Capítulo 8: Princesa y Caballero


Para ese punto ya se había acostumbrado a que tomara su mano y lo llevara corriendo a diferentes lugares. No era una princesa tranquila o recatada, a pesar de que intentaba aparentar eso la mayor parte del tiempo, en especial cuando Wave yacía presente. Corrió tras de ella por diferentes pasillos del enorme castillo sin saber a dónde se dirigía, o tal vez sí, pero estaba demasiado atento a la mano de ella que sostenía la suya con fuerza. Un apretón cálido y firme.

–Mira– paró de golpe la princesa, chocando suavemente tras ella, distraído –Ahí– señaló al enorme albatros.

–¿Uh?– exclamó reconociendo a Storm, a su guardián, quien yacía de pie fuera de la habitación que le habían dado a la princesa. Durmiendo de pie. –¿Se supone que eso te cuida?– preguntó Shadow con una sonrisa petulante.

–Observa– susurró detrás de la pared que los encubría –¡Alerta Azul!– gritó a todo pulmón, alarmándolo por el grito de la princesa.

Ginebra lo tomó de nuevo del brazo obligándolo a pegarse totalmente a la pared que les daba escondite en el pasillo adyacente, riendo divertida. Shadow escuchó un grito, seguramente de sorpresa, del otro lado del pasillo y luego escuchó al gran albatros correr sin dirección por el mismo. Shadow asomó la cabeza para verlo dejar su puesto y luego verlo regresar, seguramente se había percatado que había olvidado a su princesa. Storm abrió la puerta encontrando nada, haciéndolo exclamar otro alarido y correr en dirección contraria a la de ellos gritando el nombre de la princesa.

La risa de Ginebra invadió el pasillo y un par de lágrimas de felicidad brotaron de sus ojos.

–¿Qué es una alerta azul?– preguntó el erizo negro sin entender la gracia.

–No lo sé– le sonrió divertida –Pero sabía que Storm tampoco, así que haría lo único que le enseñaron a hacer. Ponerme a salvo– explicó con alegría.

–¿Te gusta molestar a tus lacayos?

–Claro que sí, ¿Qué tipo de príncipe o princesa no le gusta?– cuestionó saliendo de su escondite –¿Tienes una idea de lo aburrido que es ser de la realeza?

–No realmente– negó siguiéndola.

–Pues lo es. Así que buscamos maneras divertidas de perder el tiempo– reprochó con un puchero –Claro, cuando podemos; que es casi nunca– habló con cierta decepción. Su mirada se perdió en el horizonte por un instante, y una expresión triste adornó su rostro, rememorando –Con Jet siempre veíamos la forma de divertirnos– murmuró con una sonrisa forzada.

–¿Jet?– repitió sin entender.

–Amm, es decir, Sir Lamorak– corrigió Ginebra velozmente –Se supone que no debo de decir su nombre.

–Era un caballero entonces.

–Así es– asintió animada nuevamente –Era muy divertido, solía jugar conmigo todo el tiempo.

–¿Y por qué no te acompañó a venir acá?– cuestionó haciendo que ella borrara su sonrisa al instante. Una mirada fría y sombría hizo hábitat en sus ojos. Había preguntado algo indebido. –Lo siento, no debes...

–Fue mandado a pelear en la guerra– interrumpió secamente con una expresión endurecida. –Como has de saberlo el Reino de Tololosa ha declarado la guerra a mi reino, y según las predicciones del mago Merlín, mi caballero debía de ir a pelear para no perder la guerra y mi reino– explicó apretando sus puños con fuerza –Pero no ha regresado, espere pacientemente a que viniera antes de partir pero nunca regresó, nunca...

–Princesa– habló el erizo colocando ambas manos sobre sus hombros, desapareciendo sus preocupaciones... momentáneamente. Se había perdido en sus sentimientos de desesperanza y dolor. Otra vez.

Ginebra lo vio a los ojos, aquellos ojos con un matiz rojizo que la observaban impasible. Él no era Jet, no podía remplazar a Jet, pero la hacía sentir feliz. La eriza rubia le sonrió nuevamente terminando con aquel momento de tristeza que por un instante la había acogido en brazos; después de todo una princesa jamás debía de demostrar sus emociones.

–¿Te gustaría ir a desordenar la habitación de Wave?– le preguntó cual niña, haciendo que él la viera desaprobatoriamente –O podríamos...

–Ven– ordenó Shadow tomando su mano con cierta duda. Se ruborizó al ser él quien tomara la iniciativa, pero parecía ser la única manera en que ella lo acompañara.

–¿Adónde vamos?– cuestionó Ginebra sin oponerse.

–Dijiste que querías divertirte ¿no?

–Umm– asintió en manera afirmativa.

–Supongo que hay algo que se puede hacer que no implica en molestar a los que están a tu servicio.

Ginebra lo observó con intriga. Generalmente solía gastarle bromas pequeñas a sus sirvientes pues no había nada más que hacer en el castillo, y Jet siempre pareció disfrutarlo, a diferencia de Shadow. La eriza fijó su vista en la mano de él, la cual él tomaba febril. Sonrió imperceptiblemente, pues no se suponía que nadie tocará a la realeza, menos un caballero, pero era una regla que no le interesaba que Shadow supiera.

La dirigió a ciegas por el enorme castillo hasta llevara a una habitación con puertas de vidrio. Del otro lado Ginebra logró distinguir lo que parecía ser un jardín interno, un vivero. Shadow soltó su mano abriendo las puertas con manijas doradas y dejando ver a su totalidad la flora que cubría cada centímetro de la habitación. Ginebra caminó a paso lento, admirando las plantas que escalaban las paredes hasta llegar a un techo de vidrio, donde las estrellas brillaban en el horizonte. Habían cientos de flores de diferentes colores adornando su camino y un pequeño estanque artificial que arrullaba con el sonido relajante de sus aguas. Siguió caminando cuando una mariposa voló frente a ella, captando toda su atención, siguiéndola con la mirada. Amaba las mariposas, eran su criatura favorita por sobre todas las que conocía.

Ginebra volteó a ver a Shadow con una inmensa sonrisa, a lo cual él le desvió la mirada y acto seguido cerró la puerta con gran fuerza detrás de él, creando un gran estruendo. La eriza lo observó con desconcierto por su acción un tanto brusca, hasta que cientos de mariposas aparecieron de pronto de entre los arbustos, volando hacia el alto celaje.

La princesa esbozó una enorme sonrisa al ver a las magnificas criaturas revolotear y una que otra posarse sobre su cabello para seguir con su camino. Dio una pequeña vuelta sobre sí cual bailarina, observando con atención el cielo sobre su cabeza. Era tan hermoso, un festival de colores que bailaba sobre ella.

–Wave me dijo que te gustaban las mariposas– murmuró el erizo negro, rascando la parte trasera su cabeza un tanto avergonzado.

–¡Sí, sí!– gritó alzando las manos en un intento de tocarlas –Esto es hermoso Shadow... gracias.

El erizo no emitió palabra alguna, en su lugar se recostó en la puerta, como esperando que jugara por su cuenta y una vez que se cansara pudieran marcharse.

–Sabes– habló la princesa sentándose en el césped del hermoso jardín, admirando a las criaturas que volaban y buscaban refugio en las plantas para conciliar el sueño nuevamente –Sabes muchas cosas sobre mí, pero yo casi nada de ti.

–No hay nada que saber.

–Todos tenemos una historia que contar– insistió, empezando a irritarlo por sus preguntas.

–Ya te lo dije, Nimue me dio un lugar para refugiarme luego de un altercado. Es todo lo que necesitas saber– concluyó Shadow con una mirada intensa.

–No puede ser todo– negó ella poniéndose en pie y fijando toda su atención a él –¿Qué me dices de tu familia? ¿Amigos? ¿O pasatiempos?– preguntó ignorando la mirada intensa que recibía del erizo negro.

Chasqueó la lengua en señal de molestia empuñando los puños con fuerza. El enojo empezaba brotar en él y hacía su mejor esfuerzo por controlarse y no descargarlo contra ella, después de todo, aún no le había dicho que no tenía ninguna memoria sobre su vida o sobre algo de lo que le preguntaba.

–No tengo nada– contestó Shadow al fin. –Deja el tema en paz– amenazó perdiendo la paciencia.

–Pero...

–¡Dije que dejes el tema!– alzó la voz molesto, intimidándola.

Ginebra le desvió la mirada, y por primera vez parecía sentirse incómoda en su presencia. Shadow rodó los ojos en señal de exasperación, no era culpa de él que ella fuese tan terca.

–Lo lamento...– se disculpó la eriza de púas doradas –No quería hacerte enojar– dijo culpable, a lo cual él no respondió –No sabía que te afectara tanto hablar de tu pasado.

Una clara expresión de molestia se posó en su rostro al mencionar esas palabras, viéndola desafiante para así y así decirle: –¡Eso es porque no tengo un pasado!– exclamó alterado –¡¿Acaso no sabes cuándo detenerte?!– reclamó abriendo las puertas de golpe y saliendo sulfuroso de la habitación.

Ginebra lo vio marcharse y un sentimiento indeseado empezó a hacer su hogar en la boca de su estómago... la culpa.

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La eriza rosa suspiró cansada, no imaginó que la cena sería algo parecido a un campo de batalla. Se sentía tensa y de alguna manera incómoda por estar ahí. Quería marcharse, quería regresar a su hogar, a aquel lugar donde nada malo pasaba y estaba protegida de todo los problemas cotidianos de la vida.

Nimue siguió su camino, desganada, cuando un ruido sonoro llamó su atención. Volteó a ver a los lados buscando de dónde provenía, para discernir el lugar. Una habitación a un par de metros de ella. Se dirigió a aquel lugar que yacía con la puerta semi abierta, en donde pudo observar a un erizo azul muy molesto atacar sin piedad a varios señuelos de madera.

–El príncipe– murmuró con intriga –Pensé que estaría en su habitación– dijo para sí recostándose sobre la puerta observando con atención la escena, hasta que un crujido la distrajo.

La puerta se abrió violentamente haciéndola caer de bruces al suelo con un grito ahogado. Descubriéndola de su escondite. El erizo azul se volteó al acto a la defensiva con arma en mano, viendo a la eriza yacer en el piso. Una media sonrisa se pintó en su rostro y una mirada petulante de pronto invadió sus ojos.

–No pensé que te gustara tanto como para que me siguieras por todos lados.

Nimue alzó la mirada observando aquellos ojos confiados y aquella sonrisa maliciosa. Su rostro enrojeció de la vergüenza poniéndose de pie con torpeza.

–¡N-No me gustas!– respondió al acto.

–¿Entonces qué haces aquí?

Nimue bufó molesta y así responder: –Yo sólo pasaba de camino cuando escuche algo extraño– se defendió con un puchero infantil –¡No tiene nada que ver contigo! ¡Tú eres un erizo arrogante y petulante. Es imposible enamorarse de alguien así!

El erizo azul se mantuvo en silencio ante la verborrea que parecía no detenerse. Nimue se sentía molesta y a su vez muy avergonzada; ella no gustaba de él, él no había hecho más que humillarla y degradarla desde que había llegado, él no era como alguna vez lo imaginó. La eriza rosa lo observó con intensidad, pues la mirada estoica del erizo la hacia sentir ansiosa; no mostraba emoción alguna, ni enojo, ni burla, sólo una mirada impasible.

–¡Di algo!– le ordenó Nimue al no soportar más la tensión.

–¿Sabes cuál es el castigo por decir lo que acabas de decir al futuro heredero?– cuestionó con una expresión sombría; acercándose a ella.

Nimue tragó pesado. No lo había pensando. Se suponía que debía de tratar al Príncipe Arturo con respeto y condescendencia, aunque fuese todo lo que ella había mencionado antes.

–No...– murmuró con una expresión de arrepentimiento y culpa. Sólo esperaba que no fuese algo como la horca o trabajos forzados.

Nimue sintió como él la tomaba fuertemente de la muñeca atrayéndola por completo hacia él sosteniéndola de la cintura. Sus mejillas se sonrojaron con gran intensidad y sus ojos se prendieron en los de él. Una sonrisa maliciosa y divertida yacía pintada en el rostro del erizo azul haciéndola sentir intimidad y a la vez con una extraña sensación en su estómago.

–¿Te gustaría averiguarlo?– le susurró el erizo azul al oído.

–¡¿Q-Qué crees que haces?!– preguntó Nimue con una falsa molestia. Estaba más nerviosa que molesta. Él era realmente muy fuerte.

–¿Qué te parece que hago?– preguntó acercándose amenazadoramente a ella.

Nimue cerró sus ojos sintiendo la proximidad de él, sintiendo como poco a poco el espacio entre ellos se reducía a cero.

–¡Sonic!– un grito hizo que el erizo azul se detuviera. Nimue abrió los ojos al acto, distinguiendo un zorrito en la puerta –¡¿Qué estás haciendo?!– regañó.

–Tails– le sonrió divertido soltándola al instante; retrocediendo un par de pasos de ella –Buscaba algo para perder el tiempo– indicó viendo de reojo a los señuelos destruidos tras de él –Pero encontré algo mejor– dijo refiriéndose a ella.

–¡No puedes hacer eso!– indicó el zorrito –Menos con alguien como ella.

–¿Quién? ¿Amy?

–¿Amy?– repitió Tails sin comprender –¿Es que acaso ella no es Lady Nimue?

–No, su nombre es Amy, o al menos lo es para mí.

–¡Debes de dejar de cambiarle el nombre a todos los que te importan!

La eriza rosa vio con atención al erizo azul, quien se sonrojó por las palabras de su amigo, desviándole la propia. ¿A él le importaba ella? Una sonrisa se formó en sus labios sin poderlo evitar.

–Andando Tails, tenemos cosas que hacer– ordenó Sonic de mal humor, caminado hacia el zorrito que lo esperaba en la entrada.

–Bien, de igual manera quería hablar contigo sobre...

–¡Espera!– exclamó la eriza antes de que él partiera. Interrumpiendo al zorro de dos colas. El erizo azul la volteó a ver aún con esa expresión dura en su rostro –Yo... Yo seré Amy– balbuceó tímida –Pero a cambio, de ahora en adelante te llamaré Sonic.

Sonic la observó intrigado por lo que ella le decía. No muchos le decían así, únicamente Espio cuando se molestaba con él y Tails, el resto del castillo debía de dirigirse a él como Príncipe Arturo o su majestad. Sus rasgos se suavizaron ante lo que ella le proponía, asintiendo suavemente con la cabeza sin poder verla a los ojos.

–Como quieras– murmuró en voz baja sin interés, saliendo por completo de la habitación, perseguido por su amigo de dos colas.

Amy dirigió su mirada a sus pies, aún sonriente. ¿Por qué eso la hacía feliz?

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Miraba sin interés una pelea de practica entre Sir Percival y Sir Gawain; podía leer los movimientos a la perfección; cada estocada, cada paso de aquella danza de batalla. Eran buenos, pero él era mejor.

–Hey, tú– llamó el equidna –¿Te gustaría enseñarnos de que estás hecho?– retó al erizo negro al notar su mirada fija en su entrenamiento, para que le sonriera arrogante

–No creo que puedas conmigo– respondió Shadow confiado.

–¡¿Qué?!– exclamó el equidna molesto. –¡¿Quieres apostar?!

–Sería interesante ver a alguien que alardea tanto como tú hacer una demostración, Sir Shadow– le sonrió de igual manera Sir Percival ante la provocación del erizo negro –La Princesa parece tenerle mucho aprecio. Asumo que ha de tener grandes habilidades para que le confié su vida.

"¿Confiarme su vida?"– pensó cambiando aquella expresión confiada por una de sorpresa. –Ella no... no creo que lo vea...

–Alguien de la realeza, más una princesa, no estaría tanto tiempo con un caballero a menos que confiara a ciegas su vida en él– puntualizó la felina severamente.

Eso no podía ser cierto, ella a penas si lo conocía ¿cómo podía confiar su vida ciegamente en él? El haberla salvado una vez no significaba que pudiera volver a hacerlo.

–Shadow...– escuchó un susurro a su espalda. El erizo negro se volteó divisando a la Princesa Ginebra –Podrías venir un momento, por favor.

El erizo asintió con la cabeza dejando atrás a Percival y a Gawain, que entraron nuevamente al castillo dándoles privacidad. Desde el día anterior y su fuerte discusión no le había vuelto a dirigir palabra alguna.

–Su alteza– respondió Shadow cortante, sin poder verla a los ojos. Se sentiría culpable si lo hacía.

–Lamento lo de ayer– se disculpó apenada. –No imagine que esa era la razón por la cual guardabas silencio– habló con culpa, a lo cual él no pareció reaccionar pues no dijo nada ante su disculpa –Yo sólo quería conocerte un poco más... Quería saber más de ti.

–Entiendo su majestad, no hay de que...

–¡No me trates así!– ordenó molesta, viéndolo con intensidad –Yo no soy una princesa... no para ti– negó cerrando sus ojos con fuerza.

No quería que la tratara como tal, eso sería alguien más que le sonreía cordial e intentaba a toda costa su aprobación, la quisiera o no. Cuando se era princesa todo era falso, en especial, los seres que la rodeaban. Por eso Ginebra le había tenido tanto aprecio a Jet, él siempre había sido muy natural con ella, jamás la había visto diferente. Era su único amigo verdadero... o al menos lo había sido antes de que lo mandaran lejos.

–¿Y cómo debo de decirle entonces?– espetó cortante el erizo negro. Era obvio que aún seguía molesto.

–María– salieron las palabras de su boca en suave susurro, para que su mirada se iluminara –Dime María, no me digas princesa, no me digas Ginebra... sólo María– le sonrió con dulzura caminando hacia él.

–¿Por qué María?– cuestionó confundido.

–Porque María no es una princesa, María es como cualquier aldeano... y no busca un trato especial de nadie– explicó tomando con cierta timidez sus manos sintiendo como él se tensaba al sentir su tacto.

La eriza sintió su corazón latir a gran velocidad y sabía que sus mejillas se empezaban a sonrojar por el atrevimiento. No era como que nunca hubiese tomando sus manos antes, pero ahora lo sentía diferente... por alguna razón se sentían diferentes. Ginebra se acercó a él eliminando la distancia y provocando que su corazón latiera aún más rápido, para así, verlo a los ojos. Shadow tenía una expresión extraña... ¿vergüenza?

Al sentir su mirada fija él desvió la propia mientras sus mejillas ardían en un bello color carmesí, como los de ella. Ginebra sonrió.

–Ya no preguntaré sobre tu pasado... o insistiré en cosas de las que no quieras hablar– se disculpó nuevamente –Lo prometo.

Shadow chasqueó la lengua y se soltó de ella dándole la espalda. Ginebra lo vio confundida por su brusco acto, pensando al instante que él no tenía intensión de perdonarla por lo que había pasado la noche anterior. Una expresión de tristeza adornó su rostro.

–¿Ya has desayunado?– preguntó el erizo negro sin verla aún.

–Eh... no...– respondió desconcertada por el cambio de tema –Quería hablar contigo primero antes de...

Él tomó su mano y la hizo caminar detrás de él a un paso algo veloz para ella y el ostentoso vestido azul que llevaba.

–No quiero que estés sin comer... María– susurró Shadow en voz temblorosa, con vergüenza por el nombre que acaba de pronunciar; haciéndola sonreír iluminando su mirada.

Ginebra tomó su mano con firmeza y aquella tonta sonrisa pintó sus labios. Aunque claro él no podía ver esa expresión.

–Ahora comeremos juntos muy temprano para que eso no suceda– habló la eriza de púas doradas.

La vio de reojo con aquella expresión soñadora y dulce. Shadow aún sentía sus mejillas arder y el deseo incontenible de abrazarla que se había apoderado de él al sentirla tan cerca; cosa que no se podía permitir. El erizo negro asintió con la cabeza ante su enunciado, y con una sonrisa oculta la dirigió al comedor.


Alguien inesperado en busca de ayuda visita el Castillo de Camelot, alguien que tiene intenciones de quedarse. Capítulo 9: La forajida.

¡GrAcIaS pOr LeEr!

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