Capítulo 76
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Samantha vestía las ropas que Cheyanne consiguió para ambos, pero su rostro no alcanzó a reflejar una sonrisa completa cuando una mujer se abalanzó sobre ella para abrazarla con fuerza. La preocupación destilaba de ese último gesto.
—¡Emily! ¿Cómo es que tú...? ¿Cómo te encuentras? —Sam la miraba sin entender del todo, pero al mismo tiempo, sus ojos se cristalizaron con una emoción nueva, como si estuviera a punto de echarse a llorar, y quise alcanzarla lo más pronto posible.
—Estoy bien. Las fuerzas especiales de los Estados Unidos llegaron horas después de que te llevaran y nos sacaron a todos. —Estuve lo bastante cerca de su espalda para escuchar lo que susurró a continuación—: El Director Nacional de Inteligencia se hizo cargo personalmente de nosotros.
—¿Por qué Oliver haría algo así? —pregunté, y ella volteó como un gato espantado. Levantó la cabeza, y sus ojos se despejaron igual que las luces intensas de un automóvil al verme.
—Ma-Mateo... —No finalizó, pues el mencionado acabó de acercarse. Aunque hizo ademán de invadir su espacio personal, al percatarse de mi presencia, actuó con prudencia al mantener su distancia. No se atrevió a tocarla.
—¿Qué tal te encuentras? ¿Te hicieron daño? ¿Cómo lograste salir? —le lanzó a Samantha un aluvión de preguntas. Ni siquiera quise imaginar por qué estaba presente en este lugar.
Sam se desplazó hacia un lado, junto a mí, y sus dedos se deslizaron con suavidad por mi brazo, como si estuviera manipulando alguna clase de objeto peligroso.
—Debieron regresar a Ecuador —me susurró—. Mantuvieron a Emily en el contenedor junto conmigo. ¿Recuerdas que se la llevaron? Y en cuanto a él...
Su voz delató la incomodidad. Si escarbaba un poco entre sus palabras, juraría haber encontrado una nota de molestia. Tampoco parecía comprender el motivo de su presencia.
—Vine para echar una mano —respondió Mateo luego de repasarnos con la mirada—. Por Sam y...
—Ya detente, es demasiado —adelantó ella como una petición. Sonó cansada en verdad. Podría incluso estar conteniéndose de gritar, y antes de que pudiera hacer nada para evitarle más de esto, se adelantó diciendo—: De quien deberías preocuparte en realidad es de...
La chica, a la que no podría considerar su amiga después de lo que le hizo, saltó para taparle la boca con la mano. Negó con la cabeza y, al volver a mirarme, debió sentir que había hecho mal, porque se apartó con nerviosismo y comenzó a reír de manera forzada.
—¿No se lo has dicho todavía? —susurró Samantha.
—¿Decirme qué? —preguntó Mateo.
—Lo bueno hubiera sido que volvieras a tu país —intervine.
—No solo me quedé por ella. —Me miró, sin atisbo de miedo en esta ocasión. Presenció a un par de personas disparar, y de pronto ya se sentía muy maduro.
—Tiene razón. —Oliver se había acercado, evitó mirarme y sonrió con amabilidad, gesto que solía hacer sentir en calma a los demás—. Si pudimos dar con el buque, fue gracias a este muchacho. Tiene excelentes habilidades de programación, conocimientos que adquirió a lo largo de su carrera.
—Ah, ¿sí? —preguntó Sam, atorada entre la confusión y el asombro. También lo miré, sin poder creer en qué parte de su reducido cerebro podría caber ese tipo de información.
—Sí, este chico supo cómo seguirte el rastro hacia ese lugar. —Oliver se refirió a mí, y en su voz, la ironía se hizo palpable—. Pero me parece que, desde este instante, nadie puede volver a usar la Pulse Web. No es segura.
—¿A partir de qué punto me estuvo rastreando? —pregunté, y Mateo sacó el pecho con orgullo, pero no era momento de tonterías—. ¿Trabajaste a través de enlaces?
—¿No que tan impresionante, señor empresario?
—Mateo, deja de comportarte como un imbécil —instó Samantha.
—Responde —reiteré, con mi paciencia, pendiendo de un hilo.
—No accedí mediante ningún link. Pero te vi a través de las cámaras del embarcadero.
—Menos mal —la voz que surgió detrás de mí le pertenecía a Méi—. Aunque, eso que hiciste, el verlo por las cámaras de videovigilancia, causó que todos los datos de tu descuidada navegación se almacenaran en la web. Ahora, aquel que ingrese, conseguirá verlo y adueñarse de esa información. Lo mismo ocurre con los enlaces. Es una red tan insegura que cualquiera podría rastrearte si no trabajas bajo protocolos de seguridad correctos. ¿Cómo diste con esa web, chico?
—Tuvo pereza en hacer su tesis, a fin de cuentas, estudió criminología y criminalística. —Dos hombres y una mujer emergieron del pasillo, sumándose a la conversación. De todos ellos, reconocí a los oficiales que llevaron a Sam a la estación de policía alguna noche.
—Genial, ¿cuántos más se sumarán a la reunión familiar? Empiezan a llamar la atención —musitó Xiao, que se encontraba sentado en la escalera, de brazos cruzados y ojos cerrados. Como si estuviera tomando un descanso sin más.
Miré a la chica que aún permanecía cerca de Samantha, y por ende, de mí también.
—¿Comprendes que debes tratar ese tema con él lo más pronto posible? —No esperaba que respondiera, solo vi su sonrisa nerviosa desaparecer en un instante y volteé hacia Oliver. En voz baja, pretendí manifestarle a él con mucha claridad—: Nuevo añadido, deshazte de ese acosador. A cambio, nos iremos a través del medio que decidas, sin derecho a excusas.
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En parte, fue culpa suya que nos acorralaran a Cheyanne y a mí en el hotel; sin embargo, no quería reprender a Mateo porque me sentía ligeramente irritada debido al persistente dolor en mi vientre. Así que tampoco tenía ganas de discutir, no frente a todos; sería como darle demasiada importancia. Además, descubrí que gozaba de razón en algo. En la universidad, la programación fue la única asignatura opcional en la que no tuve que ayudarlo, y entre el caos que desató, también prestó apoyo.
Había estado reflexionando sobre eso, y la posibilidad de que no hubiera hecho su tesis de manera legítima, cuando Alastor le dijo aquello a Emily. Sin dejar paso a nada más, tomó mi mano y entrelazó sus dedos con los míos, llevándome lejos de todos hacia el restaurante del hotel.
Habló con los encargados de ese lugar por mi alimentación en italiano, tomó asiento a mi lado, y también fue él quien echó un vistazo a los platos cuando nos lo trajeron a la mesa, asegurándose y al mismo tiempo, invitándome a probar bocado primero.
Me pregunté cuántos idiomas hablaba en total. Además, siempre estaba cuidándome.
El desayuno transcurrió en silencio. Era evidente que teníamos hambre, aunque la única opción viable era saciarme con sushi, el único plato disponible sin gluten. Pese a que no era aficionada del pescado crudo, me terminé todas las piezas.
Más tarde, nos encontramos de regreso en la habitación. Alastor me animó a descansar un poco más al notar mi frecuente bostezo durante el trayecto, y al mismo tiempo, siendo consciente de los cólicos menstruales que todavía me incomodaban.
Tampoco rechacé la sugerencia. Pero yo quería algo más, y al verlo sentarse en el único sofá doble que tenía la habitación, de frente a una televisión que permanecía apagada, tomé asiento a su lado.
Me miró confundido, más aún cuando extendí los brazos en su dirección.
—Venga, no seas tímido.
Visto que no parecía tener indicios de moverse, me coloqué de rodillas sobre el sofá y lo envolví con mis brazos. En comparación, era tan grande que el abrazo pudo ser un poco incómodo para él, pero a pesar de todo, no se movió.
—En este momento seré yo quien te proteja, ¿de acuerdo? —Tiré de él, y permitió que lo arrastrara, hasta que juntos acabamos recostados en el sofá. Él, con su cabeza sobre mi pecho y mis piernas alrededor de su cuerpo. Debí parecer un monito tratando de aferrarse a un árbol gigantesco.
No hablamos mucho, o casi nada. Era un momento que dedicamos a nosotros, y las palabras no daban abasto para expresar lo que sentíamos.
Acaricié los músculos de su espalda y también su cabello, que había crecido un poco más desde la última vez que lo toqué.
En algún punto, Alastor se acomodó, abrazándome como si fuera su almohada, y tratando, al mismo tiempo, de no cargar con todo su peso sobre mí. Eso me hizo feliz. Era el tipo de intimidad que había estado buscando.
Más tarde, cuando desperté, lo primero que vi fueron sus ojos como el carbón listo para encenderse. Estaba inclinado sobre mí, observándome con esa chispa en su mirada que de inmediato hizo que las mariposas revolotearan en mi estómago.
Comprendí por qué lo hacía. La posición en la que nos encontrábamos ya no me parecía tan inocente. Tenía una pierna completamente estirada y la otra doblada sobre su trasero. La camiseta de manga larga que encontré horas atrás, junto a la nota de Alastor que decía que estaría en el vestíbulo, había escalado hasta la mitad de mi estómago.
Incluso mi mano reposaba sobre mi cabeza. Cuando me percaté e intenté moverme, él sujetó mi extremidad en su lugar. Aprovechando que estaba mirando hacia arriba, se sumergió en mi cuello, depositando besos que lograron despertar al resto de mis neuronas. Me acarició con su lengua y, en ocasiones, mordió con suavidad.
Introdujo la mano bajo mi camiseta, y me agité cuando me tocó sin recato. Luego, sus dedos marcaron un camino ardiente, con claras intenciones de alcanzar mi centro. Fue entonces que escuché su respiración profundizarse, y los latidos de mi corazón bombear con fuerza en mis oídos.
—Alastor... —Iba a recordarle dos temas importantes por los que no podía avanzar, pero me silenció con un beso. Como si eso no fuera suficiente, contuve el aliento al verle remojarse los dedos y dirigirlos hacia ese punto sensible bajo mis pantalones, confirmando con ese gesto que estaba plenamente consciente de las circunstancias.
Un suspiro escapó de mis labios cuando llegó, y él lo recibió con satisfacción, mostrando una despreocupación que nunca antes le había visto. Normalmente, solía preguntarme por cada cosa, y ahora hacía algo como esto. Lo que sea que hubiera cambiado en él para tomarme por sorpresa, me gustaba.
El ambiente se cargó de una tensión eléctrica, como si el tiempo mismo se hubiera ralentizado. Cada beso que rodeaba mi mentón y mi cuello, era un fuego que se avivaba. Sus labios recorrían mi piel con determinación, buscando cada rincón sensible, mientras que mis manos exploraban el contorno de su espalda, aferrándome a él como si temiera que desapareciera. En ocasiones, se detenía por un instante más prolongado en la zona que esa persona había mordido con fuerza.
De repente, un sonido distante interrumpió nuestra pequeña burbuja apasionada. Levanté la cabeza, mirando hacia la puerta, con el ceño fruncido por la preocupación.
Traté de enfocar mi mente a pesar de la neblina de deseo que nublaba mis pensamientos. Pero él apenas se detuvo y continuó concentrado en lo suyo, sin apartar su mirada de la mía en esta ocasión.
—Es hora de partir. —La voz de Cheyanne surgió de algún sitio lejano, pero así como llegó se desvaneció.
Alastor ni siquiera contestó; en su lugar, cuando intenté abrir la boca para hablar, me la cerró con un nuevo beso, mientras encontraba la manera de aumentar la intensidad de sus caricias. A partir de entonces perdí la noción de todo lo que ocurría alrededor. Aunque pude ver lo incómodo que estaba porque yo todavía llevaba los pantalones puestos, las sensaciones embriagadoras que me envolvían eran demasiado intensas como para prestarle atención a los detalles.
Cada caricia se transformó en una ola de placer que se extendía por todo mi cuerpo, y cada susurro de su aliento en mi oído fue un impulso de éxtasis.
Cuando los temblores en mi cuerpo cedieron, Alastor dejó un último beso en ese lugar que ya no lo sentí invadido por alguien más.
—Debería conseguir algunos preservativos lo más pronto posible —susurró sobre mi piel, una promesa implícita que aceleró mi corazón. Y aunque me ayudó a incorporarme, todo se tornó de color negro, por lo cual acabé con la cabeza hundida en su pecho—. ¿Sam?
—Solo necesito un momento. —Cerré los ojos con fuerza, agradeciendo que se hubiera mantenido cerca.
Cuando el peso en la cabeza y las extremidades finalmente desapareció, me alejé un poco. Él colocó una mano sobre mi frente.
—Solo es anemia —le informé, tratando de restarle importancia a la situación, aunque no funcionó. Esperaba que no reaccionara como temía, pero se mantuvo en silencio, y resultó aún más desconcertante. No saber en qué estaba pensando era peor. Tal vez me veía como una pelota de enfermedades con piernas, pero descarté esa idea. Era absurdo imaginar eso. En especial, sabiendo que Alastor jamás consideraría algo tan superficial.
Cuando se aseguró de que podía caminar por mis propios medios y sonreí como si eso fuera capaz de deshacerlo sus preocupaciones, me soltó.
Me deslicé hacia el baño para asearme después de todo el caos que había desatado, aunque tampoco es que hubiera posibilidad de manchas debido al tampón, y además no entró en mí.
Me detuve durante un instante en frente del lavamanos. Primero, noté que ya no me incomodaba tanto el vientre, como si los dedos de Alastor hubieran sido un remedio milagroso. Luego, eché un vistazo a esa expresión de satisfacción y el sonrojo en mis mejillas. Sin embargo, mis ojos se deslizaron hacia esa nueva marca, y no podía creerlo. Ya no quedaba rastro de la mordida; en su lugar, un testimonio palpable de nuestra conexión se revelaba en el oscuro halo en mi piel. Lo había cambiado por un moretón, como un secreto tatuaje temporal que adornaba mi cuello.
Me reí ante su gesto, sorprendida por esa faceta infantil que desconocía en él. Cuando salí del baño, por un momento, su expresión incluso me hizo preguntarme si aquel fue su verdadero propósito. ¿Había acabado de marcar su territorio?
Negué con la cabeza mientras pasaba por su lado, y él entró al baño tratando de no sonreír.
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