Capítulo 1
Capítulo 1
Era una noche tormentosa. Yo tenía cinco años y me encontraba al cuidado de una perezosa niñera, que no hacía más que dormir, por lo que no me extrañaba que lo estuviese haciendo en aquel momento, pero sí me atemorizaba. Las tormentas eran las que me atemorizaban en realidad. Corrí a despertarla para que me haga compañía, sin embargo no pude. La maldita tenía el sueño pesado. Les cuento esto con detalle porque por más extraño que parezca, esa fue una de las mejores noches de mi vida.
Decidí rendirme e ir de prisa al estudio de mi padre, que en estos momentos se encontraba trabajando fuera de casa. También mi madre. Ellos trabajaban mucho, mientras más horas de trabajo tenían, menos tiempo tenían para mí.
En el estudio de papá se encontraba el viejo tocadiscos. Actualmente nadie utilizaba tocadiscos, pero mi padre era un entusiasta de las antigüedades, y como aún funcionaba, escuchaba música de allí siempre. Escuchar el tocadiscos me recordaba a mis padres, y como los había visto un millón de veces utilizarlo, pensé que yo podría hacerlo también. No se veía tan difícil.
Tomé uno de los vinilos de mi padre. Tenía unos cuatro rostros dibujados en la portada que se fusionaban con un collage de fotos en la parte del cabello de cada uno. Pensé que era bastante genial, por lo que lo coloqué en el tocadiscos y dejé caer la púa suavemente. El aparato hizo ese delicioso sonido y luego comenzó a reproducir la música. Me gustaba bastante lo que oía, y se me hizo familiar, porque estaba casi segura de que mi padre ya lo había escuchado.
Sin embargo, por mucho que me gustara la música, no funcionaba. La tormenta parecía empeorar y yo solo suplicaba porque mis padres estuviesen conmigo. Me senté en un rincón del suelo y con mi rostro en mis rodillas comencé a llorar, pensando en que la tormenta destruiría mi casa. Que destruiría el techo y yo me mojaría mucho y me enfermaría. Por otro lado, también pensaba en que si caía un rayo junto a mi niñera esta seguiría sin despertar.
¡Tenía que pensar en un rayo! Justamente en aquel momento uno cayó en mi casa. En la habitación en la que estaba. A pocos metros de mí. Se abrió la ventana fuertemente y cayó un rayo sobre el tocadiscos, haciendo uno de los sonidos más estruendosos que había oído jamás. Me asusté tremendamente cuando, simultáneamente, se apagaron las luces. Lo curioso era que el tocadiscos continuaba con su música. Pero diferente. Tardé un poco en notar que la máquina estaba repitiendo una y otra vez un mismo verso de la canción:
"She said 'I know what is like to be dead
I know what it is to be sad'
And she's making me feel like
I've never been born"
("Ella dijo 'Sé cómo se siente el estar muerto
Sé lo que es sentirse triste'
Y me está haciendo sentir
Como si nunca hubiese nacido")
E hizo eso por un largo tiempo, asustándome cada vez más, haciendo que cerrara mis ojos. Mi llanto había aumentado porque le temía a la oscuridad, al repetitivo tocadiscos (que comenzó a reproducir ese mismo verso una y otra vez pero al revés), a la tormenta... Tenía tanto miedo, y me sentía tan sola, como era lo usual. Solo deseaba que alguien estuviese conmigo, y al parecer mis suplicas fueron respondidas de una manera inesperada.
De un momento a otro, las luces se encendieron nuevamente y yo abrí mis ojos para darme cuenta de que todo había vuelto a la normalidad. La tormenta se había disipado y el tocadiscos continuó con la siguiente canción. Me sorprendí al no ver nada destruido debido al paso del rayo por la casa, por lo que decidí acercarme a gatas hasta la ventana. Examine de cerca la ventana, el suelo y el aparato musical. ¿Cómo podía ser que todo estuviese tal como estaba? ¿Acaso lo había imaginado todo? No podía ser posible. La ventana estaba abierta de par en par, y yo no la había abierto, así que al parecer todo había ocurrido tal como lo recordaba. Decidí seguir inspeccionando el lugar cuando escuché una voz detrás de mí.
—Descuida niñita, no destruimos nada. Somos bastante organizados ¿sabes? —dijo la primera voz.
—No sé si organizados, pero no destructivos —dijo una segunda voz, mucho más grave que la primera.
Volteé para corroborar que había personas en la misma habitación. O algo así. Mis ojos se abrieron en gran medida, al igual que mi boca. ¿De dónde habían aparecido estas personas? Además... ¿era personas? Eran cuatro hombres de traje que parecían bastante humanos, pero su tez era pálida y transparentosa y tenían ese extraño brillo en todo su cuerpo. ¡Oh por Dios! ¡Eran fantasmas!
— ¡Son fantasmas! —deduje rápidamente. Me pareció muy coherente lo que decía, después de todo ¿quién no cree en fantasmas a los cinco años?
— ¡Vaya! Pensé que sería más difícil... esto ahorra tiempo —se alegró uno. Tenía unas cejas alargadas y una linda sonrisa de dientes puntiagudos, pero no me asustaba. Ninguno lo hacía. De hecho me parecían muy amigables.
— ¡Son fantasmas! —confirmé feliz, porque me recordaban a Casper, el fantasma que veía en las viejas películas de mis padres. Sequé mis lágrimas con las mangas de mi suéter. —Pero... ¿Quiénes son?
— ¿No nos conoce? —se preguntaron entre ellos.
— ¿No nos conoces? —preguntó sorprendido uno de ojos pequeños y cejas espesas. Era el que había hablado primero.
Negué con la cabeza.
— ¿Qué diablos? —dijo y uno de ojos somnolientos le dio un codazo. —Lo siento pero ¿qué demonios le enseñan a los niños en la escuela? —se quejó y el mismo chico volvió a darle otro codazo. Luego este se inclinó y se sentó frente a mí como los indios.
—Disculpa los modales, amor. Creo conveniente que antes de presentarnos nosotros, sería propicio conocerte a ti—dijo y con un ademán tomó el pañuelo que tenía en bolsillo de su saco y me lo dio. Sequé mis lágrimas con ese pañuelo, mientras me tranquilizaba porque ya no estaba sola.
— ¿Propicio? —pregunté, ya que esa palabra me resultaba desconocida.
—Quiere decir "groovy" —dijo el de las cejas alargadas, intentando ayudar.
— ¿Groovy? —pregunté nuevamente.
—Quiere decir que algo es bueno, genial o asombroso —aclaró el de los ojos azules.
—Ahhh —sonreí— Ya entendí. Me llamo Cassidy pero me dicen Cassie.
— ¿Y eres una princesa? —preguntó el de los ojos somnolientos. Yo negué con la cabeza — ¿segura? Porque Cassidy es un nombre muy bonito, de princesa. Y tú pareces toda una princesa.
Reí porque creí que él realmente pensaba que yo era una princesa, y eso me gustaba.
— ¿Cuántos años tienes, amor? —preguntó.
—Así —le indiqué con mis dedos.
— ¿Cinco? Esa es una buena edad. Yo me divertía mucho cuando tenía cinco. —me contó.
— ¿Cuántos años tienes ahora? —le pregunté, intrigada.
—Bueno, creo que tendríamos que presentarnos primero para responderte eso. Mi nombre es Paul, él es George —lo apuntó e hizo lo mismo con los otros dos — él es Ringo y él es John.
—Y somos los Beatles —dijo Ringo.
— ¿Beatles? —pregunté. No los conocía pero ese nombre ya lo había escuchado en alguna parte.
—Así es, y no es por presumir, pero somos la mejor banda del mundo —se jactó John.
— ¿En verdad? —dije maravillada. ¡Estaba con la mejor banda del mundo!
—Por supuesto. Y si alguien te dice lo contrario, es un asqueroso mentiroso o un fan de los Rolling Stones —afirmó George.
— ¿Rolling Stones? ¡A esos sí los conozco! —exclamé, y pude ver sus caras de sufrimiento.
— ¿Oyeron eso, amigos? Directo al ego —dijo Ringo mientras se tocaba el pecho con una mueca de dolor.
—Esperen... —medité unos segundos— ¡ya sé dónde los vi! —exclamé y me puse de pie para buscar entre los vinilos de mi padre y encontrar el que estaba escuchando hace unos minutos. Señalé sus rostros en la portada— ¡Son ustedes! ¿Verdad?
—Así es. ¿Has escuchado nuestra música? —preguntó John.
—No en realidad... pero hasta recién los estaba escuchando, y me gustó mucho. Así de mucho —dije y abrí mis brazos para estirarlos hasta más no poder. Ellos rieron.
—Pero si eres una lindura —dijo él y los tres se inclinaron y se sentaron en el suelo, junto a mí. —Escucharás mucha de nuestra música, porque no tenemos intención de irnos.
— ¿Por qué no? —pregunté.
—Porque vinimos por ti —explicó Ringo, sonriendo. —Sabemos que pasas mucho tiempo sola y eso no está bien para una niña de cinco años. Tus papás te quieren pero están muy ocupados. Tu niñera no es muy buena en lo que hace así que nosotros vinimos a cuidarte. Vinimos a ser tus amigos y quedarnos aquí todo el tiempo que sea necesario. ¿Qué te parece la idea?
— ¿De verdad? —pregunté y asintieron. — ¡Eso es muy... groovy! —ellos rieron.
—Pero debes saber que nadie más que tú puede vernos.
—Y no puedes decirle a nadie que nos ves. ¿Entendido? —quiso corroborar George, pero yo tenía una gran duda que debía ser respondida cuanto antes.
— ¿Y pueden atravesar cosas? —curiosee.
— ¿Cómo? ¿Así? —dijo y acto siguiente, atravesó su mano en el estómago de Ringo, y a este le dio cosquillas. —Pero también podemos materializarnos —continuó explicando, y los cuatro se materializaron. El brillo que tenían había desaparecido y ya no podía ver a través de ellos. Parecían personas comunes y corrientes. —Y también podemos desaparecer —terminó de decir y desaparecieron por unos segundos. Luego reaparecieron. —Pero siempre volveremos —sonrió. Yo estaba fascinada.
— ¿Y por qué hablan tan extraño?
—Oh, eso es sólo el acento de Liverpool. Somos ingleses. ¿No te gusta cómo hablamos? —preguntó Paul, poniendo ojos de perrito.
—Sí, me gusta mucho —reí.
— ¿Mucho, mucho? —preguntó.
— ¡Así de mucho! —exclamé y volví a estirar mis brazos hasta más no poder, como había hecho la última vez. Ellos se alegraron.
— ¡Hey! ¡Hablamos lindo! —exclamaban contentos. Eran muy simpáticos y me emocionaba la idea de que sean mis nuevos amigos. En ese preciso momento oí un sonido proveniente de la puerta y me di cuenta de que se había abierto. Mi niñera estaba frente a mí y le extrañó lo feliz que estaba.
—Pensé que le temías a las tormentas, ¿por qué tan feliz?
Yo me congelé, pensando que había visto a los muchachos que conversaban conmigo. Ellos parecían relajados, pero yo les hacía señas para que se vayan porque mi niñera los vería. Claro que desde el punto de vista de ella, yo le estaba haciendo señas al aire.
— ¿Qué haces? ¿Estás bien?—preguntó extrañada al ver mi conducta. Luego recordé lo que me habían dicho de que solo yo podía verlos, y me calmé.
—Sipi, estoy súper —asentí rápidamente. Ella continuó observándome.
—Debes ir a dormir, ya es tarde. Antes cepíllate los dientes ¿bien? —me indicó.
—Lo haré —sonreí. Ella se retiró y yo suspiré.
— ¡Pensé que los había visto! —exclamé. —Tengo que ir a dormir —me quejé.
—Tienes razón, ya es tarde para que estés despierta —dijo John fijándose en el reloj de pared.
La tormenta ya había cesado hacía rato. Era de noche y yo había comenzado a bostezar. Les pregunté en donde dormirían y me dijeron que ellos iban a dormir a otra dimensión, a un lugar que yo desconocía, pero que no estaba mal. Mi cansancio hacía que mi curiosidad disminuyera lentamente, por lo que no les hice más preguntas al respecto, pero les hice prometer que me contarían sobre ese lugar, con detalle, otro día. Me despedí de ellos y antes de abrir la puerta del estudio, con mi mano en la perilla, pregunté:
— ¿Estarán conmigo por siempre?
—Por siempre es mucho tiempo ¿sabes? —me dijeron, para no hacer promesas que no podían cumplir. —Pero puede que sí.
— ¿Serán mis amigos por siempre? —pregunté, porque a esa edad era lo único que sabía hacer: preguntar.
—Por siempre y para siempre —prometieron los cuatro con la mano en el pecho. Y a partir de esa noche, nunca más volví a temerle a las tormentas, porque ya no estaba sola.
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