Capítulo 4

Sobresaltado. Así es como me había despertado. Aquella incesante melodía había interrumpido mi ligero sueño, pero inmediatamente reconocí el significado de sus notas, era hora de levantarme. Con pesadez me levanté de la cama y apagué la alarma.

Al salir al pasillo fui testigo de otra de las inusuales travesuras de Turrón, no sabía que le ocurría últimamente, desde hacía unas semanas estaba muy alterado. Esta vez había arrasado con la cesta de la ropa y el camino del baño al salón se encontraba adornado por toda clase de prendas sucias, desde camisas del trabajo, hasta calcetines. Con resignación comencé a recoger todo el despliegue de colores que pintaba el pasillo de mi piso y me encaminé a poner una lavadora, por lo menos me había recordado que era hora ya o me quedaría sin ropa en el armario.

Su nueva actitud me extrañaba, teniendo en cuenta las circunstancias. Solo se comportaba así cuando su dueña iba a volver, pero eso no volvería a suceder.

- Ella no va a volver campeón. -Con ese pensamiento rondando por mi cabeza continué mi camino hacia el baño para terminar con la lavadora cuanto antes.

Hoy era mi día libre en el trabajo, pero no sabía qué hacer, aquí no tenía ningún amigo, ni conocía a nadie. Mi rutina durante estos largos seis meses había sido un continuo bucle del camino de mi casa al trabajo y la única brecha que existía en este círculo eran las salidas nocturnas extraordinarias con Turrón al parque, para que pudiese correr. Al fin y al cabo es a lo que estaba acostumbrado en Sfera, aquí lo único que le puedo ofrecer son pequeños paseos para que pueda hacer sus necesidades.

Yo aquí no tenía nada, mi única compañía era un perro que ni siquiera era mío, toda mi vida la tenía en Sfera. Y los planes que tenía en la Tierra los había hecho con una persona que no se acordaba de mí ya.

A pesar de todo ello, prefería vivir en un mundo en el que todos los planes que habíamos hecho se desvanecían junto a su memoria que seguir viviendo en el mundo que me la había arrebatado de mi lado de la peor manera. Habían conseguido que yo no fuese más que un simple desconocido para ella cuando me viese, si es que alguna vez lo volvíamos a hacer. No quedaría rastro alguno de todas esas quedadas furtivas en el bosque, tampoco de todas esas veces que me colaba por la puerta trasera del amparo, para poder verla por la noche en el patio trasero, sentados detrás de la basura para que nadie nos viese. Mucho menos recordaría todos los planes con los que habíamos estado fantaseando tanto tiempo, esa vida que habíamos creado para cuando ella cumpliese los veinte años, la mayoría de edad, y pudiésemos irnos a la Tierra a vivir, juntos, libres...

Yo nunca había venido a la Tierra, llevaba veintiséis años viviendo en Sfera, por lo que la belleza de sus paisajes no me sorprendían, me había criado con ellos, pero cuando Adela me contaba los lugares que existían en la Tierra y los que echaba de menos, yo me quedaba impresionado. No podía creer que existiesen lugares donde la gente se tiraba desde grandes alturas para disfrutar la adrenalina de la caída, creo que se llamaban parques de atracciones, no lo recuerdo bien, pero lo que sí recuerdo a la perfección es como brillaba la emoción en sus ojos al recordar la sensación que provocaba cada una de las cosas de las que carecía Sfera. Ella no paraba de mencionar que a pesar de ser simple, mi mundo era mágico, pero lo cierto era de que la verdadera magia la creaba ella al evocar todos esos pensamientos y deseos en mí de querer empezar una vida con ella en la Tierra, donde pudiésemos estar lejos de la guerra que hacía poco había comenzado.

Esta guerra había conseguido que las cosas en Sfera cambiasen mucho, algunas personas huyeron a tiempo de vuelta a la Tierra porque se esperaba que las cosas empeorasen, otros no tuvimos tanta suerte y nos quedamos a vivir la historia de cómo nuestro mundo poco a poco se iba debilitando. Donde los pobres cada vez nos hacíamos más pobres y los ricos continuaban enalteciendo sus bolsillos junto con su ego.

La nueva situación había provocado que viéramos a nuestros vecinos siendo echados de sus casas por no poder pagar sus impuesto o verlos en la calle mendigando por comida. Como en toda guerra, habíamos visto cosas que no nos tocaban. Y, aunque antes hubiese dado lo que fuera por poder sacarle esos recuerdos de la cabeza a Adela, hoy, mi parte egoísta, esa que no se acostumbra a vivir sin ella, deseaba que los recuperase, porque eso significaría que me volvería a recordar.

Un ladrido me sacó de mi cavilaciones. No sabía cuánto tiempo había estado enfrente de la lavadora sumido en mis pensamientos, pero decidí que era hora de comenzar a hacer algo productivo, ya que seguir pensando en ella solo conseguiría incrementar ese ya característico dolor en el pecho y la nostalgia que se abría paso por él. Creí que salir a correr sería una buena manera de evadir todos estos sentimientos, así que me preparé, le puse el bozal y la correa a Turrón y salimos del piso en el que había estado viviendo estos últimos seis meses.

El camino al parque me lo pasé sumido en mis pensamientos, así que cuando menos me lo esperé ya me encontraba atravesando las grandes verjas negras que rodeaban el recinto. Cuando comencé a calentar a la sombra de un árbol, me percaté de que apoyadas en el tronco se encontraban dos niñas sentadas en el césped jugando con unos muñecos, al instante los reconocí, eran los protagonistas de una película que se llamaba Thor.

- ¡Oh Thor! Muchas gracias por venir a salvarme -había dicho una de ellas a medida que movía su muñeco y ponía una voz muy aguda, que juraría que no distaba mucho de la suya real.

- Estaré siempre para salvarte, Jane -dijo poniendo una voz grave que quedaba muy graciosa saliendo de un cuerpo tan menudo -. Pero ahora necesito llevarte a Asgard para sacarte el Éter.

Eso había conseguido mi atención plena, el Éter en Sfera, era una leyenda. Se decía que hace mucho años, cuando el rey Einar, el bisabuelo del rey actual, Nergal, seguía con vida, había llegado a Sfera una mujer que había cambiado el rumbo de las cosas en nuestro mundo.

La leyenda narra que cuando Sigrid llegó, trajo consigo el dominio de todos los elementos y además el Éter, el elemento más poderoso de nuestro universo. Nadie supo nunca cómo lo adquirió, pero era indudable el poder que le proporcionaba a la forastera. Eso provocó una gran revuelta en Sfera, la población comenzaba a sentirse vulnerable, porque los caminantes no podrían defenderlos de ella, a esa vulnerabilidad se unía la incertidumbre de la misteriosa llegada de la mujer al mundo. Einar, al ver a su pueblo tan asustado, decidió llamar a Sigrid al palacio y mantener una conversación con ella, de rey a nueva ciudadana. Su intención era asustarla, para poder sacarle información respecto a su misteriosa llegada.

Pero eso no fue necesario, el rey nada más verla quedó embelesado con su belleza. Se cuenta que desprendía una luz que nunca antes se había visto, y una vez que fue aceptaba por el pueblo se la comparaba con los ángeles, se decía, que contaba con una amabilidad digna de toda una reina, y las habladurías del pueblo no tardaron en convertirse en la realidad.

A los seis meses de haber llegado Sigrid a Sfera, estaban esperando a un bebé. Eso dio mucho que hablar, y todos aquellos miedos y desconfianzas que habían existido en un principio hacía ella, habían quedado desplazados por su carisma.

Ocho meses más tarde Aresia, una adorable bebé, llenaba de llantos todo el palacio. Se dice que sin duda, era hija de su madre, había heredado su facilidad para las risas y sonrisas y esos grandes y brillantes ojos verdes que saltaban a la vista en perfecta armonía con la cabellera rubio platino. Pero, esa era la única similitud que ahora guardaba con su madre pues Sigrid después de haber tenido a Aresia, se había apagado, ya no tenía esa gran sonrisa que le llegaba a los ojos, ni el ánimo para andar por los pasillos del palacio disfrutando de los más pequeños detalles, como solía hacer. Las únicas sonrisas que aparecían en su rostro eran las que dedicaba a su hija, y tampoco eran reales, se pasaba los días llorando y las noches en vela.

Einar, sentía que su mujer había muerto, más bien que su hija la había matado. Por lo que decidió matar a la razón que le arrebató su felicidad. Un día simplemente, Aresia desapareció. Al pueblo se le dijo que su emérita había muerto por una gripe. La leyenda cuenta que Sigrid averiguó los planes de su marido y consiguió escapar con su hija dejándola escondida con unos amigos a las afueras del Estado, cerca del bosque de los recuerdos. Y que Aresia creció feliz junto a su nueva familia con el Éter corriendo por sus venas. Hay otras versiones donde se cuenta que el rey cuando fue a matarla no fue capaz, y que la escondió en las mazmorras del palacio y creció como la hija de una criada.

Años más tardes, después de la desaparición de Aresia, nació Agnis, pero ni el nacimiento de su nuevo hijo fue razón para devolverle la felicidad a Sigrid. Nunca se supo la razón de tan drástico cambio, pero lo que sí era sabido por todos, era que aquel que portase el Éter, o lo nombrase, sería arrestado por los caminantes y no podría volver a Sfera nunca más. Aquel misterioso elemento no había hecho más que traer desgracias a la vida del rey Einar, por lo que no quería volver a escuchar más de él.

Esa era la historia que contaban a los niños en Sfera cuando se portaban mal, les decían que el rey Einar les iría a buscar si no se comían toda la comida, se había transformado en una leyenda urbana y los padres la habían aprovechado para educar a sus hijos. Pero me sorprendió escuchar que aquí en la Tierra conocían de la existencia del Éter.

- Hola, me pareció escucharlas decir algo del Éter, ¿qué es eso? -A lo mejor aquí en la Tierra tenía otro significado.

- Hola señor, pues es una cosa que sale en una película de superhéroes, y que le entra en el cuerpo a una chica y luego su novio la salva y se lo quita, sí -afirmó junto con un asentimiento de cabeza dando a entender que estaba muy segura de lo que decía. Y a medida que iba hablando iba elevando la voz, al igual que la emoción con la que hablaba. Eso consiguió llamar la atención de una mujer que estaba sentada en un banco a unos metros de nosotros, que inmediatamente al vernos, se encaminó hacia nosotros con paso ligero.

- Enola, Abril, vámonos, ya es muy tarde. -Mientras hablaba me echaba una mirada de desconfianza. Al instante aparecieron las quejas de las dos pequeñas.

- No se preocupe señora, no quería hacerles daño, disculpe si le dio esa sensación. Yo ya me voy, no me gustaría interrumpir vuestra tarde. ¡Turrón, vamos!. Que tengan una buena tarde, y muchas gracias a ustedes por la explicación -dije dirigiéndome a las niñas.

A medida que me iba alejando, escuché a la que supuse que sería la madre preguntarle a las pequeñas qué era lo que les había preguntado.


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