Las puertas del infierno están cerradas para los ángeles

La penumbra del bar envolvía a Henry Ricky en un abrazo etílico.  Cinco años después de la ruptura con su novia, el alcohol se había convertido en su compañero habitual. El trabajo le iba bien, las mujeres no faltaban, pero ninguna lo conmovía lo suficiente como para tomarse una relación en serio.  Esta noche, la bebida era simplemente un medio para olvidar.

Víctor, su amigo, estaba a su lado, igualmente embriagado.  De pronto, María de los Ángeles apareció. Su cabello, más largo y brillante que en sus recuerdos, enmarcaba un rostro redondo y unos ojos expresivos.  Llevaba, como siempre, un polivestido de manga larga que ocultaba las muñecas marcadas por los cortes autoinfligidos. Henry Ricky sintió una punzada de sorpresa y, al mismo tiempo, una incomodidad profunda.

—Te volviste un mujeriego —dijo María de los Ángeles, su voz firme, sin rastro de la timidez que Henry Ricky recordaba.

—Yo diría que me volví más realista y cuidadoso —respondió él, tratando de sonar despreocupado.

—Qué pasó con tu última novia? Ya descubrió tu machismo inoportuno.

Henry Ricky sonrió irónicamente.  Ella sabía más de su vida de lo que él se imaginaba.

—Yo no llamaría "novias" a mis intentos fracasados de reconstruir mi vida, una vida que tú destruiste —replicó, con un dejo de amargura.

María de los Ángeles se sirvió una cerveza, con una brusquedad que contrastaba con la delicadeza que Henry Ricky recordaba.

—¡Te odio, perra maldita! —exclamó, imitando la voz de su expareja—. Así me dijo, que era la peor mujer del mundo. Si supiera que lo hice porque me engañó… con mi mejor amiga.

—¿Y no te pegó? —preguntó Henry Ricky, sorprendido.

—No, en eso no se parece a ti.

María de los Ángeles bebió de un solo trago.  La decepción parecía haberle devuelto el atrevimiento perdido en las sesiones de terapia.

—Sí que eres ocurrente —dijo Henry Ricky, con una sonrisa irónica—. Difundir videos íntimos… hasta te podrían denunciar por violación de la intimidad.

—Son unos sinvergüenzas, no harán nada.  Tú los detendrás —respondió María de los Ángeles, con una mirada desafiante.

—Y yo que pensé que venías por consejos.

Henry Ricky le sirvió una cerveza.

—Ya no soy tu niña, Henry Ricky. Dame eso —le arrebató la botella con brusquedad.

—Él era diferente a ti —continuó María de los Ángeles—. Una alternativa que quería marcar. Era más atento, más maduro, con más personalidad que tú.

—Espera, ¿existe alguien con más personalidad que yo? —preguntó Henry Ricky, con una mezcla de incredulidad y orgullo herido.

—Me da ternura cuando en tu inocencia llamas "ego" personalidad.

—Jajajaja… de alguna manera, uno tiene que venderse.

—Resultó ser peor que tú, Henry Ricky —dijo María de los Ángeles, sacando un cigarrillo y un encendedor—. Al inicio era diferente, sí, pero luego comenzó a usarme como objeto sexual… eran más las horas en un hotel que en diversión idílica.

—¡Diversión idílica! Vaya, aún conservas palabras que yo te enseñé.

—Qué les cuesta a ustedes entender que no todo es sexo y desnudez.

—Yo te aseguro que al inicio no sentías lo mismo, María.  En realidad, piensas eso ahora porque ya estás cansada de él.

—¿Tú crees que fue así contigo?

—Dame eso —dijo Henry Ricky, tomando el cigarrillo—. Yo también quiero probar.

—A tu lado era más feliz —dijo María de los Ángeles, inhalando profundamente.

—Cuando te fuiste, María, me reprochaste que no sabía hacerte feliz.

—No sabía lo que era la felicidad hasta que pude compararla. Por favor, no me vayas a dejar sola.

—No, María. Yo no como carnes usadas.

—No te digo que regreses conmigo, machista infeliz. Quiero que me ayudes con mis crisis… son cada vez más constantes.

—Bueno —dijo Henry Ricky, con tono de sátira—. Cuando termine mi carrera de administración, entonces estudiaré psicología… serán unos doce años. Vuelve en doce años.

—No sé ni para qué vine.

—Te tomaré un taxi a tu casa. Brindemos antes.

Esa noche, Henry Ricky observó a María de los Ángeles alejarse en el taxi, y recordó sus primeros meses de enamorados.  Las voces en su cabeza lo atormentaban.  Ya se le había quitado un poco el efecto del alcohol. Era de noche.

—María, siento mucho…

—Tenías razón, no valgo ni para tu amistad. Me mataré.

El sonido del agua corriendo en una bañera y los sollozos de María de los Ángeles lo conmovieron profundamente.

—No seas estúpida, ni que alguien valiera tanto como para que te suicides.

—Y quién te dijo que iba a suicidarme por alguien.

—Bueno, yo pensé…

—Me suicidaré por mí. No merezco tanta porquería, hombres que solo me quieren en la cama. Estoy harta, asqueada de todo.

—Eh… sabes, mañana tengo libre… ¿qué te parece un café en la plaza de siempre?

—Vete al diablo, Henry Ricky, no comes carne usada.

—Comemos entonces hamburguesas de pollo.

—Vete al diablo, Henry Ricky.

—No, mejor me voy contigo.

—Genial, por lo menos soy mejor que el diablo.

—El diablo tiene más años, pero tú le ganas en maldad. Ya vi los videos de tu ex. Qué asco.

—Te expresas como una niña, Henry Ricky.

—¡Qué cosa! Uno que trata de ayudarte. Igual, no te mates hoy. Mejor mañana, después de las hamburguesas.

—Vete al diablo, tonto.

María de los Ángeles cortó la llamada. Henry Ricky fue a su armario, eligió su mejor traje y comenzó a lavarlo.  Mañana sería un día largo, un día para recordar. María sería mucho más difícil que esta noche.

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