olvida de mandar su mensaje diario a su hermano, quien se encuentra en un viaje de la universidad, en el cual fueron a Francia.

El chaval no es consciente de que se le ha pasado aquel pequeño detalle hasta que Tanjiro no le manda un mensaje reprendiéndole levemente por haber asustado a Zenitsu de esa forma y haber armado el follón que se había armado horas antes. Algo avergonzado, toma el móvil y contesta rápidamente, disculpándose repetidas veces y prometiendo que no volvería a suceder algo así, mucho menos en público.

Tanjiro le agradece antes de que el chaval abandone la conversación, topándose entonces con el chat fijado de su hermano mayor.

— ¡Mierda!— Exclama sin querer, alzando más de lo deseado su tono de voz. Tras eso tapa su boca con una mano y trata de mantenerse callado.

Es algo tarde. Ya casi son las doce de la noche, y no está seguro de que su hermano siga despierto, pero aun así le manda un mensaje. Sin muchas esperanzas de que lo vea abandona la conversación, pero es grande su sorpresa al ver la respuesta de su hermano mayor. Emocionado, entra nuevamente a la conversación y sigue hablando con él.

Ambos mantienen una conversación, la cual dura hasta las dos de la noche, que es cuando el sueño vence a Sanemi y debe marcharse.

🌻

Han pasado dos semanas desde que Sanemi se fue de viaje de fin de curso y su clase ya está volviendo. Apenas faltan dos horas para que estén de vuelta en la ciudad, pero la madre de Sanemi ya se está preparando para ir a recibirlo en el aeropuerto.

— ¡Mamá, déjame ir contigo!— Pide Genya poniéndose a la vera de la mujer, quien lo observa sonriendo suavemente.

— Está bien.— Dice sin titubear, lo que extraña a Genya. Generalmente, su madre le pide a su hermano Sanemi, a él o a otro de sus hermanos que salgan con ella y no les sala oportunidad a ellos de pedirlo, cosa que siempre sucede y él, extrañado se pregunta el motivo de esto, pero decide no hablar en voz alta.

La mujer lo observa unos instantes y poco después sale de la casa lentamente.— Vamos, estaremos un rato en la cafetería que queda cerca del aeropuerto.— Genya asiente, comenzando a andar una vez es consciente de que su madre comienza a alejarse.

Tras cerrar la puerta, corre para alcanzar a la mujer y se pone a su lado. Ambos van en silencio gran parte del camino, cosa que incomoda al chaval.

Una vez que llegan a la cafetería entran juntos y se sientan en una zona que permite ver el aeropuerto. El lugar aún está bastante vacío porque es muy temprano, pero lentamente comienza a llenarse.

La mujer observaba hacia su izquierda en silencio, mientras Genya hablaba con Tanjiro por su móvil, avisando de que ese día no iba a poder quedar con ellos.

— Mamá.— La llama en un momento dado. La mujer lo observa en silencio con mirada curiosa mientras espera que continúe.— Ahora que lo pienso... ¿Por qué siempre que sales es con algún hombre de la casa?— Pregunta algo preocupado mientras deja el móvil desbloqueado sobre le mesa, permitiendo a la mujer ver su conversación con Tanjiro, pero sin embargo, esta, respeta la privacidad de su hijo y no mira nada. Genya por un momento piensa que tal vez solo esté dándole demasiadas vueltas al tema, pero necesita saberlo.— ¿Acaso papá...?

— No me deja salir a no ser que sea con Sanemi, contigo, con tus hermanos o con él.— Confiesa suavemente mientras le da un sorbo a su café. Parece no darle importancia al tema, pero a Genya le parece muy importante. Sonaba realmente extraño, ¿por qué no podía hacer eso ella sola?

Sus ojos demuestran la gran sorpresa e ira que siente en ese instante. Entonces, sin querer, alza su tono de voz más de lo deseado.

— ¿¡Qué!? ¡No debes permitir eso, mamá!— Exclama poniéndose en pie y dando un golpe en la mesa. La mujer ríe suavemente y lleva su dedo índice a sus labios.

— No alces tanto tu tono de voz...— Dice algo nerviosa.

— P-pero...— El chaval vuelve a sentarse con la mirada puesta en el suelo.— Agh... Lo lamento, mamá, pero de verdad, no puedes seguir viviendo así...— Dice.— Me molesta. Y a ti también debería pasarte lo mismo. Esa no es una forma de vivir. Mereces más.

Ella sonríe débilmente y se acomoda en su lugar, volviendo a tomar la taza entre sus manos.

— Soy feliz mientras os tenga a vosotros.— Dice sinceramente.— Aunque vuestro padre... No me haga feliz. No me deje vivir. Necesito permanecer junto a él para poder daros una vida decente a todos vosotros.— Genya la observa tristemente.

— Pero... Mamá, Sanemi ya casi cumple veintidós años, yo puedo trabajar y alguno de mis hermanos también.

— No tenéis que forzaros. Centráos en vuestros estudios todo lo que podáis.— Pide, dejando la taza en la mesa para poder tomar las manos de su hijo, acariciándolas suavemente. Genya la observa tristemente.

— Mamá... ¿Realmente haces esto solo por nosotros? ¿Sacrificar tu felicidad...?

— Por vuestro futuro.— Lo interrumpe la mujer suavemente, sonriendo.— Es lo único que quiero. No importa lo mucho que deba sufrir; estaré bien mientras pueda veros vivir a vosotros.

Genya se queda en silencio, dando por terminada aquella incómoda charla. De todos modos; piensa hablar con Sanemi sobre ese tema más tarde, no piensa dejar a su madre así ni de broma.

— Bueno.— La mujer suelta las manos de su hijo y se levanta.— Ya va siendo la hora de irse.— Comenta mientras deja de observar el reloj que se halla colocado en la pared.— Vamos, Genya.— Dice, sacando a este de su burbuja. El menor asiente mientras toma su móvil y se levanta de su lugar, comenzando a caminar tras su madre.

Ambos van hacia el aeropuerto en silencio; uno bastante incómodo, siendo sinceros. Genya no sabe qué tema de conversación sacar y su madre no le da importancia a ello, simplemente está atenta al camino que debe seguir.

Una vez que llegan allí, ambos se van hacia una pared que quedan cerca del lugar en el que iba a detenerse la clase de Sanemi para poder recogerlo.

El menor saca su móvil y empieza a mandarle mensajes a Sanemi, preguntando si les queda mucho, aunque a su hermano no le llega ni uno. Después de varios minutos así, ve que los mensajes comienzan a ser enviados y poco después son vistos.

Nemi 💕
¡Maldito seas, Genya! ¡Me has mandado 279 mensajes! ¿Tan aburrido estás?

11:30 a.m.

El chaval ríe mientras le manda una respuesta a su hermano. Una vez que lo hace, guarda su móvil y se queda en silencio observando a sus alrededores, en busca de su cabellera albina.

Una vez que la encuentra, tira suavemente de la manga del chaleco de su madre, quien lo observa curiosa.

— ¿Qué sucede, cariño?— Pregunta la mujer. Entonces, ve como su hijo señala hacia una dirección en concreto, es ahí cuando puede ver a su hijo tras una larga fila de alumnos. Va junto a Giyuu y Kanae, sus mejores amigos, pero su mirada está fija en el móvil.

— ¡Nemi!— Antes de que la mujer se de cuenta, Genya ya se ha ido de su lado y ha comenzado hacia su hermano. Este alza la cabeza y sonríe, guarda su móvil y corre igualmente a abrazarlo.

— ¡Genya!— Exclama feliz mientras recibe a su hermano menor entre sus brazos. Algunos de sus compañeros les dedican una mirada y luego vuelven a lo suyo. Kanae sonríe suavemente, enternecida por la situación, mientras Giyuu mantiene la misma expresión de siempre.

Sus compañeros siguen avanzando hasta llegar a una zona más amplia en la que pueden esperar a sus familias; muchos se van por su cuenta y solo unos pocos se quedan junto a la profesora a la espera de sus familias.

La madre de ambos chicos va a hablar un momento con la profesora de Sanemi, así que Genya ve aquello como una oportunidad. Toma a su hermano de la manga de su sudadera y tira de él hasta alejarlo de la zona.

— ¿Sucede algo, Genya?— Pregunta extrañado el albino mientras se apoya en la pared. Genya se asegura de que su madre siga lejos y luego habla.

— Debo hablar sobre algo contigo.— Dice seriamente.

Una vez que están de vuelta en casa, los tres van juntos al salón. La casa está vacía ya que sus hermanos están o fuera o en sus habitaciones y su padre está dormido.

— Mira, Genya, traje esto para ti.— Dice Sanemi mientras saca de su mochila un peluche de pingüino. Este es de casi el mismo tamaño que esta y es muy lindo, también.

El menor lo observa con ojos brillantes antes de acercarse y tomarlo con sus manos.— ¿D-De verdad?— Pregunta mientras lo atrae a su cuerpo y observa a su hermano emocionado. El albino ríe y asiente con la cabeza.

— A veces no está mal un detalle.— Dice mientras acaricia la cabeza de su hermano suavemente.— ¿No crees?— Inquiere. De reojo observa como su madre se retira del lugar, yendo en dirección a su cuarto.— Mamá se fue...— Susurra.

Genya mantiene el peluche pegado así, siendo abrazado por él.

— ¿Qué haremos?— Pregunta el menor mientras observa a Sanemi, quien retira la mano de la cabeza de Genya y presiona su lengua contra su mejilla antes de hablar.

— Déjalo en mis manos.— Es lo único que dice. Genya suspira.

— Está bien...

— Bueno, ahora disfrutemos el momento. ¿Vamos al cuarto y hablamos un poco de cómo nos ha ido mientras estábamos separados?— Comienza a sugerir mientras va en dirección a la habitación de ambos. Genya tarda en reaccionar; entonces corre hasta alcanzar a su hermano y se pone junto a él, sin dejar de abrazar al pingüino.

— ¡Está bien! ¡Tengo mucho que contarte!— Exclama alegre, comenzando a dar pequeños saltos como un niño chico.

Sanemi sonríe y abre la puerta de la habitación, dejando pasar a su hermano antes, quien ya comienza a caminar normal.— Eso me alegra, Genya.— Dice antes de entrar tras él y cerrar.

🌙

— Hasta mañana.— Dice el hombre con su voz seca y desagradable. Sanemi lo mira molesto y se guarda el comentario que tanto desea decir. Todos sus hermanos se quedan en silencio, y ninguno se despide del hombre, que se va refunfuñando y maldiciendo en voz baja.

Una vez que escuchan la puerta de la entrada cerrarse, todos suspiran aliviados y siguen con su cena. Su madre está acostada, siempre suele irse a la cama bastante temprano, aunque claro, suele dejar la cena hecha para todos antes de eso. No siempre, ya que en ocasiones Sanemi insiste en hacerlo él solo y le pide a ella que vaya a descansar.

Al terminar de cenar, todos lavan lo que han utilizado y vuelven a sus habitaciones charlando y riendo, todos excepto Sanemi y Genya.

Entre todos los hermanos hay una conexión especial, así que no es extraño ver que casi todos suelen irse siempre con el mismo o la misma. Por eso a ninguno le extrañaba ver a Sanemi y Genya juntos siempre.

— Nemi.— Llama Genya al mayor una vez que ambos quedan completamente solos. El chico aún abrazaba al peluche, lo que hace que al mayor se le escape una suave sonrisa.

— ¿Qué quieres?— Inquiere mientras seca sus manos. El chico había lavado sus cosas y las de Genya porque había insistido en hacerlo, y el menor no pudo decir nada ante eso.

— ¿Puedes venir conmigo? Iré con mamá un rato.— Dice suavemente. El albino termina de secar sus manos y deja el paño donde estaba, entonces, asiente con la cabeza.

— Está bien. Vamos.— Ambos comienzan a andar en dirección al cuarto de la mujer.

Cuando llegan allí, Genya observa con algo de miedo la puerta. No se atreve a llamar, entonces, Sanemi abre la puerta de golpe.

— Mamá, somos nosotros.— Dice, aliviando a la mujer, que se había sentado de golpe en la cama para ver quién acababa de llegar. Tras eso, se acomoda en el lugar, sintiendo casi al instante el peso de uno de sus hijos en su lado derecho. Unos suaves pelos le hacen cosquillas, y, al mirar a su lado, puede ver un peluche de pingüino. Aquel que Sanemi le dio a Genya horas antes.

— Genya...— Susurra. Entonces, su hijo mayor se pone al otro lado de la cama y se acurruca junto a ella.— Sanemi...

— Genya me lo contó.— Confiesa Sanemi mientras se acomoda en la cama, tomando una postura más firme.— Mamá, ¿me dejarías ayudarte?— Pregunta.

— Pero, ¿y vosotros...?— Sanemi sonríe.

— No te preocupes, nos la podremos apañar.

— Pero sois muchos...— Dice.

— Pero mamá, no hables así, tú también vendrás.— La mujer observa a Genya, que es quien acaba de hablar.— Entre todos podremos. Papá no nos hace falta.— Dice. Ella sonríe suavemente y se tumba en la cama junto a sus dos hijos mayores, quienes se quedan abrazándola.

— ¿Qué he hecho yo para tener unos hijos tan buenos...?— Inquiere. Genya sonríe y Sanemi hace lo mismo. La mujer cierra sus ojos suavemente y se deja envolver por la calidez y tranquilidad que ambos le ofrecen, no obstante, la segunda duró muy poco.

— Nemi, ven aquí.— Dice Genya mientras tira a su hermano de la muñeca.— Quiero un abrazo tuyo.

— No me quiero mover.

— ¡Veen!— Exclama.

— ¡Ven tú!— Le grita de vuelta, algo cansado de la “discusión” que apenas comenzaba.

— ¡Pero yo quiero ser abrazado por ti, no abrazarte yo a ti!— Dice sin dejar de tirar de su mano. La mujer ríe antes de intervenir.

— Decidan ya qué harán.— Comenta.

— Nemi-san vendrá aquí.— Dice con seguridad el menor. El albino frunce el ceño confundido antes de hablar.

— ¿¡Qué!? ¡¿Quién decidió eso?!— Grita exaltado. Genya ríe.

— Pues yo. Ahora, ¡ven!— Sanemi bufa antes de pasarse con cuidado al otro lado para abrazar a su hermano, quien se acomoda al instante, abrazando a su madre y manteniendo al pingüino entre ambos.

Y así estuvieron hasta las tres de la mañana; los tres tumbados en la cama, junto al peluche del pingüino, hablando, riendo y disfrutando del momento.

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