Parte 2: Venganza y Libertad
Horas después, la sala de Perú estaba iluminada por una tenue luz dorada. Rusia y China habían llegado, y ambos lo miraban con preocupación. Perú estaba sentado en el sofá, sosteniendo una copa de vino, mientras les contaba todo lo sucedido.
“No puedo creer que Estados Unidos te haya hecho eso,” dijo Rusia, apretando los puños con fuerza. Su rostro mostraba una mezcla de furia y frustración.
“Es un idiota,” añadió China, con su típico acento marcado. “No sabe lo que tenía. Yo no lo hablia dejado ni un segundo.”
Perú soltó una risa amarga. “Eso ya no importa. Lo que importa ahora es que quiero olvidarlo… y quiero divertirme.” Sus ojos se alzaron hacia ambos, llenos de una determinación que sorprendió a Rusia y a China.
“¿Qué quieres decir?” preguntó Rusia, aunque en el fondo ya lo intuía.
“Quiero estar con ustedes esta noche. Quiero que me hagan olvidar que alguna vez lo amé.”
China y Rusia se miraron, ambos dudando. Pero la mirada suplicante de Perú rompió cualquier resistencia. Rusia fue el primero en acercarse, colocando una mano suave pero firme en el mentón de Perú, obligándolo a mirarlo.
“Si eso es lo que necesitas, estaremos contigo,” dijo Rusia con un tono bajo y protector.
China, no queriendo quedarse atrás, tomó la mano de Perú y la apretó con calidez. “No tienes que pedirlo dos veces. Pero solo porque te queremos, no como él.”
Perú sintió cómo su corazón se calentaba ante sus palabras. En ese momento, no se trataba solo de venganza, sino de encontrar consuelo en brazos que realmente lo valoraran.
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Horas más tarde, mientras los primeros rayos de sol comenzaban a asomar, la puerta de la habitación de Perú se abrió de golpe. Allí estaba Estados Unidos, con el rostro desencajado y los ojos cargados de desesperación.
“¡Perú!” gritó, pero su voz se apagó al ver la escena frente a él. Perú estaba recostado entre Rusia y China, ambos dormidos pero abrazándolo con evidente cariño. La ropa desordenada y los rastros de la noche hablaban por sí solos.
Estados Unidos sintió como si el mundo se derrumbara bajo sus pies. “¿Qué… qué significa esto?” logró preguntar con un hilo de voz.
Perú se levantó lentamente, sin molestarse en cubrirse más allá de una sábana. Lo miró con una mezcla de satisfacción y desafío. “Significa que hice exactamente lo que tú hiciste conmigo. Solo que no lo escondí.”
Estados Unidos apretó los puños, sus ojos llenos de ira y dolor. “Yo… yo te amo. Fue un error. ¡No significó nada con México!”
“¿Y crees que esto sí lo significó?” respondió Perú, acercándose a él con pasos firmes. “No tienes idea de lo que significó para mí, pero te aseguro que me siento mucho mejor que cuando descubrí tu traición.”
“¡Por favor, Perú! No me hagas esto. Podemos arreglarlo,” rogó Estados Unidos, tratando de tomar su mano, pero Perú lo apartó.
“No hay nada que arreglar,” dijo con frialdad. “Ya decidí. Quiero el divorcio.”
“No,” murmuró Estados Unidos, sacudiendo la cabeza. “No puedo dejarte. Haré lo que sea. ¡Dime qué tengo que hacer!”
Perú lo miró directamente a los ojos, sin titubear. “Acepta que esto terminó. Porque si no lo haces, le contaré al mundo lo que hiciste. Tú decides.”
El silencio se apoderó de la habitación. Rusia y China se habían despertado, observando la escena con tensión. Finalmente, Estados Unidos bajó la cabeza, derrotado.
“Está bien,” dijo con voz quebrada. “Si eso es lo que quieres, te dejaré ir. Pero quiero que sepas que siempre te amaré, incluso si ya no estás conmigo.”
Perú no respondió. Simplemente le dio la espalda, volviendo a la cama con Rusia y China. Estados Unidos salió de la casa, con el corazón roto y el peso de su error aplastándolo.
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**Tres años después**
El sol brillaba intensamente sobre los extensos jardines de una hermosa mansión. Perú estaba sentado en la terraza, sosteniendo una taza de café mientras observaba a cuatro niños jugando entre las flores. Dos niños corrían juntos, uno con cabello plateado y otro con mechones dorados. Una niña de ojos rasgados reía mientras lanzaba pétalos al aire, mientras el menor de todos, con cabello castaño oscuro, intentaba atraparlos.
De repente, un par de brazos fuertes lo rodearon por detrás. “¿Qué te tiene tan distraído, lindo?” preguntó Rusia, apoyando la barbilla en su hombro.
“Nada, solo miro a mis hijos,” respondió Perú con una sonrisa tranquila.
“Nuestlos hijos, ¿dilás no amol?” dijo China, apareciendo con una bandeja de té. Perú rio suavemente ante su problema con la “r” y le dio un beso en la mejilla.
“Sí, nuestros hijos,” confirmó, pero el beso se intensificó cuando Rusia tomó su rostro y lo besó profundamente.
“Papás, ¡no se coman a papi!” gritaron los niños, causando que Perú, Rusia y China rieran a carcajadas.
Sin embargo, fuera de la mansión, alguien observaba desde lejos. Estados Unidos estaba de pie, con los ojos llenos de lágrimas y una botella en la mano corriendo a algun lugar.
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En una casa que alguna vez fue un hogar lleno de amor, Estados Unidos cerraba de golpe la puerta al entrar. Sus pasos resonaban en la soledad del lugar mientras las lágrimas caían por su rostro. Apretaba una botella de ron en la mano, temblando.
Se detuvo frente a la sala, donde aún estaba el sofá que solía compartir con Perú. El lugar estaba desordenado y cubierto de polvo, como si nadie hubiera querido mantenerlo desde que Perú se fue. Se dejó caer en el suelo, mirando las paredes vacías.
“Debí dejarlo todo por ti,” murmuró, su voz quebrada por el dolor. “Lo siento, Perú… Quisiera haber sido ellos.”
Sus lágrimas cayeron sobre la alfombra mientras abrazaba la botella como si fuera lo único que le quedara. Miró alrededor, viendo los recuerdos de lo que alguna vez fue su vida con Perú. La casa, que había sido un refugio lleno de risas, ahora era un eco de su arrepentimiento.
Con un sollozo final, apoyó la cabeza contra el sofá y cerró los ojos. “Debí elegirte… Siempre debí elegirte.”
La casa, ahora fría y vacía, se quedó en silencio, siendo testigo de un hombre que nunca podría olvidar el amor que perdió.
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