El libro
𝓢𝓮𝓰𝓾𝓷𝓭𝓪 𝓹𝓪𝓻𝓽𝓮
Mordió el lóbulo de su oreja, el tono color durazno era precioso, combinaba de una manera tan perfecta con el color rosa de sus púas.
Un color tan exótico y único, de hecho.
Ella recargó la espalda sobre la pared del escritorio, sintiendo como los bolígrafos y papeles se arrugaban mientras caían al suelo.
Sus piernas fueron abiertas de manera brusca, un salvaje; el erizo acomodó cada una a los costados de su cadera masculina, sólo para tener más espacio.
Sonrió con sorna, al ver a la eriza que hace algunos días atrás se negaba a caer en sus encantos, al fin estaban surtiendo efecto.
— ¿Se siente bien? - Preguntó él, dejando un largo recorrido de besos desde su oreja hasta el cuello, finalizando en el hombro femenino.
Sumergida entre el placer, la desesperación del no poder controlar su cuerpo y detener al ente que la provocaba de una manera tan, exquisita; era una tortura.
Sin embargo, desde su primer encuentro y luego de superar el miedo, decidió probar, ¿una probadita no hace daño, o si?, fue lo que pensó.
Se había divertido tanto, aunque intentara disimular la risita contenta cada que sacaba el libro de su cajón para invocarle cuando las ansias sexuales se apoderaban de su ser.
Sus delicadas manos rozaron las púas traseras y oscuras, y las apretó con fuerza, causado molestia en el azabache.
— Eres un cabrón - Mencionó, él en cambio soltó una carcajada, su sonrisa tan blanca como la nieve y el sonido de la carcajada que fue maliciosa.
— Así te gusta, te encanta - añadió, bajó sus labios por el escote de la blusa de botones que traía, adoraba verle el escote travieso.
Escondido entre polvo y otros libros era difícil salir sin tener que caer en las manos de adolescentes calenturientas.
Pero ella, Amelia era una eriza muy distinta a las que había provocado, una mujer con secretos y que lo cuidaba como si fuera su vida.
Ella es suya, la dueña del libro en el cual se encuentra encerrado hasta que el libro se queme, o que pierda su poder... y él desaparezca para siempre.
Su pelvis chocó con la contraria, estaba ansioso, al igual que la dama sobre el escritorio. Se movió, restregándose por encima de la tela de las bragas femeninas.
La escuchó gemir su nombre cerca de su oreja, mientras apretaba con fuerza sus piernas al enredarse tras su cintura.
Sumergió su nariz entre sus senos, aspirando el olor a perfume, sintiendo el calor de su cuerpo rosado y las hormonas a flor de piel.
Sus grandes manos acariciaron sus muslos, subiendo hasta apretarle el trasero redondo al que últimamente le gustaba adornar con mini faldas.
Ella subió su mentón, sosteniendo entre sus manos el rostro varonil y sucumbiendo ante el encanto de sus ojos sangre.
Cuando sus bocas se encontraron, una pelea intensa entre ambos surgió para obtener el control de esa apasionada sesión.
Para Amelia, las cosas no resultaron como quería, fueron mucho mil veces mejor. Nada se comparaba con lo que estaba sintiendo, ni siquiera ese libro erótico que había comprado.
Lo que sintió, fue un fuerte golpe en la espalda y la cabeza al ser jalada por las piernas, y caer hacía atrás sobre su escritorio.
Shadow hizo a un lado ese juego de bragas, subiendole la falda hasta el inicio de los muslos, para finalmente, introducir su miembro duro dentro del cuerpo caliente de la eriza.
Ella arqueó su espalda con placer, mordiéndose el labio inferior al ser embestida por el ente maligno.
Estaba dejando que él hiciera lo que gustase con su cuerpo, mordía, apretaba con fuerza sus dos pequeños pechos o succionar sus pezones siendo brusco.
Insaciable, un pecado encerrado en el libro de brujería fue lo mejor que pudo llegar a su vida.
Unos minutos más, y su punto dulce sería tocado y llenado como le gustaba. Ese jodido libro era suyo.
Para siempre.
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