El amor es algo amplio y subjetivo en cierta forma.

Cada persona lo experimenta y vive muy a su manera, difícilmente se encuentra a otra persona que haya compartido al pie de la letra cada una de tus experiencias.

No es igual para todos, y existen diferentes formas suyas.

Cada vida lo define a su propia forma.

Y cuando se ha vivido prácticamente 200 años, casi podría asegurarse que conoció el amor en cada una de sus formas, aunque Logan llegaba a dudarlo.

¿Un hombre como él realmente podía tener tanta suerte para el amor?

No podía negarlo ni afirmarlo, su mente aun seguía incompleta. Sabía que amó en variadas ocasiones, pero no conocía el final de todas esas historias.

A veces ni siquiera si hubo un principio.

A veces solo encontraba matices de lo que fue, aunque los atesoraba de una manera única.

Recordaba cada encanto con anhelo y cariño, sin buscar compararlos unos a otros, sin ponerse a pensar cual relación fue mejor o peor. Eso era tonto y absurdo, y quienes creyeran que lo que hacía era imposible, que vinieran a hablarles luego de llegar a su edad.

Era posible amar, conservar ese amor como un recuerdo cuando ya no esté y aun rememorarlo con cariño tiempo después, incluso si un nuevo ciclo de amor ha empezado.

Logan lo sabía muy bien.

Actualmente... Había conocido un nuevo amor.

Joven, terco, lleno de nuevas metas y con quien al fin podía compartir entre risas unos tragos.

Alguien que lo volvía loco y abría su corazón a un nuevo concepto.

Scott Summer.

Lo vuelve loco.

Lo hipnotiza.

Lo hace dudar entre golpearlo o besarlo.

Y más que nada, lo hace creer en el amor una vez más.