[10] Remedy

CAPÍTULO 10
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—¿Arthur?— llamó la pelinegra, asomándose sobre el hombro a donde el Atlante perdía la mirada hacia el tridente plateado en sus manos.

Girando por encima de su eje, tan similar a él, destinados a algo y aún sin hallar el motivo ni la circunstancia. Por lo que dejó sin explicaciones suficientes a la periodista, quien seguía con la vista puesta en los enormes cristales quebrados del punto más alto, justo donde el faro permanecía intacto. El desastre todavía se divisaba, los vestigios de hogares eran arrastrados al retroceso del océano, reclamando lo que a su paso se llevó y ahora le pertenecía. Asemejándose tanto a uno de sus recuerdos de niña en la costa. Trayendo de vuelta la vívida imagen del desastre y sus penumbrosas consecuencias.

Sin la más minuciosa pizca de humor, optó por caminar alrededor del tan disminuido espacio encima de los restos de la casa, mirando de soslayo en busca de vida en los ojos del gran hombre, trazando círculos por el material del afilada arma. Posiblemente culpándose, recordando o planeando, nadie sabría con certeza el paradero de los pensamientos de Arthur Curry. Un hombre de pocas palabras, sumido no solo en sus cavilaciones, sino en lo que su corazón le hacía devolver.

—¿Ahora qué?— soltó el inconfundible tono molesto de la misma mujer cuyos nervios rozaban el techo.

Al no recibir respuesta por parte de la persona a la que requería escuchar pegó fuertes palmadas sobre sus muslos, despertando al otro de su sueño en vida. Atrayéndole la mirada a donde ambas convergieron un eterno momento, ensimismadas por un propósito y llevadas al límite con solo horas. Dos vidas difiriendo una de otra, y sin embargo, hallándose al final del camino a dónde comenzaría el primer día del infierno.

—Estoy aquí de pie, empapada— acusó, plantando el índice severamente señalando hacia el suelo—. Y exijo que tú, Arthur, me digas, ¿que carajo se hará para detener esto?

Se le entrecortó la voz una vez llegó al final de la oración, perdida sin remedio en el infortunio flotando en los orbes del moreno, incapaz de apaciguar la duda y sus remanentes. Evadió las discusiones innecesarias. A ella no parecía factible ganarle un debate, siempre hablaría al final y sacaría más de un argumento en contra de todo lo que abandonara su boca y todo eso se debía al estrés.

—Si lo que dijo la mujer en el apartamento es verdad, entonces detén este genocidio antes de que rebase los límites— señaló, formándosele lágrimas picando por salir.

La imponente figura de Arthur se irguió, haciéndole frente a la de Morgan, quien ni se inmutó. Permaneció plantada en su sitio, mirándolo a los ojos como solo sus agallas se lo permitían. Temerle a un hombre no estaba escrito en su código genético, incluso si se trataba de un atlante doblándole la estatura y fuerza.

—No seré rey por capricho de nadie— musitó contra su cara, bufando cual toro contra los largos y rizados cabellos cobrizos cayéndole a los extremos del rostro—. No sirvo para eso.

—¿Dejarás que mueran personas por tú capricho?— hundió el índice a su pecho, entre los pectorales, enarcando la ira en cada mirar tras enfatizar sus palabras bruscamente ofuscadas.

El enorme hombre de aspecto sombrío infló las mejillas de rabia, apretando los puños de solo pensar en lo que sucedería si Orm continuaba con ímpetu a destruir la superficie antes de invadirla. Morirían miles si se lo permitía, pero la única manera de pararlo no estaba en ser rey, sino enfrentándolo de tajo. Necesitaba una lección a la antigua, ver que los humanos no eran tan malos como parecía, que todo eso que su padre profesó no eran más que viles mentiras con tal de lastimar a Atlanna.

—Protegeré a los que hagan falta.

Tom Curry miraba la carnicería desde la distancia, únicamente consciente de la puerta abriéndose a la figura de un viejo amigo de su madre, consejero real y entrenador de Arthur durante su adolescencia, Vulko. Junto a él permaneció Mera, radiante como siempre, echando una breve ojeada, deteniéndose a donde discutían la mortal y el heredero por lo que pasaría después.

—Sigues siendo igual a como te recuerdo— comentó quien se detuvo frente a la puerta. Su voz fue ronca, le hizo falta emoción como en aquellos días cuando Atlantis todavía buscaba ser una ciudad y no un imperio.

Tanto el moreno como la azabache quedaron en completo silencio, girándose expectantes hacia donde provenía la voz. Él no tardó en reconocerla un instante posterior a escucharla, mientras que Morgan lo único que reconoció fueron los largos cabellos rojos despidiendo humedad.

—¿Que haces aquí?— cuestionó boquiabierto.

—También me da gustó verte, Arthur.

Morgan, indignada y melancólica acomodó la húmeda chaqueta sobre sus hombros, a punto de preguntar por su salida.

—¿El agua terminó de descender?

—Aún fluye, pero ya no es capaz de arrastrar más cosas a las profundidades— mencionó la pelirroja cruzada de brazos sobre el pecho.

—Le agradezco su cortesía señor Curry, con permiso.

Su despedida fue breve, marchándose por la puerta con los puños cerrados y las lágrimas de impotencia inundándole los ojos. Realmente no sabía como sentirse respecto a todo eso, tampoco sabía con certeza el desenlace que enfrentaría ella y su ciudad, pero lo que sí sabía era que si no se hacía algo, todo eso terminaría peor de cómo comenzó.

—Mierda— bramó, avanzando a la salida con pasos apresurados y nerviosos.

Mera lo detuvo tomándolo de la ropa, jalando tan fuerte que le hizo retroceder sin alcanzar a tocar el arco de la puerta. Dedicó una mirada desaprobadora a la mujer, atentando con volver a intentarlo, siendo esa única vez Vulko quien pudiera detenerlo.

—Ella no forma parte del destino de Atlantis— siseó, resintiendo otro jalón por parte de la pelirroja—. Tú si.

—No entienden, ella no...

—Orm lo sabe— rechistó la misma—. Sabe de la mortal que te salvó cuando las armas atlanteanas tuvieron que haberte pulverizado.

—Tengo que ir con ella— repuso, alternando la mirada desde su padre hasta la puerta, contando el tiempo transcurriendo desde su salida.

Volvió a pararlo, esta vez con la mano en el pecho.

—Quien no lo entiende eres tú. Si te encuentran con ella no solo los apresaran a los dos, sino que sufrirán por la misma mano las consecuencias impuestas por tu hermanastro.

Calló, relajando los músculos de su cuerpo mientras inhalaba profundamente el oxígeno a su alrededor.

—¿Que sucederá si solo la atrapan a ella?

Muy profundamente lo sabía, sin embargo, deseo que las palabras mágicamente cambiaran a su favor. Que de alguna manera la vida de Morgan pudiera preservarse segura en su hogar mientras él se encargaba de todo ese desastre, pero no fue así, la realidad era mucho más mórbida.

Morgan no solo sería asesinada por Orm frente a los pobladores de la ciudad acuática.

—Sufrirá lo mismo que tú madre.

Sino que iría directamente a las profundidades.

Lamento mucho que este capítulo sea tan horrible, agh. Pertenece al grupo que edité en la madrugada. Juro mejorar y dedicarle el mejor capítulo a unas personitas muy especiales.

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