⊰⊹ 19: Equivocado.
Inmediatamente después de que la puerta principal se cierra, su teléfono empieza a sonar.
BeomGyu suelta un agresivo suspiro. Su corazón golpea sus costillas insistentemente, y él lo habría dejado pasar de no ser porque empeora cuando ve el contacto de su madre en la pantalla invitándolo a una videollamada.
Si ya era malo que su madre lo llamara, ella queriendo una videollamada jamás es buena señal: no es que la mujer quiera exactamente verificar cómo está.
Contiene una maldición mientras corre a su habitación para quitarse la gigante camisa de SooBin que aún conserva y usa como pijama, para, en su lugar, ponerse una de los conjuntos de seda que tiene acumulados en su armario, además de pasar un peine por el nido de pájaros que tiene en la cabeza. Sin embargo, para cuando quiere contestar, la llamada termina.
Lloriquea a modo de una patética queja, y cuando el característico tono de llamada vuelve a sonar, él todavía no quiere contestar, pero lo hace aun así.
—Buenas tardes, madre. —Su mejor sonrisa amable se planta en sus labios titubeantes—. ¿Cómo has est...?
—¿Por qué tengo que llamarte dos veces? —Ella lo mira con el atisbo de un ceño fruncido en su perfecta piel ligeramente bronceada—. Debes contestar de inmediato; no tengo todo el tiempo del mundo, BeomGyu.
Él evita rodar los ojos.
—Lo sé. —Oculta sus manos temblorosas detrás de su espalda y se obliga a respirar correctamente—. Lo siento, madre.
Ella suspira y niega con la cabeza, pero no tarda ni un par de segundos antes de que su semblante se llene de reproche de nuevo. A estas alturas de su vida, BeomGyu se pregunta si tiene otra expresión aparte de esa.
—¿Por qué estás en pijama a esta hora? —Lo escanea de arriba abajo a través de la pantalla—. Son las cinco de la tarde.
BeomGyu mira su atuendo antes de darse cuenta y patearse mentalmente.
—¿No habrás olvidado la cena de hoy con el presidente de Global Solutions, verdad? —inquiere, sus ojos entrecerrados.
Lo cierto es que si SooBin no le hubiese recordado la cena de gala a la que tienen que asistir en un par de horas, BeomGyu podría habérsela pasado viendo películas de terror lo que resta del día hasta quedarse dormido rodeado del olor de SooBin impregnado en sus almohadas.
—No, no lo hice. Sólo estaba —Baja la cabeza, buscando alguna excusa en la lisa superficie de la isla— descansando.
Su madre alza diminutamente una ceja en su más expresivo gesto de sospecha, pero se rinde rápidamente a su intento de saber qué hay detrás de la fachada convincente de su hijo. O no le importa averiguarlo, en realidad.
—Deja de holgazanear y ve a cambiarte. —Manipulando otro teléfono con la otra mano, Sandra apenas mira la pantalla—. Daniel Ravenscroft no es conocido por su paciencia ante la impuntualidad.
—Sí, madre. Nos vemos ahí.
BeomGyu se apresura a tratar de colgar, pero su dedo no alcanza el botón rojo antes de que la voz de su madre suene una vez más.
—La prensa va a estar presente. —Ella le sonríe brevemente a la cámara con una expresión sugerente—. Siempre han tenido una especial curiosidad por ti, ¿sabes?
Sabiendo lo que le conviene, BeomGyu retiene la ironía que se aproxima a su voz.
—No lo he notado.
—Creo que es tiempo de hacerte una mejor imagen, ¿no crees?
—Supongo.
Sandra sonríe más grande entonces, dejando de lado el otro teléfono para enfocar de lleno su rostro en la pantalla.
—Entonces, ¿a quién llevarás hoy?
Conteniendo un quejido de puro cansancio, BeomGyu se encoge de hombros. La debilidad creciente de sus piernas le dificulta mantenerse de pie, pero no quiere arriesgarse a moverse.
—No tengo acompañante.
Pese a lo insignificante del cambio, BeomGyu nota que la cara de su madre se desfigura de una forma odiosamente familiar.
—¿Cómo es que no tienes novia aún?
—Ella frunce el ceño—. Ya tienes veintiún años.
—Estoy ocupado, madre. Todavía estoy haciendo mi pasantía en Smith & Wells.
—Mi boda con Sebastian es pronto, BeomGyu. —Sus ojos se estrechan—. ¿Llegarás solo otra vez?
—Probablemente.
Tomando una aguda inhalación para mantener la compostura, como siempre hace en algún punto de sus conversaciones, su madre lo mira con tensa gentileza.
—¿No crees que sería buena idea presentarte con alguien en los próximos eventos? La compañía femenina podría traerte varios beneficios.
—En realidad, estoy bien, madre. No tengo tiempo para una relación.
—¿Estás seguro? ¿No estás harto de que sea SooBin quien te lleva a todos lados? La gente está empezando a hablar. —Una mueca inusualmente marcada dibuja líneas en su rostro.
BeomGyu casi se traga su lengua entonces. Aguanta la respiración, quieto como una roca. La penetrante mirada azul de su madre le atraviesa el pecho, rebuscando en su interior alguna confesión, pero BeomGyu se queda callado. Apartar la mirada significaría admitir que sabe que hay demasiados rumores circulando en la universidad, rumores de los que ella probablemente ya tiene consciencia. La mujer tiene oídos en todos lados.
Pero no se preocupa por una confrontación directa: su madre tendría que pronunciar con su propia boca que todo el mundo está diciendo que su único hijo es un marica, y la efímera mueca de asco en su semblante le hace saber a BeomGyu que ni siquiera eso es admisible dentro de sus estándares.
Sin embargo, no va a cavar su propia tumba abriendo la boca. Tal vez su madre ni siquiera se refiere a los estúpidos chismes de campus. Y aunque los rumores entre la prensa no son mejores que eso, cualquier cosa es mejor que enfrentar a su madre.
—Pero no te preocupes —declara ella, con su mirada descongelándose lentamente—: no voy a permitir que nadie calumnie a mi hijo de esa manera.
Con un largo conteo mental, BeomGyu espera a que la punzada en su pecho deje de empujar una bola de tenis hacia afuera por su garganta, pero no parece querer desaparecer, por lo que disimula lo mejor que puede el temblor en su voz.
—No te preocupes por mí; puedo arreglármelas sin una novia. —Carraspea, esbozando una sonrisa—. Pero gracias, madre.
Ella regresa su vista al otro teléfono, asintiendo sin más. BeomGyu se esfuerza por soportar el pesado desprecio del gesto sin retorcerse como una cucaracha pisada en el suelo.
—Si realmente quieres agradecerme —dice ella entonces—, ayúdame a ayudarte y lleva a la chica con la que estés saliendo a mi boda. Sería agradable conocerla.
Sin poder resistirse, BeomGyu finge acomodar el teléfono para salir del enfoque de la cámara y rodar los ojos antes de regresar a ver la expresión severa de su madre.
—No estoy saliendo con una chica ahora —contesta él, sin poder evitar el destello de tedio en su tono.
Su madre, una vez más, ignora su voluntad con un vago gesto de obviedad.
—Pues tienes tiempo para conseguir una. No por nada te heredé esa belleza que tienes.
Con un discreto suspiro, BeomGyu cede. Discutir con Sandra Dumont es como luchar contra una pared de grueso hierro con púas.
—Sí, madre, lo haré.
—Bien. Entonces, recuerda: la cena es a las ocho. ¡Oh!, por cierto, Ravenscroft es un conde británico. Su hija es mayor que tú, pero para el amor no hay edad, ¿verdad?
—Sí, madre.
—De acuerdo. Nos vemos. No me avergüences y sé puntual. ¡Oh!, además, el gobernador de Oregon tiene una hija: va a estar presente y tiene tu edad, ¿quieres que...?
Sintiéndose valiente, BeomGyu cuelga.
Agotado, BeomGyu deja caer su peso sobre la isla de la cocina, dejando que el frío que quema su rostro lo espabile un poco, pero se siente aún bastante aturdido cuando se dirige hacia su habitación para empezar a escoger el traje que usaría para la dichosa cena a la que su madre lo está obligando a ir.
Normalmente tiene todo listo un día antes, pero esta situación lo ha tenido un poco distraído, en el sentido de que el desánimo lo ha tenido postrado en la cama por horas y chocando contra las paredes como un muerto viviente en las pocas ocasiones que se levantaba.
El que SooBin haya llegado a su apartamento fue más aliviador de lo que debería, la mera presencia de SooBin lo es, pero con el pasar de los minutos, lo que sintió fue todo menos alivio; en cambio, una tonelada más de culpa cayó sobre sus hombros y su corazón se rompió un poco más al ver el rechazo en la mirada ennegrecida de los ojos grises de SooBin, esos ojos que normalmente están iluminados mirándolo a él antes que a nadie más.
Por eso, esto es su culpa. BeomGyu no tiene idea de cuándo y por qué se le pasó por la cabeza que convertirse en el juguete para follar de SooBin sería una buena idea. Y aunque tampoco sabe si realmente querría retroceder el tiempo para evitarlo si pudiera, definitivamente no quiere la maldita reputación que le ha causado. No es nada más que el producto de la intolerancia a la libertad de un montón de gente hipócrita, y no lo ayuda a generar la imagen de una buena opción que BeomGyu quiere que SooBin vea en él.
No obstante, desde hace mucho sabía lo imposible que era su deseo de cuento de hadas. SooBin, poseyendo catálogos tras catálogos de opciones ordenados por letra, color y género, jamás se enamoraría perdidamente de su mejor amigo ni le pediría que se casaran a escondidas de sus padres para vivir el romance loco de unos jóvenes libres y con fideicomiso, así que no tenía caso siquiera intentarlo.
Sin embargo, la transparencia siempre es la mejor fachada. Así como no tenía por qué confesar su amor, no tenía por qué ocultar su deseo. BeomGyu jamás fue discreto con su fascinación por el sexo.
Es por ello que BeomGyu ni siquiera sabe por qué lo afectó tanto el hecho de que se sumara a la campaña "anti-BeomGyu".
¿Por qué le duele?
SooBin incluso hace bromas sobre la conocida promiscuidad de BeomGyu, y a BeomGyu no le importaba, además de que no se atrevía a corregirlo con la estúpida confesión de que no se había acostado con nadie más desde que empezó lo que sea que hubo entre SooBin y él, porque después de las risas burlonas y los guiños sugestivos venían las sesiones de sexo más alucinantes que BeomGyu puede recordar.
Por enésima vez en el día, suspira en un intento de soltar todos los sentimientos acumulados de su pecho. Por enésima vez, no funciona.
Cuando está terminando de abrochar su camisa, el timbre de su apartamento suena. Conteniendo un berrinche digno de un niño de cinco años, BeomGyu frunce el ceño mientras se dirige hacia su intercomunicador. Nadie llega de visita un domingo al atardecer, por lo menos no a su apartamento. De todas maneras, no tiene más amigos aparte de SooBin y, si es que se puede considerar así, YeonJun.
De mala gana, contesta la llamada. La voz del amable señor de recepción le habla para informarle quién lo visita, y BeomGyu se tensa de inmediato.
¿Qué hace TaeHyun aquí?
—Oh, no. —Se toca la cara frenéticamente: no hace falta que se vea en un espejo para saber que su rostro está hinchado y ojeroso—. Oh, no. Oh, no.
—¿No desea su visita, señor Dumont?
—No, no. ¡Digo, sí! Déjalo pasar, Albert, por favor.
—Por supuesto, señor Dumont.
Ignorando lo mejor que puede el revoltijo en su estómago, corre hacia el baño para lavar su rostro con agua fría y acomodar un poco su cabello: no quiere que TaeHyun lo vea hecho un desastre.
Para cuando el ascensor de la entrada hace su característico sonido al llegar, BeomGyu está preparándose con mantras mentales para afrontar lo que sigue. Probablemente no tiene tiempo para esto, pero aun así va a hacerlo. El sol ya está poniéndose y él no sabe cuánto va a tardar SooBin en llegar, pero ya no quiere cargar con este peso por más tiempo. Suficiente tiene con el esfuerzo de aguantar las ganas de llorar para no avergonzarse frente a SooBin dentro de un rato.
Pero de algo tiene que servir su conversación con SooBin antes de que este lo mandara al diablo. La duda de SooBin sobre TaeHyun parecía genuina, y la intriga de BeomGyu por ello es lo único que lo empujó a permitir que siquiera lo dejen pasar.
Pero mientras más se acerca a la puerta, menos decidido se encuentra.
Cuando se asoma al vestíbulo, la imagen de un muy serio TaeHyun hace que su estómago se congele, se caliente y se revuelva en un solo segundo. Su cabello está desordenado y su ropa arrugada, pero ni así deja de verse guapo.
TaeHyun le dedica una pequeña sonrisa.
—Hola, Beo...
—Oye, mira —BeomGyu se dirige hacia él, con las ansias adormeciendo su lengua ligeramente—, lamento haber sido tan grosero el jueves, ¿de acuerdo? No debí insultarte así, sobre todo porque ni siquiera te conozco lo suficiente para conocer tus intenciones. Tampoco debí escuchar tu conversación, ni mucho menos asumir cosas a partir de ella. Yo —Boquea, buscando las palabras— me he topado con tantos imbéciles que ahora se me hace difícil diferenciarlos de los demás, pero eso no es excusa, así que lo siento.
—Oh, bueno. En realidad —TaeHyun parpadea, mirándolo con los ojos bien abiertos—, venía a disculparme.
BeomGyu lo mira durante un momento, con el cepo fruncido, antes de sacudir la cabeza.
—No, no. Estamos bien, ¿sí? No tienes que disculparte por nada.
—No —TaeHyun da un paso más cerca con firmeza, apretando los labios en una línea—, sí debo, porque debí defenderte de ese imbécil, y lo siento. Odio que tengas que soportar que digan esas estupideces sobre ti.
BeomGyu solamente parpadea por un buen rato. TaeHyun le devuelve la mirada sin decir nada, aún con esa expresión de arrepentimiento que BeomGyu no comprende del todo aún, pero es demasiado adorable para que él pueda resistirse.
—Vaya —BeomGyu ríe suavemente y se apoya en el marco de la puerta—, sí que me equivoqué contigo, ¿verdad?
TaeHyun le sonríe de vuelta, subiendo sus lentes por el puente de su nariz.
—No quiero sonar pretencioso, pero sí.
—Entonces, creo que te mereces una oportunidad para hablar. —BeomGyu hace una mueca, encogiéndose—. Lamento el papelón, por cierto.
TaeHyun hace un gesto para restarle importancia al asunto, pero aparta la mirada y rasca su cuello, el nerviosismo arribando nuevamente a su semblante.
—Eh, lo que yo quería decirte esta tarde era... —TaeHyun ajusta sus lentes rápidamente, sonriendo de lado—. Bueno, quería invitarte a salir. Me prometiste una cita, ¿recuerdas?
La sonrisa de BeomGyu cae, con la ternura extinguiéndose con rapidez dentro de él. TaeHyun parece notarlo, pues lo mira con el ceño fruncido de inmediato.
BeomGyu quiere esconderse donde sea.
—Uhm —balbucea, irguiéndose mientras aparta la mirada—, no creo que sea lo mejor.
—¿Qué? Pero...
—¡Pero podemos ser amigos!, ¿no crees? —Las comisuras de sus labios suben, vacilantes—. Incluso podemos follar de vez en cuando, si quieres, pero eso es todo. Yo... no puedo ofrecerte nada más, TaeHyun. Lo siento.
—BeomGyu...
El rubio se da la vuelta, sintiendo cómo su corazón se acelera a cada segundo. TaeHyun toma su muñeca para retenerlo, pero BeomGyu se aparta ágilmente sin siquiera mirarlo.
Sabiéndose incapaz de llevar a TaeHyun hasta la salida, BeomGyu apenas señala la puerta del ascensor.
—Será mejor que te vayas, TaeHyun. Nos vemos luego.
Con piernas temblorosas, BeomGyu se dirige hacia su habitación sin mirar atrás y cierra la puerta detrás de él.
Entonces, una vez más, empieza a ahogarse dentro de sí mismo.
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🥀Nhara
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