La casa de las rosas

Primera parte

Mordió la uña postiza de su dedo pulgar izquierdo, aún está sentada dentro de su auto frente a la enorme casa de color blanco, estacionada en un pequeño estacionamiento.

Se mordió el labio inferior tratando de organizar su mente, de replantearse la situación una y otra vez. Estaba nerviosa, las manos le tiemblan y su rostro luce casi pálido.

Sentía unas enormes ganas de arrancar el auto y no detenderse, pero... las ansias lograban hacerla dudar. Esas ansias carnivoras que arrastran cualquier pensamiento racional.

Observó de nuevo la nota sobre el asiento del copiloto, la dirección era la correcta, pero por fuera la fachada era muy diferente a lo que imaginaba, ni siquiera se le había pasado por la cabeza pero, cuando Rouge se lo propuso en ese momento le pareció interesante. ¿Dónde se había quedado la Amelia determinada de hace unas horas?.

— Debe ser una jodida broma - se golpeó la frente contra el volante, cerró sus ojos al sentir que sus piernas comenzaban a temblar junto con sus manos.

"Te ves muy sexy con esa falda"

Ese recuerdo la atormentaba, ese momento en que su mundo y su elegancia se fueron por un caño cuando, dentro de las oficinas donde trabajaba junto con su prometido, lo escuchó coquetear con una de las recién capacitadas.

Una conejita coqueta de menos de veinte con unas piernas delgadas y largas, sin ningún tipo de marca, con un cuerpo mucho más desarrollado que el suyo y con unas enormes curvas. Recordó que el enojo fue tal, que derramó todo el café hirviendo sobre el rostro morboso de su EX prometido. Entonces sus ojos volvieron a abrirse, como si la misma chispa de ira la encendiera en microsegundos y le recordara el por qué estaba ahí, en ese lugar.

Rouge la consoló los primeros minutos en su oficina, ella no quería saber nada del patán con quien salía, sólo necesitaba desahogarse, y la murciélago tuvo una brillante idea.

Conozco perfectamente lo que necesitas.

Y después, recibió la dirección y unos mil quinientos dólares dentro de un sobre. Volvió a apretar el papel sobre su pecho mientras se recargaba de nuevo en el asiento. Aún tenía tiempo para darse la vuelta por el bien de la compañía, recinciliarse con su ex prometido y darle el gusto a su padre ver que él y su socio, pudieron ver unidos a sus hijos en matrimonio y unir las empresas.

Quizás estaba inconsciente por el shock, o su corazón comenzó a manejar su cuerpo porque, cuando se dió cuenta comenzó a caminar por la carretera con esos altos y delgados tacones de aguja hasta llegar al frente de la casa.

El sobre lo metió en una de las bolsas de mano que llevaba a la oficina todos los días. Su falda apretada un poco arriba de las rodillas de color negro y una blusa blanca elegante de botones y mangas.

Quizás su corazón ya estaba cansado de sufrir, de saber que el hombre que creyó haberla amado alguna vez se aprovechaba de la situación y buscaba otras mujeres, otro cariño. ¿Ella no era suficiente?, ¿qué es lo que buscan los hombres entonces?.

— Pase - antes de entrar, había un oso robusto y musculoso custodiando la puerta de entrada, serio y con traje, aunque claramente sintió la mirada penetrante de él sobre ella, pero no la intimidó.

— ¿Dónde lo consigo? - enarcó una ceja al tiempo que movía los rizos de su cabello hacía atrás. No había llegado tan lejos para que un oso se pusiera en su camino.

— Trescientos dólares - contestó seco y ella se ofendió. Carraspeó y se preguntó mentalmente si este tipo de cosas sucedían así.

No conocía el lugar, de hecho, nunca había buscado ni entrado a estos lugares en específico, le parecía un poco... arriesgado. Incluso cuestionó un poco a Rouge cuando ella le mencionó sobre la casa. Pero no dijo nada acerca de un pase.

— ¿Cómo sé que no es mentira? - levantó el rostro para intentar confrontar al guardia de seguridad — ser primeriza no me hace estúpida.

— Cien dólares - el oso sonrió al no lograr su cometido, pero estaba feliz, mujer decidida es dueña del lugar. Y antes de que pudiera cambiar la oferta, Amelia le dió los cien dólares y la dejó pasar.

Inmediatamente escuchó el ruido de la música, el olor a marihuana y las luces en tono rojo. Era grande, espacioso, muchas mujeres estaban ahí, parecía un bar grande y elegante con doble piso, escaleras de caracol hacía abajo también.

Las piernas le fallaron por un momento cuando se quedó parada detrás de la puerta, había entrado y ahora no sabía qué hacer. Iba a buscar el baño u otra excusa pero, el ruido de la parte del sótano fue lo que llamó su atención.

Se veían algunas luces más brillantes asomarse desde abajo, decidió bajar con cuidado, esos tacones no ayudaban demasiado.

— Putos tacones - maldijo a sí misma por no llevar el par de tenis que solía poner dentro del carro. Pero cuando llegó abajo, notó a lo que se refería Rouge, nada sana más que el sexo sin compromiso.

Su vista se perdió en los animales curpulentos y dotados que bailaban sobre los escenarios, cada uno tenía su propio público.

Un erizo con vetas azules que se sostenía fuertemente de un pequeño barandal, sus músculos del pecho se contraían, sus ojos perdían a las demas y claro, ese bóxer ajustado perfectamente al bulto de su entrepierna.

Ni siquiera su ex prometido tenía el cuerpo tan dotado.

Su atención se tornó alrededor de los sexo servidores de la casa, diferentes erizos, diferentes cuerpos.

Había uno con un rostro inocente, albino con ojos ámbar bastante adorable, aunque la inocencia seguramente la había perdido; así la eriza comenzó a caminar entre la multitud, observando a los cuerpos semi desnudos deslumbrar entre luces, bailar al ritmo de canciones lentas y pegadisas.

Llegó hasta una pequeña mesa con sillas altas donde la vista era completa, claramente podía sentir ella misma sus mejillas altamente calientes, avergonzada de ver cuerpos casi desnudos de desconocidos.

Su vista se enfocó aún más grande y atenta cuando de entre las cortinas, en un escenario más grande, salía un erizo azabache con el pelaje en pecho, mucho más sexy que el resto.

El cuerpo volvía a ser controlado por una especie de fuerza magnética, la atraía, era como si sus orbes jade no pudieran abandonar el contorno del cuerpo musculoso y oscuro, como sus manos fuertes agarrraban el tubo de enmedio y comenzaba a contornear su cuerpo al tiempo que movía su entrepierna.

Se hizo paso con solo empujar algunas señoritas para quedar enfrente, justo ahí, admirando desde abajo el cuerpo que le pareció magistral.

Sus púas hacía arriba perfectamente simétricas, sus ojos apagados e inexpresivos pero con una sonrisa que a veces, solía mostrar, pícara y conquitadora; su bulto en medio era de las partes que más llamaban la atención, un bulto grande que que el boxer vino no dejaba nada a la imaginación.

Su cuerpo sintió una oleada de calor, desde  la punta de sus pies hasta un cosquilleo en la parte de su intimidad. ¿Acaso se estaba mojando?.

El azabache siguió, un expectaculo apasionado, tan perfecto bajo los reflectores; de pronto se quedó estrupefacta al notar que el sexo servidor se había dado la vuelta y que sus miradas quedaron pegadas.

Ella se ruborizó, fue tanta la impresión que sintió que sus piernas le temblaron y que su colita se movía rápidamente, ¡solo fueron segundos!, pero su pequeño cuerpo no atendido había tenido un orgasmo repentino. Sí, Amelia había tenido un orgasmo en su primer club de sexo servidores sin siquiera haber tenido sexo.

Y el azabache pareció darse cuenta de lo que había sucedido, se agachó a su altura, tan cerca que el resto de las mujeres, por temor, se alejaron quedando Amy y el erizo frente a frente, cais rozando narices.

Él se sotuvo del tubo mientras sonreía y mostraba sus dientes, sus orbes sangre brillaron intensos, nunca la había visto, ni siquiera arriba en el bar cuando sus turnos trabajando terminaban, no, ella era nueva, una nueva carne que podría ser o no, divertida.

— Los orgasmos sin sexo no están permitidos - le susurró con sorna cuando le miró de arriba abajo, una ejecutiva pensó. Tras dar el mensaje, más que nada para burlarse de su comportamiento tan... espontáneo, inesperado y graciosamente primerizo.

Volvió al trabajo, vender su cuerpo para obtener ganancias. Las chicas nuevamente rodearon el escenario para comenzar a deleitarse con los sensuales bailes al público; Amy se quedó en shock, sintiendo sus bragas mojadas, el corazón casi en la mano y sentir la mirada atenta del sexo servidor mientras bailaba.

Necesita estar con él. Una noche, y sólo una.

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