[08] Not All Men Are Mighty

CAPÍTULO 8
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Obligó a su cuerpo a nadar contracorriente, cansando de más todos los músculos de su anatomía. Al mirar aún debajo del manto oceánico la inmensa ira de las olas a nada de eclosionar en el que sería el mayor desastre que la ciudad sufriría, sin embargo, era tarde para detener el inminente golpe a la costa, pero todavía quedaba tiempo para arribar al faro y salvar dos vidas.

Apretó los dientes, viéndose más lento que el agua por primera vez en toda su vida. Sintió la frustración carcomiéndole la cabeza, presionándose a escalas inimaginables, alcanzando un estado irrefrenable. Atrofió sus músculos en cuanto alcanzó la primera gran roca cerca del muelle, entonces los vio. Ambos corrían a la camioneta, cerrado ventanas manualmente, arrancando accidentalmente una de las palancas, quedando una más abajo que la otra. La entrada del agua por ese orificio sería mínima, si el caso fuera que el impacto no rompiera todos los cristales.

—Sujétese bien— sugirió, pasando las manos a los extremos, agarrandose del soporte ubicado en la parte baja del asiento.

Tom pareció abrumado con la situación. Miró la ola acercarse peligrosamente a ellos, amenazando por arrasar todo lo que a su paso se interpusiera.

—¿De donde?

—De donde sea— masculló, arrancándose los pellejillos de la resequedad en los labios, sacándose de uno una muy prominente estela de sangre sabor óxido.

El fragor del océano contra la arena hizo retumbar el suelo y consigo la camioneta, levantándola tras el severo impacto que dejó los cristales agrietados, así mismo el agua se coló por la ventanilla entreabierta, empapando a la pelinegra en sólo segundos. No obstante, para ese entonces apenas recobraba la conciencia después del golpe. De la cabeza salía el líquido ardiente, deslizándose imperioso por su ojo, obstruyéndole la vista al inmenso desastre arremolinándose ante su atenta mirada. Los vestigios del hogar de los Curry eran visceralmente arrancados de la casa, ahogando los recuerdos en las profundidades del gigante más temido.

El faro se mantuvo en su sitio, mostrando la semblanza de su figura arquitectónica, buscando sostén en la parte más firme de la colina, mientras que el vehículo navegaba en remolino, bajando lentamente el agua, pareciendo un lugar más seguro a pesar de la fuga de agua que ya les llegaba a los tobillos.

Un impulso debajo del vehículo hizo temblar el acero y a sus tripulantes, que en abrir y cerrar de ojos estuvieron de vuelta a la superficie, sobre una de las colinas libres del ataque, mirando el poder destructivo del mar, causando estragos en el pueblo contiguo y de ahí a la ciudad. Aplastando autos entre sí, arrancando ventanas, muebles y hasta personas. Tom bajó, dejando a Morgan dentro, luchando por encender el móvil entre sollozos ahogados que pronto se volvieron gimoteos contra el volante.

Kevin seguía en su departamento, el móvil no le funcionaba y la duda estaba matándola, aplastándole el esternón entre gemidos guturales al caer las lágrimas en su regazo. Se sintió una mierda por dejarlo ahí sin explicación, era su mejor amigo y lo traicionó por una jodida historia.

Arthur arrancó la puerta del lado de Morgan sin meditarlo antes, mirando preocupado a la mujer sin intenciones de erguirse. Seguía sin decir ni una palabra, estaba mal, perdida en sus cavilaciones sin encontrar la única salida de pie a su lado, mirándole la mano sosteniendo el aparato muerto, frito y prácticamente inservible, ni el arroz podría quitarle toda esa agua.

—Tú cabeza está sangrando, déjame ver— pidió con voz suave, pasando delicadamente los dígitos debajo de su barbilla, haciendo que elevara el rostro y sus lágrimas fueran descubiertas.

Su rostro era blanquecino y sin embargo, se halló lacerado por el paso irreverente de las lágrimas, replegando las incómodas y ardientes venas en sus globos oculares, opacando el azul de sus iris entre el inmenso vigor que sus emociones proyectaban. Era una mujer fuerte que por el momento dejó libres todos los incómodos sentimientos a la vista de un Atlante que de eso entendía poco, pues en lo que llevaba de vida en la superficie jamás supo llorar como ella lo hacía, en su defecto, liberaba todo lo que aprisionaba su corazón en el océano, nadando en espera de que la presión de la zona abismal le quebrara los huesos y explotara sus pulmones, pero en su lugar se encontró inmune a la presión, más no a las armas atlanteanas que esa misma noche le descubrieron allanando territorio de Atlantis.

Orm supo que seguía con vida y Arthur encontró paz momentánea en los orbes cristalinos de la periodista, pero, ¿quien no? Todo hombre que mirara a sus ojos terminaba embelesado por la manera en la que sucumbían a lo que sus deseos pedían, entre ellos se encontraba su ex novio, un interés amoroso que amargó su corazón, desapareciendo todas las expectativas por salir a flote nuevamente.

—¿Quieres hablar de esto?— intrigó, bajando ligeramente la vista a la de ella.

—¿Ahora?— cuestionó con la mirada puesta en el inservible aparato.

Sujetó el móvil y con toda la furia reprimida lo lanzó al acantilado. Arthur abrió los ojos como platos ante tal acto espontáneo, que no logró quitarle la expresión decepcionante del rostro.

—Abandoné a Kevin— musitó con un hilo de voz—. Dejé a mi mejor amigo solo con un jodido desastre natural a la vuelta de la esquina— masculló, señalando los rezagos marinos retrocediendo de vuelta al océano.

¿Como amenizar la situación? ¿Como calmar a una fiera? Esas y muchas más eran las cuestiones que aquejaron la cabeza de Arthur, cuando entre todo eso lo único que le concernía era ella, no ningún Kevin, solo ella, quien lo salvó sin dudar y que ahora, como le sucedía a él, su cabeza tenía precio.

—Escúchame— habló, limpiándole la sangre de la parte superior de la ceja.

—Arthur, no lo entiendes. No pude llamarle por teléfono, no pude advertirle. Estoy entrando en una crisis— rechistó, perdiéndose en la mirada del otro.

—A veces solo basta con confiar— murmuró, peinándole las hebras oscuras y goteantes detrás de las orejas.

Suspiró.

—¿Y que se supone que haremos ahora? ¿Caminar?

—Pues si sabes caminar sobre el océano, anda, por mi no hay problema— señaló en tono burdo, sacándole aunque fuera una ligera pero lánguida sonrisa.

Levantó la vista hacia su padre, mirando el horizonte con cierta nostalgia. Recordando todos esos días cuando aún sonreía con la mujer que le prometió volvería.

Jamás se cumplió, ni se cumpliría. Atlanna estaba muerta y él lo sabía, ambos lo sabían.

—Te juro que la repararé— impuso, recargando la mano sobre su hombro, uniéndose a escrutar el sol y su incandescente luz a punto de meterse.

Tom calló, pensando en algo mejor que una lamentación absurda.

—Tú madre siempre dijo que eras especial, Arthur— susurró sin mirarlo—. Y yo he presenciado todo lo que tú poder es capaz de lograr.

—¿A que quieres llegar con esto, papá?— cuestionó confuso, frunciendo el entrecejo.

—Toda esa gente te necesita.

Lo sujetó por los brazos, dándole una buena zarandeada.

—No necesitas ser el hombre que se emborracha hasta perderse, no, hijo— alzó las comisuras, pintándosele una hermosa y cálida sonrisa—. Puedes ser más que eso, puedes ayudar sin pedir nada a cambio. Puedes cambiar al mundo, Arthur. Solo hace falta que lo quieras.

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