BRUJERÍA

Seis días habían transcurrido desde la última vez que vi a Jack. Si hoy tampoco lo veo, entonces será una semana.

La gente comienza a hablar mal de mí. El hecho de que me paso todas las noches paseando por el bosque ha sido corrido por los oficiales, tanto que soy tema de conversación incluso en las afueras. Mi madre no cree nada de lo que la gente dice, pero obviamente eso es porque ella no sabe la verdad. Estoy segura de que sir Nixon desea que yo hable, que se me escape algo sobre lo que cree que sé.

Estaba caminando por las calles, como siempre, había madrugado para ir a comprar el pan. Allá por donde pasaba, los grupos de personas murmuraban cosas sobre mí. Como tampoco me importunaba alguna de sus palabras en lo absoluto, simplemente seguía mi camino.
Mientras volvía a mi casa con el pan en la mano, escuche un chist, chist. Al girarme, pude ver a una mujer anciana, haciéndome señas con la mano para que me acercara. No sabía si me haría alguna pregunta relacionada con la bestia o si simplemente era una pobre anciana que necesitaba de mi ayuda. Me acerqué a ella y le pregunté qué quería.

—Buenos días niña. Necesito que me hagas un pequeño favor —pidió, cok su voz ronca—. Necesito que me traigas uno de esos libros de brujería que suelen haber en aquella casa —señaló la maldita una casa cercana.

Abrí mis ojos con sorpresa. ¡Un libro de brujería! ¿Acaso quería que me mirasen peor que ahora? Si me llegan a ver con algo como eso entonces sería mi sentencia final.

—Oiga señora, no pienso hacer algo como eso. Si tanto lo desea, vaya usted misma. ¡Así le acoja el diablo! A saber para qué quiere un libro como ése —me negué en lo rotundo.

—Le daré cinco libras si lo hace —insistió.

La muy condenada incluso me compró con su sucio dinero. Claramente, no iba a negarme ante tal capital. Tal vez no era demasiado, pero para una niña como yo, eso era sinónimo de riqueza.
Al entrar en la casa, sentí un escalofrío por todo mi cuerpo. Las ventanas eran pequeñas y no había luz suficiente en la morada. Lo que sí había era una vela encendida en el centro de una mesa, y esa mesa era el centro del comedor. Al rededor, en las paredes, habían colocados unos estantes que llegaban desde el suelo hasta el techo, lleno todo de libros. A la derecha, se encontraba la cocina, o eso supuse yo, porque olía a comida.

—¿Qué viene a buscar? —escuché la voz de una mujer.

Me giré hacia la voz, y, a pesar de la poca iluminación del hogar, pude distinguir un rostro de facciones menudas y bastante bonito. Aquella mujer no aparentaba tener más de veinte.

—Sólo quería... Un libro de magia negra, o brujería, o como sea... —dije, intentando no avergonzarme.

La bella mujer sonrió y se acercó a uno de los estantes, no sin antes agarrar la bujía y acercarla a los libros.

—No tiene usted por qué preocuparse en este tema, señorita Helena. La mayoría de personas me buscan para eso, y para mí no es un tema tabú —dijo la mujer, sorprendiéndome al adivinar mi nombre.

—Disculpe... ¿Me conoce usted? —pregunté contrariada.

—Hay varios libros de brujería, así que indíqueme el que desee —habló, ignorando mi pregunta.

—No es para mí, sino para una señora que está sentada en la puerta de su casa. Ella me mandó venir aquí a por el dichoso libro —expliqué, y luego me disculpé por haber maldecido el libro. 

La mujer me miró de forma extraña, pero tranquila, y me dio un libro de pasta negra.

—Tal vez este le guste —dijo, y fue a la cocina.

Al suponer que ya debía irme, caminé hasta la puerta no sin antes despedirme de aquella mujer. Aunque aún sentía curiosidad por saber cómo es que ella sabía mi nombre, decidí no molestar más y salí  de allí escondiendo el libro bajo el delantal.
No vi a la señora anciana en la puerta, por lo que supuse que ya había entrado a su casa. Llamé una vez a la puerta, pero no contestaba. Me acerqué a la ventana y visualicé que el interior estaba muy polvoriento. Comencé a gritar «señora», pero aún así la mujer no respondía. Me preguntaba si estaría sorda. De repente, una mujer que apareció por mi lado, me miró extrañada y comenzó a hablar.

—Si busca usted a la señora de la casa, me temo que nunca la encontrará —dijo.

—¿Cómo dice? —me sorprendí.

—Esa mujer lleva muerta medio siglo. Ni siquiera tiene hijos —respondió.

—Oh, gracias por avisarlo —respondí, y sentía el corazón latir con fuerza.

Juraba haber visto aquella señora aquí mismo, sentada en la puerta de su casa. Miré el lugar y comencé a aterrarme. Sin saber qué hacer, corrí desesperadamente hasta casa de nuevo, pero me tropecé con alguien y caímos al suelo.

Al incorporarme, pedí disculpas sin mirarle a la cara, queriendo recoger el libro antes de que alguien más lo viese, pero aquella persona lo recogió antes de que pudiera alcanzarlo.

—¡Así que no teniendo suficiente con ayudar a una bestia, además practicas brujería! —preguntó una voz que se me hacía irritablemente familiar.

Me reincorporé y limpié con mi mano el polvo que había en mi vestido.

—¡No es como usted piensa! —repliqué.

—Lo que yo pienso es exactamente lo mismo que pensaba de usted desde que comencé a conocerla. ¡Es usted una pequeña brujita! ¡Oficiales!

Quise escapar de allí, pero sir Nixon me agarró del cabello y me atrajo hacia sí. Los oficiales no tardaron en aparecer al rededor de nosotros.

—¡Maldito sea, sir Nixon! —mascullé mientras intentaba aflojar sus dedos del agarre.

—Llévenla a mi mansión. Más tarde decidiré qué hacer con ella. Por el momento, reténganla allí —ordenó, y uno de los oficiales me obligó a montar en su caballo y galopamos hasta el destino.

En buen lío me he ido a meter.

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