Magia...

Si era sincero, su opinión al respecto era ambigua en varias formas, tanto porque ya había visto demasiadas cosas a lo largo de su vida como por el simple de que preocuparse de más no siempre era lo suyo.

Vivía el momento, fuese bueno o malo. No se hacía ilusiones, ahorrándose decepciones y recibiendo sorpresas en el camino.

Manejarse de ese modo le daba la libertad que siempre había deseado y defendido, pero... Existían ocasiones en las que deleitarse en sueños lo atrapaba incluso a él.

Momentos marcados en su vida por encender su corazón y llevarlo a la fantasía de un posible final feliz.

Siendo sincero, nunca tuvo algo que realmente terminara así, pero la sensación de una creciente posibilidad era lo que alimentaba dicha ilusión mientras lo vivía.

En medio de uno de esos oníricos momentos tuvo a uno de sus hijos; en otro pudo encontrar la chispa de alegría antes de caer al infierno; y en otros él mismo se vio forzado a despertarse para no perderse en una pesadilla.

Todas y cada una de esas experiencias fueron mágicas a su manera, y las disfrutó todo lo que duraron.

Esta vez... Volvía a caer en aquella magia ahora de aroma otoñal, y con la persona que menos hubiese esperado.

Scott...

Nunca siquiera se imaginó envuelto en algo como esto, y aunque las chispas que encendían su corazón eran tan joviales como en cada ocasión anterior, a veces aun le costaba creer que terminó posando sus ojos en aquel ojón de rostro bonito con el que discutía tanto.

Tal vez la magia sí que existe, eso algo así explicaría su actual situación, suspirando por un mocoso que lanza rayos de sus ojos.