Capítulo 10: Dulce Agonía
Un mes... Un mes de agonía y sufrimiento manteniéndose en mi interior mientras trabajo con una sonrisa falsa para los clientes del bar que tanto empeño le he dado para ser una buena líder.
Todo este tiempo he estado pensando en irme con ella a Francia, pero al recordar sus disculpas, siempre me echaba atrás y no aceptaba la compra digital de aquel billete de avión.
Marth y Ricky fueron pilares importantes en estos días, apoyándome y diciendo que hay muchos peces en el mar, pero ellos no saben que el pez dorado se había ido.
Aun así, me intentaron animar sin parar, visitándome todos los días para charlar de cualquier cosa que me alejase de ella. Imposible.
Siento que les robo todo el tiempo de su matrimonio para estar a mi lado y eso no debe ser así. No tendrían que preocuparse por mí. A pesar de que parezco débil, los diamantes no nos rompemos con cualquier herramienta. Soy casi inquebrantable.
Manteniendo mi compostura, hago recuento de las existencias en el almacén y hago unas cuantas llamadas para pedir algunas cosas antes de que se acaben.
La puerta toca la campana, avisando de que alguien ha entrado, y le atiendo de inmediato, sin parar de mirar la libreta.
—Bienvenido al Holly's Dream, ¿qué le sirvo?
—Un café junto con tu compañía —levanto la mirada y me sorprendo al verle aquí, ya hace tiempo que no nos encontramos.
Podría haber hablado con él en la boda, pero los sentimientos no dejaban en aquel entonces.
—Dichosos los ojos, Jacob. Hace tiempo que no te veo.
—¿Verdad? Me alegro de verte. No hablamos en la boda de Ricky y Marth, así que pensé en tomarme un café y, de paso, hablar contigo.
—Claro. Siéntate en alguna mesa y te llevaré el café —sonrío, no me esperaba que una visita me hiciera sonreír, seguro que me cuenta cosas muy alegres, no como mi corazón.
Un par de minutos después, el café está listo. Se lo llevo, me siento delante suya y comenzamos una discusión que se esperaba desde hace mucho tiempo.
—Así que dueña del Holly's Dream, ¿quién lo imaginaría?
—Suerte de la vida.
—Algo así. Cuéntame, ¿qué has hecho todo este tiempo que no hemos hablado?
—Algo así como estar deprimida.
—Por Gloria, ¿verdad?
—Parece que lo sabe todo el mundo.
—Eras transparente en aquella edad. Ella no lo notaba, pero nosotros sí.
—Porque sabíais mi orientación sexual, ella no se lo imaginaba y mira lo que ha pasado.
—Jennifer, no eres la única que sufre de amor —baja el rostro, apenado por recordarlo, o eso parece.
—¿Por qué lo dices? ¿Qué pasó? —tanto tiempo sin vernos da mucho para lo que hablar y muchos actos que no dieron lugar a la charla.
—Yo... Tenía una novia genial, coincidíamos en algunas cosas y nos amábamos. Besos y caricias, paseos nocturnos y salidas a lugares que eran especiales para mí. Pero, de repente... —se queda callado, teniendo el vaso de café en las manos, calentando sus palmas—. Se fue.
—Jacob... Lo siento.
—Tenía una enfermedad cerebral. Me quedé a su lado mientras los médicos hacían lo que podían para mantenerla con vida y curarla. Día y noche, agarrando su mano con una sonrisa llena de esperanza. Pero esa esperanza se fue al día siguiente.
—No se pudo hacer nada, ¿verdad?
—No les dio tiempo. Pero... Hoy en día recuerdo sus últimas palabras, que siguen afectando mi interior y alegran mis días.
—¿Qué te dijo?
—Jacob, sé que encontrarás a alguien mejor que yo, porque yo no te merezco, no merezco ninguna de tus palabras cariñosas, ni tus sonrisas. Te mereces a alguien mejor que mi persona. Aun así, te agradezco todo lo que has hecho por mí. Me has enseñado la verdadera felicidad y espero, de todo corazón, que tú lo seas en un futuro no muy lejano.
Palabra que jamás se pueden olvidar. Su dolor no lo puedo compartir, yo no la vi irse delante de mis ojos. Aun así, le doy mi sentido pésame sin decirlo, aunque intuye que lo estoy dando.
—Todo eso mientras le dolía la cabeza, sus últimos minutos de vida mientras la veía fallecer con lágrimas en los ojos.
—Debió de doler verla ahí, con los ojos cerrados.
—Lo fue. Y, la verdad, no tuvo ninguna pizca de error. Ahora tengo una novia que comparte mis mismos gustos. Bueno, casi todos. La amo con locura y, siempre que puedo, visito la tumba de aquella mujer que me deseó lo mejor.
—Y yo no estuve ahí para apoyarte.
—No importaba. Tenía que enfrentarlo solo. Todos lo hacemos, ¿no? —tiene razón, él superó su dolor y encontró a otra mujer que le hace feliz, en cambio, yo estoy trabajando y llorando en mi cama por lo que nunca sucederá.
—Sí, supongo —observo la calle, tan ajetreado como siempre.
—Creo que debería irme —se levanta, dando el último sorbo al café y dejando dinero en la mesa—. Quédate con el cambio.
—No, esta invita la casa —agarro el dinero y se lo devuelvo.
—Insisto —cierra mi mano con el dinero dentro—. Ya, si eso, invitas la próxima, pero ahora tienes que atender a una persona —sonríe de oreja a oreja, saludando detrás mía—. Cuanto tiempo, hermosa.
—Para hermoso ya estás tú —esa voz no es real, te la estás imaginando de nuevo, Jennifer.
Hago que no la he escuchado y vuelvo a la cocina, donde el cocinero está totalmente quieto, ya que no hay ninguna comanda específica para él.
Dejo el vaso de café en el fregadero y me doy la vuelta. Su figura es inesperada.
—Jennifer...
—Por favor, vete —suplico en lágrimas que se asoman.
—¿Qué? —su mirada detona preocupación.
—¿Por qué te sigo viendo? Me dueles, me sigues a todas partes y me atormentas. Sé que pude haber ido contigo, pero deja de vestirte de ella y vete.
—Jennifer, soy yo, de verdad.
—No eres Gloria. Eres mi subconsciente intentando que me golpee por ser una estúpida —sollozo delante de mi imaginación.
—No soy tu subconsciente. Soy real. Gloria, la única y cuyos pensamientos no conoces, al menos algunos.
—Ella está en París.
—Y he vuelto para trabajar aquí, creando modelos para la pasarela.
—No es verdad. No estás aquí.
—¿Cómo quieres que te haga entrar en razón?
Me acerco a ella lentamente. Alzo el brazo, acaricio su mejilla y noto como su piel se moldea con mi tacto. Ese tono chocolate que tanto deseé rozar cuando la vi irse.
—¿Por qué te fuiste?
—Yo... —no responde de inmediato—. Quería hacer que mi trabajo fuera permanente en esta ciudad. Cuando me besaste, mi instinto me dijo que me fuera. No quería irme, pero debía.
—Me hiciste daño.
—Lo sé, y lo siento. Mi decisión te ha llevado a la soledad sentimental. Siento ser la creadora de ello, pero debía hacerlo por mi sueño.
—Escuché que viniste para no volver a irte.
—Iba a dejarlo todo, pero cuando hablamos en la boda cambié de parecer. Que estuvieras en el aeropuerto fue un contratiempo. No debía ocurrir, tenía que ser casi indoloro para las dos.
—Pues no fue así. Te demostré que te amo en el aeropuerto y solo te disculpaste. ¿Qué indoloro puede ser eso?
Se acerca y me besa suavemente, deslizando sus labios como si de una golosina se tratasen mis labios. Al separarse, sus palabras no son muy acertadas, pero al menos suelta algo.
—Para que, cuando volviese y te besara, pensaras que estás en el cielo —sin darme cuenta, mis brazos la atrapan para tenerla pegada a mi cuerpo.
—Siempre... —intento formular una frase, ella lo completa.
—Siempre seré tu princesa. Sé que lo seré —apoya su cabeza en mi hombro, nuestros cabellos se enredan y su aroma a vainilla se adhiere a mí.
—Por favor, no te vuelvas a ir.
—No me volveré a ir, porque he vuelto para no irme.
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