Capítulo 85



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Si hallara la manera de protegerla y evitar exponerla a más peligros, estaría dispuesto a hacer lo que fuera necesario. A pesar de la relativa calma que disfrutábamos en este momento, sabía que la tranquilidad duraría poco. Desmantelar toda una mafia sería una tarea difícil, por no decir imposible, y mi mente bullía con la urgencia de encontrar una estrategia para asegurarme de que no volvieran a buscarnos de nuevo.

Me detuve en medio del pasillo, y fijé la mirada en la columna que señaló Xiao.

—Al final de todo, acudiste a mí. —Roman y sus hombres se acercaron en silencio. Él tenía una sonrisa oculta bajo su mascarilla, casi podía verla. Supuso que tarde o temprano descubriría lo de Nikolai y mi madre.

—Y él estará al tanto de tu presencia aquí —asumí.

—No. Independientemente de lo que tenga con él, también hay un asunto pendiente con Serpente que debo resolver.

De momento, no valía la pena indagar más, ya lo sabía.

Roman observó al agente que se encontraba sentado en una silla, aguardando junto al ascensor, y que estuve mirando durante los últimos minutos. Con discreción, nos mantuvimos fuera de su campo visual.

—Dime, lo que estás a punto de hacer, ¿es solo por esa chica, o también lo es por el muchacho? Lo escuché dando lata hace un momento.

Cheyanne se estaba haciendo cargo de cuidarlo. De otro modo, habría sido imposible quitármelo de encima.

—No es de tu incumbencia.

—Por supuesto. Solo me aseguro de la clase de problemas que puedan surgir más adelante. —Hizo una pausa—. La hija de Nikolai es tu media hermana, y de todas maneras, se parece tanto a ti. Haberse entregado a Luca de esa forma...

—Si el motivo por el que estás aquí es para ayudar, no hables más de lo que sea necesario. De otra forma, desaparece.

Alzó las manos con desgano, en señal de rendición.

Méi se acercó con sigilo por el pasillo y le entregó un objeto a su hermano.

—Todo listo. Me encargué de la sala de monitoreo, es posible que tengan alrededor de diez minutos hasta que noten lo que hice. —No era la primera vez que operaría lejos de su mellizo, y aunque también parecía querer decir algo más, se lo guardó para sí misma.

—Sam estará bajo tu protección. Haz todo lo posible por mantenerla a salvo. No falles en esa tarea —le advertí.

—Con cabeza esta vez —le advirtió su hermano.

—La cuidaré.

—Roman —lo llamé—, nos guías.

Se adelantó junto a sus hombres, liderando el camino, y al mirar hacia atrás, Xiao todavía permanecía en las sombras, con una expresión que dejaba entrever una veracidad profunda. Se desplazó de prisa, y el agente ni siquiera lo vio llegar.

El ascensor se abrió con un suave 'ding', y nos dirigimos hacia el piso inferior.

Las luces tenues de la caja metálica apenas iluminaban nuestros rostros, pero pude ver la mirada intensa de Roman que se posaba en mí.

—No te confundas, esto no es una misión de rescate para mí. Estoy aquí porque necesito resolver algo con Serpente, no por tu bienestar ni por la de esa niña.

—Solo dirige el camino —respondí impasible, consciente de que nuestra relación estaba lejos de ser armoniosa.

—Es un alivio que tengas claras mis verdaderas intenciones —murmuró, echándome una mirada de reojo mientras la cabina seguía deslizándose.

Al llegar al piso deseado, salimos del ascensor, nos colamos a través de una puerta y bajamos la escalera apenas iluminada.

En el siguiente pasillo vacío. Roman lideró con determinación, a través del camino despejado previamente por Xiao. Tampoco había agentes cubriendo la zona debajo del hotel, donde gruesos conductos de ventilación obstruían gran parte del camino.

—¿Qué te hizo Serpente para que vayas tras ellos? —preguntó Xiao, buscando comprender el trasfondo de la situación. Roman lo miró sobre el hombro.

—Asuntos familiares y una marca imborrable. —Fue su respuesta breve y evasiva.

Estaba claro, guardaba relación con la cicatriz en su boca.

Alcanzó la puerta al final del pasillo, pero se detuvo antes de empujar, y con su mirada me arrojó una advertencia silenciosa. No iba a dudar en detenerme si ponía en peligro sus asuntos. Pero yo no estaba jugando y tampoco lo perdería de vista.

Con la cabeza erguida, respondí a su pensamiento, impidiéndole así descifrar mis pensamientos.

Román empujó la puerta, y el silencio se vio interrumpido por el suave murmullo de la noche exterior.



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Mis ojos se deslizaron sobre sus palabras escritas una y otra vez, tratando de descifrar cualquier cosa que hubiera pasado desapercibida. Pero de nuevo, no encontré nada más que un: «Volveré pronto».

¿Qué fue todo lo que me dijo? Esa promesa... No podríamos cumplirla si no regresaba. Debió prever que las cosas todavía no habían terminado. De todas maneras, descarté esos pensamientos de mi mente y volví a insistir:

—¿Cuándo dijiste que llegaba Oliver? —Levanté la cabeza. Los agentes daban vueltas alrededor de la suite, buscando pistas, revolviendo entre los cajones del escritorio y otros lugares. De alguna forma, me molestó que invadieran nuestro espacio de esa manera.

«Nuestro». Cuánto había cambiado todo desde la última vez que estuve aquí, semanas atrás, antes de conocer a su padre.

—Hoy, a las diez. Eso es dentro de quince minutos —respondió Susana. Alastor probablemente también lo sabía, por eso se marchó antes del amanecer. Su reticencia a decirme algunas cosas me dejó con un dolor agudo en el pecho que no pude eludir.

A espaldas de Susana, Jacob y mamá acababan de entrar, y miraron todo sin tener la menor idea de lo que sucedía. Mientras él dejaba el maletín sobre la cama, mis ojos recayeron en la mujer asiática que, en esta ocasión, se encontraba de pie al final de la suite, junto al panel de cristal gigante que apuntaba hacia el estacionamiento y parte del muelle, contemplando el exterior.

—¿Dónde está Alastor? —La pregunta de mamá me regresó a ella, y aunque sentí un nudo en la garganta, encontré la manera de hablar.

—Nadie sabe.

—Crees que...

—No. No. —Me dejé caer en la orilla de la cama. Había un nudo en mi garganta, mi voz temblaba al intentar hablar. A pesar de mis intentos, la frustración tampoco había logrado llevarme a ningún lado entre tantos agentes—. Me dejó una nota escrita. Tampoco creo que haya ido donde sus padres.

—Pensé que ellos... —Mamá pudo haberse enterado de la vida de Alastor incluso durante nuestra ausencia, pero definitivamente nadie más supo lo ocurrido el otro día, cuando lo visitaron.

—Nadie sabía.

—Tal vez fue a buscar a Lizzie.

—¿Qué? —La palabra solo fue expulsada de mi boca—. No lo creo. ¿Por qué lo haría? Es decir, ¿él mismo?

Aunque no estaba segura de cómo se sentía con respecto a su hermanastra, no eran cercanos.

—Se ve reflejado en ella. —Fue la primera vez que Cheyanne decía algo desde que apareció esa mañana, con Raine pegando de gritos porque pensaba que Alastor no haría nada por la niña.

Ella tenía la mirada clavada en el suelo. Desde que volvimos a vernos, tuve el presentimiento de que algo había ocurrido con ambos. Esperaba que Alastor me hablara al respecto. Tampoco quería presionarlo con todo lo que pasó.

—¡Qué idiota! —soltó Raine—. Lo van a matar.

Un escalofrío recorrió mi cuerpo, y estuve a punto de gritarle, pero no me dio tiempo.

—¿Sabes por qué todavía estás aquí? —espetó Cheyanne—. Porque él lo decidió así. Siente que Lizzie se volvería él si algo le pasara a alguien que ella ama. Nos está protegiendo. A todos nosotros. Alastor es el único que sabe lo que es perderlo todo. Ahora míranos. Prácticamente atrapados en su castillo, inalcanzables y custodiados por decenas de dragones.

—Estoy de acuerdo con lo que dijiste al final. —Oliver cruzó la entrada y, obviando la ligera sensación de mareo, me mantuve de pie después de haberme levantado de un salto. El hombre, con una elegancia inmaculada, pasó entre los agentes que saludaron con respeto al Director Nacional de Inteligencia—. Lo más seguro es que permanezcan en este lugar.

—¿De verdad piensa que estamos a salvo? Alastor acaba de burlar a sus agentes, después de todo. Y no es la primera vez que alguien entra o sale sin permiso de su suite —hablé mordaz. Quizá Oliver no le abrió la puerta de su suite, pero permitió que ese hombre entrara a su hotel. Tampoco era el mejor momento para que se reencontrara con su madre.

—Hola, Sam. Me provoca un mal sabor de boca que nuestra primera conversación sea de este modo.

—¿En verdad? —Mis palabras debieron ser capaces de cortar el aire, pero no me importó. Él mantuvo tantos secretos que casi destruyó a Alastor—. Está bien. Empecemos por: ¿Tiene alguna idea de a dónde pudo ir?

—Él y tú son igual de persistentes. Le dije que no intentara hacerse el héroe, pero jamás escucha. Tomó la camioneta en la que viajaron a West Palm Beach días atrás, asegurándose de que no pudiera ser rastreado. Es evidente que recibió ayuda de individuos capaces de incapacitar agentes preparados de la CIA —exhaló con irritación, su mano presionando el puente de la nariz. En un instante, alzó la mirada hacia mí. En sus ojos, por un breve momento, vi el peso del cansancio y la preocupación, tan parecidos a los de su hijo. Aquella escena me recordó que él también estaba pasando por un momento difícil, así que contuve mis emociones—. En cuanto supe lo que pasó con la niña, tomé el primer vuelo. Force One se está haciendo cargo del asunto en Europa. Aseguran que Zacarria Pierro no se ha movido del país.

—Pero Luca Moretti llegó antes que nosotros. De algún modo, supieron que Lizzie estaba relacionada con el componente —intercedió Raine.

—¿Es así? —Nikolai cruzó la entrada, y el lugar se llenó de un frío glacial. Debí suponer que seguía por aquí, pero no esperaba volver a verlo tan pronto, menos en presencia del padre adoptivo de Alastor.

Ambos cruzaron miradas afiladas, y por la forma en la que casi pudieron ser capaces de cortar el aire, concluí que nunca trabajaron juntos, o no, a menos que fuera expresamente necesario.

Durante un instante, sus miradas se desconectaron, y Nikolai nos echó un vistazo a los demás. Raine lo observó con odio verdadero. Mamá se agazapó junto a Cheyanne, y cuando su padre biológico me contempló, detuvo su escrutinio.

—Ah, si es el péndulo de Alastor. ¿Olvidó llevarte con él? —La agudeza en sus palabras me revolvió el estómago, pero aunque hubiera pensado en qué responderle, Oliver intercedió en el camino, plantándose entre ambos.

—Te advertí que no te acercaras a mi hijo, y en efecto, ella está incluída. —Sus palabras fueron el interruptor que activó a los agentes, quienes se movilizaron, situándose a la defensiva y en torno a nosotros. Nikolai los observó a todos con indiferencia, y un destello de diversión bailando en sus ojos. Luego se detuvo en el padre adoptivo de Alastor.

Quizá fue mi imaginación, pero por primera vez, algo se retorció en los ojos de Nikolai.

—No vine a reclamar la paternidad, si eso es lo que te preocupa. Tampoco a robar pequeños e insignificantes tesoros, pues no me funcionó bien la última vez que quise atraer a Alastor —aclaró, mirándome como si fuera el producto de sus males, pero no se detuvo mucho tiempo en mí y devolvió su atención a Oliver—. Sabes que fui yo quien ocultó el informe del componente, y al paso que vamos, presiento que también tienes una idea de en dónde lo puse.

—Y querrás negociar, asumo —resopló Oliver.

—Asegurarás mi inmunidad antes de que Alastor haga que lo maten sin ningún sentido.



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Ochenta y ocho por ciento.

Observé la barra de carga del teléfono que Luca me había proporcionado al encenderlo por segunda vez. La primera ocasión fue ayer, después que Méi encontrara un cable para darle batería en el baño del hotel. Conservarlo hasta ahora fue en parte suerte. Ni siquiera en el aeropuerto me habían preguntado por él, porque aparentemente tampoco tenía nada de extraño. Era un celular viejo con botones.

Al encenderlo por primera vez, fue como si ellos hubieran recibido una alerta. Ya esperaba que la habilidad para el hackeo y programación de ZARP rompiera las barreras geográficas.

—Encontraste la manera de cargarlo por completo —dijo Luca del otro lado de la línea.

—Es solo un teléfono.

—Pero no damos segundas oportunidades —arremetió. Sin embargo, si no tuviera ningún interés, ni siquiera me habría llamado.

—Se presentaron algunos incumplimientos de lo acordado por ambas partes, como bien sabrás.

—Ya estoy al tanto de lo sucedido con Zacarria y tu mujer. Si hay algo que respeto, son las posesiones de los demás, especialmente cuando están vinculadas a un acuerdo. Respondiste a su amenaza.

Sam no era algo que pudiera o no poseer, aunque lo pasé por alto. Era parte de su manera de lidiar con los asuntos y las mujeres. Para esta gente, en la mayoría de casos, no eran más que objetos para lucir o cambiar.

—Digamos que fue un intercambio de advertencias. A nadie le agrada que se entrometan en lo que consideran suyo. Zacarria aprenderá las consecuencias de rebasar ciertos límites. Porque todavía nos queda algo pendiente, y somos hombres de palabra —añadió él, un hombre que todavía no había conseguido lo que quería.

—Como prometí. Lo que buscas, te lo daré. A ti, personalmente —resalté eso último.

—Mi negocio siempre fue contigo.

—Bien. Apreciaría que tu hijo mantuviera sus manos lejos de este asunto, como acabas de insinuar. Solo ralentizará el proceso.

—Él tendrá la decisión sobre eso —dijo y durante un breve instante, apreté la mandíbula para evitar que palabras innecesarias corrieran de mis labios.

—Eres tú quien está a la cabeza.

—Es más complicado que eso. Zacarria ejerce su propia autonomía sobre su grupo y supervisa las acciones de sus soldados. Respeto eso y no puedo interferir. Pero haré lo que esté en mis manos.

Si no fuera por el hecho de que las personas con poder detestan recibir órdenes, habría insistido. No obstante, sería contraproducente.

—Lizzie...

—Ah, esa pequeña tan parecida a ti. Había dado por sentado que no te importaba.

—Tuvo la mala fortuna de quedar atrapada en esto.

—Al igual que tú, y tu mujer, y la mercancía en los contenedores. Una cosa a la vez, muchacho. —Por supuesto que no le importaría si mencionaba que era una niña nada más. Han traficado con personas incluso menores que ella—. Pero llamaste en el momento justo. Está siendo difícil hacerla hablar, y comienzo a perder la paciencia.

Un nudo se formó en mi estómago al imaginar todos los significados detrás de sus palabras.

—Pierdes tu tiempo. No te dirá nada, porque aunque esté relacionada, no tiene todo el conocimiento.

—Pero tú ya lo sabes, ¿no es así? Todo sobre el informe.

—Era mi trabajo entregártelo, después de todo.

—Y todavía estás dispuesto, por la niña.

—El trato ha regresado a su punto inicial —esclarecí, intentando mantener un tono neutral.

—Ya entiendo —suspiró—. Pero hay algo que todavía me mantiene en vilo. Descubriste de lo que se trataba el informe, y no te importa el peligro que pueda representar para la humanidad.

—Todos reservamos algunos deseos egoístas.

Percibí su risa satisfecha con mi respuesta.

—Tocamos una fibra sensible. Es fascinante ver tu lado oscuro emergiendo. Le hemos dado un motivo al mundo para que te importe menos. Curiosamente, Samantha era la que lo mantenía vivo, y también es la razón por la que desataste todo tu potencial. Senza paura della morte.

Desprecié escucharlo deleitarse con el maldito potencial que insistían en resaltar desde que era pequeño. Sabía que en gran medida lo mencionaban solo para provocarme, igual que ahora.

—Están equivocados si piensan que pueden llegar a mí a través de Sam. Pregúntaselo a Nikolai si tienes dudas.

—Por su tontería perdimos el buque, y ahora también un laboratorio. Seré cuidadoso la próxima vez. —Se encargó de que parezca una advertencia—. Qué desperdicio lo que ese hombre hizo contigo. Los habríamos acogido en nuestra famiglia sin dudarlo. Estarías luchando junto a Zacarria ahora mismo.

Si Nikolai y Daniela hubieran permanecido en Italia, trabajando en ese viñedo, quizás las cosas habrían terminado como acabó de indicar.

—Tengo curiosidad por eso a lo que le llamas "luchar". ¿Contra qué?

Aguardó en silencio durante un breve instante.

—Lo sabrías, si hubieras aceptado colaborar con nosotros en otras circunstancias. Pero dime, ¿hay algo más que desees en esta ocasión? Dudo que tu objetivo sea solo la niña.

—Ya tienes conocimiento de lo único que me importa, y es poco lo que pido en comparación.

¡Ah, l'immunità! Intercambiarás un par de vidas por millones.

Estaba haciendo hincapié en lo consciente que era del resultado y en que no me preocupaba en absoluto. Sin embargo, Oliver me advirtió que no intentara ser un héroe, pero no me consideraba eso, ni tampoco un villano.

—Todo se reduce a mis intereses, y eso me hace igual que el noventa por ciento de los seres humanos.

—Por eso tampoco te importó lo que hiciste con mi laboratorio. —Esta vez rió con ganas—. Así como tus maravillosos hoteles, poseo más de esos repartidos por el mundo. No es algo de gran importancia. Estoy dispuesto a ofrecerte una última oportunidad, aunque no podré garantizar lo que sucederá después sino cumples. La fortuna es efímera. Asegúrate de darme ese informe; de lo contrario, no solo me desharé de esta bambina⁠, sino que me cercioraré de entregarle a Zacarria a esa dolce donna tua⁠ con mis propias manos, envuelta en un elegante papel de regalo.

—¡Derecha! —indicó Xiao.

Una silueta surgió detrás del tronco de un árbol.

El tiempo que le llevó a Roman desenterrar el arma del interior de su chaqueta, fue el mismo que me tomó extraer la mía de mi cinturón y jalar del gatillo. El cuerpo cayó al suelo, y no sentí nada.

Lo último que percibí tras el sonido del disparo, entremezclado con el eco que reverberaba a mi alrededor y mi propia respiración, fue la risa del interlocutor al otro lado de la línea antes de que la llamada se cortara:

—Recuerda, no puedo garantizar lo que suceda si vuelves a violar nuestro acuerdo, Alastor.

El viejo teléfono, todavía en mi mano, de pronto parecía una bomba en conteo regresivo. Al menos ya sabía que el rastreador aún funcionaba.

Xiao se acercó al cuerpo, se inclinó para buscarle el pulso, y levantó la cabeza con la mandíbula apretada, mirándome de una manera que entendí como una posibilidad a medias de si viviría o no.

—Dilo —ordené, porque de pronto parecía reservarse las palabras. No le agradaba la idea de eliminar algunas vidas. Aunque él ya lo hubiera hecho por trabajo, los ideales que compartía con su hermana evitaban que se convirtieran en monstruos sin alma. Por mi parte, tenía claro que algo no iba bien conmigo mucho antes de que Cheyanne me dirigiera esa mirada en el orfanato o cuando nos sorprendió en el baño del hotel.

—Atrás —reveló, y de reojo contemplé el perfil del hombre que sobresalía detrás del tronco de un árbol, con su arma apuntando hacia nosotros. Pero no había disparado.

Nos seguían, y seguramente habría más escondidos.

—Estamos cerca —señaló Roman. A él tampoco le importaba lo que sucediera con el hombre a nuestros pies que comenzaba a mostrar dificultades para respirar. De hecho, le arrebató el arma que temblaba en su mano.

Él tampoco habría mostrado piedad. Pero la lluvia de plomo que no llegó, me aclaró que en ese momento les habían ordenado contenerse.

—Moretti todavía no tiene lo que busca. Ni siquiera el cincuenta por ciento —les informé a los demás, contemplando la arboleda de frente que todavía nos quedaba por cruzar. Tuvimos que abandonar la camioneta minutos atrás, no había otra forma de acceder más que haciéndolo a pie, o por aire. La segunda opción habría sido muy estúpida, considerando que tenían todo tipo de armamentos, y tampoco se habrían detenido a dialogar—. Pero ya sabe que vamos de camino.

Y a partir de este punto seguramente nos escoltarían hasta la puerta.

No había vuelta atrás.



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Senza paura della morte: Sin temor a la muerte.

¡Ah, l'immunità!¡Ah, la inmunidad!

Bambina⁠: Niña.

Dolce donna tua:⁠ Dulce mujer tuya.

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