Katy: La seudoangel


El sol poniente teñía de anaranjado la arena del parque. Adolfo y Kathy, sentados en una de las pocas bancas en buen estado, celebraban su tercer mes. El lugar, lejos de ser romántico, ofrecía una desolación casi poética.

-Escucha -dijo Kathy, con una delicadeza que ocultaba una firmeza inquebrantable-, no todos los besos son iguales, Adolfo. Algunos requieren más dulzura, más sutileza... Un primer encuentro torpe puede ser desalentador...

-... ¿Por qué hablas como si estuvieras a punto de partir? -preguntó Adolfo, una sombra de inquietud cruzando su rostro.

-... Considera la diferencia de edad... ¿Quién garantiza que no te atraerá alguien de tu generación?... Sé cauteloso... Cada personalidad exige un acercamiento único... -respondió Kathy, encogiéndose de hombros con elegancia.

-... A veces eres... exasperante... -suspiró Adolfo.

-... Exasperante, sí... Pero a las mujeres que atraigas con tu singularidad, les fascinará tu peculiar elocuencia... Recuerda la sinonimia, siempre... -dijo Kathy, una sonrisa leve curvando sus labios.

-... Mejor, bésame de nuevo... -dijo Adolfo, con una mirada pícara, tocándose las piernas con los dedos, un gesto casi imperceptible.

-... Solo una más... -respondió Kathy, sus ojos encontrándose con los de él.

El silencio que siguió fue denso, cargado de una intimidad que trascendía las palabras.

-... Si me dejaras... no sabría qué hacer... -confesó Adolfo, con una sinceridad conmovedora.

-... Adolfo, antes de mí hubo otras, después de mí habrá más... Así es la juventud... -dijo Kathy, mirándolo con una mezcla de ternura y melancolía.

-... Tienes veintidós años y hablas como una mujer de sesenta... -bromeó Adolfo, aunque la broma no disipaba la preocupación en su tono.

-... Mi primer beso... a los seis años... No fue por elección propia... -dijo Kathy, suspirando, la mirada baja.

-... Siempre la misma historia... El pasado es inmutable, pero el futuro... puedes elegir qué entra en él... Serías más feliz... -dijo Adolfo, con una suavidad que buscaba consuelo.

-... ¡Detesto tu simplicismo!... Me esfuerzo por hacerte comprender, y tú... ¿Es por ser hombre?... ¡Tan simplistas, tan... limitados!... -exclamó Kathy, la ira asomándose en sus ojos.

-... Y a mí me exaspera que me trates como a un niño... Esto no es terapia, y yo no soy tu paciente... Soy tu amante... ¿Por qué no cambiamos de ambiente?... Un lugar más animado, más... festivo... Es nuestro aniversario... -respondió Adolfo, conteniendo su propia frustración.

-... Tal vez la culpa es mía... Te arrastro en mi desgracia... Eres demasiado joven... ¿Qué hago contigo?... -dijo Kathy, tras un momento de silencio reflexivo, con una tristeza serena.

-... Es mejor que terminemos... Esto... no funcionará... -anunció Kathy, la voz cargada de una tristeza serena.

-... De acuerdo... Y tú me llamas simplista... Pero no esperes que te ruegue... Nunca lo haré... -dijo Adolfo, la amargura contenida en su tono.

-... Por favor, no me dejes... -dijo Adolfo, la furia cediendo paso a una sonrisa irónica.

-... Todo lo tomas a broma... -respondió Kathy, con una sonrisa leve.

-... ¿Cómo cabe tanta cólera en un rostro tan hermoso?... -dijo Adolfo, con ternura.

-... No lo sé... Quizá lo descubras cuando lo escribas... Algo me dice que escribirás mucho sobre mí... cuando ya no esté... -respondió Kathy.

-... Otra vez con la despedida... Si no me ves en tu futuro, ¿qué haces aquí?... -preguntó Adolfo, la preocupación en su voz.

-... Porque... en ese futuro, yo ya no existiré... -murmuró Kathy, su voz apenas audible.

-... Kathy, apenas superas los veinte... No vas a morir... -dijo Adolfo, la desesperación reflejada en sus ojos.

-... ¿Cómo lo sabes?... Un accidente, una enfermedad... La muerte es impredecible... Pero... si muero, tendrás una gran historia que contar... De hecho, te contaré algo... algo que me contó mi tía en Bagua... -respondió Kathy, con una sonrisa irónica.

-... Antes de venir a Chiclayo tuve una pequeña charla con una tía allá en Bagua, allí me hizo conocer mediante sus palabras a una niña; esa niña tenía su madre y su madre tenía un esposo que no era precisamente padre de la niña; cuenta que la señora estaba tan loca enamorada del borracho que le entregó para su diversión lo más preciado que tenía: sus dos pequeñas hijas... Dicen que las señoras de antes hacían lo que sea para que sus esposos las deseen, bueno esa mujer metía a la cama a sus hijas para realizar orgias abominables... La policía les cayó tras una denuncia de los vecinos... El borracho murió de sida en prisión y la señora quedó vieja al cuidado de sus dos hijas, quienes la habían encubierto... Lo malo de la mala hierba es que, si no la arrancas de raíz, seguirá creciendo... Y aun cuando ambas niñas perdonaron a su madre, muchas veces sintieron alegría por la muerte de su madre y mi tía es testigo carnal de ese acontecimiento... Lo que no le pude decir a mi tía en aquel momento y que ahora me sincero ante ti, es que yo no me alegro por la muerte de ese hombre... Las violaciones consecuentes casi siempre terminan en asesinatos y si ese hombre hubiera continuado en impunidad, tal vez hubiese asesinado a alguna de sus hijas... La muerte, a veces, es una liberación... -dijo Kathy.

Adolfo escuchó atentamente, conmovido por la historia y por la complejidad de Kathy. El silencio que siguió fue profundo y significativo.

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