ten.

Hundido en el colchón de la cama, cómo de costumbre, se encontraba el castaño. Miraba las estrellas florecientes que estaban pegadas, mientras pensaba en aquellas que estaban en el cielo. Para que una estrella naciera, se necesita hidrógeno, gravedad y tiempo, aproximadamente un millón de años. Ian se cuestionaba si en todo este tiempo que Alissa había estado ausente, una estrella había nacido o había muerto. Le resultaba irónico como sentía que el mundo se le caía encima, pero estaba perfectamente bien. Todo seguía su curso, todo seguía las leyes de la física y cumplía con su destino; todo menos él.

Estiró su brazos y suspiró. Se había tomado los medicamentos que le había recetado la doctora, no porque le hicieran bien sino porque su madre lo obligaba a tomarselos. Estos hacían que su cuerpo se sintiera liviano, acostado en su cama sentía que flotaba. No comprendía como los astronautas soportaban esa sensación cómo la microgravedad les resultaba algo increíble. Claro que él no estaba flotando, pero de todas maneras le resultaban extraños los gustos de algunas personas.

Las últimas ese había sido el resúmen de su día; tomarse los medicamentos después de una discusión con su madre y mirar las estrellas de su techo con esa molesta sensación de estar flotando. Era lo mismo todos los días, sin excepción, se medicaba y luego flotaba hasta que caía en profundo sueño en el que parecía no descansar. Toda la situación era agotadora para él, le resultaba más fácil intentar comprender las confusas acciones de Alissa.

La puerta de su habitación se abrió y las bisagras emitieron su usual chillido, pidiendo a gritos ser lubricadas. Ian ladeó su cabeza con su mejor cara de fastidio y se sorprendió al ver a Alissa en la entrada. Cerró sus ojos e inhaló profundamente, no era la primera vez que creía verla. Abrió lentamente sus ojos, preparándose para la decepción de ver que solo era una ilusión. Pero no fue así, ella realmente estaba ahí, tan hermosa y radiante cómo la última vez que la vió.

–Alissa, estas aquí –balbuceó Ian, intentando sentarse, pero los medicamentos había comenzado a hacer efecto y se sentía pesado.

–Tranquilo, quédate ahí –le susurró ella.

Alissa removió sus converses, quedándose en una medias verdes con dibujos de quesos, que a Ian le resultaron algo horrible de ver. Ella se acostó junto a él y él se acomodó sobre su costado para poder verla. Su pecho latía con mucha fuerza dentro de su pecho, estaba tan feliz de verla y tan arrepentido de haberse tomado aquellos medicamentos. Sus párpados pesaban y eso le irritaba porque sabía que en cualquier momento se dormiría. La vida tenía un pésimo sentido del humor, nunca se cansaría de decirlo, después de un mes, ella estaba allí y él se dormiría en cualquier momento. Hasta cierto punto, todo era bastante cruel.

–¿Qué haces aquí? –le preguntó Ian, intentando no dormirse.

–Vine a verte.

–En serio, ¿qué es lo que quieres? –le preguntó con un poco de molestia. Ella pudo haber venido mucho antes si de eso se trataba.

–Quiero un cigarro, o un beso tuyo; lo que me mate primero...

Ella apartó los rizos que caían sobre los ojos verdes de Ian, y con delicadeza, descendió sus manos hasta el cuello de Ian. Se acercó suavemente y presionó sus labios sobre los de él, en un simple beso que alborotó cada uno de los átomos que formaban al castaño. Él no dudo en devolverlo, ni siquiera por momento. Con la misma sutileza de la pelirrosa, la besó y acarició su cabello rosa.

Aún sabiendo que ese beso terminaría con él, permitió que la alegría explotara en su pecho cómo una supernova.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top