7 Oro y música
Hola a todos, aquí Coco quien navega su barco rampante en pleno verano, y quien disfruta, con todo, de la aventura de la tormenta >w< Y no me refiero a los ciclones tropicales que de hecho están pasando en México. Mis coquitos, me refiero a la tormenta de la vida. La inmersión laboral ha resultado todo un reto, pero espero que, con el apoyo de todos ustedes, pueda llevar mi nave a buen rumbo sin perder el curso. Bueno, ya basta de analogías navales XD Hoy les traigo el emocionante encuentro entre cierto asesino de talla pequeña y la tripulación del capitán Meliodas. Aunque corto, este capítulo promete ser emocionante *w* Fufufu. Ya saben qué hacer 💋
***
Un solitario barco se movía a la distancia, cubierto por un manto de niebla sobrenatural que era igual a una mortaja. Sus velas negras se mecían sin haber viento, la madera crujía de modo escalofriante, y la monstruosa tripulación dormía bajo cubierta, a la espera de más víctimas. El cargamento de esa nave era siniestro, pues no llevaba oro, ni joyas, ni ningún tesoro que los mortales pudieran valorar. Lo que llevaba ese barco eran almas.
Las almas de los muertos gemían atrapadas antes de llegar a su destino final, sus lamentos eran acompañados por el sonido de las olas. Y allí, de pie frente al timón, estaba el temible capitán. Solo que su apariencia no concordaba para nada con su embarcación maldita. Era un hombre joven, apuesto, de estatura corta y porte señorial. Su piel era pálida como la luna, cabello oscuro como la noche, y unos ojos que, mirando al horizonte, reflejaban el color de una esmeralda.
Miraba intensamente hacia el océano, y su tristeza era tan basta como las aguas frente a él. Metió los dedos en su gabardina, pasando la mano por su pecho a la altura del corazón, y de ahí, sacó un relicario con la misma forma del órgano que en realidad no estaba ahí. Abrió el objeto metálico, y dejó que la nostálgica melodía que salía de la pequeña caja musical fuera llevada por el viento hasta donde se perdiera para siempre. Nadie sabía que al escucharla era como si se apuñalara el pecho con su propia espada.
Extrañaba a su amada. La extrañaba tanto, que cada día sin ella era como morir. Pero él jamás moriría. Y jamás la encontraría otra vez. Una lágrima cayó de sus ojos y resbaló por su mejilla, pero justo antes de que esta cayera sobre la cubierta y se mezclara con la lluvia, él la atrapó en su mano y apretó el puño con furia. Había un solo culpable de eso. Eran nueve maldiciones además de la de él, pero lo cierto es que funcionaban como una sola. La única forma de romperlas era encontrar el corazón del mar y terminar con lo que había empezado hacía dieciséis años.
Se había enterado por rumores que la joya maldita había sido ubicada en algún punto de los mares del sur. Lo único que tenía que hacer era dejar el último lote de almas en la orilla del fin del mundo, y entonces, el hechizo sobre él le daría un respiro para comenzar su nueva búsqueda.
—Quiero la cabeza de ese traidor en un plato. Y también, deseo comerme el corazón de esa niña —Sonrió diabólicamente al pensar en los planes que tenía para sus enemigos, y al permitir que la maldad contaminara sus pensamientos, la oscuridad pasó a sus ojos, cambiando su color verde por un negro intenso como las profundidades del abismo.
*
Era muy temprano en la mañana, y Diane se despertó con la sensación de que ese sería un día muy especial. Se levantó con sigilo para no despertar a Elizabeth, bajo para poder ir por algo de beber, pero cuando estaba a punto de llegar al primer piso, se detuvo en las escaleras al oír unas voces.
—Capitán, ¿hasta cuando vas a seguir preocupado? No tiene nada de malo que hayas recurrido a los servicios de madame Lilia para "eso". Después de todo es su oficio.
—Ban, te estás equivocando. Yo no hice lo que piensas.
—Incluso si lo hubieras hecho, quiero que sepas que no te juzgo y pienso que no tiene nada de malo. Después de todo le pagaste, ¿verdad?
—Por la información y el reclutamiento, sí, y por nada más. Lo que hice con ella no tiene nada que ver con...
—¿Elizabeth? —preguntó, y el silencio a continuación fue una confirmación—. Los baños fríos para calmar las ansias son una cosa, pero pedirle a una bruja que te sepulte en hielo es otra muy distinta. No creas que no sé lo que hiciste. —Lo había atrapado. Ban no era solo su segundo, también era su mejor amigo, y Meliodas había caído en su trampa para averiguar lo que le estaba pasando—. Capitán, estoy preocupado por ti. No es que no me agrade esta nueva faceta tuya llena de caballerosidad hacia la dama, pero, ¿tiene que ser así? ¿En serio necesitas sufrir tanto conteniendo los sentimientos que tú y yo sabemos que tienes por ella?
—¡Para ya! —Diane pudo percibir claramente el momento en que su corazón se rompió, diáfano como un cristal, en miles de pedazos. Las lágrimas comenzaron a correr sin control por su cara, y no se quedó a oír más. En total silencio, volvió a subir a su cuarto para no ser descubierta, dejando al par de piratas listos para comenzar la verdadera conversación—. Ban, déjate de tonterías. Ninguna de esas cosas tienen que ver con mi preocupación.
—Si tú lo dices. Entonces, ¿cuál es el problema?
—Mi informante —Esto de inmediato capturó la atención de su teniente, quien se inclinó hacia el frente con una expresión de curiosidad—. ¿Recuerdas que dije que ayer vendría un sujeto a darnos la información que tenía sobre la bruja del mar?
—Pues sí, cazarla suele ser más difícil que atrapar un calamar con una botella. ¿Qué sucedió con él?
—Pues que no llegó.
—¿Estás seguro? Los piratas no son precisamente conocidos por su puntualidad, y si es así, él verá la forma de contactarte hoy.
—No lo entiendes. Conozco muy bien a ese viejo barracuda, y si no llegó anoche, solo puede ser por dos motivos. O me traicionó y está escondiéndose de mí, o lo mataron, y en ese caso, no vendrá jamás. —El albino tragó el nudo que se le hizo en la garganta, y un instante después sonrió.
—Pensemos que es lo primero, ¿no sería mejor así? Entonces tendrías razón para vengarte y sacarle lo que quieres sin pagarle nada.
—No es la mejor opción. Verás, no tienes idea del miedo que ese sujeto me tenía. Le he mostrado lo peor de mí, y si resulta que tuvo más miedo de otra persona, entonces el tipo en cuestión debe ser el mismísimo demonio. —Ban se quedó callado mientras cavilaba sobre el asunto. No creía que pudiera existir un pirata así, pero como de momento no podían hacer nada para comprobarlo, decidió desviar el tema.
—Bueno, de cualquier forma se lo merecía, tenía el alma totalmente podrida. ¿Y entonces? ¿Qué sigue?
—Lidiaré con eso en un rato. Por ahora, despierta a las chicas. Tenemos muchas cosas que hacer si queremos zarpar pronto.
*
La tripulación estaba reunida en torno a una de las mesas del bar, y aunque dos de sus mujeres estaban muy animadas por comenzar su misión, había una que parecía realmente enferma. Diane ni siquiera sabía por dónde empezar para ordenar sus sentimientos, pero como no quería dejar que nadie se diera cuenta de que sufría, decidió disimular su dolor con mal humor.
—Bien, hoy tenemos mucho trabajo que hacer. Les he asignado objetivos a cada uno, cúmplanlos, y estaremos en el mar antes de lo que canta la gaviota.Dicho lo anterior... —El rubio sacó cuatro trozos de papel de su pantalón, y le fue entregando uno a cada uno—. Elizabeth, tú irás por algunos instrumentos. Elaine, como siempre, a ti te tocan la comida y medicinas. Ban, a ti te toca ir a cobrarle a las personas que nos deben dinero. Y Diane... ¿Diane? —La pobre tenía la mirada perdida, y su líder tuvo que pararse en frente para que pudiera reaccionar—. Linda, ¿está todo bien?
—¿Eh? ¡S-Sí! Lo siento mucho, capitán.
—Creo que sabes lo que te toca. Mi precioso contramaestre quería un martillo nuevo desde hace mucho, ¿no es así? ¡Compra solo lo mejor para el mantenimiento del barco! —A la castaña le rompía el corazón cada una de sus palabras. Era tan dulce, tan amable. Y era peor mujeriego de lo que pensaba.
—¿Y usted qué hará, señor?
—Debo comprobar la ubicación de cierta persona. Y también, quisiera reclutar más personas.
—Espere, ¿qué no estamos completos? Pensé que bastaría con la tripulación de Madame Lilia.
—No me malentiendas. Son finos caballeros, pero la verdad es que aún nos falta un par de especialistas. Tengo a mi cocinero, contramaestre, cirujano y músico —sonrió mirando respectivamente a Ban, Diane, Elaine y Elizabeth—, pero aún nos falta cuanto menos un navegante competente. Además, de ser posible, me gustaría reclutar un hechicero. Las bendiciones del mar son tan necesarias como un buen juego de velas.
—¿Dijo usted hechicero? —Diane volteó a ver a Elizabeth al notar que hablaba de forma nerviosa, como si estuviera ocultando algo, pero como su capitán parecía demasiado emocionado para notarlo, decidió callarse.
—Así es. Y un artillero, y un espadachín. Llegada la situación, esos puestos podríamos cubrirlos nosotros, ¿pero para qué hacerlo, cuando aún hay tiempo de reclutar? Si durante su paseo por la ciudad llegan a toparse con un navegante o un hechicero, secuéstrenlos y tráiganlos para acá. Esos son los más urgentes.
—Con gusto, capitán. —sonrió su teniente con una sonrisa macabra.
—Es broma Ban, ya quita esa cara de loco. No los secuestren de verdad, tan solo invítenlos a formar parte de la tripulación a cambio de una paga. Nos vemos aquí al atardecer.
—¡Sí, capitán! —Meliodas, Ban y Elaine tomaron rumbos distintos, y cuando Elizabeth estaba a punto de emprender el suyo, vio la oportunidad que estaba esperando. Su compañera había estado rara desde que despertaron, y si quería hablar con ella a solas, ese era el mejor momento.
—¿Diane? He notado que no pareces estar bien, ¿necesitas ayuda? Quizá podríamos ir juntas. —Eso fue el colmo. La castaña sabía que no era su culpa, ni siquiera estaba segura de que fuera consiente de lo que el capitán sentía por ella, pero estaba tan lastimada y triste por todo lo que había escuchado, que simplemente no pudo contenerse.
—¡Claro que no! ¡Y a ti qué te importa cómo me siento! ¡Largo y déjame en paz! —Acto seguido salió corriendo en dirección contraria a la chica, que a pesar de haber sido tratada de forma tan injusta, sintió una enorme preocupación por ella. Pese a todo, ya la consideraba su amiga.
*
La misión había resultado, al mismo tiempo, algo fácil y complicado. Por una parte, jamás se habría imaginado entrando a tiendas a comprar objetos tan especializados. Sextante, astrolabio, compás y otras cosas. Pese a haber pasado toda su vida en el mar, jamás se habría imaginado que existían tantos requerimientos para navegarlo. Esperaba no haber sido estafada por ninguno de los comerciantes a los que les compró, pero sentía algo de confianza al respecto, ya que todos mostraban expresiones de alarma cuando les decía que iba en nombre del "Capitán Hawk". Al parecer Meliodas era bastante conocido entre ellos, y ya fuera con una sonrisa o con cara de susto, la gente le daba justo lo que pedía.
—Es increíble que solo con su nombre me proteja —suspiró agradecida—. Ahora, ¿a dónde voy? —Eso era en lo único que no podía ayudarla. Aún no sabía ubicarse del todo en el puerto, con todo y que a él le había jurado lo opuesto. Le habría encantado ser capaz de usar la brújula que compró para ubicarse, pero aún no la entendía, y esta vez no estaba su salvador para enseñarle.
También le daba miedo preguntar. Ya había aprendido que hacerlo abiertamente podía llamar la atención de personas peligrosas, y estaba un poco mareada de tanto dar vueltas, así que hizo lo único que le parecía sensato y que siempre la ayudaba a encontrar el camino. Dirigió sus pasos hacia el mar. Siempre era capaz de encontrarlo, sin importar nada. Corrió calle abajo segura de que ahí estaba el muelle, y justo cuando logró verlo, se vio derribada tras tropezarse con un bulto en el suelo. Solo que no era tal.
—¡Ay, diosas! ¿Se encuentra bien? —El bulto había resultado ser una persona, una que, al parecer, se había desmayado de hambre en la calle. El mendigo la miró con expresión adolorida, y ella de inmediato le ofreció una mano—. ¿No se lastimó? Discúlpeme, no vi por dónde andaba.
Una enorme sonrisa atravesó el rostro del joven de cabello castaño, y ella le devolvió el gesto mientras daba un repaso a su apariencia. Llevaba una gabardina sucia y un paquete raro envuelto en harapos. Al parecer era un instrumento, pero no podía estar segura, sobre todo con la cantidad de botellas y hierbas atadas a su maleta. Tal vez era un gitano, o un hechicero. De cualquier forma, eso no era lo más importante. Al parecer era mudo, pues comenzó a hacer gestos con las manos, y aunque no era muy buena con el lenguaje de señas, comprendió que le estaba pidiendo ayuda.
No fue capaz de sentir el peligro. No percibió el destello de astucia en sus ojos, ni lo cerca que estuvo de ella cuando le ayudó a levantarse. No vio la daga oculta en su manga, y no sintió cuando metió los dedos en su bolso. Lo que sí sintió fue el hocico de un animal golpeando su mano, y no supo que, con ese simple gesto, el destino la había salvado de ser la siguiente víctima del pirata.
—¡Qué bonito! ¿Es suyo? —Oslow era un perro muy especial. Podía oler el alma de sus víctimas, y solo perdonaba a aquellos de corazón limpio. Al ver lo mucho que le había gustado esa chica, su amo soltó las monedas, retrocedió impresionado, y la miró de nuevo, esta vez con interés—. Disculpe, no era mi intención lastimarlo. ¿Hay algo que pueda hacer para compensarlo? —El misterioso chico parpadeó lento, le dedicó otra sonrisa y, resignado, hizo el gesto de pedir comida—. Claro, por supuesto. —respondió buscando algo.
Diez minutos después estaban sentados lado a lado a la orilla de una fuente, en una pequeña plaza, y el pirata no recordaba la última vez que se había sentido tan feliz por no haber robado. Estaba delicioso. El emparedado tenía un sabor nostálgico, condimentado y jugoso. No sabía donde lo había probado, pero ya lo había hecho, y tragó el último bocado, sintiendo unas ganas genuinas de agradecerle a la dama.
—No, no tiene que agradecerme con nada —rio la chica que, misteriosamente, al parecer podía entenderlo. Pero era su credo no deberle nada a nadie y, sabiendo con qué podía pagarle su gentileza, sacó del estuche que cargaba lo que resultó ser un instrumento de cuerda—. ¡Un violín! ¿Acaso usted...? —El muchacho se le quedó viendo a los ojos de forma intensa, pasaron largos segundos así, y cuando la albina comenzó a ruborizarse, él se levantó y le hizo una reverencia. Y entonces empezó a tocar.
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Las notas se elevaban como las olas, era como si la fuerza del océano pasara a través de aquel pequeño instrumento en forma de notas, y Elizabeth sintió como si una especie de hechizo la envolviera. Ella también reconocía ese sonido, el llamado del mar que había escuchado retumbaren sus oídos y en su corazón tantas veces. La gente comenzó a juntarse alrededor de ellos, como un cardumen atrapado en redes mágicas. El mundo parecía sincronizarse con la música del pequeño violinista, y entonces se dio cuenta de que no solo estaba tocando. Del agua de la fuente emergieron pequeñas figuras, delfines y animales marinos que giraron a su alrededor jugando con ella. Era un hechicero, pero poco le importaba.
Ya no podía contenerse, debía responder al llamado. La gente marcó el ritmo con los pies y con las manos, aplaudiendo al improvisado dúo. Y allí, en el punto más álgido de la melodía, Elizabeth se vio a sí misma cantando y bailando. La multitud quedó impactada ante tanta belleza. Sintieron la presencia de las sirenas, la potencia de las tormentas, el terror de enfrentarse a un monstruo de las profundidades, y cuando la última nota de la canción se perdió en el viento, la gente estalló en aplausos. No había sido su intención, pero al parecer, los habían tomado por artistas, y la raída bolsa del mendigo se llenó tan rápido de monedas que la albina temió que se rompiera.
—No, no podría recibirlas —rechazó la bolsa que le ofrecía su nuevo amigo—. Estoy segura de que usted podría aprovecharlas de una mejor manera. —No era posible que una persona fuera tan buena.
El pirata estaba completamente conmovido, y guardó el saco rebosante sin dejar de sonreír a la chica de ojos azules. Era como un tesoro invaluable enterrado en la arena. Aquel puerto no merecía aquella joven con aura de princesa, pero no era papel suyo juzgar a dónde pertenecía. Seguro estaba ahí por buenos motivos. Y como aún no sentía que hubiera saldado su deuda, le preguntó a señas si quería otra cosa.
—Bueno... —admitió ella ruborizándose—. Tengo que confesarle un secreto. Al parecer, me he perdido, ¿por casualidad usted no sabrá como llegar a este lugar? —Le mostró un croquis aproximado de las calles. Y de nuevo el pirata levantó la guardia. Tal vez solo era una extraordinaria coincidencia que se dirigieran al mismo sitio. Él asintió ofreciéndole el brazo, y así, la extraña pareja se alejó del puerto y de las olas que aún se mecían con el eco de su música.
*
Era asombroso lo rápido que se habían hecho amigos. En el trayecto de regreso, Elizabeth descubrió que quien había tomado por mendigo era en realidad un marino experto. Sabía navegar, le enseñó cómo usar la brújula a base de gestos, y le confirmó que el resto de los instrumentos habían sido comprados a buen precio. Además, era un hechicero. No hacía nada extraordinario, pero seguro podía bendecir un barco. Era todo lo que le había mandado a buscar el capitán en una sola persona, y la albina se sintió muy afortunada de que el destino lo hubiera puesto en su camino. Tal vez por eso no notó su mirada extraña.
—Estoy segura de que el capitán le dará trabajo sin pensarlo, hemos estado buscando a alguien con su talento —La sonrisa del joven castaño ya no era tan sincera.
«¿Será el mismo que estoy buscando? No puede ser. Sería demasiada coincidencia». Igual fingió una expresión entusiasmada, y con un giro elegante de la muñeca, le pidió a la albina que le contara más.
—¿Que cómo se llama? Tal vez haya oído hablar de él. Por aquí lo conocen como el capitán Hawk. —Entonces sí era el mismo.
Sus ojos se oscurecieron, una tormenta cruzó su rostro en un segundo. Una increíble sed de sangre se apoderó de su cuerpo, y apenas logró contenerse a tiempo para que ella no notara sus intenciones. La dulce chica estaba llevándolo, sin saberlo, a donde se encontraba su siguiente víctima. Un paso, luego otro, y para cuando llegaron a la taberna, el asesino ya estaba preparado.
—¡Capitán! ¡He vuelto! —No le contestaron de inmediato—. ¿Capitán?
—Está arriba, preciosa —Era Ban quien había salido a recibirla con una sonrisa y la mano en la cintura—. Fue por una capa para salir a buscarte. Ya era hora, qué bueno que volviste. Nos tenías preocupados, ¿dónde habías esta...? —Pero no pudo terminar de hablar. A una velocidad tan rápida que ninguno pudo verlo, el asesino le atravesó el vientre, y comenzó a empujarlo mientras Elizabeth se quedaba pasmada ante la creciente mancha roja en su ropa.
***
Fufufu *u* Y ahora, un secreto sobre este capítulo: Creo que es tiempo de dar el spoiler que tanto quería desde la primera vez que subí esta obra UwU ¿sabían que las maldiciones de los diez mandamientos están ligadas al corazón del mar, pero los hechizos sobre los siete pecados capitales no?
Aún no puedo darles demasiados detalles, pero las maldiciones sobre los primeros son un castigo, un pago por los delitos que cometieron en el pasado contra cierta persona *_* Por el otro lado, los hechizos sobre Meliodas, Ban y King no son castigos ni están ligados a la piedra, sino que son consecuencia de contratos mágicos con la bruja del mar... y veremos como todos se irán rompiendo poco a poco. ¿Suena interesante? ^3^ ¡Espero que les esté gustando mucho!
Pero bueno, eso sería todo por ahora cocoamigos. Nos vemos la próxima semana para más, y mañana en otra historia <3
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