Capítulo 6: Conociendo Tu Verdadero Yo
Era muy temprano aquella mañana cuando algo la interrumpió de su sueño. Abrió sus ojos con pesadez topándose con un par de ojos color carmín. Nimue gritó por la sorpresa brincando sobre su cama del susto, casi cayendo de la misma. Era Shadow, quien yacía en su habitación, y estaba segura que no la miraba dormir exactamente.
–¿Qué demonios crees que haces?– cuestionó molesta la eriza con su cara sonrojada de la vergüenza.
–Levántate– ordenó el erizo negro con aquella cara inexpresiva tan típica en él. –Nos vamos.
–¿De qué hablas?
–Iremos con la princesa.
–"Por fin se ha decidido por aquella propuesta"– pensó con desánimo, hasta que la palabra iremos golpeó con fuerza en su mente, ¿se refería a que ella también lo acompañaría? –Espera, ¿Yo también?
–Ella irá a un castillo, los grandes magos como tu maestro suelen ir a ese tipo de lugares. Posiblemente esté ahí.
–"No quiere dejarme sola"– pensó esbozando lentamente una sonrisa. A pesar de que en el exterior se le veía frío y de cierta forma arrogante, él realmente era un erizo de buen corazón –Pero, qué pasará con aquellos que te buscan. ¿Será seguro?
–No puedo huir de mi pasado Amelia– respondió a baja voz –Necesito saber quién soy.
–Entonces, ¿qué esperamos?
Shadow la cargó una vez tocaron el bosque de Brocelianda corriendo a gran velocidad, llevándola al lugar donde se había topado con aquella princesa de púas doradas. Shadow ya le había mencionado con anterioridad que era veloz y fuerte, pero no tenía una idea de cuanto. Nimue ocultó su cara en el suave pecho de él en un esfuerzo de evitar que el viento lastimara sus ojos pues la carrera era intensa, y de pronto pararon a un par de minutos de partir; Nimue asumió que el erizo se había perdido o tal vez estaba desorientado, pero por el contrario, ya habían llegado a su destino. Una pequeña villa, una de verdad.
–Merlín...– musitó con un nudo en su garganta. Tal vez ahí podría encontrarlo.
–No hay ningún mago por aquí– indicó el erizo negro soltándola. –Pregunte antes.
–Realmente te preocupas por mí, ¿verdad?– sonrió divertida.
–¡Por supuesto que no!– alzó la voz con sonroje. –Lo hice porque sabía que me bombardearías con preguntas si te contaba que había venido y no tenía intenciones de darle mayor vuelta al asunto.
–Gracias Shadow.
–Olvídalo Amelia– cortó mordaz –Andando.
Caminó encubriendo su rostro con aquella capa al igual que él. Tenían toda la intención de cubrir sus identidades. Nimue yacía tan cerca de Shadow como él se lo permitía sin verla de una manera intimidante, sabía que no le agradaba que se acercara mucho a él. Sus experiencias fuera de su lago no habían sido muy positivas y el miedo había hecho un hogar en su corazón.
–Aquí es– indicó el erizo negro deteniendo su marcha
–Es un hogar muy hermoso– admiró Amelia la casa de bloques de piedra con bello jardín finamente ornamentado.
–Es lo mínimo que puedes esperar de la realeza.
Alzó su mano con la intención de tocar la puerta cuando Amelia lo detuvo. Shadow la volteó a ver desconcertado por su acción, pero su expresión seria y ojos llenos de preocupación le hicieron saber que había un motivo para aquello.
–¿Por qué hacemos esto?– le preguntó la eriza a suave voz.
–¿No quieres encontrar a tu maestro?
–Podemos hacer otras cosas, esto no es necesario– espetó –¿Por qué?
Shadow le fue incapaz de sostener la mirada, y un silencio prolongado vino de su parte; ella sabía que no la llevaba ahí sólo por ayudarla, y Shadow no parecía ser un erizo que se sometería a alguien por encontrar qué hacer.
–La sensación de nostalgia vino a mí cuando entre aquí– respondió apenas audible –Creo que encontraré más respuesta de quien soy si lo hago... al menos por un tiempo.
–¿Luego regresaremos a casa?
Su pregunta fue tan inocente, su mirada tan soñadora como se esperaría en una niña pequeña que pregunta por la existencia de las hadas o los ángeles. Shadow mordió levemente su labio inferior, ¿cómo decirle que para él ese lago no era su hogar? Amelia realmente estaba sola, una criatura que anhelaba la compañía de alguien más; por eso la había llevado con él. Toda la noche había dado vueltas a su cabeza sobre qué hacer, recordando a cada instante los ojos sumidos en tristeza que lo habían visto al darle la noticia.
–Amelia yo...– el abrir de la puerta principal lo interrumpió viendo de nuevo a la eriza de hermosas púas doradas como el sol.
–Ya te dije que... ¿Eh? ¿Sir Shadow?– nombró al reconocerlo. La comisura de sus labios se elevó lentamente para que sus ojos brillaran con gran esplendor. Ginebra era como el sol, brillaba con gran intensidad –¡Viniste!– habló con gran felicidad tomando sus muñecas obligándolo a entrar –Ven, ven... yo...– su emoción se opacó al distinguir a la eriza de púas rosas verla con asombro. Alguien más había llegado con él –¿Quién es ella?
–¡Ah!, Soy Amelia, su majestad– se presentó con una reverencia.
–¿Serás acaso...
–Es una conocida– interrumpió el erizo negro con un dejo de molestia en su voz al anticipar su enunciado –Ella vendrá conmigo.
–¿Una conocida que viene contigo?- inquirió Ginebra con sospecha.
–Será de utilidad su majestad– contestó el erizo en un intento de convencerla.
–¡Absolutamente no!– un grito desde los adentros se escuchó –¿Princesa Ginebra, qué cree que hace?
–Lady Wave– nombró al reconocerla con una expresión de cansanción–Él será el nuevo caballero de...
–No puedo hacer eso y usted lo sabe.
–Él salvo mi vida– explicó Ginebra defendiendo su postura con el porte que sólo alguien de la realeza podría –Además...– susurró entristeciendo su mirada. La golondrina púrpura pareció descifrar esa mirada y sus pensamientos detrás de ella.
Wave chasqueó la lengua en señal de desagrado y caminó imponente hacia donde se encontraba el erizo negro, escudriñándolo con la mirada.
–¿Por qué rescataste a su majestad? ¿Por tener el favor de la futura reina?
–No sabía que era de la realeza cuando salve su vida– respondió Shadow inexpresivo –Asimismo, la identidad de los príncipes y princesas es muy raro que se dé a conocer a aquellos más allá de las paredes de su castillo.
–Eso es cierto– concordó Ginebra.
–Bien su majestad, el erizo podrá venir– aprobó Wave –Pero te vigilaremos de cerca– amenazó –¡¿Y tú qué utilidad tienes?!– preguntó fijando su mirada en la eriza, quien se sobresaltó al escucharla.
–Y-Yo...– balbuceó sin saber qué responder. Nimue dio un vistazo rápido a Shadow, casi suplicando por su ayuda. El erizo asintió sutilmente con la cabeza, parecía ser algo bueno confiar en esas personas –...Soy Nimue, la dama del lago– respondió en suave voz.
–Eh...– exclamó la golondrina para abrir sus ojos de par en par.
Todos parecieron quedar boquiabiertos ante la revelación, a excepción de Shadow, quien no veía cuál era la conmoción por una torpe aprendiz de mago. La expresiones duras y frías de Wave se suavizaron y tanto ella como Ginebra asintieron con la cabeza y ambas le abrieron paso a su morada. ¿Acaso ella era más especial de lo que él pensaba?
–Es un honor, Lady Nimue– le sonrió Ginebra –Ves Wave, alguien que viene con ella es alguien de confianza.
–Hmph... aún así, él sigue bajo mi estricta vigilancia.
–Perdonen a mi institutriz, es algo cascarrabias– murmuró la eriza en voz baja. –Por favor, acompáñenme.
Nimue le sonrió cordial mientras que Shadow seguía con aquella expresión seria en su rostro. Ginebra lo observó inquisitivamente, le parecía un ser tan fascinante desde el día que lo había conocido. Shadow, a diferencia de su compañera, nunca mostraba emociones, era tan frío y distante; se le miraba tan fuerte, como una roca en medio de las corrientes más atroces, inquebrantable. Realmente admiraba su coraje y envidiaba su manera inmutable de ver a todos y las situaciones que acontecían.
–Perdone mi rudeza su majestad– habló la eriza rosa, despertándola de su ensoñación, percatándose que tal vez había posado su vista durante demasiado tiempo sobre el erizo negro, pues ahora tenía una expresión incómoda en su rostro. Ginebra se sonrojó avergonzada clavando la vista al suelo. –Pero de casualidad, ¿Usted no se habrá topado con una mago en su camino hacia el castillo, o sí?
La pregunta de Nimue captó su atención olvidando por completo su vergüenza. Recordaba que su abuelo le había dicho que alguien había llegado hablar con él sobre el futuro de su reino. Sólo los hechiceros con grandes poderes tenían la capacidad de predecir o ver el futuro inmediato; siempre supuso que alguno de los pocos que aún quedaban había llegado.
–Sí...– murmuró como respuesta afirmativa. Ese mago había sido quien había sellado su destino de la peor manera posible. Jet ahora yacía en la guerra y ella yacía dirigiéndose a un matrimonio forzado gracias a las predicciones de él.
–¡¿Dónde está ahora?!– preguntó ella apresurada con una clara expresión de preocupación en su rostro. Ginebra alzó la vista llevándola a su futuro caballero, quien desvió la propia, parecía que no se metería en ese asunto.
–No lo sé– negó con la cabeza. –Yo nunca lo vi.
–¿Era Merlín?, ¿Su nombre era Merlín?
–Eso creo– afirmó con suave movimiento de cabeza, algo incomoda por las preguntas.
–¡Escuchaste eso Shadow!, Merlín está bien– sonrió con una alegría desbordante. –Tal vez esté en el castillo aún.
–Pero Lady Nimue, no iremos a mi castillo- se entrometió Ginebra –En este momento nos dirigimos a Camelot.
–¿Camelot? ¿El más poderoso reino de los ocho que existen?– inquirió la eriza rosa.
–Sí. El Reino de Tolosa ha declarado la guerra a mi reino, el Reino de Bragas.
–Guerra– repitió Amelia sintiéndose mareada. Todos sus sueños no habían sido simples imágenes aleatorias que su mente había creado, habían sido visiones sobre lo que vendría en un futuro; por eso Merlín se había ido, para intentar detener lo que acontecía.
–Sí, por eso el Reino de Bragas y de Camelot unirán fuerzas para derrocar al rey hacer que los reinos vuelvan a estar en paz– explicó con desánimo.
–Su majestad, Lady Wave la llama– interrumpió Storm de repente.
–¡Oh, cierto!– despertó vivaz nuevamente. –Supongo que ya no deberé de salir– sonrió divertida viendo a Shadow nuevamente, quien alzó una ceja en señal de confusión –Bien, por favor, conozcan el lugar y... amm... Storm, necesitamos una armadura para Sir Shadow ¿Podrías conseguirla?
–Enseguida su alteza.
–Bien, nos iremos en un par de horas. Los buscaré en la entrada ¿de acuerdo?
Ginebra se despidió con un ademan de mano mientras salía corriendo y Storm la seguía muy de cerca. Nimue la observó en todo el trayecto hasta que desapareció de su vista. No se parecía a ninguna princesa de la que hubiese leído antes, le parecía más una chica juvenil y vivaz, aún muy aniñada como para hacerse cargo de un reino.
–Ven– ordenó el erizo negro de repente tomándola del brazo con cierta brusquedad. Nimue fue llevada a una habitación vecina, en donde él cerró la puerta examinando que estuvieran solos. La eriza se soltó viéndolo con un mohín de molestia por la rudeza del erizo negro. –¿Qué es eso de Dama del Lago? ¿Por qué parece que te conocieran?
–¿Crees que ocultaba mi identidad por diversión?– preguntó Amelia con una expresión un tanto molesta. –Todos conocen a la dama del lago, la joven aprendiz de Merlín que posee inmensos poderes...
–¿Inmensos?– repitió casi en tono de burla.
–¡Pues se supone que estoy aprendiendo!– se defendió la eriza al notar la expresión burlona en su rostro –Yo estoy para ayudar aquellos de espíritu noble, se supone que tengo el don de distinguir a ese tipo de seres– murmuró –El día que saliera de mi torre era porque ya estaría lista, que mi entrenamiento habría terminado. Supongo que piensan que ya estoy lista, que tengo tanta habilidad como Merlín.
–Ahora entiendo– asintió con la cabeza. Alguien como ella estaba en un gran estatus social, incluso para la realeza. –No importa Amelia, esto es temporal de cualquier manera.
–Buscaré a Merlín en Camelot, alguien debe de saber qué pasó con él– dijo la eriza rosa decidida. –Mientras tanto, tú podrás ir y tal vez recordar más cosas.
–Sí... eso espero.
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Más de un día de camino, y tan sólo un par de paradas para comer o estirar los músculos adormitados, hasta que por fin llegaron a su destino, el imponente castillo de Camelot. Llegaron totalmente ilesos con tres carruajes desbordantes de maletas y baúles finos llenos de las pertenencias de la princesa Ginebra.
Ginebra bajó del carruaje, donde Storm ya la esperaba enfrente del mismo, realmente se le hacía de lo más fastidioso. Aún no estaba segura si era porque tenía el cerebro del tamaño de una nuez o simplemente porque era quien había substituido a su más fiel caballero.
–Storm, encárgate de que bajen todas mis pertenencias con el cuidado que se merecen.
–Pero su majestad, está a punto de conocer a...
–Lo sé, lo sé– interrumpió. No quería escucharlo, tan sólo la simple idea la hacía rabiar. Buscó con la mirada al erizo negro, quien caminaba por los alrededores conociendo el lugar. Con su armadura plateada y celada apenas se reconocía el viajero perdido de días atrás. –Sir Shadow me acompañara– indicó esbozando una sonrisa sutil.
–¡¿Eh?!, pero él...
–Es todo– cortó cual ultimátum. No debatiría sus decisiones con él; tenía a Wave para eso.
–Sí su alteza– reverenció Storm en forma de despedida.
–Sir Shadow– llamó Ginebra con entusiasmo, captando su atención. El erizo caminó hacia ella con esa aura imponente e inquebrantable; prefería que alguien amenazador como lo era él la acompañara adentro.
–¿Me llamó, su alteza?
–Acompáñame, es hora de conocer a la realeza que habita en este lugar.
–Como diga– asintió con la cabeza.
Ginebra caminó a su lado con gran porte y elegancia, como se suponía que la realeza debería de hacerlo, la única diferencia era que mientras caminaban hacia la entrada principal, la cual era abierta lentamente, sus ojos azules antes cálidos palidecieron y en su lugar una mirada intensa y fría se adentró en éstos. Su rostro no mostraba expresión alguna, casi como si realmente quisiese intimidar a quien habitaba en ese castillo en lugar de buscar su ayuda en lo absoluto.
–Bienvenidos– escuchó desviando su mirada encubierta de la princesa. Shadow vio a dos caballeros en la entrada, una felina y un equidna. –Nuestro príncipe los esperaba con ansias– habló la felina nuevamente.
Ginebra no respondió a la bienvenida, casi como si la felina no fuera digna de su presencia ¿Era ella la misma princesa vivaz que había conocido días atrás?
Los caballeros de su majestad se hicieron a un lado dejando pasar a un erizo azul quien caminaba con gran imponencia, y al igual que ella con una expresión fría. Unos ojos verde turquesa hicieron estremecer a su princesa, quien intentó ocultarlo lo mejor que pudo. Ni una sonrisa, ni aires de amabilidad. Se le miraba tan serio como ella. ¿Era acaso parte del protocolo hacer eso?
–Mucho gusto en conocerla, Princesa Ginebra– saludo él con decoró –Soy el Príncipe Ar...
Se atragantó con sus palabras rompiendo aquella máscara de frialdad, dejando ver una clara expresión de desconcierto. Shadow lo vio confundido al igual que Ginebra, ninguno parecería entender qué era lo que había pasado para que el erizo azul reaccionara así.
–Lo siento, me atrase un poco yo...– Amelia calló, parando de golpe, imitando la expresión del erizo azul. Shadow la volteó a ver confundido ¿Es que acaso se conocían?
–¿Todo bien, Lady Nimue?– preguntó Ginebra al ver su expresión de sorpresa.
–¿Nimue?– repitió el erizo azul prontamente, confundido.
–Perdone su alteza– intervino Wave al ver la expresión del erizo azul –Ella es Nimue, la dama del lago– alardeó disimulando una sonrisa.
Un escalofrío recorrió toda su espina dorsal al ser presentada y si hubiese podido callarla lo hubiera hecho. Un estallido se escuchó de pronto llamando la atención de todos, volteando a ver a la fuente frente al castillo que de repente sus aguas parecieron explotar con gran fuerza.
–¡¿Pero qué demonios pasó?!– preguntó el equidna yendo a revisar apresurado.
Shadow regresó su mirada a Amelia, quien ahora tenía sus mejillas sonrojadas y su mirada clavada en el suelo.
–Entiendo...- murmuró el erizo azul retomando aquella expresión fría –Así que tu nombre es Nimue.
¡GrAcIaS pOr LeEr!
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