[01] The Atlantean

CAPÍTULO 1
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Nuevamente se llevó la tapa del bolígrafo a los labios mientras navegaba páginas aleatorias de internet, todos foros sobre las noticias más relevantes acerca de los héroes. Muchas de ellas rondaban al hombre de colores estadounidenses sobre volando ciudades de día y noche sin importar el continente ni la circunstancia; Superman nunca faltaría al mundo, en eso todos estaban de acuerdo.

Pero, a pesar de todos sus vanos esfuerzos por hallar una buena noticia lo único que siempre se encontraba al apagar el ordenador era su propio reflejo, triste y cansado, además de completamente extraño. Todos los periodistas del lugar se encargaban de una columna, podía ser desde un incidente en el banco hasta la exitosa temporada de baseball—que cabe decir que solo los aficionados aceptaban—. Y ella no tenía específicamente la gran noticia entre sus manos, sino una de un puesto de comida que se había vuelto popular por los influencers en las redes sociales, nada más. Así que su entusiasmo era capaz de fulminar por completo a una nación, empezando por la suya.

Dejó salir un profundo suspiro, tirándose sobre la silla giratoria completamente desganada. Escrutando la pantalla en negro una vez más, con la cabeza frita y las ideas dispersas. La "inspiración" para hacer esa columna se negaba a llegar, parecía como si un enorme tapón estuviese deteniendo el flujo imaginativo, dennotando su mal genio cada vez más.

Torció la boca en una mueca de disgusto, abandonando el bolígrafo junto al tablero antes de regresar todas sus cosas dispersas en el escritorio a su mochila, sin percatarse del hombre caminando lánguidamente hacia su lugar de trabajo. Mirándola a sus espaldas, parándose a verle el trasero por la que sería la quinta vez en el día. En cuanto la de cabellos negros y ojos tan azules como el mismísimo océano en verano se volteó no tuvo otra opción más que alzar la vista a donde sus orbes miraban expectantes las llaves de su coche titilando entre sus dedos.

—Oh vamos, dijiste que irías— rechistó en cuanto notó en ella el atisbo de pena.

—Martín, no llevo ni un cuarto de la columna, debo entregarla para el final del mes— explicó, enarcando ambas cejas en señal evidente de frustración

Martín era el playboy de la oficina, siempre intentando sacar a todas las chicas del lugar— lo que ya había conseguido—, faltando solamente la que yacía delante suyo, agotada y extrañando el lado izquierdo de su cama. No obstante, para ese tema no existía una escapatoria, pues unas semanas atrás corrió la noticia de una fiesta por parte de uno de los nuevos ingresos a la empresa. Morgan dijo que iría, por lo tanto, Martín entre súplicas incesantes consiguió que ella lo acompañara de camino al salir de la oficina.

Suspiró rendida, colgándose el asa de la mochila al hombro, invocándole con un perezoso movimiento de cabeza hacia las escaleras de salida. El joven parecía el más feliz del mundo, como si la lotería hubiese corrido a sus brazos sin necesidad de gastar ni un centavo en un boleto de papel. La suerte corría de su parte. Abrió la puerta del coche negro aparcado junto a la acera, festejando en silencio una vez que la esbelta silueta subió al asiento del copiloto, mirando con sumo aburrimiento por la ventana. Expectante ante la brisa soplándole los mechones hacia atrás, meciéndose a la luz de la luna apenas iluminando la mitad oscura de la ciudad, contrastando el color del océano a la costa en su mirada. Admirando en su máximo esplendor el faro más allá de su alcance, entre la arena y las olas, asentado en la colina más alta en cuanto al nivel del mar se trataba.

Su fascinación por el océano se acrecentaba desde pequeña. La primera vez que sintió la arena entre los dedos. Sabía que algo tan hermoso era fatal, peligroso y sin duda alguna, digno de respeto. Lo supo desde el momento en el que las olas se tragaron el navío de su padre.

—¿Entonces?— alargó, jugueteando con el botón del estéreo—. Jamás me has dicho si tienes novio

Ella sonrió de lado, peinándose las hebras detrás de la oreja.

—No tenía ni idea de que esa era la pregunta que te aquejaba— contestó, sarcástica sin remover la vista del horizonte, ahí donde alcanzaba la luz del faro

—Voy a adivinar— se atrapó el labio inferior entre los dientes, remarcando con la vista las largas piernas a su lado—. Estás soltera

—¿Y que se supone que ganas al adivinar?

—No sé— se encogió de hombros—. Lo que tú quieras, ya sabes que cualquier cosa que venga de ti es ideal

Asintió lentamente, evaluando sus palabras y la incómoda situación que estaba por desatarse si no se bajaba de ese coche antes de que ese descarado pudiera pensar que ella estaba ahí por algo más que un "aventón"

—Para el coche, por favor— señaló al borde de la costa sobre el volante.

Martin no tuvo opción, así que con todo el ceño fruncido aparcó el coche justo en donde ella quería. La miró de soslayo, encontrándosela al abrir la puerta con la mochila en sus manos.

—Oye, oye, ¿que haces?— interrogó, intentando detenerla. Consiguiendo únicamente la puerta cerrada en su cara.

Morgan se inclinó sobre la ventanilla, sosteniendo una expresión seria y la vez aterradora a causa de la iluminación.

—No puedo creer que pensarás que sería lo mismo que con las demás chicas

Una vez que las palabras salieron de sus labios, emprendió camino hacia la costa, ignorando el claxon a sus espaldas. Sonando más fuerte hasta que por fin decidió marcharse y dejarla sola caminando por la arena, acompañada únicamente por las olas y la espuma casi alcanzándole las botas.

La oscuridad no ayudaba mucho, como tampoco lo hacían los postes con focos de luz casi invisible, por lo tanto, caminar por ahí era más suicida que buena idea considerando la situación actual de la ciudad. Cada cuando moría gente, los secuestros eran los que estaban a la orden del día. Jamás importaba la hora ni la edad de la persona, solo importaba sacarle el provecho suficiente para terminar con su vida e ir a arrojarla a alguna calle o alcantarilla a la vista del departamento de policía.

Superman llegaba de vez en cuando, fue gracias a él que el índice criminal disminuyó tan drásticamente, o las estadísticas estarían comparándose con Ciudad Gótica.

Siguió caminando un largo tramo apenas iluminándose con la linterna del móvil. Por una parte la descarga de adrenalina ante lo desconocido le hizo latir con fuerza el corazón, pero la parte negativa estaba causando enormes estragos sobre sus nervios, aumentando su presión arterial por las nubes cuando de un tropiezo ante algo fuera del campo de visión le hizo caer de bruces al suelo. Tosió con fuerza al sentir los granos de arena colándose por su boca, fue ahí cuando miró en ambas direcciones, recogió el móvil y con la mano temblorosa iluminó lo que le hizo tropezar.

Su boca quedó abierta de la sorpresa.

Ahí, tendido boca abajo en la arena se hallaba un enorme hombre apenas respirando. Los largos y rizados cabellos cobrizos le cubrían la mitad de la cara y gran parte de la barba, sin embargo, podía verse en su mirada la desesperación y la amargura en su estado latente. Su torso estaba desnudo, permitiendo una vista completa al marco entintado que surcaba los espacios morenos de su piel, dándole un parecido exorbitante a las escamas de un pez.

Su respiración se ralentizaba mientras ella permanecía inerte del susto, aguándosele los ojos al ver las gigantescas heridas por su espalda y seguramente también en el pecho. Debía ayudarlo, así fuera un extraño. Dejarlo ahí estaría mal.

En cuclillas acercó ambas manos al borde de su cara, descubriéndole unos brillantes ojos celestes mirando directamente a los de ella.

—Eres enorme, ¿Podrías hacer un esfuerzo por ayudarme a levantarte?

Si, sonaba menos estupido en su cabeza.

Recorrió el brazo musculoso detrás de sus hombros, recargándose en una rodilla al empujar con fuerza todo ese peso. De la misma manera él se alzó, logrando abrazarse de la delgada figura a la penumbra, ayudándose solamente con la linterna.

Caminó así con él, abrazándole de la cintura evitando que su silueta fuera a derrumbarse nuevamente, enfrentándose a los jadeos hirvientes pegándole en el costado de la cara. Llevar cargando a un hombre de al menos dos metros era un trabajo complicado para una mujer de uno setenta.

Se tambaleó al salir de la arena al pavimento.

Por lo que parecía ese hombre no lucía como la comunidad. Supuso en segundos que posiblemente llevarlo al hospital sería buena idea, o llamar a una ambulancia, pero por azares del destino y la necedad decidió no hacerlo para evitarse papeleo y preguntas. Tan solo caminó con él las cuadras necesarias que le asegurarían la llegada a su departamento duplex.

Esta novela pertenece a una saga de DC
(𝑩𝑹𝑨𝑽𝑬 𝑨𝑵𝑫 𝑩𝑶𝑳𝑫)

No copiar ni adaptar.

NA:
Mi amor por DC Comics va más allá de la comprensión humana. Amo lo que se le relacione y sé que esta saga lo dejará muy en claro.

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