VISUAL
Guardé la cajita musical en mi guardarropas y volví a la cama. Todo esto me resultaba espeluznante.
A la mañana siguiente me sorprendí al ver al conde Anderson en mi casa.
Mi madre posó su vista en mí y, rápidamente, me condujo hasta su cuarto.
-¡Tenemos una grata sorpresa, querida hija! -exclamó mi madre.
A mi parecer, el hecho de que del conde Anderson estuviese aquí le resultaba una grata sorpresa.
-¿A qué se debe la presencia del conde Anderson en nuestra casa? -pregunté algo confusa pues no era de costumbre que gente de esa jerarquía soliese visitarnos.
Mi madre no retiraba la sonrisa de su rostro. Incluso se podía decir que irradiaba.
-¡Él quiere conocerte! ¡Te dije, querida Elena, que ese hombre no apartaba la mirada de ti en la fiesta de bienvenida del señorito Nixon! -comentó animada.
Hice un esfuerzo por sonreír pues nada de esto me estaba pareciendo buena idea.
-¿Y a qué se debe, mamá, que me hayas llevado hasta tu habitación? -pregunté algo desconcertada.
-Pienso prepararte para cita de esta misma tarde -dijo y me sonrió.
×××
Me encontraba en el carruaje, junto al conde Anderson, hablando sobre asuntos triviales.
La realidad era que me encontraba bastante incómoda en esta situación. No sabría decir si era por la poca conversación que ambos manteníamos, por que apenas nos conocíamos o porque el corpiño me apretaba demasiado.
-Bueno -volvió a hablar y carraspeó con la garganta-, supongo que se estará preguntando cuál fue mi iniciativa para querer conocerla, ¿cierto, señorita Adkins? -asentí con la cabeza, notablemente nerviosa-. Fue el primer momento en el que la vi en la fiesta recientemente celebrada por el señorito Nixon. Al principio quise acercarme a usted a invitarla a un baile, pero el señorito Nixon se me adelantó sin dejarme oportunidad alguna. Más tarde, cuando creí que ya podía agasajarla, la vi a usted y a su madre tomando un camino hasta la salida de la fiesta. Es por ello que hoy estoy aquí, señorita. Lo cierto es que usted me ha dejado... ¿cómo decirlo? Impresionado, tal vez -explicó el conde.
Me moví nerviosa en mi asiento pues me esperaba escuchar algo parecido debido a las observaciones de mi madre.
-¿Y qué hizo que quisiera conocerme? No soy una persona adinerada, ni siquiera tengo los mejores modales, mucho menos la belleza de las demás damas que estuvieron presentes en la fiesta; ¿por qué yo, entonces?
El conde Anderson se relamió los labios antes de comenzar.
-Me pareció usted diferente, señorita. Tal vez fue porque me dio curiosidad saber acerca de usted -respondió.
-No soy una chica diferente, conde. Lo que ve es lo que soy, y no tengo nada más.
Él sonrió.
-No creo que sea cierto del todo.
Le sonreí de vuelta por cortesía y giré mi cabeza hacia la ventana. Entonces, vi la iglesia, lo que me llevó a recordar a aquél señor que conocí a la madrugada el cual se asustó de mi presencia, creyendo que era un espíritu o «engendro del mal», como me llamó él.
Sentí que debía encontrar el hogar de ese investigador. Deseaba ayudarle.
De repente, me giré de nuevo hacia el conde Anderson.
-Disculpe, Anderson -le dije y me miró-. ¿Sabe usted por casualidad dónde habita un señor llamado Leonard, quien dice ser investigador? -pregunté.
Su semblante cambió a uno de confusión.
-No, no he oído hablar de él -respondió.
Asentí con la cabeza y volví no vista hacia la ventana.
×××
Una vez concluido el viaje, mi madre esperaba con impaciencia mi opinión cobre el conde Anderson.
Éste se disculpó con amabilidad tras su negativa ante quedarse a cenar en nuestra casa pues tenía cosa que hacer, así que una vez se fue, pasé a ser el personaje principal.
-¡Elena! ¿qué te ha parecido el conde Anderson? ¡No está nada mal! Además es notable que es un muchacho bastante correcto, de modales refinados y gran simpatía. Creo que podría hacerte muy dichosa en el plano matrimonial, querida -soltó mi madre.
Mi padre salió de escena, agarrando uno de sus libros y perdiendo la noción del tiempo en ellos. Como siempre, a mi padre le gustaba ser reservado y olvidarse de las cosas que ocurrían a tiempo real en nuestra familia.
-Es un buen joven, mamá. De hecho, he pasado una buena tarde con él, pero hay cosas que le faltan. No me ha satisfacido realmente. Es un hombre el cual no puedes encontrar una agradable conversación aunque sí una agradable compañía. No lo censuro, pero me resulta incompleto -opiné.
-¡Qué cosas dices, hija! Por una oportunidad que se te presenta, además cobrando cinco mil libras al año y siendo un futuro heredero, ¿vas a rechazarle? ¡opino que estás demente! No se te volverá a pasar una oportunidad igual en tu vida, Elena -comentó mi madre, sulfúrica.
-En ese caso, estoy bien con eso. Ojalá nunca s me presente la oportunidad de poder conocer a un hombre el cual no me satisface totalmente -contraataqué.
-¡Di algo a esta niña, querido! ¿puedes creer lo que está diciendo? ¡que no quiere un marido como el Conde Anderson, dice! -buscó mi madre respaldo de mi padre, sin mucha eficacia.
-Yo creo que está bien. Nuestra hija es libre de elegir matrimonio con quien quiera -opinó él.
Sonreí hacia mi padre y le agradecí su apoyo. Al menos, él me entendía.
Mi madre agarró su abanico y empezó a abanicarse mientras se sentaba en el sofá, sobre actuando.
Caminé hasta la puerta de casa y, como nadie paró mis pies, seguí adelante.
Necesitaba encontrar la casa de aquél investigador. Si pensaba que iba a darme por vencida tan fácilmente, debía saber que se equivocaba.
A pesar de haber estado buscando la casa de Leonard, y de haber preguntado a varias personas, no obtuve respuesta alguna. Empezaba a anochecer y debía volver a casa antes de que mi madre volviese a abanicarse a causa de sus nervios.
Cuando volví a mi hogar, mi madre corrió hasta llegar a mí.
-¿Dónde has estado, señorita? ¡te he estado buscando por todo el vecindario! Antes de salir, avisa que vas a hacerlo. Sino, no vuelvas a estas horas. ¿Me estás escuchando?
-Claro que sí, mamá -asentí, cansada.
Mi madre caminó hasta la cocina.
×××
De nuevo, llegó la noche, y con ella, las pulsaciones más nerviosas de mi corazón.
Si ayer pude ver aquella extraña criatura en el bosque, ¿podría ser que esta noche volviese a encontrarmela?
Me coloqué el camisón e introduje mi cuerpo entre las sábanas. Tenía un objetivo: no dormir a lo largo de la noche. Podría parecer precipitado, pero no estaba volver allí.
Naturalmente, cuando pasó bastante tiempo, mis párpados lucharon por no caer; hasta que finalmente, me quedé dormida.
Mi mente iba cobrando sentido, y empecé a notar las hojas secas del frío suelo del bosque, el cual ya se me hacía familiar.
Al abrir mis ojos, no podía creer qué estaba viendo.
No sabía si se trataba de una pesadilla, o de una realidad.
Esos ojos... Azules como el cielo; esa nariz tan puntiaguda, con colores ordenados negros y blancos; pelo oscuro y algo largo...
Era la criatura más atemorizante que jamás habría imaginado.
Mi cuerpo se quedó inmóvil ante tal ser, el cual me miraba sin descanso y fijamente.
¿Qué pretendía hacer? ¿iba a devorarme? ¿iba a descuartizarme? ¿me haría daño?
Entonces, de repente, recordé algo.
Esos ojos me recordaban a alguien, o más bien dicho, a algo. Quería saber por qué, pero mi mente no podía indagar más en el recuerdo.
Esos ojos, definitivamente, ya los había visto antes.
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