[05] Traitor
CAPÍTULO 5
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—¡Arthur, espera!— vociferó, haciendo a su esbelta figura saltar sobre los cuerpos que obstruían su bajada por las escaleras.
Para ese entonces el gigantesco hombre ya emprendía camino hacia afuera. Pisando fuerte la madera bajo las suelas de la bota, sin siquiera un ápice de emoción en el rostro. Habían destruido su hogar, de la nada decidieron que su vida tendría que acabarse justo cuando todo parecía tranquilizarse. Ahora el agua estaba tan turbia que un paso en falso haría rebosar el vaso.
Miró desde la puerta oxidada de la camioneta salir a la pelinegra apenas capaz de arrastrar los pies sin tropezarse. Un color carmín le bañaba la cara por completo, acentuándose más al estar de pie al otro lado de la camioneta, exigiéndole respuestas tan solo con la mirada. Azulada e iracunda, similar al océano, podía ser sereno de vez en cuando, pero nadie debía fiarse de él, mucho menos darle la espalda.
—¿Que eran esas cosas?— refunfuñó, negándose a subirse a la camioneta.
—Súbete— pidió sereno, enarcando una ceja.
En verdad no le causaba gracia que alguien fuera a desobedecer.
—No voy a meter mi trasero en este cacharro hasta que me digas la razón de eso— enfatizó la última palabra señalando el cráter de la pared, haciendo visible lo que quedaba de algunos muebles—. Iban a matarte— siguió, clavando el índice en el capote.
Él negó, recargándose tras un profundo suspiro cansino.
—Mira, no tienes que saber nada de esto— atisbó—. Y es completamente mi culpa que llegaran así, porque no tuve que traerte ni tuve que aceptar tu ayuda la otra noche
—Existe algo llamado "agradecer"— rechistó, haciendo comillas con los dedos
—No importa, entendiste el mensaje
—Pues no— rebatió aún cobrando un brillante color rojo en las mejillas, luciendo endiablada y como una loca desquiciada—. No lo entendí a pesar de que unos tipos disfrazados llegaron de la nada a querer asesinarte. Y no te atrevas a decir que no me incumbe porque esto se volvió personal cuando el último al que decapitaste intentó matarme— cerró los puños de manera agresiva pegando un saltito exagerado sobre su eje.
Arthur guardó silencio, aguardando a que la rabia interna de la mujer de ojos fúricos pudiese apaciguar el dragón que amenazaba por cercenarle la paciencia.
—¿Ya terminaste?
—No, no he terminado— resopló los cabellos negros cubriéndole el amplio campo visual al Atlante que alternaba la vista a la casa y a la mujer.
En parte le tenia consternado el hecho de que su padre llegaría del bar posiblemente borracho y tendría que explicarle el desastre provocado por el montón de hombres provenientes del mundo de su madre, ahí en las profundidades del océano. Subió al vehículo sin esperar contestación de su parte, encendiendo el motor aún cuando ella bufó de mala gana metiendose a su lugar junto a él, ignorando su presencia al limitarse la mirada por la ventana.
—¿De la nada te quedaste muda?— curioseó, conduciendo por la carretera que los llevaría de vuelta a la ciudad
—Me rindo— confesó—. No quieres decirme nada incluso cuando es obvio que estoy inmiscuida en esto— su voz sonaba distorsionada a causa de la mano aplastando su mejilla recargada en el borde de la ventana—. Pensé que serías como ellos— susurró inconscientemente mirando al cielo.
—¿Como quienes? ¿como Superman?— rió, negando con la cabeza
Jamás sería como Superman. Eran conceptos y personas completamente diferentes que posiblemente hallarían la manera de arreglárselas en el futuro, pero momentáneamente eran dos extraños el uno para el otro.
—Es prácticamente imposible que pudieras compararme con él
—Solo dije lo que pensé, no le veo ningún problema— rodó los ojos—. ¿Que tan malo es que hubiera pensado que serías un héroe?
Lo miró de frente, trazando los rasgos ocultos entre los rizos entre cobrizos claros a castaños, cubriéndole la mitad de la cara que no alcanzaba a tapar la barba tupida.
Arthur afianzó las manos al volante, temeroso por la única palabra que sin lugar a dudas llevaba la palabra "responsabilidad" escrita en letras pequeñas. Siempre imaginó que un héroe sería ese que serviría a la ciudadanía para un bien común, no obstante, él no se pensaba capaz para hacer nada de eso.
—Pero está claro que no lo eres— musitó abrazándose contra el asiento. Irremediablemente recordando justamente el instante efímero donde Arthur arrebataba la vida del hombre de armadura.
—Pues que bien que lo sepas— espetó relamiéndose los labios, incómodo por como todo eso se transformaba en una conversación que lo llevaría a sentirse culpable por no decirle que desde que lo recogió de la costa, su sentencia de muerte estaba firmada.
Y los atlanteanos la recibieron personalmente.
Condujo desde ahí acompañado de la serenidad sentada a su derecha, con los pies sobre el asiento de tal manera que sus piernas quedaban en su pecho, abrazadas e inhibiendo el frío. Era rara la vez que ella dejaba de lado su orgullo para poder admirar al hombre por la que parecía ser la última vez que lo vería. Cerraría el expediente y tendría que seguir con la nota del local de comida en el centro.
El motor se apagó gradualmente al estar frente al edificio que vagamente recordaba de esa noche, sin embargo, podía recordar aún la habitación donde pasó la noche entera mirando el techo y las centelleantes luces azules y rojas pasándose por las persianas y de ahí a las paredes del fondo.
—Gracias por traerme— murmuró abriendo la puerta sin dignarse a mirarlo por última vez—. Suerte con lo que sea que vayas a hacer
Sus palabras fueron tajantes y sin necesidad de meditarlas. Bajó del vehículo sin mirar atrás así como sin sentir el peso extra del abrigo en sus hombros a pesar de estar ahí, puesto y brindándole un calor ajeno que al menos lograba calmarle los nervios. Sin más que su espíritu quebrantado subió por el elevador o eso quiso hacer antes de que un par de manos fuertes empujaran las puertas metálicas, abriéndolas sin mayor dificultad, descubriendo un semblante varonil de mirada cercenante ligeramente cubierta por las hebras cobrizas.
Por un momento el atisbe de esperanza creció en los ojos de la mujer, pero Arthur tuvo planes distintos para deshacerse de esa alegría momentánea.
—Te llevaste algo mío— sonrió de lado, mirándola quitarse el abrigo con molestia, estampando la prenda en su fornido e inamovible figura.
—Ya puedes irte— dijo amarga, frotándose los brazos una vez que él se lo puso para no andar con el torso al aire.
—Tú ganas— suspiró de mala gana—. Si me voy vendrán a buscarte tarde o temprano.
—¿Pero quienes?— instigó acercándose más debido a la curiosidad.
No pudo acercarse lo suficiente ya que las puertas de metal aplastaron los brazos de Arthur, produciendo un sonido fuerte asemejándose a una barra metálica doblándose. Morgan hizo que de un tirón ambos estuvieran dentro del elevador, expectantes a que el foco verde alcanzara a indicarles que el piso que querían estaba delante de sus narices. La única y gran sorpresa aguardaba en la puerta del apartamento, siendo Kevin el que miraba el reloj en su muñeca francamente esperando que uno de los locos del bar no hubiera lastimado a su mejor amiga, no obstante, pudo verla caminando de lado del gigante de cabellos largos, sosteniendo un semblante de muerte que le heló la sangre.
—En verdad lo lamento— habló, alcanzando a abrazarlo, aguardando un momento hasta sentir el gesto mutuo.
—¿Por qué está ese hombre aquí?— preguntó bajo a su oído, mirando sobre el hombro los gestos graciosos de Arthur, esperando a que ambos se separaran para poder entrar.
Morgan se sacó las llaves del bolsillo trasero del vaquero, alejándose de Kevin solo para abrir la puerta y dejar que Arthur entrara primero, denotando todo el poderío de su silueta de tal manera que Kevin quedó perplejo y completamente absorto con el de hombros anchos.
—Entra, lo sabrás pronto— contestó en un susurro eufórico.
—Mujer, tus gustos por estos hombres están yéndose más allá— mencionó enarcando ambas cejas
—Créeme, cuando escuches lo que tiene que decir hasta tú cambiarás de opinión.
Decidió escuchar y entrar detrás de ella, mirando ya al Atlante tumbado en el sofá, mirando directamente a donde la pelinegra tomaba asiento a su lado.
—¿Decías?— ladeó, fijando los enormes y brillantes ojos hacia Arthur.
—Jamás se acordó esto— señaló a Kevin del otro lado de la habitación—. Solo ella puede escuchar esto
—Él es mi compañero, enserio se la debo
—A mi me da igual, el trato es ese, no quiero tener que llevar el cargo en mi consciencia de dos humanos muertos.
—¿Muertos?— escandalizó el otro, inerte y aterrado.
—Si, muertos— contestó el primero de mirada severa.
Morgan asintió, indicándole a Kevin con una seña que se fuera a la cocina, por supuesto que esté al principio se molestó, pero al final tuvo que obedecerla o quien padecería las consecuencias después sería él.
—Vale, ya estamos los dos
—Tienes que jurar que nadie más sabrá de esto, es algo que solo te diré a ti por estar involucrada conmigo— le señaló a la cara con el índice, haciéndole jurar por su vida.
Apretó los labios en una fina línea antes de reunir el valor requerido para simplemente escupir increíbles palabras qué tal vez no entendería a la primera o se negaría a creer, siendo todas una completa realidad.
—En algo tienes razón— empezó, entrelazando las manos a su regazo—. Poseo habilidades que muchos de ustedes considerarían increíbles.
—¿Eres el hombre del que hablan los marinos?
Asintió tras un silencio.
—¿Que tengo que ver con esto? Aún no entiendo como eso lo explica
—No lo hace, es más complicado que eso— negó—. Ellos no me habían buscado en décadas, pero ahora aquí están y cualquier persona que tenga que ver conmigo se le considerará como a un traidor
—¿Traidor?
—A la corona— respondió, mirándola a los ojos, topándose con su figura oscilante en el reflejo del iris—. No soy solo un hombre que camina en la superficie. La sangre que corre por mis venas se remonta a las profundidades del océano. Se remonta hasta Atlantis.
—¿La ciudad que se hundió?— adivinó, abriendo los ojos de par en par, albergando la duda en sus palabras y sin embargo callándose para dejarlo continuar.
Volvió a asentir.
—Mi madre era la reina
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