Bajo el Sol del Pacífico
Chile x Perú
El campo de batalla en Tacna era un caos de gritos, explosiones y disparos. Perú, con su uniforme maltrecho y la bandera rojiblanca aún atada a su espalda, corría entre las trincheras buscando una salida. Estaba solo. Sus aliados habían sido superados, y ahora él, herido en el hombro, intentaba escapar de las tropas de Chile.
Desde lo alto de una colina, Chile lo observaba. Su capa azul ondeaba al viento, y en su rostro había una mezcla de determinación y algo más difícil de discernir: una profunda melancolía.
“Perú… ¿por qué sigues peleando?” pensó Chile, apretando los dientes mientras bajaba corriendo hacia el campo. No podía quedarse quieto, no mientras lo veía tambalearse, con la sangre manchando el blanco de su uniforme.
Cuando finalmente lo alcanzó, Chile vio a Perú caer de rodillas, agotado. Sin pensar, lo cargó sobre su espalda y lo llevó a una cueva cercana, lejos del caos.
—Déjame... —murmuró Perú débilmente, intentando zafarse—. No necesito tu ayuda, Chile.
Chile lo ignoró, concentrándose en detener la hemorragia. Mientras limpiaba la herida de Perú, su rostro mostraba una mezcla de preocupación y culpa.
—¿Por qué me ayudas? —preguntó Perú, sus ojos entrecerrados por el dolor.
Chile guardó silencio por un momento. Finalmente, respondió con voz baja:
—Porque no puedo verte así. Porque, aunque ahora estemos en lados opuestos, siempre serás importante para mí.
Perú lo miró fijamente, sorprendido. No esperaba esa respuesta. En su mente resonaban las imágenes de batallas pasadas, de momentos en los que sus tierras y culturas parecían una sola, antes de que la guerra los separara.
Esa noche, la guerra pareció detenerse dentro de la cueva. Chile encendió una pequeña fogata, y Perú, aunque débil, no dejaba de observarlo.
—¿Por qué luchas contra mí? —preguntó Perú de repente, su voz apenas un susurro.
Chile suspiró, mirando las llamas.
—Porque eso es lo que se espera de mí. Porque me dijeron que debía proteger lo mío, aunque eso signifique destruir lo que más valoro.
Perú sintió que algo en su pecho se apretaba.
—Entonces eres un cobarde —dijo, con una pequeña sonrisa amarga.
Chile lo miró, sorprendido. Luego, para su propia sorpresa, comenzó a reír.
—Tal vez lo sea. Pero dime, Perú… ¿por qué sigues peleando, cuando sabes que esta guerra nos está destrozando?
—Por mi gente. Por mi hogar. —Perú suspiró y cerró los ojos—. Pero esta guerra también me está quitando a ti.
El silencio que siguió fue pesado, pero no incómodo. Chile se acercó lentamente, su mano temblando mientras tocaba el rostro de Perú.
—No quiero perderte… no de esta manera.
El beso que compartieron fue breve, pero lleno de emociones. Por un instante, dejaron de ser soldados, dejaron de ser países en guerra. Solo eran dos almas buscando refugio en medio de la tormenta.
A la mañana siguiente, el rugido de la batalla los despertó. Ambos sabían que el momento de despedirse había llegado.
—Volveremos a encontrarnos —dijo Perú, con una pequeña sonrisa, aunque sus ojos mostraban tristeza.
Chile asintió, apretando su mano con fuerza.
—Te lo prometo.
Perú salió de la cueva, tambaleándose pero decidido. Chile lo vio alejarse, sintiendo que una parte de sí mismo se iba con él. Cuando la guerra terminó, ambos sabían que habían perdido más que territorio o recursos: habían perdido la posibilidad de estar juntos.
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**Años después**
Las calles de Lima estaban llenas de vida, pero en medio de la multitud, Chile se sentía perdido. Había venido en una misión diplomática, pero en realidad, buscaba algo más.
Cuando sus ojos finalmente se cruzaron con los de Perú, fue como si el tiempo se detuviera. Perú estaba de pie frente a una iglesia, con la misma mirada desafiante y cálida que había conocido años atrás.
—Chile… —dijo Perú, dando un paso hacia él.
Chile sonrió, una mezcla de alegría y alivio llenando su rostro.
—Perú… nunca dejé de pensar en ti.
El abrazo que compartieron fue la prueba de que, aunque la guerra los había separado, el amor siempre encontraría una manera de unirlos.
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