[02] The Journalist

CAPÍTULO 2
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Apenas pudo seguir cuando el sudor le pegó la camiseta por la espalda y consigo el cansancio. Tumbándolos a ambos contra la pared de ladrillo rojizo. Faltaban unos míseros pasos solo para alcanzar el elevador, pero de pensar en caminar el pasillo que llevaba a su apartamento verdaderamente quiso arrepentirse de su decisión.

Miró sobre el hombro al hombre de cabellos rizados, sosteniendo el mismo semblante pulverizado que desde que lo levantó. Le salía una estela de sangre de ambas comisuras, y por lo que escuchaba, sus pulmones se ahogaban, escupía líquido por tiempo, sin mentir podría calcular que en lo que llevaban de camino ya había perdido muchísimo líquido. Esa razón le hizo empujarse lejos de la pared, esforzándose incluso al golpear el botón del elevador con el puño cerrado, iluminándose de verde.

—Oye, escúchame— llamó desesperada, notando la falta de aliento del hombre—. Ya casi estamos, no vayas a dormirte

Lo vio asentir débilmente al abrirse las puertas de metal. Para su fortuna no había nadie ahí dentro. Ni siquiera quiso imaginarse el drama que hubiera acontecido si alguien hubiese sido testigo de tal carnicería. Tan solo considerarlo le daba escalofríos.

Una vez que la campanada del piso dieciséis sonó al alba ambos utilizaron los recursos que sus fuerzas proveyeron, avanzando lentamente por el pasillo. Recargándose de vez en cuando para permitirse respirar y volver a intentarlo. Lo recargó en la pared, rebuscando las llaves por todo su pantalón, maldiciendo por lo bajo al intentar meterlas en la perilla. Tenía las manos sacudiendose con fervor, era casi incontrolable y hasta doloroso. Giró y giró hasta abrir la puerta de par en par, regresando a su tarea.

Hizo que el enorme cuerpo musculoso se tumbara en el sofá con la cabeza colgando hacia abajo. Pensó que estaba muerto al no ver una reacción de su parte, sin embargo, se tomó un segundo antes de abrir la puerta para ver cómo los cabellos se movían a causa de la respiración, pauta que le permitió cerrar con llave y andarse a donde él apenas podía sostenerse.

—Necesito llevarte a un hospital— musitó en cuanto ojeó las heridas.

Enormes llagas sangrantes, mostrando parte del músculo si se miraba con más detenimiento. Contuvo el reflejo del vomito al cubrirse la boca con la mano. Mantenía una distancia prudente, bien podía ser un loco o un asaltante, ya no podía fiarse de nadie a esa hora de la noche.

—Agua— susurró entre la tos

—¿Que?— interrogó, acercándose ligeramente, cuidando no corromper más de lo que debería

—Agua— repitió con el mismo tono gastado y ronco

La pelinegra escuchó un chasquido en la cabeza después de entender lo que decía. Corrió como posesa a la cocina, sacó el vaso más alto que tenía y vertió el agua sin importar las gotas que se derramaran al suelo. La única pregunta que le cayó como balde frío era ¿por qué agua y no un hospital? Ese hombre no podría levantar ni un dedo, estaba acabado, desecho por dentro y fuera ¿entonces como carajo se le ocurría pedir agua?

Regresó a entregarle el vaso, mirando como levantaba la mano sangrante y lacerada para sostener el vaso de plástico y empinárselo a la boca, derramando lo sobrante por su barba y al final a la tela de la sala. La ventaja era que se secaba y no manchaba, así que no tuvo que preocuparse por ese detalle.

Finalmente alzó la cara, descubriendo así un rostro de facciones masculinas e intimidantes, acentuando esta última característica aún más debido a la sangre en sus labios y ceja derecha. La miró lo que pareció una eternidad, volviendo de su mirada un par de pozos de afrodisíaco deleite. La luz no era un factor importante para admirar el color claro que de esos orbes emanaba. Eran sólo los dos frente a la luz de la luna entrando por las ventanas.

—¿Quien eres?— cuestionó, frunciendo el entrecejo de tal manera que su rostro cobró un aspecto malicioso y aterrador

Vale, ella debería estar haciendo las preguntas, pero por alguna razón sintió que frente a él no era más que un minúsculo punto entre la nada.

—Morgan— balbuceó—. Me llamo Morgan

—¿Eres humana?— atinó, bajando los ojos por la figura oscilante de la joven aún de pie con suma sorpresa en su rostro

¿Con un vaso de agua pudo recobrar fuerza? ¿Eso como funcionaba?

—Si— contestó extrañada por la pregunta

Retrocedió al verlo negar frenético, apretando los dientes hasta el punto de afilarse la línea mandibular.

—Debo regresar o ellos...— rugió, irguiéndose a la mitad, doblándose por el dolor aquejando todas sus extremidades, regresándole de sentón al sofá.

—Te encontré moribundo en la costa, ¿recuerdas eso?— preguntó, acercándose nuevamente, comenzando a perderle el miedo debido a lo dócil que podía hallarse un hombre herido.

Sacudió la cabeza, debilitando la presión sobre su entrecejo. Buscando la manera de traer consigo los recuerdos a los que refería, topándose únicamente con una pantalla oscura sin nada más que él mismo sentado en ese lugar.

Morgan no encontró remedios posibles a la situación, tenía un bloqueo inmenso por la cabeza y apenas podía pensar con claridad. Optó por dejarlo un rato en sus cavilaciones para ir a buscar el botiquín en la pared del baño, regresando con una caja metálica con contenido médico que seguramente alejaría los disgustantes pensamientos referentes a las heridas.

—Solo necesito que me digas que no eres un maniaco que querrá ahorcarme mientras duermo— señaló como advertencia, ladeando la cabeza con una ceja encarnada

—No que yo sepa— murmuró de vuelta, permitiéndole tomar un lugar a su lado en el sofá.

Miró desde que abrió la caja hasta que sacó la bolsa de bolas de algodón y las bañó de alcohol.

—Te tiemblan las manos— observó.

Acercó el algodón a su pecho, picando una vez con tal de comprobar que aguantaría el escozor, cosa que hizo como si nada.

—Bueno— explicó con la lengua entre los labios, mordiéndola al limpiar toda la sangre—. No todos los días me encuentro a alguien medio muerto en la playa y lo llevo a mi apartamento— alzó ambas cejas—. Además, ni siquiera sé quién eres— compartieron miradas un segundo antes de que volviera a su rollo

—Arthur— presentó impasible

Morgan parecía ignorarlo, concentrándose en limpiar absolutamente todo ese mapa mundial que marcaba todos los espacios entintados de su piel. Un ápice de curiosidad le picó la parte trasera de la cabeza al verle de cerca todas esas runas del mismo color ébano, no parecían tatuajes, la tinta se vería a simple vista así como los bordes pinchados. Sus marcas eran profundas, sin un principio ni un final. Formaban parte de su piel.

Pasó las vendas por su espalda después de poner gasas en los lugares heridos. Rodeó un par de veces teniendo que levantarse para poder alcanzar la anchura de sus hombros y los músculos prominentes de prácticamente toda su anatomía.

—Listo— remarcó, juntando los labios en una fina línea—. Solo tendré que cambiarla mañana por la tarde

—Gracias

—No es nada, cualquiera lo hubiera hecho.

Quiso convencerse de que ese era el caso y lo único que consiguió fue una respuesta negativa por parte de sus pensamientos. No, nadie le hubiera ayudado, lo que pudo haber pasado se resumía en gente gritando, llamando a las autoridades, estas llegan tarde y ese hombre de mirada penetrante no estaría respirando por un segundo más, sino tumbado en una mesa fría del departamento forense. Un caso más al archivero.

—Supongo que puedo conseguir algo de ropa que te quede— evalúo, pensando enseguida en la ropa que su ex novio dejó después de su rompimiento—. Te puedo traer unas cobijas y almohadas, aquí la noche suele ser helada— articuló con ambas manos, consiguiendo un asentimiento de su parte.

Se dirigió en silencio a la habitación, rebuscando entre cajones un par de pants más grandes de lo aparente o de lo contrario no entraría ni siquiera su pierna. Volvió con una pila de cobijas en los brazos, coronándole un par de sudaderas y sus pantalones anchos.

—Mira, no prometo que vayas a caber aquí, pero algo encontré— excusó con una diminuta sonrisa surcándole los labios

—Te lo agradezco— dijo, con la misma sonrisa embelesante

—Cualquier cosa que necesites estaré en la habitación, solo por favor, no me mates— reiteró muy seria

—Es una promesa

Dio por hecho que él estaría más que cómodo en el sofá, pues en el cómodamente entraban cinco personas, y si no cabía siempre podría colgar las piernas por el recargabrazos.

Se tumbó en el colchón sin una pizca de energía, estaba drenada completamente, hasta la más minúscula materia de su cuerpo se reducía a polvo inescrutable. De tal manera que mientras más pensaba en lo que pudo pasarle al hombre dormido en su sofá concilió el sueño más rápido de lo que alguna vez hizo.

Ignorante absolutamente del valor que Arthur podría traer a su vida.

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