Capítulo 8
Capítulo 8
Finalizar la escuela significaba una cosa: la universidad.
Claro que no para todos, sino para mí. Hay personas que no desean asistir a la universidad, así como también hay personas que desean que yo no asista a la universidad. ¿A quién vamos a engañar? No se trata de personas, sino de unas cuatro molestias en el trasero provenientes de Liverpool.
No tienen idea de lo difícil que me resultó enviar mi carta de aplicación a la universidad.
Pasé un buen tiempo buscando una universidad adecuada hasta que la hallé, un poco más lejos de casa de lo planeado, pero no tan lejos como para no poder visitar a mis padres durante los días festivos. Claro que, por más bueno que parecía, había un pequeño detalle. Tendría que mudarme a la universidad, donde estaría rodeada de personas durante gran parte del día, lo cual limitaba el tiempo que pasaría con los chicos. Y esto, por supuesto, no les agradaba para nada. A mí tampoco, a decir verdad, pero... ¿qué podía hacer? Se trataba de mi futuro.
Los chicos estaban molestos por esto, no conmigo, sino con la situación. Aunque ciertamente demostraban un poco de hostilidad hacia mi persona, pero los entendía. O al menos eso intenté hacer hasta que decidieron sabotear mi ingreso a la universidad.
—La universidad es algo que está sobrevalorado en verdad ¿sabes? —me dijo John, en uno de los tantos intentos por hacerme renunciar a la idea— yo dejé la universidad, y no hay nada de malo conmigo. Soy perfecto.
—Si tú dices —reí, mientras les tomaba fotografías.
—Yo creo que tus fotografías son muy buenas de por sí, podrías triunfar sin necesidad de asistir a una universidad —halagó Ringo, pero con las mismas intenciones que tenían John y los otros dos.
—Gracias Ringo pero, si fuera a la universidad, mis fotografías serían mejores ¿no crees?
—Eso creo —respondió y George le dio un golpe en la cabeza, por no apegarse al plan. Ringo corrió a ocultarse detrás de mí y George continuó con la persuasión.
—Podrías conseguir un trabajo, y eso sería más beneficioso porque podrías ganar tu propio dinero y comprarte cosas ¿no sería genial? —me alentó George.
— ¿Acaso tú no eras anti materialista? —pregunté, observándolo.
—Sí, bueno, pero... —comenzó a decir, pero no supo cómo continuar, así que tuvo que pedir refuerzos— Paul ¿tú qué crees?
—Un trabajo sería muy buena idea, pero uno a medio tiempo, porque si es a tiempo completo sería básicamente lo mismo que la universidad, y no tendrías tiempo para... —decía hasta que notó mi cara de molestia— tiempo para ti y esas cosas.
—Es increíble lo egoístas que son... ustedes no son el centro mi universo ¿sabían? No voy a pasar toda la vida siendo una camarera sólo para pasar tiempo con ustedes. Si las cosas fueran al revés, ustedes no lo harían —dije molesta.
—Eso tú no lo sabes —objetó John y desapareció, molesto. Los otros tres le siguieron.
Había estado toda la semana pensando en qué iba a decir en la carta, y cuando llegó el momento de escribirla, no encontraba el bolígrafo. Había decidido escribirla en papel, a la vieja escuela, porque me recordaba a tiempos más simples. Pero la tarea se hacía cada vez más difícil al no poder encontrar ni un solo bolígrafo en toda la casa. Tuve una ligera sospecha, pero decidí ignorarla e intentar encontrar papel, ya que me encargaría del bolígrafo luego pero, para mi sorpresa, esto tampoco parecía posible. Revisé en todas las gavetas de la casa y revolví en mi escritorio, pero no pude encontrar ninguno de los dos elementos que necesitaba.
—Beatles —los llamé calmadamente— ¿acaso saben qué ocurrió con todos los bolígrafos y papeles de la casa?
—No lo creo —respondió John— ¿tú sabes algo de eso, Paul?
—No que yo recuerde —respondió Paul— ¿qué hay de ti, George?
—No, yo no sé nada —respondió George— ¿y tú, Ringo?
—A mí no me miren, yo tampoco sé nada —respondió Ringo.
—Bien... gracias chicos.
Por supuesto que todo esto fue obra de los Beatles, pero no habrían de decírmelo. Pensé en una alternativa a escribir la carta a mano, y se me ocurrió utilizar la computadora de escritorio. Bajé las escaleras y me dirigí hasta la computadora cuando noté antes de llegar que faltaba el teclado. Esto tenía que ser una broma.
—Beatles —los volví a llamar, aun conservando la calma— ¿acaso saben qué ocurrió con el teclado de la computadora?
Fue en vano preguntar, ya que respondieron de la misma manera.
—No lo creo —respondió John— ¿tú sabes algo de eso, Paul?
—No que yo recuerde —respondió Paul— ¿qué hay de ti, George?
—No, yo no sé nada —respondió George— ¿y tú, Ringo?
—A mí no me miren, yo tampoco sé nada —respondió Ringo.
—Está bien... gracias de nuevo, chicos.
No les mentiré, la situación ya había comenzado a fastidiarme. Me alejé de la computadora de escritorio para ingresar al estudio de mi padre y buscar la notebook. Por alguna razón estaba allí, y eso parecía muy sospechoso. Pero mis dudas se disiparon cuando la abrí y, para mi horror, observé que las teclas habían sido brutalmente arrancadas
— ¡Beatles! —Exclamé, espantada— ¿qué le ocurrió al teclado? ¡Desapareció! ¿Hay algo que quieran decirme?
—No lo creo —respondió John— ¿tú sabes algo de eso, Paul?
—No que yo recuerde —respondió Paul— ¿qué hay de ti, George?
—No, yo no...
—Ya sé, ya sé, ustedes no saben nada —lo interrumpí. —Esto no es para nada gracioso.
—Depende del lado del que lo veas —contrarrestó John, con esa estúpida sonrisa arrogante en su rostro. Los otros intentaban ocultar su risa. Malditos.
Medité por un momento y recordé la Tablet. ¡La Tablet! Estaba salvada. No tenía teclas, por lo que no podían hacerle nada malo ¿cierto?
Corrí escaleras arriba y fui hasta mi habitación, para encontrar la Tablet sobre el escritorio, pero no como la recordaba. No podía verse claramente la pantalla ya que estaba toda cubierta por tinta, tinta de los bolígrafos que hasta hacía unos minutos estaban ausentes.
— ¡BEATLES! —Grité y aparecieron— ¡¿Qué demonios es esto?! ¿Acaso ustedes saben algo de esto?
—No lo creo... —comenzó John.
— ¡NO TE ATREVAS! —lo interrumpí, histérica. —Necesito mandar esa carta de aplicación y no puedo hacerlo porque cuatro inmaduros decidieron que yo no iría a la universidad. ¿Por qué están constantemente haciendo estos malignos planes para arruinar mi vida?
—No hay por qué alterarse, amor. Toma —dice Paul, ofreciéndome un lápiz que toma del interior de su chaqueta— aquí tienes con qué escribir.
— ¿Y dónde se supone que escriba? —le pregunté, dado que no poseía ningún papel.
Él se fijó en ambos bolsillos de su chaqueta, sabiendo de antemano que no tenía nada, pero con la necesidad de enfatizar la ironía.
—Me temo que eso tendrás que resolverlo tú, amor —sonrió y yo tenía ganas de golpearlos a los cuatro.
Intenté pensar en otra alternativa rápido, pero no se me ocurría nada. A menos que... bueno, tiempos desesperados requieren medidas desesperadas.
—Si me disculpan, debo ir al baño —dije ingresando y cerrando la puerta. Me apresuré hasta el papel sanitario, con la esperanza de escribir donde sea, pero para mi sorpresa no había más.
—Chicos ¿podrían alcanzarme papel sanitario? Ya no hay más —solicité y recibí una negativa.
—No lo creo —respondió George, del otro lado de la puerta.
— ¿Por qué no? —pregunté, sabiendo que no me agradaría la respuesta.
—Porque el nombre lo dice. Es papel —expresó él, y decidí salir del baño. Los miré fijamente.
—Sí, sanitario. Papel sanitario —dije molesta.
—Aun así se puede escribir en él —dijo Ringo encogiéndose de hombros.
— ¿Están diciendo que tengo prohibido cualquier tipo de papel, incluyendo el sanitario? —les pregunté con la esperanza de que oyeran lo absurdo de la situación, pero al parecer no lo hicieron.
—Sí, básicamente —respondió George despreocupado, como si sus palabras tuvieran sentido.
— ¿Y qué ocurrirá conmigo si tengo alguna... emergencia escatológica? —les pregunté avergonzada pero aún molesta.
—Supongo que no es un buen momento para tener diarrea ¿no es así? —bromeó John.
— ¡Váyanse al demonio! —exclamé.
—Tal vez debamos conseguirte un poco de papel sanitario, pero para tu boca —continuó provocándome John— ¿con esa boca le dices a tu madre que la amas?
—Vete al demonio tú —dije apuntándolo— vete al demonio tú, vete al demonio tú —les dije a Paul y a George— Y tú... tú eres adorable —le dije a Ringo y él sonrió.
—Pero también estás con ellos, así que vete al demonio tú también —lo sentencié y la sonrisa se borró de su rostro.
Pero esto no se quedaría así.
Estábamos con los chicos en el living, ellos jugando al Mario Bros durante horas y yo en el sofá, comiendo unas papas y pensando una y otra vez en las palabras precisas que debía incluir en mi carta de aplicación. Hace días que he estado pensando en lo mismo para no olvidar nada, dado que no tenía dónde escribir. Pero hoy la escribiría. Aún conservaba el lápiz que me había otorgado Paul y tenía una buena mentira para poder utilizar el papel sanitario. Me disculpé con los chicos y fui hasta el baño, donde me encerré y al cabo de un minuto, llamé a los chicos.
— ¿Qué pasa, amor? —preguntó Paul desde el living, mientras aún jugaba.
—Necesito papel —exclamé y pude oír como John rio.
—De ninguna manera —respondió Lennon.
—Pero en verdad lo necesito —insistí y John pausó el juego. Los chicos fueron hasta el baño, hablándome del lado de afuera.
—Cassie... ¿está todo bien, corazón? —preguntó Ringo.
—No —respondí— esto es un poco incómodo pero... tengo una emergencia femenina.
En realidad era una mentira, pero ellos no habrían de saberlo.
—Lo dudo —dijo George con certeza.
— ¿A qué te refieres? —pregunté.
—A que hoy es 18, así que dudo que eso sea posible. No hoy —respondió. Hice silencio por un instante, pensando en si estaba loca o no al preguntar lo que iba a preguntar.
— ¿Me están diciendo que... ustedes... ustedes llevan registro de mi periodo? —pregunté temiendo la respuesta. Ellos callaron. — ¡Ustedes están muy enfermos!
—Como sea, hoy no es, así que ni pienses que te daremos papel —respondió John.
—Bueno, lamento que su desagradable cálculo haya sido en vano... porque se adelantó este mes—objeté y ellos comenzaron a susurrarse, preguntándose si eso era posible.
—Espera un minuto —ordenó George y buscaron en internet. Se tardaron un tiempo, pero al final me dieron la razón. Resignados tuvieron que entregarme el papel, el cual utilicé para escribir el borrador de mi carta de aplicación a la universidad, como si fuese una especie de prisionera. Los chicos habían vuelto a su juego, pero cuando salí George se apareció frente a mí, exigiéndome que me coloque de espaldas a él, con las manos en mi cabeza y las piernas separadas. Procedió a tantearme para ver si podía encontrar algún papel que podría haber escondido.
—Malditos nazis de papel —susurré.
— ¿Dijiste algo?
—Nada, no dije nada —me apresuré a decir. Por supuesto que no encontró nada, ya que había ocultado el papel en mi sostén. Cuando finalmente me dejó ir, me dirigí a mi habitación y busqué mi bolso, porque debía irme a casa de Jenna pronto para completar el plan. Me despedí de los chicos pero cuando quise abrir la puerta de la entrada, esta se cerró y John apareció.
— ¿A dónde vas tú? —preguntó de brazos cruzados.
—A casa de Jenna —respondí.
—Oh genial —dijo entusiasmado— ¡vamos chicos! ¡A casa de Jenna!
Los chicos aparecieron en la puerta también.
—No quiero pinchar su burbuja, chicos, pero yo iré a casa de Jenna. No ustedes —corregí.
—Bueno, no tenemos nada más que hacer así que iremos contigo —dijo John encogiéndose de hombros.
—Pero... ¿no estaban jugando videojuegos? —pregunté con la esperanza de que vuelvan a sus actividades.
—Sí, estábamos, pero ya nos aburrimos. Además Paul es un asco jugando y ya me cansé de patearle el trasero —declaró.
— ¡Oye! —se quejó Paul.
—Como sea ¿vamos? —dijo abriéndome la puerta para que saliera. Rodé los ojos y salí. No todo estaba perdido aún.
Fuimos hasta casa de Jenna y cuando nos abrió, ella y yo tuvimos que esperar un tiempo antes de ingresar ya que los chicos se estaban asegurando de ocultar todas las cosas que pudiesen servir para escribir. Cuando los chicos al fin terminaron, nos dejaron subir y Jenna les ordenó que pongan todo de regreso a su lugar antes de irse. Estábamos en su habitación hablando de cosas sin importancia y escuchando música cuando ingresé su baño. Allí busqué el lugar donde estaban sus productos femeninos, tomé el papel de mi sostén y lo oculté, como habíamos acordado previamente. Si hay un lugar donde los chicos no pondrían sus manos, era allí, lo cual lo hacía el lugar perfecto para ocultarlo. Según nuestro plan, cuando nosotros nos vayamos a casa, Jenna tomaría el papel y lo pasaría en limpio en un papel decente para poder enviar la carta por mí, junto con la suya. Sólo rogábamos para que dé resultado. Salí del baño y me registraron nuevamente, mientras otro de los chicos inspeccionaba el baño.
—Vaya, que rigurosos —comentó Jenna mientras los observaba— en verdad parecen "nazis de papel" como dijiste, Cassie.
Los chicos me miraron molestos y yo sólo reí.
Días después fue la graduación. Tenía la toga, el birrete y el diploma. Me había graduado con honores y mis padres estaban allí para presenciarlo. Los chicos también, desde luego. Me saludaron desde un lado del escenario, y estaban extremadamente sensibles, parecían unas ancianas. Cuando toda la celebración había acabado, me abrazaron fuerte y me susurraron al oído lo orgullosos que estaban de mí.
Por alguna razón pensé que ese era el momento oportuno para decirles lo de la carta.
—Envié la carta —les dije mientras me abrazaban, y se apartaron rápidamente.
— ¿Cómo dices que dijiste? —preguntó John, quien había estado mirando mucho las repeticiones de Hannah Montana en la televisión por la madrugada.
—Ya envié la carta. Bueno, en realidad Jenna la envió por mí —corregí.
— ¿Cómo lo hiciste? ¡Hicimos de todo para que no lo hagas! —se quejó John.
—Está graduada con honores, John —le recordó Paul— mientras que tú apenas te pudiste graduar. Creo que eso lo explica.
John le dedicó una mirada fulminante.
—Lo siento chicos, pero tenía que hacerlo. De todas maneras, si la leyeran, sé que les encantaría.
— ¿Y cómo es que estás tan segura de eso? —preguntó George.
—Pues porque hablé de ustedes en ella —respondí y cambiaron de actitud. Ahora se mostraban más apacibles al respecto.
—Así que... ¿hablaste de nosotros? —Indagó John, avergonzado— ¿hablaste mucho?
—No te imaginas cuanto —respondí y se pusieron contentos. —Hablé sobre lo increíbles que son ustedes como personas, su música y la gran influencia que representaron para las personas... en especial para mí.
—Vaya... bueno... creo que por hoy no te diremos nada —acordó George, cediendo— pero esto no se acaba ¿bien?
—Como digas —reí y volvieron a abrazarme.
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