06. Paraíso en la tierra
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Llegamos a Outer Banks durante el amanecer, encontrándonos con una isla de lo más hermosa. Algunas veces escuche que los chicos la llamaban "El paraíso en la tierra", y tenían demasiada razón. Había tanta vegetación como agua, la perfección a mi parecer.
De la emoción que sentía, a veces olvidé pestañear, ya que quería asegurarme de ver todo con sumo detalle.
Una vez bajamos del barco, nuestra primera parada fue la casa de John B, donde Sarah se fue corriendo casi sin despedirse, preocupada porque su chico estuviese sano y salvo. No alcancé a detallar el lugar ya que seguimos nuestro camino sin detenernos. La siguiente parada fue en la casa de Kiara, un lugar muy grande y bonito, con un increíble balcón y jardín, en el lado kook de la isla.
Según entendía, kook era definición de persona adinerada, al contrario de los pogues, que eran gente sin tanto dinero.
Entonces, Kiara era una kook que deseaba ser pogue, Sarah era una kook que se volvió pogue al comenzar su relación con John B, el cuál es pogue de nacimiento, al igual que JJ y Pope. Y yo sería una pogue también, al igual que Cleo, o algo así.
JJ me explicó que, si no portaba una billetera de cuero con varias tarjetas de crédito, dinero en efectivo a montones y una cuenta de banco repleta de más dinero, era una simple pogue. Teniendo en cuenta que hace días ni siquiera conocía los billetes, era notable que tenía la etiqueta de pogue pegada en la frente. Y no me molestaba.
Luego nos dirigimos a la casa de Pope, una vivienda que lucía más como una tienda, donde también permaneció Cleo. La familia del moreno recibió muy bien a la nueva inquilina, parecían ser muy buenas personas.
Por último, quedamos JJ y yo, que caminábamos por el lado pogue en dirección a su hogar. Él se encontraba tan callado que me parecía extraño.
— ¿Estamos cerca? — pregunté, intentando romper el hielo.
— Es esa de ahí — señaló sin ánimos una casa mediana inclinándose a pequeña.
El JJ de ayer por la noche y de hoy por la mañana, no se reconocían el uno al otro. Sabía que algo le sucedía, ya que no era normal tal actitud en él, mas no sabía de qué se trataba. Decidí que iba a darle algo de tiempo antes de atosigarlo con preguntas. Quizás solo se encontraba cansado y no era nada de qué preocuparse.
Subimos las escaleras hacia la puerta de entrada y ambos nos sorprendimos ante el cartel de desalojo que colgaba de ella. No sabía que significaba, aun así, gracias a la actitud de JJ al verlo, pude deducirlo y no se trataba de nada bueno.
— Solo... espera un segundo — me pidió, intentando mantener la calma. Asentí al segundo.
El rubio se acercó a una de las ventanas y la abrió con un mínimo esfuerzo, adentrándose a la casa sin mucho cuidado. Un minuto después, un golpe se hizo oír y me sobresalté, más aún cuando la puerta principal se abrió de par en par y JJ apareció frente a mí.
— Esto no es lo mejor que puedo darte — soltó un suspiro, viendo el interior desordenado de su casa. Lucía avergonzado y algo entristecido, aunque tratara de ocultarlo con el enfado —. Es una mierda y me echaran dentro de tres semanas.
Me adentre a la sala de estar de a poco, sin perder detalle del lugar. Era cierto que estaba desordenado, luciendo como una mierda y oliendo peor, sin embargo, era el hogar donde JJ vivió durante toda su vida y que se veía cien veces mejor que cualquiera de mis tantas chozas.
— JJ, estuve varada en una isla desierta desde pequeña, ¿realmente crees que me molestaría vivir aquí dos días o dos años? Viviría toda mi vida en esta casa si pudiera, porque créeme que todo es mejor que un bloque de arena y sal — mantuve mi sonrisa todo el tiempo, recorriendo la casa con los ojos.
No mentía en ninguna de mis frases, todo era exactamente lo que pensaba.
— Tal vez lo mejor es que vayas a casa de John B — soltó de repente, tomando asiento en el sofá con un suspiró. Golpeó un par de cosas fuera de la mesita frente a él y recargó sus pies allí —. Al menos tendrán electricidad y una verdadera cama.
No quería ir con John B, sin embargo, JJ no me estaba dando opciones.
— Si quieres que me vaya, puedo hacerlo — asentí, retrocediendo un paso sin saber que más hacer.
El rubio se levantó con rapidez, acercándose a mi y tomando una de mis manos con suavidad. Ambos caminamos al sofá y nos sentamos ahí, todavía con nuestras manos unidas.
— No, no. Yo no quiero que te vayas — admitió, alborotándose el cabello con su mano libre —. Pero no estoy tranquilo si te obligo a dormir en el sofá de afuera, teniendo en cuenta que entrar a la casa es ilegal, o lo que sea...
— ¿ilegal... qué? — inquirí, frunciendo la nariz levemente.
— Nada, olvídalo — murmuró y solté un suspiro que removió el cabello cerca de mi rostro. JJ acercó su mano e hizo los mechones rubios hacia un costado, alejándolos de mis ojos —. Lo que quiero decir, es que viviremos aquí ilegalmente.
— Viví en una isla desierta... — sonreí, como si sus palabras no fueran graves.
— ¿Por qué eres tan comprensiva? — soltó una risa, a la vez que meneaba la cabeza.
Apreté un poco su mano para que me observara nuevamente y cuando capte su atención me aclaré la garganta.
— Quiero quedarme aquí, no importa que no haya electricidad o una cama decente... Ni siquiera sé lo que es eso, así que da igual — hablé con sinceridad.
JJ se mantuvo quieto, solo mirándome a los ojos, como si intentara encontrar en ellos algún ápice de mentira o burla. No iba a encontrar jamás aquello que buscaba, porque estaba hablando en serio. No me importaba vivir en la playa, o en el desierto, porque en ese momento solo quería estar con él, quien de todo el grupo es el que más confianza y tranquilidad me brindaba.
— Está bien — aceptó finalmente —. Quédate conmigo.
Mi corazón saltó con emoción y sonreí en grande.
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JJ había encontrado unos cuantos billetes mientras ordenaba un poco el interior de su habitación. Mi idea fue comprar una casa, pero muy amablemente me explicó que era imposible comprar una casa con veinte dólares.
Entonces se le ocurrió una idea y una vez que ambos estuvimos duchados y vestidos con prendas que JJ guardaba, me arrastró a la tienda más cercana. No me soltó la mano en todo el camino, como si temiera que escapara. Entramos a un almacén cualquiera y caminamos entre los estantes con calma.
— ¿Qué buscamos? — pregunté.
Sostuve entre mis manos una bolsa de galletas y abrí los ojos en exceso al leer el precio, rápidamente devolví la bolsa a su lugar, aterrada de que me obligaran a pagarla por siquiera haberla tocado.
— Esto — alzó dos bebidas y una bolsa con pan.
Ladee el rostro y me acerqué, quitándole una lata para inspeccionarla.
— ¿Y esto es...?
— Cerveza, de verdad la necesito — murmuró, volviendo a caminar directo a la entrada de la tienda, donde el vendedor nos cobraría por la comida.
Lo seguí sin chistar y aguarde a que pagara por todo, intercambiando el peso de mi cuerpo de un pie al otro, ansiosa por salir de esa tienda. Después de haber cometido un robo en un lugar muy parecido a este, temía que alguien apareciera y nos arrestara.
Cuando finalmente salimos, cargando con una bolsa de plástico con nuestra compra, caminamos lentamente por la isla, admirando los alrededores. Al menos por mi parte, observaba todo con asombro. JJ parecía un poco más reacio y algo fastidiado de volver a Outer Banks.
Sintiendo una ola de confianza, me coloque a su lado, entrelazando nuestros brazos. El chico me miró de soslayo con una sonrisa que opacaba el malhumor en el resto de su rostro. Me gustaba que sonriera así.
— Estaba pensando en que aquí nadie te conoce, así que deberíamos crearte una historia de vida y un apellido, ¿sabes? — explicó de forma inesperada. Fruncí el ceño —. De lo contrario, sospecharían.
— Tengo un apellido.
— ¿Por qué yo no sabía eso? — detuvo su andar, indignado.
— Lo olvide, lo siento — empujé levemente su brazo con el mío, indicándole que siguiera caminando. JJ mantuvo su expresión de molestia y me aquello me hizo sentir mal —. No pensé en ocultarlo, JJ, solo olvidé mencionarlo. Soy Leah Jennings, es el apellido de mi madre.
— Jennings — repitió JJ en un tono de voz bajo, frunciendo aún más el ceño.
— No te enojes — pedí, olvidando mirar el camino frente a mi para observarlo a él.
— No estoy enojado — detuvo mis ideas —. Es solo que creo haber escuchado tu apellido en algún lugar.
Mi corazón se detuvo.
— ¿Qué? — musité.
— Puedo estar equivocado, hay muchas personas con un mismo apellido. Olvídalo — negó con la cabeza y volteó el rostro hacía otro lado, alejándolo de mi vista.
Mis pocas y casi inexistentes esperanzas volvieron a caer en picada, chocando contra el pavimento bajo mis pies con fuerza. ¿Por qué, después de tanto tiempo, seguía creyendo que mi madre y hermana seguían con vida? Era un sinsentido.
Liberé mi brazo del de JJ, necesitando un poco de espacio y seguí caminando con lentitud a su lado. Introduje una mano al bolsillo de mi bermuda y sujete con fuerza el llavero con forma de palmera que el chico me había regalado, intentando recordar a mi isla, junto a todos los momentos que viví allí con mi hermana.
Era muy complicado recordar tantas cosas sin sentir nostalgia, ahora que todo cambio, no existía la vuelta atrás.
— No vuelvas a decir algo así, por favor.
— ¿Qué?
— Cualquier cosa que pueda referirse a mi familia — indiqué, sintiéndome vulnerable ante sus ojos —. Me hace sentir muy mal. Y no quiero eso.
— Las extrañas demasiado, ¿no es cierto? — suavizó su expresión y volvió a acercarse, aún sin tocarme.
— No quiero hablar sobre eso — repetí, esperando que lo entendiera.
Estaba cansada de sentir tristeza cada vez que las recordaba. Me gustaría cambiar eso, pero por el momento no era capaz, así que prefería bloquearlas de mi mente.
JJ entendió mis sentimientos y paso un brazo por mis hombros, así continuamos nuestro camino hasta llegar a su casa de nuevo. Crucé al porche y me acerqué al sofá de ahí fuera, el cuál habíamos convertido en una improvisada cama antes de salir a comprar. JJ se sentó a mi lado en silencio y me tendió una bebida, luego de abrir la bolsa de pan sobre la mesa.
— Un banquete — bromeó, abriendo su lata de cerveza. Intenté abrir mi propia lata y fallé en el intento, acerqué el metal a mi boca como última opción, pero JJ no tardo en detenerme —. Vas a romperte un diente. Dame eso.
Lo hice. En menos de diez segundos mi lata estuvo abierta, lista para beber. Rodeé los ojos con fastidio.
— Si de cazar rayas hablamos, soy mil veces más habilidosa que tú — le recordé, por si se le olvidaba.
— Acepta que soy mejor en algo — dijo, después de soltar una carcajada.
— Sí, en abrir latas de cerveza — me burlé y con una sonrisa le di un sorbo muy confiado a la bebida, casi escupiéndola al instante con una mueca de asco —. Mierda, no puede ser. ¿Esta es alguna porquería radioactiva?
JJ sonrió y negó levemente. Alzó una mano, la cual acercó a mi rostro para limpiar con su pulgar un poco de cerveza que escapó de la comisura de mis labios. El movimiento fue rápido y desinteresado, sin embargo, sentí como quemaba justo donde me tocó.
— En realidad, es solo cerveza — me quitó la lata de las manos y se la adueño —. Una lástima que no te guste.
— Si... — tomé una rodaja de pan de la bolsa y le di un gran mordisco.
— Pareces un hámster — comentó.
Terminó su primera cerveza a una gran velocidad y suspiró, luciendo un poco menos frustrado. Supuse que ese era el efecto del alcohol.
— ¿Qué es un hámster? — pregunté, una vez que acabe de tragar la comida. Metí la mano a la bolsa y conseguí otra rodaja de pan.
— Un animal, muy chiquito, que esconde la comida en sus mejillas... — explicó y asentí para indicarle que continuará, mientras me acomodaba mejor en el sillón, prestándole total atención —. Se parecen a ti.
— ¿Por qué?
— Porque son bastante tiernos.
Entonces él también se parecía a un hámster.
Me mordí el labio inferior para contener una risa ante mi propio pensamiento, por el cual estaba segura que JJ se enfadaría.
Un sonido de pasos se escuchó cerca y ambos volteamos.
— ¿Qué es ese cartel en la puerta? — cuestionó Kiara, avanzando hacia nosotros.
— Aviso de desalojo — murmuró JJ con amargura, comenzando a beber su segunda cerveza. Pude ver el momento exacto en el que su rostro adquiría una nota de incomodidad —. Por falta de pago o lo que sea — Kie formó una mueca —. No importa, este lugar es una mierda. Es genial volver a Outer Banks, ¿no?
Fruncí el ceño. ¿Por qué ese cambio de actitud tan repentino?
— Escucha esto — la morena desvío el tema de conversación —. Tenía un correo cuando volví a casa, John B encontró a Big John. Esta vivo.
Entonces JJ volvió a sonreír.
¡El padre de John B estaba vivo!
— ¿En serio? — el rubio necesitó una confirmación y Kiara asintió.
— Está en el chateau.
— ¿El qué? — intercambie la vista de Kie a JJ.
— La casa de John B, así le decimos — él fue quien respondió, quitándome las dudas, como siempre.
Agradecía que JJ me ayudara a entender, en vez de reprocharme por no saber nada, era un gesto muy lindo de su parte. Siempre me explicaba todo con delicadeza. Por esa razón se parecía a un hámster.
— Y cree estar cerca del tesoro del que hablaba Singh — añadió Kiara. Un escalofrío me atacó al escuchar aquel nombre nuevamente. El hombre que la secuestro y por el cuál casi nos matan —. Oye, Leah.
— ¿Si?
— Traje esto para ti — extendió una mochila en mi dirección —. Es algo de ropa, creo que es de tu talla.
Abrí los ojos en grande y salté del sillón, acercándome para darle un corto abrazo repleto de emoción. Kiara se congeló, sorprendida por mi arrebato.
— Gracias, te lo agradezco de verdad — sostuve la mochila entre mis brazos.
— Ve a probártela — sonrió en mi dirección.
Asentí. Pronto me aleje de ellos, avance a la puerta de la principal y me adentré a la casa. Era muy consiente de que estaba cometiendo un delito, al menos según las palabras de JJ. Me encerré en el cuarto de baño y abrí la mochila, indagando en su interior.
Camisetas, shorts, pantalones, pañuelos y un par de zapatillas. Juro que casi salto de la alegría. No tarde en cambiarme la ropa. Elegí un top morado con unas estrellas dibujadas en el centro junto a unos shorts de jean azules. Sujete mi cabello en una trenza y lo ate con un pañuelo blanco, añadiendo las zapatillas negras a la vestimenta.
Entonces me acerqué al pequeño espejo del baño, viendo mi reflejo con atención. Estaba bien vestida por primera vez, con el cabello peinado y perfectamente limpio, me acerqué un poco más y me fijé en mi rostro parte por parte, destacando unas cuantas pecas pertenecientes al sol que en la isla nunca alcancé a ver.
Mis ojos se cristalizaron sin que pudiera evitarlo. Desde que llegue, no fui capaz de llorar, pero estaban sucediendo tantos cambios a la vez que mi mente no soportaba la idea.
Me costaba asimilar las cosas y a veces el llanto me ayudaba con eso.
Por esa razón, permití que las lágrimas fluyeran, mientras me alejaba del espejo para sentarme en el suelo. Sostuve la mochila con ropa y continué observando todo, sonriendo de vez en cuando, llorando aún más.
Nunca imaginé que la vida pudiera mejorar tanto, sin embargo, aquí estaba.
En el paraíso en la tierra.
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