ESPECTRO
¿Debía hacer algo? Esa era la gran pregunta.
Algo estaba acariciando mi brazo izquierdo. Parecía como si un rastrillo estuviese acariciándome, sin hacer daño. Cuando bajé mi mirada hacia aquello, pude divisar que eran sus manos: manos las cuales tenían unas largas y puntiagudas uñas negras.
Quería gritar, apuñalar a aquél ser, salir corriendo de allí pero, ¿qué era esto que sentía? Sentía que no sería lo más sensato hacerle daño; ¿por qué? De alguna forma u otra, él tampoco me lo estaba haciendo a mí... por el momento.
Poco a poco, aquél ser se iba separando de mí, dejándome atónita en el suelo.
Pasado un minuto, mi cuerpo empezó a reaccionar. Me levanté y me abracé a mí misma. ¿Qué acababa de ocurrir?, me preguntaba.
Caminaba de nuevo hacia mi casa, cuando escuchaba el trote de un caballo. Me escondí tras un árbol —poco inteligente por mi parte, pero no me quedaba otra pues era lo único que había a mi alrededor más asequible—, y pude visualizar aquél caballo. Era un caballo blanco, y juraría haberlo visto antes. No me cupo duda cuando vi el rostro del caballero que montaba en él. Era el señor Leonard.
Rápidamente, exclamé «¡Leonard!».
Mis palpitaciones subieron al ver que casi vuelca de nuevo el animal, pero no lo hizo.
—¿Quién anda ahí? —preguntó, con su grave voz.
Salí de mi escondite y contesté.
—Soy yo, Elena.
—¡Maldita niña! ¡siempre dándome estos sustos de muerte! ¿no te dije ya que no debías andar por aquí sola, y a estas horas? —me recordó.
—Es cierto, pero no puedo evitarlo —respondí casualmente.
—Sólo dices tonterías, ¿cómo no vas a poder evitarlo?; además, ya sabes que por aquí podría encontrarse una extraña criatura. No entiendo cómo es que caminas tan tranquila por un lugar como este, ¡y sin luz! Debería plantearme seriamente quién eres en realidad —me acusó, pero hice oídos sordos.
—¿Sería tan amable de llevarme de nuevo a mi hogar? —pedí humildemente.
—Claro que podría ser tan amable, no puedo ignorar esto. Pero que sepa una cosa, niña insolente: estoy trabajando. Tu sola presencia hace que atrase mi labor. Sube antes de que me arrepienta —dijo, y me tendió su mano.
Subí al caballo, sonriente, y me preguntó por qué demonios estaba tan alegre y qué es lo que me hacía tanta gracia.
—Usted no va a retrasar su trabajo, porque tengo bastante información que darle; más incluso de la que podría encontrar esta noche —le informé.
—¿Pero qué dices, niña? Tú no puedes saber nada.
—Me resulta insultante que me llame «niña» en lugar de «señorita», pero ignoraré ese hecho pues me está usted ayudando. Verá, señor, resulta que hace unos minutos estuve cara a cara ante aquél ser, y tal vez...
—¡Calle, calle! ¿qué clase sueño ha tenido usted? —me interrumpió—, es obvio que no se encuentra muy cuerda, señorita —me dijo, resaltando la palabra «señorita», debido a mi anterior comentario.
—Me encuentro saludable mentalmente, gracias a Dios. No quiero mentirle, señor, ni retrasar su trabajo, así que ojalá pueda creerme y tener en cuenta mi palabra —le dije.
—Debería analizarlo concienzudamente. ¿Debería tomar en cuenta las palabras de una niña que camina por el bosque a altas horas de la madrugada? No lo sé —ironizó.
Rodé mis ojos y me mantuve callada durante todo el trayecto a casa.
Una vez estuve cerca, bajé del caballo agradeciendo el trayecto.
—Señor Leonard, le ruego una última cosa —dije, y me miró—. Quisiera hacerle una visita mañana por la tarde —pedí.
—¿Piensas interrumpir mi trabajo también por el día? —preguntó irritado.
—No. Le vuelvo a recordar que sólo intento ayudarle. Ojalá que algún día pueda ver mis verdaderas intenciones.
—Buenas noches, señorita. ¿Supongo que sabe dónde vivo?
—No exactamente.
—Es la casa que está justo al lado de la iglesia; no tiene pérdida —me indicó.
Le sonreí y le di mis buenas noches.
A la mañana siguiente, mi madre no dejaba de hablarme sobre el nuevo baile que se celebrará mañana, por el conde Nixon.
Claramente, ella está entusiasmada por la idea, pero yo no demasiado.
Los bailes siempre me han atraído, pero conozco las intenciones de mi madre, y no son, lo que se dicen, exactamente buenas.
—¡Mañana vas a parecer la reina del baile, ya lo verás! —me decía—, y si el conde Nixon no te atrae, siempre habrá más variedad. He oído que irán bastantes caballeros adinerados los cuales te puedan... satisfacer.
—Mamá, cálmate. Sé qué hacer con mi vida —le dije tajante y me adentré a mi cuarto.
Elegí un libro y, de pronto, calló otro en mi cabeza, haciéndome daño.
Después de sobar el sitio magullado, bajé mi vista hacia el libro que había caído. Estaba bastante polvoriento, debía tener bastante tiempo.
Me agaché y lo miré mejor. Éste decía: diario de Elena.
No lo podía creer, era mi diario, era... mi salvación. ¡Será posible reconocer algo de mi pasado!
Sin más preámbulos, me senté en el colchón de mi cama y abrí el diario.
Lamentablemente, no apunté la fecha, pero las letra eran legibles. Me alegraba de haber tenido clases a tan corta edad.
El diario empezaba así:
Escribo en mi primer y nuevo diario para contar mis aventuras. He encontrado una cajita musical bastante bonita, y la melodía es preciosa. Podía pasarme el día completo escuchando la hermosa melodía.
Pero no escribo sólo para contar que encontré una cajita musical, sino por lo que ocurrió después de eso...
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