DETERMINACIÓN

Arrugue mi entrecejo. ¿Acaso había una historia tras la cajita musical? Entonces no me extrañaba que me produzca sentimientos extraños cada vez que escuchaba aquella melodía.
Seguí leyendo.

La música de la cajita era realmente bonita, y no paraba de escucharla. Entonces, por la noche, mientras dormía, alguien me despertó. Abrí mis ojos y lo pude ver, era aquella criatura. Al principio me daba miedo, porque sus garras me asustaban, y su altura también, pero con el tiempo descubrí que se trataba de un monstruo bueno.
Me dijo que sólo buscaba un niño con quien jugar porque extrañaba a Isaac. No quién es Isaac, pero tampoco se lo pregunté.
Cuando me desperté, le conté a mamá lo que había visto, pero ella no me creyó. Cree que tengo un amigo imaginario y no me gusta que piense que estoy loca, mi amigo era real.

—¡Cariño, ven aquí! —exclamó mi madre, interrumpiendo mi lectura.

Caminé hasta el comedor, y mi madre me esperaba frente al piano.

—Tócame la canción que estás estudiando —me ordenó.

Cierto, era clases de piano. Mi madre siempre me las impartía.

Mientras tocaba las teclas, no podía dejar de pensar en la criatura que vi cuando era una niña. ¿Podría ser que hubiese visto al monstruo del que todos hablan? Me asusté al pensar en eso. Aquella criatura era realmente maligna. ¿Podría ser esa la razón por la cual mi inconsciente me hacía caminar sonámbula hasta el bosque? ¿Y si él...?

—¡Elena! —exclamó mi madre, asustándome.

—¿Qué ocurre, mamá? —pregunté, exaltada.

—¡Te estás equivocando en todas las notas! —me dijo.

Ni siquiera me había percatado de ello.

×××

Caminé hasta la iglesia y encontré la casa de Leonard.
Toqué tres veces a su puerta y abrió enseguida.

—Ah, es la niña que me asusta cada noche, adelante —me invitó a pasar.

Me sorprendí al ver al señorito Nixon sentado en una de las sillas de la mesa del comedor.
Al verme allí, éste se levantó y me saludó. Yo hice lo propio.

—Supongo que ya se conocen, ¿no es cierto? —preguntó el señor Leonard.

Ambos asentimos.

—Entonces me ahorro las presentaciones —dijo, y se sentó en una de las sillas. Luego me miró—. Vamos, siéntate.

Tomé asiento, tal y como el señor Leonard me pidió.

—Bien, háblame sobre lo que tenías que decirme —me dijo.

Carraspeé mi garganta antes de comenzar.

—Ayer por la noche, cuando me encontraste en... aquél lugar —dije, echando una mirada rápida al señorito Nixon pues no quería que supiese que yo anduve por el bosque en la noche—, estaba muy asustada. Es que lo volví a ver... era aquella criatura, frente a mí. Estaba mirándome fijamente a escasos centímetros.

Esperé unos segundos a la reacción del señor Leonard. Su reacción fue una carcajada.

—¿Enserio pretendes que me crea eso? Según lo que me han dicho, ese monstruo no suele acercarse a las personas, y tú me estás diciendo que lo tuviste frente a ti, a escasos centímetros. Mira niña, puedo decirte dónde hay una editorial cerca. Tu libro puede ser genial con esa imaginación que tienes, pero lo siento, no puedo creerte.

Abrí mi boca, disgustada. No había venido a que me dijesen que estaba loca de forma cortés.

—No he venido aquí a que se me tache de mentirosa, señor Leonard. Estoy confiando en usted, contándole algo que no le contaría a cualquiera, y usted sólo sabe decirme que uso mi imaginación para mentirle. Está bien, si no quiere que le ayude en su investigación, haré la mía propia aparte. Muy buenas tardes, señor —le recriminé, y me marché de su casa.

Había quedado como una idiota frente a uno de los hombres más importantes del pueblo. Y no, no me refería al señor Leonard, por supuesto me refería al señorito Nixon. Tal vez hable con su familia sobre lo ilesa que yo era, y sería tachada como la cuentista del lugar. ¡Y yo no deseaba eso!

Entonces, escuché que alguien me llamaba.

—¡Señorita Elena!

Me giré para ver de quién se trataba, y no pude creer que era el señorito Nixon quien estaba clamándome.

—Puedo ayudarte a tu investigación. No creo que estés loca —confesó.

Le sonreí. No sabía que el señorito Nixon era esa clase de persona. Le tomaba por alguien más clasificatorio.

—¡Muchas gracias, señorito Nixon! —exclamé agradecida.

—No me des las gracias a mí, sino a Jack, que es el que va a ayudarte.

—¿Jack? —pregunté, dubitativa.

—Sí. Conocí a Jack hace unos días, mientras cazaba en el bosque. Me pareció ver una criatura extraña y casi la atrapo. Entonces lo vi a él y ambos mantuvimos una conversación sobre esa criatura y tenemos algo en común: queremos capturarla. Vamos a arrancarle la cabeza y a mostrársela al pueblo. Sabe mucho sobre ese monstruo, creo que podría ayudarte y así de paso ayudarnos —me explicó.

—¿Cuándo tendría un hueco libre? —le pregunté, ansiosa.

—Quizá mañana por la tarde, justo a las cinco. A la hora del té voy a cazar, y me uno a él —me dijo.

Asentí con la cabeza, pero aún había algo que no me cuadraba.

—¿Le habló usted al señor Leonard sobre tu amigo Jack?

—No, jamás lo haría. El señor Leonard es un investigador de pacotilla que intenta hacerse un hueco en el mundo de los detectives. Sé perfectamente que no tiene nivel, además de un mal carácter —explicó.

Concordaba con el señorito Nixon en cuanto al señor Leonard. Su comportamiento me hastiaba, y me hacía no querer colaborar en su investigación. Al menos ahora sí tenía personas a mi lado.

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