5 Ron con hielo

Puedo sentir los vientos de cambio en mis velas, fufufu UwU ¡Hola a todos! Aquí Coco, quien lleva el mar en lo profundodel corazón y quien, por fin, zarpa a otro fabuloso verano de la mano de todos ustedes ^u^ No les voy a mentir, mis vacaciones no son exactamente lo que pensé (se enterarán del chisme completo en Coconoticias), pero con todo, no saben cómo me alegra poder continuar esta obra tan querida por todos. Y estamos a punto de ver algunas sorpresas al respecto *w* 

Para los que no lo saben, esta historia está pasando por su tercera edición, y aunque no me atrevo a dar spoilers por miedo a que demore mucho terminarla, tienen que saber esto: le he hecho algunos cambios muy interesantes, fufufu ^u^ Si es tu primera vez leyéndola, ¡por favor disfruta! ❤ Y si eres cocoamigo veterano, prepárate para sorprenderte aun mas. Ya saben qué hacer.

Posdata: esto no es lo único que traerá el verano así que, como dije, no duden en pasarse por Coconoticias si quieren saber más. 


***

Los colores rosáceos del alba entraban tímidamente por la ventana, todo estaba en silencio, Diane dormía cómodamente en su cama, y Elizabeth estaba lista. Había estado pensándolo por algunos días, y la noche anterior finalmente había decidido que irse era lo mejor. Guardó las pocas pertenencias que tenía, dejó el dinero de sus propinas como pago por la gentileza de sus anfitriones, y bajó las escaleras del segundo piso tan sigilosamente como podía.

¿Quién iba a pensar que, en tan solo unas semanas, aquel lugar se convertiría en un sitio tan querido para ella? Pero no podía flaquear. Debía irse, extender su estancia solo la perjudicaría y a los demás. Se dirigió hacia la puerta de atrás, contuvo el suspiro en su pecho y, tras echar un último vistazo a la taberna, se enfrentó a la perspectiva de seguir su camino sola. Pero no logró abrir.

—¡¿A dónde vas?! —Justo cuando estaba girando el picaporte, una mano se colocó sobre la suya y la apretó con tanta fuerza que casi la lastima. Cuando se volteó a ver quién era, se encontró con los relampagueantes ojos verdes de su salvador.

—Capitán, yo... —daba mucho miedo.

La miraba de forma intensa, apasionada, con una mezcla de posesividad, celos y desesperación. Parecía que estaba a punto de estallar de ira, y a su vez, tenía una expresión asustada y triste. Ella nunca había visto tantas emociones en una persona, y tuvo que cerrar sus ojos cuando además la aferró de los brazos y la empujó contra la puerta.

—No puedes irte, ¡no puedes dejarme!

—Capitán, ¡me lastima! —Entonces pareció salir de un trance. La soltó lentamente, asegurándose de que estaba bien, y cuando rompió a llorar, la abrazó fuerte contra su pecho.

—Perdóname, Elizabeth. No era mi intención asustarte así. —Pero no podía dejar que la consolara. Su mayor temor no era aquel atisbo de furia, sino el riesgo de caer en la tentación de dejarse convencer por él.

—Por favor, déjeme ir. —forcejeó débilmente.

—¿Qué? ¡No! ¿Por qué quieres huir? ¿Quién te ha metido una idea tan absurda en la cabeza? —Por un momento ella dudó en delatar a su compañera, pero al final, decidió no hacerlo. Sentía que ya le había causado demasiadas molestias a Diane y, pese a todo, ella le agradaba.

—Nadie. Lo decidí por mí misma.

—Elizabeth, eres mala mintiendo. Ven aquí —El rubio se acercó a una de las mesas del bar, y la atrajo para sentarla en sus piernas—. A ver, cuéntame, ¿qué es lo que en verdad está pasando? —Estaba realmente cómoda en esa postura, pero a pesar de todo, el recuerdo de lo que pasó la noche anterior le impidió disfrutarla. De hecho, la estaba torturando. Luego se dio cuenta de que esa era la razón que explicaba su intento de fuga, y logró fingir una expresión convincente de enojo mientras se separaba lo suficiente como para mirarlo a la cara.

—Suélteme capitán, yo no soy como una de esas chicas que vinieron ayer a visitarnos. No puedo quedarme aquí y fingir que no me avergüenza comportarme como una... una...

—¿Una "dama galante"? —La sonrisa astuta del rubio por poco se le contagia, pero Elizabeth logró resistirse a su influencia y parecer indignada.

—Por favor, no se ría. No es mi intención ofender a la madame y compañía, pero este definitivamente no es mi mundo, y no puedo imaginarme de qué manera alguien como yo podría serle de utilidad. Sería mejor si se ayudan mutuamente en vez de intentar enseñar a una extraña como yo. Estaré bien, puedo buscar trabajo en otra parte del puerto, o puedo volver con mi familia y...

—Ellie, ¿estás celosa? —El silencio entre los dos se hizo muy largo, y a cada segundo que pasaba, el rubor en su cara y la sonrisa del capitán iban creciendo más y más—. Por mis estrellas, ¡lo estás!

—¡No es eso! Es solo que yo...

—Ven. Acompáñame.

—Capitán, no es conveniente.

—Por favor. —dijo con una expresión suplicante.

«Esos ojos», pensó, siendo irremediablemente cautivada por aquellos aros color esmeralda. «¿Cómo negarse a ellos?». Antes de darse cuenta estaba tomando su mano, y suspiró resignada mientras tiraba de ella.

—¿A dónde vamos? —Antes de que pudiera resistirse, Meliodas la había arrastrado hacia su oficina y se puso a buscar algo tras el librero.

—Ellie, no negaré que he usado los servicios de madame Lilia y sus damas más de una vez, pero no de la forma en que piensas. Es discípula de una vieja amiga, y aunque te cueste creerlo, los servicios sensuales no son ni de lejos su verdadero negocio.

—¿No? Pero, ¿entonces sus chicas no son...?

—Bueno, es verdad que ejercen el oficio más viejo del mundo, pero no te dejes engañar. Sus mujeres son mucho, mucho más que eso. Esto es a lo que en verdad nos dedicamos... —Entonces jaló una palanca, y un compartimiento se abrió revelando una pequeña habitación secreta con media docena de barriles. El aroma fragante le reveló qué eran.

—¿Ron?

—Así es, el mejor de este lado del puerto —Tomó una botella con expresión de orgullo, y se la puso a la albina entre las manos—. Pruébalo —Ella obedeció en el acto, y aunque no sabía mucho de licores, tuvo que reconocer que era delicioso—. Desafortunadamente, su compra de forma legal es muy cara. Por eso, la madame y yo tenemos este pequeño arreglo de mutuo beneficio: yo permito que ella y sus chicas pesquen clientes por aquí de vez en cuando, y a cambio ella me trae esto junto con otras pociones y delicadeces.

—Pero eso no es todo, ¿cierto?

—Qué lista —sonrió Meliodas al ver que su desconfianza había sido reemplazada por asombro—. Pues sí, comerciamos más que licor y placeres. Rumores, noticias, información de todo tipo, e incluso algunos favores que solemos cobrar en especie de forma discreta en nuestra comunidad.

—Son mujeres piratas —dijo con seguridad, y una mezcla de alivio y alegría la bañó.

—Así es. Pero si aún no estás convencida... —Se fue acercando a ella con una expresión traviesa tan adorable que la albina por fin le sonrió—. Elizabeth, debes saber que no tengo ningún interés romántico en ella, ni en ninguna otra mujer. Nuestra amistad y relación comercial es lo único que existe. ¿Me crees?

Lo hacía, pero eso no volvía las cosas más fáciles. Elizabeth sentía como si una tormenta le inundara el pecho, y aunque la esperanza estaba volviendo a su cuerpo, se negaba a sentirla. Después de todo, lo que él dijo no desmentía del todo lo que había dicho Diane. Estaba a punto de confesarle sus temores cuando se escuchó el estruendo de una puerta azotándose.

—¡Inspección real! ¡Todos con las manos arriba! —En la otra habitación, media docena de soldados habían entrado por la fuerza al local tomándolos por sorpresa. Era cuestión de segundos para que alcanzaran la habitación donde se encontraban ellos.

—Capitán, ¿qué ocurre? —El rubio no esperó a decirle. Cubrió su boca con una mano, y con la otra la tomó de la cintura, arrastrándola dentro de la abarrotada habitación donde ocultaba su contrabando. Cerró rápidamente, y se quedaron los dos en silencio, abrazados en la completa oscuridad.

—¿Qué es esto? —se escuchó la risa de Ban mientras se hacía cargo de la situación.

—Inspección real, cantinero —contestó la voz autoritaria de una mujer—. Tuvimos un nuevo reporte, saca tu libro de cuentas y muéstranos el almacén.

—Vamos Perico, ¿cuántas veces tendremos que hacer esto? Sabes que no vas a encontrar nada.

—¡Es Jericho, imbécil! ¡Hoy será el día en que los atrape con las manos en la masa! Estoy segura de que su líder es un maldito pirata. ¿Dónde está su mal llamado "capitán"?

—Salió a hacer unos encargos. Pero bueno, si estás tan segura de que nos portamos mal, adelante, busca.

—Eso haré. ¡Adelante! —ordenó a sus hombres, y Elizabeth se quedó tan quieta como podía. Sin embargo, no se debía solo al miedo de que los descubrieran. El espacio en el que estaban ocultos era tan angosto que los tenía con sus cuerpos entrelazados, y tuvo hacer uso de toda su voluntad para guardar silencio.

Agradeció los gritos y pasos al otro lado de la puerta, pues estaba segura de que, de otra forma, se escucharían sus latidos. Sus pechos estaban comprimidos contra el firme tórax del capitán, y podía sentir el ardiente calor de su piel a través de la tela de su camisa. Para agravar su situación, él tenía una pierna entre las suyas, haciendo que su muslo rozara aquel punto tan dulce que ella apenas había tenido el valor de tocar. Trató de encontrar una mejor postura, pero se detuvo en el acto al sentir cómo la sujetaba de la cintura. Luego llevó un dedo a sus labios pidiéndo silencio, y el momento de mayor peligro pasó mientras ella se embriagaba con su aroma varonil y la sensación fresca de su aliento en el cuello. Un escalofrío de puro placer la recorrió por cuando le susurró al oído.

—Quieta. —Apenas lo dijo, se escucharon pasos exactamente frente a ellos. Él la estrechó aún más, su mano casi sobre la curva de su trasero, y enterró los dedos en el espesor de sus cabellos, poniéndola a temblar. Elizabeth tenía muchísimas ganas de gemir, de restregarse contra él, de acariciarlo de vuelta, pero no lo hizo. Más allá del inminente peligro, aún tenía roto el corazón. Por fin, después de un largo rato de buscar sin éxito, finalmente los hombres del rey tuvieron que darse por vencidos.

—Te dije que no encontrarías nada —La inspectora del puerto chasqueó la lengua en señal de desdén mientras salía del local y el resto de sus guardias la seguían—. Hasta pronto, Perico.

—¡Es Jeri...! —Cerró la puerta en su cara, y cuando estuvo seguro de que definitivamente se habían ido, fue de vuelta a la oficina para tocar tres veces en la pared hueca, dando la señal a Meliodas para salir. En cuanto estuvieron fuera del agujero y recuperaron el aliento, se detuvo para analizar su rostro con un gesto lleno de preocupación.

—Elizabeth, ¿estás bien? —En realidad, no lo estaba.

«No puedo. No quiero dejarlo», pensó, sintiendo lágrimas arder en sus ojos y garganta. Acababa de comprobar que era un pirata, comprendía mejor lo peligroso que era, sabía que estar a su lado seguramente sería muy doloroso. Y había descubierto que le daba igual. Nunca nadie había despertado sentimientos tan intensos en ella. Abandonarlo sería igual a que le dijeran que no vería el mar nunca más. No había nada que hacer: se había enamorado completamente de él.

—Por favor, no te vayas. —volvió a suplicarle, pero aquellas palabras resultaban innecesarias. Cuando por fin su corazón y cabeza se sincronizaron para volver a funcionar, fue capaz de sonreír al bandido que se había robado su corazón.

—No capitán, no lo haré. No sé cuánto tiempo me quede, pero por ahora, me gustaría estar a su lado un poco más. —Él se arrojó sobre ella para abrazarla.

—Gracias. Ahora, ¿qué te parece si vas con Ban a pedirle que prepare el almuerzo? Te alcanzo en un minuto.

—A la orden, señor. —La chica salió de ahí llena de la paz que daba el haber tomado una decisión mientras el rubio le dedicaba una enorme sonrisa.

En cuanto Meliodas se quedó solo en la habitación, se dobló a la mitad apoyando las manos sobre el escritorio, intentando que su cuerpo dejara de temblar. No podía controlar sus latidos ni su respiración. Estaba mareado, aún sentía el calor del cuerpo de Elizabeth impreso en su piel. Sus pechos, su pelo, sus caderas, su delicioso aroma. Otra vez se sentía arder, deseaba gritar con todas sus fuerzas, y al ver la erección en su pantalón, tuvo que sentarse mientras apoyaba su cabeza en las manos y tiraba de sus cabellos con desesperación.

«¡Por los dioses! ¡¿Cuánto más?! ¿Cuánto tiempo más tendré que soportar sin tenerla?».

En cuanto recordó el riesgo que eso implicaba, la lujuria cedió para abrir paso a un auténtico y profundo sentimiento de amor. No. No la pondría en peligro de esa forma, no por satisfacerse. Prefería arder en las llamas que lo consumían antes que arriesgarse a que la tragedia volviera a caer sobre ambos.

«Cálmate idiota, aún no es tiempo. Deja que ella avance a su ritmo, deja que se dé cuenta sola».

Siguió dando respiraciones profundas hasta que estuvo seguro de haber recuperado el control, y una vez que lo hizo, tomó su saco y salió para poder continuar con su misión secreta.


*

—¡¿Qué?! —El capitán había hablado de hacer algo para relajarse y animar a todos, pero Elizabeth jamás se hubiera esperado aquello. La taberna estaba abarrotada, las mesas llenas con tarros de cervezas, el ambiente reluciente de alegría. Y ella temblaba como recién salida del agua fría mientras su adorado pillo le pedía que se subiera a una tarima que acababan de improvisar.

—Como oyeron. Las chicas de la madame nos han desafiado, así que esta noche haremos una competencia de talentos. Al escenario, mis estrellas. ¡Pongan el nombre de nuestro negocio en alto!

—Pe... pe... ¡Pero capitán! ¿Cómo se le ocurre que voy a...?

—¡Yo lo haré! —proclamó Diane mientras lanzaba una mirada retadora a Elizabeth y subía a la tarima de madera preparando su pose más seductora—. Mi talento es bailar, ¡alcánzame si puedes, caracol!

—¡Dales duro, gigantona! —le aplaudió Ban, y su esposa se puso a servir otra ronda mientras los músicos atendían a las órdenes de la bella castaña.

—Señora Elaine, ¿cree que Diane vaya a estar bien?

—Querida,  ella es la mejor bailarina de esta costa. Observa. —Silencio, el guitarrista soltando la primera estrofa de una canción, y el miedo de la albina fue reemplazado por admiración mientras se perdía en la animada danza de la castaña, que por primera vez desde que la conocía dejó de fruncir el ceño para disfrutar completamente de lo que hacía.

[Una pequeña ayuda visual, fufufu ^w^]

https://youtu.be/11Sw9EVLobs

Era magnífica. Agitando sus caderas y hombros, levantando sus piernas bien altas, Diane era la sensualidad y belleza encarnada, la bailarina más talentosa que hubiera visto, y el público estaba de acuerdo. La gente comenzó a aplaudir y golpear el piso al ritmo de la música, y por primera vez desde que ella había emprendido su aventura, Elizabeth se sintió en casa. Entonces, tuvo una revelación. Probablemente, no tendría la misma destreza que ella, pero en realidad, sí que tenía un talento que podía compartir con todos.

Lejos, en su primer hogar, su hermana le había enseñado una canción para alegrarla, motivar su espíritu y que nunca se rindiera al enfrentar las adversidades. Se la cantaba en las noches antes de dormir, cuando la pesca era difícil, o cuando los rayos de una tormenta la asustaban. Tal vez, si la cantaba ahí, los marinos que la escucharan obtendrían el mismo valor que le permitía a ella seguir. Cuando los aplausos por fin se calmaron y la bailarina bajó de la tarima, su salvador se acercó apenado a susurrarle algo en el oído.

—Está bien si no sabes bailar, Ellie. Como es tu primera vez, no creo que nadie te juzgue. Si quieres, podríamos pasar juntos y...

—Capitán —lo interrumpió con una expresión completamente decidida—, puede que no sepa bailar, pero hay algo más que me gustaría hacer. ¿Podría pedirle a los músicos que toquen esta canción? —Luego se acercó para susurrarle de vuelta, haciendo que sus ojos se abrieran como platos de la sorpresa.

—¿Sabes cantar? —La peliplateada solo sonrío y se ruborizó mientras asentía—. Adoro esa canción. Pues bien, ¡adelante! —declaró con un aplauso, y tras intercambiar unas palabras con sus amigos de los instrumentos, la cantina volvió a guardar silencio mientras Elizabeth subía a la tarima.

Muchos de los marinos presentes jamás habían oído a una sirena, ni sabían si las diosas del mar aún existían, y probablemente ninguno conocía realmente el amor. Sin embargo, al escuchar a aquella doncella, resultó que todo lo anterior se volvió realidad ante sus ojos. Incluso la gente en la calle se detuvo a escuchar la dulce voz de la chica, y comenzaron a creer en las bendiciones del mar que prometía aquel sonido angelical mientras una calidez desconocida por muchos se asentaba en sus pechos. Nunca volverían a sentirse perdidos, si aquella luz iba con ellos.

[Y ahora, una ayuda auditiva TuT Disfruten]

https://youtu.be/VD64RuDh4Y8

Diane palideció de golpe. Ban y Elaine se abrazaron con fuerza. Y Meliodas sencillamente no podía apartar los ojos de ella. No había nada que decir. Sin que lo supiera o buscara, Elizabeth le robó de vuelta el corazón y hasta el alma. Era como volver a casa, como encontrar paz en medio de la tormenta. Y también, era como morir. Porque para él, aquella voz era tanto cura como veneno, pues desfallecía por ella, y resultaba una tortura tenerla tan cerca sin poder confesarle cuánto la amaba.

Un día, Elizabeth le pertenecería. Pero aún no era tiempo, y todos los sentimientos que ella le estaba generando con su voz lo tenían al borde del delirio. Para cuando la canción terminó, él no pudo soportar más su presencia. Salió corriendo del lugar seguido de Diane, que tampoco estaba dispuesta a quedarse y ver el rotundo éxito de la albina.

—Capitán, ¡espere! —Aun de espaldas, el rubio se detuvo a escucharla—. ¡Vayámonos juntos! Yo tampoco la soporto más, podríamos ir a otro lugar hasta que...

—Diane —la interrumpió—. Hace mucho que nos conocemos. Te quiero, y te respeto como a una camarada valiosa. Por eso, déjame advertirte esto: si vuelves a dirigirte a ella de esa forma, a intimidarla, o meterle ideas estúpidas en la cabeza, no dudaré en borrarte del mapa, ¡¿me oíste?! —A la castaña le dio un tremendo escalofrío al oír eso, y cuando estiró una mano para intentar tocar su hombro, lo que recibió fue una mirada aterradora y furiosa por parte de su líder.

—No puede ser. ¡¿Qué fue lo que te dijo esa estúpida?!

—Ella no me dijo nada. Por el contrario, intentó encubrir todo lo que le hiciste —Esa declaración dejó a Diane tan confundida que casi se cae de la impresión—. Pero yo pude darme cuenta perfectamente. Solo lo diré una vez más: ¡déjala en paz! —Entonces, salió corriendo, adentrándose en la húmeda y fría noche.

Pero ni siquiera la bruma marina podía enfriar su fuego interno. Lo sentía, el lado más oscuro de sí mismo rasgaba su interior como una bestia enjaulada, clamando por salir, rogándole ir a tomar a la mujer que ya consideraba suya. Pero si lo permitía, si al final se rendía a su naturaleza y revelaba su identidad, todos correrían peligro, en especial la preciosa persona por la que se había puesto así. Siguió corriendo hasta la casa de citas de madame Lilia, se aferró a su aldaba de acero, y no había terminado de tocar tres veces cuando Mono salió a recibirlo.

—Rápido capitán, por aquí. —Hacía mucho tiempo que no hacía eso.

Ni todo el alcohol del puerto, ni la cama de cien mujeres, ni siquiera una copa de veneno podría acabar con su sufrimiento. Solo la antigua magia del océano, y solo había una mujer en aquellas costas capaz de controlarla. Más allá de las sedas y tapices del burdel, más allá de los muros de piedra de su sótano profundo, estaba la habitación secreta de la que Elizabeth había escuchado, y en medio de ella, la aprendiz más talentosa de la bruja del mar, lista para prestar sus servicios.

—No perdamos tiempo, mi señor. Pronto, debemos controlarlo antes de que sea demasiado tarde.

—Lilia. Lo siento mucho, yo...

—Shhh. No tiene que decir más —declaró clavando sus penetrantes ojos rojos en él—. Es ella, ¿no?

—Sí. Ayúdame a protegerla. —Con una expresión llena de entendimiento mutuo, la dama lo guio hasta el centro de aquel refugio subterráneo, de donde surgía un manantial con aguas tan frías que habían formado un espejo congelado.

—¡Las cadenas! ¡Pronto! —ordenó la bruja a su asistente, y Valenti obedeció mientras contemplaba embobada al hermoso hombre quitarse la camisa y sumergirse hasta la cintura para luego cerrar los grilletes en sus muñecas

—Listo, capitán.

—Gracias. Si te asusta, no mires, pequeña —le sonrió antes de volver a dirigirse a Lilia—. Hazlo. —ordenó con voz de ultratumba.

Lo siguiente que supo fue que estaba siendo enterrado vivo en hielo, con la superficie del estanque reluciente justo encima de su cabeza, y la voz de la hechicera recitando conjuros en sus oídos. Entonces el monstruo en él surgió. Una criatura oscura, voraz y llena de ira, una que llevaba anhelando a la misma mujer por demasiado tiempo. Estaba furioso, quería destruir el mundo entero para tenerla, y lo único que lo detenía de hacerlo era la barrera glacial de la joven bruja del mar.

Podía ver perfectamente a la causante de su sufrimiento: cabello plateado, piel de porcelana, curvas generosas. Quería ahogarse en sus ojos azules, oír aquella hermosa voz gemir, beber las lágrimas que le causara con la violencia de su encuentro. Años de soledad comenzaron a moverse dentro de él, la necesidad de poseerla lo estaba consumiendo, y en medio de ese caos, todo cuanto era se convirtió en cenizas para ser sustituido por un único deseo.

El pirata más terrible no codiciaría de esa forma su tesoro, y una risa siniestra emergió de él delatando que, de hecho, eso es lo que era. Tentáculos negros surgieron desde su prisión helada tratando de alcanzar alguna víctima, y disfrutó de los gritos de Mono y Valenti mientras su líder intentaba contenerlo. Entonces, una voz diferente se unió a esa sinfonía del caos, y por fin, la bestia en su interior se fue calmando, domada por su auténtica dueña.

«Elizabeth», gimió mientras la canción que ella había cantado esa noche retumbaba desde su interior, y la furia fue remitiendo, mientras se permitía ahogarse en los dulces recuerdos que compartían juntos. Recuerdos mucho más viejos que los que habían formado desde el día que la rescató en Kaynes. «Lo importante es que estamos juntos. Lo importante es que ahora puedo volver a protegerte», se consoló. Entonces, por fin, las llamas infernales que lo consumían se apagaron, y la magia que lo aprisionaba lo liberó mientras emergía del agua entre chapoteos, inhalando una gran bocanada de aire. En cuanto salió del manantial, se encontró con una escena casi cómica. Mono había desenvainado sus espadas, Valenti lo apuntaba con una pistola, y Lilia sonreía con tal expresión de placer que Meliodas no pudo evitar reír.

—Siento mucho ponerlas en esta situación cada tanto, chicas. Querida madame, ¿podrías fingir que no disfrutas tanto esto, para que no me sienta tan mal por pedírtelo?

—Mil perdones, capitán —sonrió extendiéndole algo para secarse con el mismo tono empalagoso que usaba habitualmente—, pero no puedo evitarlo. Deberías saber lo fascinante que es para mí tener en mis manos un poder tan grande para jugar.

—Sí. La bruja de las catástrofes es una digna estudiante de la bruja del mar.

—Sin embargo, hace mucho que no tenías un ataque de ira tan intenso, ¿qué ocurrió esta noche para que quisieras hacer esto? ¿Acaso la doncella te rechazó? —Un extraño silencio se instaló entre ellos, y cuando parecía que no podía ser más denso, la experimentada servidora sexual salió a relucir—. No me digas que aún no la has reclamado.

Era un milagro que hubiera podido controlar sus impulsos hasta entonces. Sin embargo, cada vez que pensaba que sus instintos lo llevarían a tomar una decisión fatal, el recuerdo de la promesa que hizo lo hacía detenerse. Lo hacía recordar que no había nada más valioso que la vida de ella, y por eso, tendría que seguir soportando su maldición en soledad. Lo haría por decenas, cientos, miles de años de ser necesario, porque tenía la esperanza de que, tarde o temprano, ellos dos estarían juntos. Sin embargo, y pese a que su féretro helado lo había calmado, descubrió con pesar que su deseo por Elizabeth no había disminuido. Ni un poco siquiera. Al menos, su ira quedaría silenciada por un tiempo, y tenía en claro cuál era su curso.

—Capitán, ¿por qué no simplemente tomas lo que deseas? Después de todo, eres un pirata, podrías robárselo sin más. Además, estoy segura de que ella no pondría resistencia.

—No puedo —El silencio entre los dos se cargó de sentimientos, y cuando la miró de nuevo, a Lilia le pareció como si de nuevo contemplara a un dios del mar—. Jamás podría lastimarla de esa forma. Ella lo es todo para mí. —Unos cuantos segundos, y la bruja soltó un suspiro tembloroso.

—Amor. La más caótica, bella y tortuosa de las magias. Pues si es así, mi señor, lo único que puedo aconsejarte es que vayas a buscar cuánto antes a mi maestra. Pronto esta magia no será suficiente para contenerte, y solo el poder de la bruja del mar logrará que obtengas "esa joya".

—Me parece que ya no estás hablando de Elizabeth. —le sonrió con astucia, y de nuevo, la bruja mostró tal expresión de placer que pareció como si estuviera borracha.

—El corazón del mar tiene que estar en tu poder, mi señor. En cuanto lo tengas en tus manos...

—¿Tanto te atrae la noción del caos y la guerra? —preguntó con seriedad, y ella se inclinó hasta tener sus ojos de coral clavados en los de él y repetir su juramento.

—Cuando dicha guerra llegue, nosotras seremos tu ejército. Nunca hemos dejado de servir al dios de las profundidades. Solo es cuestión de tiempo para que la catástrofe se desate.

—Puede que tengas razón —reconoció suspirando, pero estaba demasiado cansado como para reprimirla o discutir con ella—. Pasando a otro tema, ¿tienes alguna pista de donde puede estar tu maestra?

—Aún no, capitán, pero estoy tras su pista —rio juguetona mientras le extendía su camisa—. Solo espero que no te cobre con algo tan caro esta vez. —soltó con voz cantarina, y esta vez fue su turno para reír, tanto así le divertía la noción de otra apuesta emocionante con su vieja amiga.

—Eso espero, querida. Sí, eso espero. 

***

Y como ven, las cosas pueden ser más de lo que aparentan, fufufu *u* La tensión aumenta, los secretos de ambos se deslizan justo por debajo de la piel, y ahora, ninguno puede hallar la paz si no está con el otro. Ahra? Puro multiverso en acción XD Solo que esta vez, en versión pirata ^u^ 

¿Cómo ven la historia? ¿Les está gustando? ¿Qué les parece el pequeño cameo que las Siete Catástrofes han hecho para nosotros? Lo cierto es que ellas son solo un pequeño guiño de desarrollo del mundo de fantasía que he creado, pero como aún no puedo revelarles muchos detalles al respecto, lo dejaré en que las cosas van a ir mejorando, y que espero los haya dejado con ganas de más. Es todo por ahora cocoamigos, les mando un beso, un abrazo y, si las diosas lo quieren, nos vemos la próxima semana para más. 



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