Capítulo 3
Capítulo 3
Sería injusto decir que mis padres no fueron quienes me criaron.
Pero a decir verdad, los chicos fueron los que se lucieron más.
Gracias a esos cuatro aprendí a leer antes de comenzar la primaria. Todas las tardes, después de almorzar, nos sentábamos durante horas en mi cama y me enseñaban a leer. Recuerdo que una tarde Ringo vino y dijo "¡Oh! ¡Yo sé qué puedes leer!" y me entregó su libro infantil, Octopus's Garden. No supe de dónde lo consiguió -tampoco quise saberlo, dado que al ser fantasmas, todo lo conseguían... "prestado" - pero el libro se veía muy bonito, así que me propuse que ése sería el primer libro que leería. Y así fue, y fue un gran día. Los chicos estaban tan orgullosos de mí, y me tomaron fotos con el libro. Continuamente estaban tomándome fotos, y yo a ellos, que eran grandes entusiastas de la fotografía. Cada foto acababa en un álbum, en nuestro propio álbum familiar, del cual nadie sabía, y que yo guardaba con cuidado.
Antes de comenzar la escuela yo ya había leído decenas de libros, aunque muchas veces dejaba que los chicos me leyeran a mí. Uno de mis favoritos, y de los de John, era Alicia en el País de las Maravillas de Lewis Carroll. Se turnaban para leerme una parte cada noche hasta que me quedara dormida. También me arropaban y me daban el beso de buenas noches, cosa que mis padres no podían hacer porque estaban en las oficinas hasta altas horas de la noche. Todas las noches, antes de dormir, también rezaba. Le agradecía a Dios por todo lo que me había dado, especialmente le agradecía por poner a los Beatles en mi camino.
Un año después de eso, a los seis, me encontraba viendo Los Padrinos Mágicos con los chicos. A John le salía muy bien la imitación del maestro de Timmy al decir "¡Padrinos mágicos!". Nos reíamos de eso cuando vino Paul a decirnos que ordenemos los juguetes que habíamos dejado esparcidos por toda la sala.
—Tu nana despertará en cualquier momento y los juguetes están en todas partes. Mira si tropieza con uno y le sucede algo —dijo Paul— no querrás eso ¿o sí, amor?
—A mí no me importaría —murmuró George y reímos.
—Eres un lindo ejemplo a seguir ¿sabías, Harrison? —le dijo Paul, no muy feliz.
—Yo no tengo la culpa de que ella apeste en su trabajo. ¡Sólo se le paga por dormir! —masculló George, desacreditando a la nana. Aunque en realidad lo que decía era cierto.
—¿Y a ti qué te molesta? No es tu dinero —le dijo John— además, mientras más tiempo duerma, mejor, así podemos pasar más tiempo con la princesita.
—En eso tienes razón—dijo George y luego comió una galleta. —Hey Paul, ¿por qué no nos acompañas un momento?
Paul suspiró.
—Bien —sonrió— sólo un momento —determinó y se sentó junto a nosotros, porque a él también le encantaba ver las caricaturas.
— ¿Saben de qué me di cuenta? —comencé a decir.
— ¿De qué te diste cuenta, corazón? —preguntó Ringo.
— De que ustedes son como mis propios Padrinos Mágicos. Yo sería Timmy Turner, mi incompetente nana sería Vicky, mis padres jamás están ¡y por eso aparecen ustedes! —expliqué y los chicos reían.
— No lo había notado... pero eso parece ¿verdad? —dijo John mientras reía.
— Excepto que ustedes no se transforman en peces, sino en fantasmas. Eso es mucho más genial —sonreí.
— O tal vez sí lo hacemos, pero aún no lo sabes —insinúo Ringo y comió una galleta. Yo hice lo mismo, olvidando que tenía un diente flojo. En un momento determinado comencé a sentir que masticaba algo que no se rompía. No era un pedazo de galleta... oh-oh.
— ¡Mi diente! ¡Mi diente! —comencé a gritar, asustada, mientras sostenía mi diente.
— ¡Es su diente! ¡Se le acaba de salir su primer diente! —exclamó John. —Paul, llevémosla al baño. Ringo, tráele un vaso de leche y George... ¡trae la cámara!
Ringo fue hasta la cocina y George hasta el cuarto, pero se tropezaron en la sala con los juguetes y cayeron.
— ¡Se los dije! —exclamó Paul.
—Oh ¡cállate, McCartney! —exclamó George mientras se ponía de pie y se frotaba una nalga. Luego volvieron a hacer cada uno lo que había ido a hacer. Yo estaba llorando y John y Paul intentaban consolarme.
—Tranquila amor, es muy normal que se te salga un diente —explicó Paul.
—Pero... Pe... P-pero mi boca sangr-sangra... —intentaba decir, pero no podía porque lloraba.
—Es normal que te sangre la boca también, princesita. Eso sucede cuando se te sale un diente, pero no es nada de qué preocuparse ¿o sí, Paul? —dijo John.
—En absoluto —afirmó él.
—Pero... mi diente... ya no lo tendré —continuaba llorando.
—Claro que lo tendrás, Cassie. Dentro de poco va a comenzar a crecer otro diente en su lugar, y ese va a ser para siempre —me dijo John.
— ¿Para siempre? —pregunté, calmándome.
—Claro que sí. En tanto lo cuides bien, ¿recuerdas que estabas hablando el otro día sobre lo importante que es cepillarse los dientes? —yo asentí.
—Ya verás que la próxima vez no será tan malo —dijo Paul, con actitud positiva.
— ¿Próxima vez? —Pregunté, horrorizada— ¿acaso tendré que pasar por esto otra vez?
—Bueno... sí, tienes que cambiar todos tus dientes... —explicó, y eso me hizo llorar desconsoladamente de nuevo. Paul se lamentaba. —Maldición, no... no, no, no, no, no, no...
—Bien hecho, McCartney —regañó John dándole un golpe en la cabeza. —No llores Cassie, por favor, no lo hagas —me imploró, abrazándome. — ¡Arregla tu desastre, Paul!
—Ven aquí, Cassie, ven conmigo —me llamó Paul, y mientras se sentaba sobre la tapa del retrete, me sentó a mí sobre su regazo. —No llores dulzura, no llores más, por favor —me suplicaba con su voz más dulce. —No hay razón por la cual estar triste. Al contrario, tendrías que estar muy feliz.
— ¿Por... por qué? —pregunté curiosa, intentando calmarme.
—Porque —comenzó a decir a la vez que me secaba las lágrimas con su dedo— sospecho que esta noche vendrá el hada de los dientes.
— ¿El hada de los dientes?
— Sí señorita, eso mismo. El hada de los dientes es una criatura maravillosa ¿verdad Ringo? ¿Verdad George? —les preguntó, viendo que habían llegado. Ellos afirmaron que así era.
— ¿Y qué hace el hada de los dientes?
—Lo que ella hace es ir a la casa de todos los niños que pierden un diente. Va mientras ellos duermen y les da dinero a cambio del diente.
— ¿En verdad? —pregunté entusiasmada.
— ¡Pues claro que sí! —exclamó Paul, contento. — ¿No es acaso cierto que cuando éramos niños, nos dio dinerales a cambio de nuestros dientes, John?
—Claro que sí, mucho dinero. Y lo hace con cada diente que se te caiga —respondió.
— ¿En verdad? —volví a preguntar.
—Por supuesto, amor. Lo único que debes hacer es colocar tu diente debajo de la almohada antes de dormir, y a mitad de la noche, ella aparecerá y te colocará el dinero en su lugar. ¿Qué te parece eso? —preguntó Paul.
— ¡No puedo esperar! —exclamé, contenta.
— ¡Genial! Ahora lo que debes hacer es enjuagarte la boca, así verás que no sangrará más -me aseguró John, y me acercó al lavamanos. Después de hacerlo, Ringo me dio el vaso de leche y George nos tomó una foto a todos, junto con mi diente. Más tarde esa noche hice lo que me dijeron los chicos, y al día siguiente, había dinero en mi almohada. Y mucho. Por supuesto que, al tener seis años, no había muchas cosas en las cuales gastármelo, por lo tanto, lo gasté en dulces. En muchos dulces que después me hicieron doler el estómago por algunos días, pero valió la pena aquel entonces.
Por cierto, quiero aclarar que los Beatles jamás me enseñaron a hacer trampa.
Aunque... hubo algunas excepciones.
Por ejemplo, cuando tenía unos... siete u ocho años, ingresé al concurso de deletreo de la escuela. Los chicos pensaron que sería divertido si llegase a competir, y yo también. Derrotar a todos los de mi clase fue pan comido en realidad, porque como me enseñaron a leer a una edad temprana, conocía más palabras que los demás. Luego tuve que competir con otros chicos de otras clases en la escuela, y como también gané, fui a las olimpiadas de deletreo estatales, lo cual finalmente me llevó a competir a nivel nacional. Ese día estaba muy nerviosa, pero los chicos me aseguraron que no había nada de qué preocuparse. Me dijeron que todo estaría bien, y que seguramente ganaría, pero que si no lo hacía, no me preocupe, ya que eso no era lo importante. No era una persona competitiva de todas maneras, así que les creí. Y todo iba bien, hasta que llegué a la final. Tras bastidores, el otro finalista, me molestaba. Era un niño más grande que yo al que "se le chorreaban los mocos y tenía gorra de idiota". O al menos así lo había descrito George. George podía ser un ser pacífico cuando quería, pero otras veces, podía ser realmente cruel. Y gracioso.
En fin, el niño me incomodaba, mientras que su madre estaba de pie junto a él, oyéndolo, sin hacer nada. Me fastidió tanto que en un momento determinado lo miré fijamente a los ojos, respiré hondo... y comencé a llorar. Sus insultos me entristecieron mucho... y enfadaron a los chicos.
—Niño tonto —espetó John, enfurecido. Pero no tan enfurecido como George.
—Hey, niño —le susurraba George al oído; claro que este no lo oía— ¿sabías que eres un mocoso desagradable?
—Caballeros —protestó Paul riendo y cubriéndome los oídos— no creo que debamos enseñarle esas cosas a Cassie.
— ¿Sabes qué debemos enseñarle a Cassie? Debemos enseñarle a patearle el trasero a este niño —dijo George apuntándolo.
— ¿Literal o figurativamente? —preguntó Ringo.
—Figurativamente. Dejemos lo literal para el futuro —aclaró John y quitó las manos de Paul de mis orejas. —Practiquemos un poco más ¿quieres, corazón?
Y eso hicimos. John me dio unas cuantas palabras más para practicar, y estaba lista para subir al escenario de nuevo. Debido a que me intimidaba bastante las miradas del público, los chicos subieron conmigo, sin que nadie los vea, por supuesto, y me daban apoyo. Estaba realmente nerviosa cuando vi que era el turno de aquel niño detestable y que, gracias a Dios, se había equivocado. Los chicos estaban contentos porque sabían que sí yo respondía bien, ganaría, y ellos podrían enrostrárselo al niño sin que lo sepa. Cuando dijeron mi nombre me levanté de mi silla y caminé pesadamente, mis pies arrastrándose mientras mi estómago se retorcía. Los chicos también me acompañaron hasta el micrófono. ¿Saben cuál fue mi palabra? Vascuence.
— ¿Pero esto es una broma? —Exclamó John— ¿le dan a una niña de siete años para que deletree "vascuence"?
— ¿A aquel niño zoquete le toca deletrear "desmayo" y a Cassie "vascuence"? —Exclamó George— ¿qué demonios es "vascuence"?
Ringo, que parecía un poco más calmado que los demás, me dijo al oído que pida que utilicen la palabra en una oración. La oración fue "El niño se apresuró al diccionario para averiguar qué significaba la palabra 'vascuence'".
—Bien, ya me hicieron enojar —dijo Ringo y observó al presentador, que era quien tenía las tarjetas con las respuestas.— ¿Sería muy malo que nosotros...? —comenzó a sugerir.
—No creo que sea un buen ejemplo —observó George, quien hace dos segundos no se preocupaba por eso.
—Es cierto, pero no quiero que gane el mocoso ese —dijo John, mirándolo de reojo. —Creo que no hay alternativa.
Paul suspiró y me susurró que "nunca nunca jamás de los jamases" vuelva a hacer lo que estábamos a punto de hacer ahora. Luego los cuatro se dirigieron hasta el presentador y leyeron sus cartas. Me aclaré la garganta y me acerqué al micrófono, repitiendo las letras que los chicos me decían.
—Vascuence. V-A-S-C-U-E-N-C-E. Vascuence —acabé de decir, y el resto ya lo saben. Lo que no saben es que hice caso a las palabras de Paul, y no volví a hacer trampa "nunca nunca jamás de los jamases". O al menos no que yo recuerde. Mi madre corrió a abrazarme al escenario y los chicos me hicieron una señal para que no diga nada al respecto. Si ya guardaba el secreto de que mis mejores amigos eran fantasmas, creo que podía guardar otro más. Puede que los Beatles no sean el mejor modelo a seguir después de todo, pero ¿a quién le interesa eso?
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