Shh... ya viene
Shh… ya viene
Camino por el pasillo a paso apresurado, faltan solo dos minutos para las ocho y no me apetece llegar tarde a mi primer día de clases en un colegio en el que soy nueva. Miro hacia el final del pabellón, ahí tendré que doblar a la derecha, caminar unos cuantos pasos y me encontraré con el salón que me corresponde. Y veo también caminar hacia mí a un hombre mayor cargado con su mochila y algunos libros en sus brazos, seguramente un profesor, de contextura más bien gruesa, cabeza rapada y barba que mostraba algunas canas pruebas de su edad. Mis ojos lo miran claramente aproximarse, pero unas estudiantes se cruzan por su camino, tapándolo así a mi vista por unos segundos, tiempo suficiente como para no notar el momento en que desaparece.
Me detengo unos segundos preguntándome qué ha sucedido, aquel hombre se ha desvanecido ante mis propios ojos. Sacudo mi cabeza y me convenzo de que ha sido producto de mi imaginación, los nervios por mi primer día y así continúo hasta llegar a mi salón donde todos me quedan mirando extraños, seguramente pensando que me he equivocado de sala. Pero no lo he hecho. Busco con la mirada algún asiento vacío sin compañero al lado, al encontrarlo me siento ahí y espero a que llegue el profesor que nos dará las clases.
El día transcurre normal, debo presentarme a los maestros, a mis compañeros, todo lo típico de cuando eres nuevo. No logro hacer amigos debido a mi timidez y vergüenza que termino sintiendo luego de las clases de gimnasia en la que todos notan al instante que soy un asco gracias a mis caídas e intentos por hacer los trucos que el profesor pide. No tardo en ser apodada como la “piernas torpes”. Al terminar la clase agradezco no ser la única mala para el deporte, pues varias chicas y chicos se veían complicados con los movimientos, por lo mismo el maestro piensa en una forma de ayudarnos y la comunica a toda la clase:
—El que quiera puede quedarse hoy a practicar en el gimnasio. Los interesados me piden la llave para que dispongan del espacio y las colchonetas, pero me la devuelven mañana ¿Les parece?
Todos responden con un fuerte y claro “Sí”, animados como si la proposición les encantara y les causara ilusión quedarse en el cole hasta más tare, sin embargo la gran mayoría, incluso los que estaban mal en la materia, empiezan a preparar sus cosas para marcharse a casa. Yo medito unos segundos el quedarme o no, reamente lo necesito y me sería de gran ayuda practicar más, pero no quiero ser la única. Entonces una voz femenina dice mi nombre, llamando así mi atención.
—Rocío ¿Te vas a quedar? —pregunta una chica unos diez centímetros más alta que yo, de cabello castaño con un corte algo masculino pero facciones finas que delatan su género.
—Yo creo que sí, si alguien más se queda.
—Me quedo entonces contigo, vamos a pedir las llaves.
Me alegro de no ser la única y tener compañía, aunque no logro recordar el nombre de la chica que camina a mi lado hasta el profesor. Me digo mentalmente que debo preguntárselo y conversarle algo para hacer más amena la tarde.
—Sólo procuren no quedarse hasta más allá de las 6:30 pm, el colegio se cierra a esa hora ¿Entendido? —acompañó con esa advertencia la entrega de las llaves.
—Sí, lo haremos, gracias —respondo yo.
Una vez teniendo el llavero en nuestro poder llamo a mamá para avisar que llegaré más tarde gastando así el poco dinero que me quedaba en el celular. Ya que tengo su permiso ayudo a mi compañera a acomodar las colchonetas para hacer los ejercicios pedidos.
—Oigan ustedes, cuidado con los fantasmas —nos advierte riendo un chico desde la puerta.
—Cállate, Kevin —grita la chica a mi lado.
—Ay, Romina, qué miedo.
—Shh… cuidado que creo que ya viene el profesor fantasma —lo acompaña en las bromas su amigo.
—¿Profesor fantasma? —pregunto yo algo nerviosa.
—No te preocupes, Rocío, sólo están jugando —se dirige a mí Romina mientras le da una mirada fea a los chicos que siguen riendo en la puerta, seguramente por mi rostro.
—Suerte —terminan diciendo para despedirse.
Aunque Romina me hubiese dicho que solo bromearan yo no puedo evitar pensar en la escena de la mañana en la que aquel hombre desapareció frente a mis ojos.
Suspiro mientras me siento sobre una colchoneta ya cansada de tanto hacer ejercicio, al fin y al cabo ya llevaba más de dos horas en movimiento contando el tiempo de la clase. Romina se echa a mi lado a tomar aire mientras desea en voz alta una botella de agua.
—Jamás pensé que sería tan agotador hacer gimnasia —se queja— y lo peor es que el profesor lo hace parecer lo más fácil del mundo.
—Para un profesor siempre será más fácil.
—Supongo que sí.
Miro mi reloj, faltan cinco minutos para el cierre del colegio, por lo que animo a mi compañera a moverse un poco para marcharnos ya del recinto. Cuando ya hemos dejado todo ordenado tomamos nuestras mochilas, apagamos las luces y caminamos por el pasillo aun iluminado, buena señal ya que significa que aun no se ha ido el conserje. Conversamos alegremente como hemos hecho toda la tarde, llego a pensar que tendré una nueva amiga aquí, pero toda esa felicidad se desvanece cuando al llegar a la puerta nos encontramos con que está cerrada.
—¿Y ahora qué? ¿No debería estar abierta? —comenta Romina molesta.
—Se suponía que sí, las luces aun están encendidas, debería estar aquí el conserje —digo yo sin lograr responder del todo a su pregunta.
—¿Qué más da? Tendremos que esperar aquí a que decida marcharse.
Nos sentamos en el piso manteniendo algo de distancia entre ambas con nuestras espaldas apoyadas en la pared. Lo único que quiero es llegar a casa y darme una ducha para poder acostarme a dormir, por lo mismo empiezo poco a poco a perder la paciencia, los cinco minutos que llevamos esperando me parecen eternos.
Escucho ruidos provenientes de alguna sala, mesas y sillas moviéndose como si fueran estudiantes que no saben cómo sentarse sin arrastrar el asiento. Las risas de nuestros compañeros cuando vieron que nos quedaríamos vuelven a mi mente haciendo que un pequeño miedo me invada. Pero al instante procuro desecharlo, me trato de convencer de que el conserje sigue limpiando algún salón y ese es el motivo de su demora y los sonidos. Cuando ya estaba dejando de lado mis miedos la luz se va y quedamos Romina y yo sumidas en la oscuridad.
—Lo único que faltaba —susurro con enojo— Romina ¿Dónde estás?
—Aquí, estoy aquí.
Estiro mi mano izquierda en esa dirección para tocarla y sentirme un poco más tranquila. No tardo mucho, pues pocos segundos después estamos tomadas de la mano a la espera de que se solucione el problema de la electricidad o que nos abran la puerta para marcharnos. Mientras, nosotras seguimos escuchando los ruidos de las salas de clases que parecen ser más fuertes que antes.
—¿Por qué no vamos a buscar al conserje para que nos abra? —propongo luego de unos pocos minutos o tal vez segundos.
—Claro, vamos… ¿Pero con qué nos iluminamos?
—¿Un celular?
—No tengo ¿Y tú?
—Sí, pero no me queda mucha batería, igual podemos usarlo un rato.
Desbloqueo el aparato y selecciono la aplicación de la linterna, entonces la dirijo frente a nosotras y logramos ver con algo más de claridad. Parado a unos pasos de nosotras está el profesor que en la mañana desapareció ante mis ojos, mirándonos con curiosidad.
—Oh, usted es un profesor —digo tratando de alegrarme.
—No, Rocío… él no es un profesor, ni siquiera lo había visto antes —me contradice Romina con voz temblorosa.
Su mano helada aprieta con fuerza la mía y siento cómo me tira hacia arriba para correr de aquel hombre que parece estar molesto con nuestra presencia. Sus ojos nos miraban directamente con el ceño fruncido dándole un toque amenazador que nos provocó miedo. Corro tratando de ir a la velocidad de mi amiga escuchando los pasos del hombre detrás de nosotras. La luz de mi celular se agita con mi movimiento iluminando un momento en una dirección y en otro a un lugar diferente. Romina me jala para entrar en una oficina, pero antes de que logre entrar suelta mi mano y me deja afuera con aquel desconocido que parecía querer hacernos daño a ambas.
—¡No! ¡Déjame entrar! —suplico a gritos mientras golpeo la puerta sintiendo cómo se acerca el hombre.
—Pero sí entraste, te estoy tomando la mano —se defiende.
—Estoy afuera, Romina ¡Déjame entrar!
Espero unos cortos segundos cuando escucho un grito proveniente del interior de la sala. Se abre la puerta y sale mi compañera asustada, toma mi mano y me hace correr junto a ella a otra oficina. Cuando ya estamos a salvo en un aula del segundo piso me dejo caer al suelo apoyada en la pared. Caigo en la cuenta de lo que dijo Romina cuando le reclamé el dejarme afuera: “Pero sí entraste, te estoy tomando la mano”. Un escalofrío me recorre de pies a cabeza y no puedo evitar preguntarme de quién era la mano que sujeté hace solo unos minutos.
—Romi… —le iba a preguntar.
—Shh… ya viene —me calla.
Guardo silencio y agudizo mi oído para oír lo mismo que ella. Unos pasos pesados parecen acercarse a nosotras por el pasillo, seguramente de él. Se me pone la piel de gallina y deseo que mamá estuviera aquí, como si ella fuese capaz de salvarme de aquel hombre sospechoso. Marco su número en mi celular, pero en vez de contestar ella la voz de la compañía me dice que no tengo saldo suficiente para hablarle.
—¿Qué hacemos? —pregunta Romina ya nerviosa alejándose de la puerta luego de ponerle seguro.
—N-no sé.
Miramos con terror la puerta frente a nosotras sin saber qué hacer. Los pasos cada vez son más cercanos y con cada uno siento cómo mi corazón se acelera hasta una frecuencia que estoy segura nunca he llegado a tener. Alguien hace girar la manilla y despacio empuja la madera para dejarse ver ante nuestros ojos. Ahí está el hombre de esta mañana que creí que era un profesor, más alto de lo que pensé y con una mirada amenazadora que me estremece. No dice nada, solo nos mira para luego señalar con su dedo hacia afuera, dándonos a enteder que quiere que saliéramos.
Mis rodillas tiemblan como gelatina, Romina se agarra firmemente de mi mano apretándola con fuerza, sin embargo no le doy mucha importancia pues yo ejerzo casi la misma fuerza sobre ella. Los ruidos del colegio se escuchan más fuerte fuera del salón, tal parece que es de día y que los alumnos están en una clase en la que deben reordenar las mesas y sillas. Parece que hasta logro oír voces de chicos y chicas conversando, pero no alcanzo a entender lo que dicen.
—¿Qué hacemos ahora? —me susurra Romina al oído.
—Ni idea.
El hombre desconocido camina pidiéndonos con un gesto que lo sigamos, a lo que no podemos negarnos pues no sabemos a dónde podríamos huir, después de todo el edificio completo está a oscuras. Todo era invisible para nuestros ojos, pero ese señor liberaba cierta luz que nos permitía verlo a pesar de la falta de iluminación. Mi miedo es grande, mis piernas tiemblan y apreto con fuerza la mano de mi compañera, queriendo pensar que esta vez sí me estoy aferrando a ella y no a otro ser.
—Márchense —dice en un susurro casi inaudible el hombre.
Sin dificultad alguna abre la puerta de entrada que antes encontramos cerrada y con su mano señala hacia afuera. Aturdidas damos pasos lentos y pasamos por su lado hasta estar en el exterior. Las luces en los postes de la calle nos permiten distinguir con más claridad lo que nos rodea y logramos suspirar de alivio. Me giro para agradecerle al señor el habernos sacado del colegio, pero al hacerlo la puerta ya está cerrada como antes y él ha desaparecido.
—Qué raro, no escuché cuando cerró —comentó Romina extrañada.
—No importa, debemos ir a casa.
***
—¿Cómo lo pasaron ayer? ¿Muchos fantasmas? —se burlaba Kevin junto a su amigo.
—¿Podrías dejarnos en paz? —trata de correrlos ya irritada mi compañera.
Me siento con pesadez en el mismo asiento que ocupé el día anterior y junto a mí Romina, mi compañera de aventuras extrañas. Parece que aun puedo escuchar a mi mamá gritándome por haber llegado tan tarde y lo poco creíble que le parecía mi historia.
—Sólo espero que no te vayas por un mal camino, jovencita.
Suspiro y presto atención al profesor que se ha parado al frente a la espera de que estén todos en silencio para saludarnos. Cuando ya estamos todos en sentados saca un papel doblado de su bolsillo y comienza a hablar.
—Hoy habrá un acto en el segundo bloque para conmemorar a un profesor que trabajó aquí por muchos años pero que desgraciadamente falleció hace unos días. Jubiló hace algún tiempo, para los que no lo conocen, es él —desdobla el papel y nos enseña la imagen que muestra el rostro del señor de la tarde anterior, aquel que pensé que era un profesor.
Fin
Yatita
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top