Los colores de White
Recomendable escuchar la canción
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– Papá, ¿Los tiburones son naranjas? - El azabache se giró confundido hasta ver a su hijo, sentado en la mesa del comedor esperando una respuesta.
Fue extraño para él que su hijo le hiciera una pregunta así, a pesar de ser un niño, preguntas como esas ya eran casi nulas debido a su gran inteligencia. Pero a veces dudaba con lo ingenuo que era.
– Por supuesto que no, ¿Quién te dijo semejante tontería? - Aclaró guardando la fruta en el refrigerador.
– White dibujó una jirafa roja y ahora un tiburón naranja, quería decirle que así no es, pero ella me dijo que sí existen - dijo Silver.
– No le hagas caso, ya se le pasará, solo es más pequeña que tú. Pronto veras que entenderá - Aclaró el azabache despreocupado, la imaginación de su pequeña no tenía límites.
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Cargando el cesto de ropa sucia, caminando entre pasillos, observó la marca de una línea en curvas desde las escaleras hasta la puerta del baño. Dibujada con crayones de color rojo.
Al final, el pequeño dibujo de un erizo obscuro y una eriza rosada, un corazón en medio y tres erizos de distintos colores.
El azabache sonrió observando los pequeños detalles, su hija era toda una artista. Pero terriblemente tenía que limpiar esa pared.
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Al poco tiempo, las paredes con pocos dibujos se convirtieron en murales coloreados con crayones de distintos colores.
Le daba ternura, pero comenzaba a volverse repetitivo, tenía que reprimir a su hija si no quería que comenzará a pintar sobre los muebles.
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Un cuaderno para dibujar le fue entregado a la pequeña eriza, regalo de su tío Knuckles, con emoción, agarró sus crayones. Le encantaba dibujar, cualquier cosa. Su madre siempre la felicito a por tan lindos y tiernos dibujos.
Al terminar, a veces arrancaba las hojas y las pegaba por toda la casa para que los demás admiraran sus obras de arte. Siempre orgullosa, con un crayón en sus manos y sus pequeñas risitas y pasos por toda la casa pegando las hojas. Hasta que un día, algo horrible le ocurrió.
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La noticia fue desgarradora, White padecía OMS Grado IV: Tumores de rápido crecimiento con alta tasa mitótica en el cerebro. No soportó los efectos de la quimioterapia, fue demasiado para un pequeña como ella.
La casa se volvió silencio y vacío, lo que más dolía era ver sus dibujos pegados en la pared, las pequeñas marcas de crayones en las paredes y sus crayones en su pequeña mesa de juegos. Esparcidos sobre esta, con su cuaderno abierto y con un dibujo sin terminar. Padeció de los primeros síntomas hace más de unas semanas, teniendo que correr al hospital dejando todo.
Y cuando el doctor había salido del consultorio, y tras todo lo que hicieron había sido en vano. Lloraron sin parar, el velorio fue un derrame de lágrimas. La pelirosa abrazando a sus hijos con fuerza, queriendo creer que se trataba de una pesadilla.
Pero todo fue real.
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Le dolía, y cómo no, White era uno de sus cuatro mundos, su esposa, Patrick y Silver, y ahora uno se había desmoronado por completo.
El azabache observaba y tocaba los dibujos de su hija mientras recorría el pasillo, su esposa no quería entrar al cuarto de la menor por temor a derrumbarse de nuevo.
Tenía ataques de depresión muy seguido y se sentía decaer, lo único que mantenía sus pilares de razón eran sus otros dos hijos, que con ayuda y un terapeuta pudieron seguir a duras penas.
Shadow acercó su mano a la perilla de la puerta, mirándola, sentía tristeza de nuevo, el dolor en su garganta y sus ojos nublar se. Suspiro cerrándolos, no debía, le dolía pero tenía que entrar. Tenía que ser fuerte, quería volver a sentirla junto a él. Imaginar que aún podría estar ahí adentro esperando su llegada.
Y la abrió.
La luz aun entraba por las ventanas con cortinas moradas, el aroma a flores y gomitas, sus peluches tirados en el suelo y esos crayones en la mesa.
Se acercó paso tras paso, mirando a su alrededor con nostalgia, cuando solía entrar para cobijarla, para desearle las buenas noches y ella contestaba con un "Descansa tu tambien papi".
Cuando entraba para verla jugar con sus muñecas, para verla llorar cuando otros niños la molestaban y el juraba que ellos lo pagarían caro.
Se sentó en la cama, tocando las sabanas y apretando uno que otro de sus peluches favoritos. Limpió con su pulgar las lágrimas que salían sin parar.
Sintió esa impotencia regresar, cubrió su rostro con ambas manos gritando el por qué dios se llevaría tan dulce criatura sin importarle lo demás. ¿Por qué ella?, ¿Por qué no él?.
Negó insultando, insultando todo a su alrededor, quería a su niña de vuelta, escuchar sus risitas mientras jugaba escondidas con él, o incluso cuando ella hacía una travesura. Escuchar sus pequeños pasos correr y el sonido de las hojas con sus dibujos en mano por toda la casa.
Agarró los colores de la mesa central, abrazándolos, como si su hija estuviera ahí, con él, en ese mismo momento. Se sentía derrumbado, su hija tan fuerte había perdido una batalla.
Una que nadie debería de vivir.
Sentía calidez en ese cuarto, sentía tranquilidad pero a pesar de eso nada reparaba ese pequeño hueco que tenía.
Agarrando el cuaderno de dibujo en sus manos. Pasando página tras página mirando sus creaciones. Un elefante amarillo, un dibujo de él y Rose juntos formando corazones a los lados, uno con sus hermanos y Silver levantando cosas con sus poderes.
Hasta que encontró ese dibujo del que tanto hablaba Silver y ella, el tiburón naranja el cual llenaba sus pequeños pensamientos de creatividad.
¿Ahora quien llegaría corriendo a pegar un dibujo nuevo cada mañana en el refrigerador?, ¿Quién haría dudar a sus hermanos con su imaginación, inventando que realmente existían las criaturas que dibujaba? Nadie, nadie podría reemplazar algo tan valioso como ella.
Arrancó el dibujo del tiburón y salio del cuarto cerrando la puerta con delicadeza, tenía que hacer otra cosa salir y tomar aire o se volvería loco. pero estaba pensando que ya era demasiado tarde, juro escuchar risas de White mientras bajaba las escaleras, risas que provenían de la sala.
Pasos, pasos por el corredor, asombrado abrió sus ojos buscándola con la mirada, bajó corriendo y gritando su nombre por la casa hasta llegar a tan dichosa sala. El control de la tele en el sofá, la televisión encendida reproduciendo el video de su cumpleaños número cinco, su último cumpleaños. Se veía tan hermosa, tan frágil, tan inocente con un futuro que de seguro quiso vivir.
Se sentía un asco como padre, no pudo hacer nada por ella. Dios no lo había ayudado, nadie en realidad.La muerte tenía la culpa, el tiempo. Todo.
Se sentó en el sofá recargando sus codos en sus piernas observando el video, cada risa, cada sonrisa de la menor y él, su esposa abrazándola con fuerza.
Por mucho tiempo se negó a aceptar que ella ya no estaba, que se había ido. Pero tenía que comprender, aunque fuera doloroso el proceso.
Observó el dibujo en sus manos, sonriendo por impulso al imaginar a White de vuelta en la cocina dibujando y el cocinando. Pero no estaba solo, aún no. Limpio sus lágrimas restantes de su rostro. Respirando profundamente, observando su alrededor.
- ¿Papi? - Escuchó la tierna voz de Silver en el umbral de la puerta, junto con Patrick y Rose a un lado, mirando el video y sonriendo de forma dolorosa, resistiendo las lágrimas y una que otra dejándola fluir.
¿Quien dice que no iban a extrañarla?, era su ángel y su luz. y ahora estaría siempre cuidando de todos donde fuera que estuviera. Con tiburones anaranjados, flores y gomitas en su propio mundo disfrutándolo sin preocupaciones.
White siempre seria su niñita, su princesa. Su bebé.
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- Papi, cuando sea grande, quiero tocar un tiburón naranja con mis propias manos.
– Lo harás White, lo harás.
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