Capítulo 59
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—Alastor se marchó del hotel, y tú lo ayudaste. —Nunca vi a mi padre tan irritado. Aun después de intuir a lo que él se dedicaba, y a pesar de escucharlo de Alastor, todavía no podía creer que trabajara para la CIA y el FBI. Si proveerles de armas se contemplaba de esa manera—. Se entregará a ese hombre.
La discusión con mi padre era tensa. Yo no sabía todo lo que él conocía, y no podía evitar sentirme atrapado entre dos mundos.
—¿De qué hablas? —pregunté, intentando descubrir la verdad detrás de sus palabras.
—Joder, Laurent. ¿Sabes lo que implica que se haya marchado solo?
—No. En realidad, no tengo mucha idea. Ambos me escondieron cosas, ¿no es así? Lo único que considero haber hecho, fue ayudar a mi hermano. Aunque el mundo estuviera en su contra, Alastor tendría mi apoyo. Y si bien, la suya, me parecía una idea muy estúpida, él era feliz. Por un jodido infierno, lo era. Por esa chica.
Samantha no podía estar ni una cuarta parte consciente de lo mucho que cambió por ella. No lo conoció en su peor etapa. No sabía toda la mierda que habitaba en él, y era por la que yo temía cada instante.
Aunque papá pensara que me tomé la decisión de permitirle marchar a la ligera, no fue de ese modo. No quería que se arrastrara de regreso al pasado, de ese que Samantha lo sacó en un par de semanas, y a mí me costó tantos años. Ni siquiera mi método fue tan efectivo en todo ese tiempo.
Nadie había sido consciente del cambio como yo. No vieron el peligro asomar bajo la capa de miedo. Nunca tuvieron que retroceder de terror ante la hostilidad que evidenciaba con la mención de la palabra «papá». Alastor tampoco se atrevió a pronunciarla, pero no por temor, sino por la ira potenciada que alguna vez lo hizo voltear una mesa en el salón de clases, cuando la profesora quiso obligarlo a exponer algo sobre su puto padre en algún evento escolar. Cuando las autoridades del plantel educativo llamaron a Oliver, aterrados por su reacción, fui yo quien miró la cinta de grabación y lo vi, en lugar de intentar sobornar a los profesores para que no lo volvieran público.
Nadie conocía a Alastor Rostova tan bien como yo. Si lo dejé marcharse, fue en parte por eso. Ella había transformado su ser en la persona que siempre quise que fuera. Sin odio ni rencor hacia sí mismo.
Aún recordaba la noche en que papá lo trajo a casa por primera vez. Alastor todavía me preguntó cómo guardaba memorias de cosas a tan temprana edad, pero es que me impresionó tanto. Tenía la mirada apagada y endurecida. ¿Qué niño podía presentarse como un muerto en vida? Estaba pálido, con las mejillas hundidas y un par de sombras bajo los ojos. Por un momento, pensé que era un fantasma, como si hubiera emergido de las entrañas del infierno. Y en cierto sentido, lo hizo.
Si al principio fui un imbécil con él, fue en parte porque le tenía miedo. Nunca tuvo amigos, resultó asustar incluso a las mamás. Si íbamos al parque, tomaba asiento en una silla y se quedaba mirando al vacío, como si esperara que algo malo sucediera. Más tarde, entendí que aguardaba por el regreso de su padre. Cuando finalmente habló, lo hizo con mi papá y fue sobre negocios. Nunca entendí su interés ni lo que lo motivó, pero debía ser importante, si se esforzó tanto para llegar a donde estaba.
A partir de entonces, la única forma de relacionarse con él fue a través del trabajo. Y en el colegio aparecieron las mujeres. Toda esa oscuridad en él las atraía y él también las trataba bien. Les sonreía con sorprendente amabilidad, y era algo que me desagradaba porque no entendía la razón todavía. ¿Envidiaba su habilidad? Pasé años hablándole a un maldito fantasma, y él solo se abría al sexo opuesto. Aunque muchas chicas eran pesadas, él las soportaba y nunca levantó la voz. A menudo, fui yo quien las alejaba, hasta que me rendí. Gracias a él, conseguí atención, y en beneficio de las chicas, también pude acercarme a él.
Luego Samantha llegó, y por primera vez, lo vi sufrir en el buen sentido. Y habló conmigo un poco más sobre algo que no fuera lo irritante que yo era a veces.
Entonces, si quería ir tras ella, ¿qué más podía hacer yo? Obtuve beneficios al estar con él, aunque nunca lo ayudé con nada en realidad. Incluso me salvó de ir a la cárcel y tomó mi lugar. A menudo, quise odiarlo, pero no pude. No encontré razones para hacerlo. No me hizo nada malo. Ni siquiera peleó por la atención de papá, porque jamás la quiso. Lo que también lo hacía parecer orgulloso y presumido. Siempre fue difícil saber lo que pensaba, nunca se abrió con nadie. La desesperación en su mirada fue algo nuevo al momento en el que Samantha apareció, junto con muchos otros sentimientos que no sabía que albergaban en él, pero que afloraron cuando estuvo a punto de perderla. Ese hombre se volvió loco en verdad.
Si mi padre decía que veía potencial en él, eso era tan beneficioso como destructivo. Me invadía un oscuro presentimiento de que, si Alastor perdía a Samantha, también lo haría consigo mismo. Temía que se transformara en la persona que siempre había aborrecido: su propio padre, o incluso algo aún más aterrador. Un lado herido y monstruoso se agazapaba en su interior, esperando el momento adecuado para despertar y devorarlo por completo, como el temible monstruo oculto en el desván, listo para surgir de las sombras.
Me gustaría estar equivocado, pero incluso yo me volvería loco si, después de vivir por tanto tiempo en la oscuridad, tan pronto como encontrara un rastro de luz, me lo arrebataran de la nada.
Papá me miró. Aunque se mantuvo en silencio, supe cuán enojado estaba. Casi perdió los estribos, así que, sí, era un tema bastante complicado, del que yo tampoco contaba con toda la información.
La sirena que sonaba en el techo del coche patrulla me tenía harto. Experimenté un dolor agudo de cabeza, o tal vez fuera producto del golpe que recibí cuando creé una distracción. No esperaba que Mateo se defendiera. Ni siquiera lo vi venir. Tenía el labio hinchado por eso, aunque su rostro estaba en peor estado que el mío, lo que me hacía sentir mejor.
Cuando ese agente de la policía HSI llamado Echo nos separó, supo quién era yo. Eso era prueba suficiente de que mi padre estaba involucrado en ese mundo. Él pudo reconocerme, excepto por los dos policías, quienes juraron llevarme a la comisaría cuando todo se aclarara. De cualquier manera, el alboroto atrajo a mi padre hacia el vestíbulo. No entendí cómo no se había cruzado con Alastor durante su huida.
Ahora Echo, ese chico tonto y los dos policías: Demetrios y Shiloh, viajan con nosotros en medio de la tormenta. Insistí en que nos dijeran sus nombres, sin darme cuenta, sino hasta minutos después, que los oficiales los llevaban escritos en el uniforme todo el tiempo.
Éramos seis personas, no tan delgadas, agazapadas en un maldito coche patrulla. Dos adelante y cuatro hombres atrás, convertidos en una lata de sardinas con ruedas. Deberíamos estar infringiendo todas las leyes de tránsito en este momento, pero era un caso especial. Estos autos estaban diseñados para superar casi cualquier obstáculo, al menos eso tenía entendido. El agua bañaba la carrocería como un túnel submarino, y rogaba para que las ruedas no patinaran, pero Echo sabía lo que hacía, o es lo que quise pensar.
—¿Tienes idea de a dónde nos dirigimos? —le pregunté al agente HSI.
—Rastreé el Mercedes de Alastor hace unas horas, antes de que saliéramos del hotel.
Miré la pantalla del GPS y noté que el indicador en el mapa se encontraba sobre un puente.
—¿Qué lugar es ese?
—Un puerto —respondió
—¿Crees que Alastor fue allí en busca de alguien en particular? —Echo y los dos policías intercambiaron miradas que no me inspiraron confianza—. Papá, ¿estás ocultándome algo otra vez?
Hubo un momento de duda antes de que mi padre se decidiera a hablar.
—Te contaré sobre un grupo que ha tenido bastante impacto durante los últimos años. Su líder es Nikolai Rostova.
—¿El padre biológico de Alastor?
—Entonces leíste los documentos que apropósito los dejé sobre la mesa hace tiempo.
Obvié su observación.
—En el pasado se referían a él, como un asesino, no como el líder de un grupo.
—En ese entonces estaba solo, pero empezó a reuinir personas, por lo que el FBI se hizo cargo. Alastor tampoco sabía a lo que su padre biológico se dedicaba en realidad. Aparecía ocasionalmente, pero luego desaparecía durante meses. Tampoco quería tener nada que ver con él. Sin embargo, a lo largo del tiempo que pasó en prisión, hubo alguien que realizó el trabajo sucio en su lugar, lo que contribuyó al crecimiento de su grupo. Como resultado, el caso pasó a manos de la CIA.
—Dijiste que volviste al hotel en busca de una persona. ¿Podría haber sido a la que Nikolai dejó a cargo? ¿Qué?, no soy tonto. Te comunicas con Alastor cuando hay negocios en juego, y conmigo... Casi no hablamos.
Me miró con un atisbo de remordimiento, aunque apenas se percibió. Los dos hombres con los que compartí mi vida solo vivían y respiraban trabajo. Nunca pude comprender qué los impulsaba a dedicarse en cuerpo y alma a ello.
—Natanael Mendoza —mencionó Echo—. Hace poco nos informaron sobre él. Lo identificaron porque mantuvo conexión con Serpente. Durante la investigación, descubrieron que visitó a Nikolai en prisión una vez, once años atrás. Pero, ¿estuvo en el Hotel California hace poco?
—Debió ser idea de Nikolai, para mantener vigilado a Alastor —concluyó papá—. Natanael se infiltró como empleado. Aprovecharon que Alastor tenía predilección por los latinos.
—¿Qué es Serpente? —pregunté.
—¿Alguna vez escuchaste hablar de la organización criminal mafiosa-terrorista? —Papá, al verme negar con la cabeza, continuó—: Il Nostro. Es la expresión que utiliza la mafia italiana para referirse a sus ramificaciones extendidas por el mundo, incluso hay una aquí, en los Estados Unidos. Sin embargo, Serpente es la que tiene mayor poder de entre toda esa red.
—Natanael tuvo contacto con Serpente —asimilé—. Quiere decir que Nikolai planea algo. ¿Crecer más?
—Eso... Es una posibilidad, sí —respondió Echo y papá lo miró de reojo.
—¿Por eso quiere a Alastor?
—No soy el único que vio potencial en ese chico —dijo papá con una risa amarga.
Si estaban en lo correcto y Alastor fue directamente al peligro, solo esperaba no haber cometido un error al dejarlo marchar.
En un punto del camino, recibimos una alerta de huracán, y dentro de los siguientes minutos, la señal se fue al demonio.
Como en una película de miedo, el GPS dejó de mostrarnos la ubicación del auto de Alastor, y ya que no se había movido durante las últimas dos horas, solo nos quedó asumir que seguía en ese lugar.
A lo largo del camino, mientras papá y Echo me ponían al tanto sobre el caso de Alastor y Nikolai, los oficiales apenas se enteraron de la magnitud del asunto, así que fue tarde cuando quisieron pedir refuerzos. Luego me desvié hacia un nuevo tema, y admitieron haber conocido a Samantha y a Alastor en la jefatura. Mateo llegó a ese sitio tan solo unos días atrás para denunciar el secuestro de un extranjero y presentó pruebas; fotografías que le había tomado a Samantha en West Palm Beach, junto a la mujer que reconocí como Cheyanne. Sin embargo, Echo fue asignado para investigar el caso. Así fue que llegaron al hotel esos tres.
Mateo, a partir de entonces, no quiso alejarse de ellos. Los oficiales se habrían opuesto a la sugerencia de mi padre y Echo de venir, si hubieran tenido alguna idea de la situación real. Pero no se enteraron de todo hasta el viaje. La forma en que estos cuatro se encontraron parecía una gran casualidad.
Al llegar, Echo aparcó justo detrás del Mercedes. Demetrios se bajó y alivió la presión en los asientos traseros. Yo tenía el cuerpo entumecido para ese entonces.
Entre la torrencial lluvia, el oficial inspeccionó el automóvil que se encontraba estacionado al margen de la carretera. Era inusual que Alastor descuidara su coche de esa manera.
—¡Se fue! —anunció, y cuando regresó al auto, estaba empapado de la cabeza a los pies. Mateo se quejó por tenerlo al lado—. Es posible que ya no esté en la zona.
—¿Qué hay del puerto? —señalé el lugar al final del puente—. Podría estar allí.
—De ninguna manera podemos entrar —asumió papá—. Si lo que suponemos es cierto, y si a este sitio llega el contrabando, la gente de Nikolai debió sobornar a los guardias para que permitieran pasar la mercancía ilegal.
—Entonces, actuarán como perros si se ven amenazados. No se detendrán a preguntar, solo morderán. —Shiloh habló por primera vez, pareciendo asustada, pero al menos aún razonaba.
—¿Sabes qué escondía en la guantera? —me preguntó Echo—. Parece haberla vaciado, la encontré abierta.
Hice memoria.
—Sus documentos, su pasaporte y un arma.
—¿Por qué iba armado? —cuestionó el oficial Demetrios—. Además, ¿quién guarda su pasaporte en ese lugar?
—Probablemente porque su padre está loco —ironicé—. La última vez que Alastor salió del país fue hace unos seis meses. Desde entonces, el pasaporte ha estado en la guantera. No es tan extraño; tiene una importante cadena hotelera alrededor del mundo, así que viaja con más frecuencia de la que le gusta en realidad.
—La verdadera pregunta aquí es: ¿a dónde planeaba ir con todo eso? —intercedió el agente HSI.
Mateo gritó algo e intentó bajarse, queriendo pasar por encima del oficial Demetrios. De haberlo tenido cerca, le habría dado un nuevo puñetazo. Demetrios lo empujó para que volviera a tomar asiento, y luego le pidió a Echo que tradujera por él:
—Es posible que la chica no esté ahí.
—Por supuesto que no. Nikolai tampoco se encontrará allí. —Echo tradujo la respuesta de Mateo.
—¿Cómo sabes eso? —insistió después.
Lamenté no haber prestado atención en las clases de español que había tenido en la escuela cuando Mateo comenzó a hablar en su idioma nativo y relatar todo.
—¿Qué dijo? —apresuré al tiempo en el que la cara de Echo pasó a ser de auténtica sorpresa y consternación.
—Mencionó que ya sabía de Nikolai. Encontró gran parte del caso en internet, y por eso anticipó el peligro. Intentó advertirle a la chica en repetidas ocasiones, pero ella no quiso escuchar. Resulta que el padre de este muchacho trabaja en el gobierno de su país. Lo que significa que si se involucra en asuntos relacionados con los Estados Unidos, podría desencadenar problemas diplomáticos por ser el hijo de alguien familiarizado con el gobierno. Se enteró de todos los detalles a través de la aplicación de navegación que utilizan los funcionarios gubernamentales, diseñada para asegurar que no sean rastreados, y para evitar la filtración accidental de información confidencial al público. También se usa para gestionar descargas de ciertos tipos de contenido.
¿Existía tal cosa?
—¿Y el gobierno de su país dispone de esa clase de tecnología? —pensé en voz alta.
—¿Cómo es que él tiene acceso a ese tipo de navegador? —preguntó Shiloh, la oficial—. ¿Para qué lo empleaba?
Dando un golpe en la pierna, sobresalté a todos, aunque esa no era mi intención.
—Llegó en el grupo de los graduados —dije—. Quizás lo empleó para su tesis y desde entonces no pudo dejar de utilizarlo.
Echo le preguntó a Mateo si el navegador tenía algo parecido a Google Maps, como la opción de ver la ubicación en tiempo real o similar. Mateo asintió, lo cual hizo que Echo hiciera una mueca.
—Tiene acceso a las cámaras de seguridad públicas. Así es cómo sabía dónde estaba la chica. ¿Ustedes tenían conocimiento de esto? —Echo preguntó a los policías—. Eso se considera acoso.
Demetrios se movió incómodo.
Ignoré la dirección que estaba tomando la conversación y escudriñé a mi alrededor, pero Shiloh encontró aquello que yo andaba buscando.
—¿Podemos ver esas cámaras? —preguntó la mujer, señalando un semáforo detrás de nosotros, cuya luz parpadeaba en amarillo.
—Podría ser una buena idea —comenté—. Es la única forma de ver el camino que tomó Alastor.
—Entonces, ¿qué? —bromeó Demetrios— ¿Alzamos el teléfono y saltamos hasta que la señal llegue?
—Bueno, sí. Si es necesario —dije con frustración, y me miró como si hubiera perdido la cabeza—. Ustedes no lo hagan. Saltaré hasta que mis piernas se rompan.
—Los yates. —Echo señaló el muelle más cercano que habíamos dejado atrás—. Algunos de los botes más nuevos tienen antenas marítimas estabilizadas, alineadas con los satélites de telecomunicaciones, por lo que no se verán tan afectadas como nuestros teléfonos.
—¿Qué significa eso con exactitud? —pregunté.
—Esas antenas parabólicas envían y reciben todos los servicios como: telefonía, televisión, datos e internet.
Eso fue suficiente para mí, bajé del auto sin escuchar nada más. Ellos me siguieron, pero papá me detuvo.
—¿Realmente necesitas ir más le lejos? —preguntó, no con malas intenciones, sino con preocupación.
—Es mi hermano, y lo envié solo al infierno. Si es necesario, lo sacaré de allí.
Papá y yo nos miramos a los ojos hasta que me soltó y pude continuar.
El muelle no tenía una puerta de alta seguridad como el hotel, por lo que Demetrios acabó derribándola de una patada.
—El de allí —señaló Echo después de echar un vistazo a todos los botes.
Subimos a un yate grande y lujoso, y en la cabina de mando, el agente HSI se apresuró a hacer su trabajo. Dijo que era algo tan simple como restablecer la conexión a internet, pero yo no lo veía de esa manera. Pronto le indicó a Mateo que intentara conectarse con su teléfono, y cuando miré, el navegador gubernamental no era tan asombroso como esperaba. Tenía un fondo blanco, y letras. Era similar al buscador de Google, pero todavía más aburrido.
Mateo no resultó tan inepto como había supuesto. Escribía cosas que no entendía, pero me sorprendió la forma en que navegaba con destreza. Él sabía lo que hacía. Pasó de los textos a un mapa, y luego, al preguntarnos por los nombres de las calles, de repente aparecieron imágenes de las cámaras, aunque no eran claras.
—Tienen interferencia —señalé—. Debe haber una manera de retroceder dos horas en el tiempo. Echo, díselo. —El agente me miró mal, pero lo hizo.
—¡Dios! —exhaló Shiloh en un susurro—. El gobierno en ese país nos tiene vigilados a todos, ¿te das cuenta de lo mal que están?
—Lo tendrían bien guardado —secundó Demetrios—. Si algo así cayera en manos de las personas equivocadas...
—Cállense —ladró Mateo, y eso fue lo primero que entendí en su idioma.
Después de varios minutos en los que todos nos agrupamos alrededor del teléfono del acosador, finalmente apareció la imagen que buscábamos: Alastor estacionó el auto en el puente. Estaba con el móvil en la mano, pero no se dirigió al puerto.
Tuvimos que cambiar de cámara para darnos cuenta de que se acercó al mismo muelle en el que nos encontrábamos ahora. Al parecer, habló con un hombre que estaba asegurando su barco. Intercambiaron un par de palabras, el sujeto le cedió el paso al muelle y le entregó un par de galones de combustible, además de algunas bolsas cuyo contenido no era visible.
—Le pidió prestado su barco —dedujo papá, y no se equivocó. Poco después, vimos que Alastor y el bote desaparecían del ángulo de visión—. Y, a juzgar por la cantidad de combustible, no se dirigía a ningún lugar cercano.
—¿Perdió la cabeza? —preguntó Demetrios—. El mar está agitado. Podría hundir ese bote sin problemas.
—Algo que tampoco entiendo... ¿Por qué la CIA no usa este tipo de navegador para encontrar a personas como Nikolai?
—Estuve pensando en eso —dijo papá—. No creo que todo lo que el padre de este chico haga se considere legal, hablando del navegador en particular, por supuesto. Él le habrá contado una verdad que su hijo quiso escuchar. La CIA tiene acceso a las cámaras de seguridad públicas que vimos, por razones obvias. Y pueden intervenir en cualquier lugar si la situación lo amerita. Sin embargo, no se permite vigilar lo que sucede en otros países como este chico acaba de hacer.
—Entonces, ¿el navegador es una especie de web profunda? —razonó Shiloh.
—Se podría decir, sí.
Me importaba muy poco en ese momento, si al menos sirvió de algo.
—¿Qué haremos ahora? —pregunté.
Dado que papá había visto cómo lo hacía, le pidió el teléfono a Mateo. Retrocedió en el tiempo, y Alastor volvió a estar en el puente.
—Ahí —nos señaló, pero yo no vi nada diferente a la primera vez—. Algo lo hizo reaccionar.
—Tienes razón —dijo Demetrios—, miren la hora. Todos recibimos la alerta de huracán en ese momento.
—Oliver tiene razón —se acercó Shiloh y tomó el teléfono entre sus manos—. Es posible que Alastor tuviera la intención de entrar en el puerto primero, pero creo que algo lo hizo cambiar de rumbo hacia el muelle. Un mensaje, quizás. Pudo haber alcanzado a recibir instrucciones sobre qué hacer o a dónde dirigirse, antes de que la señal se perdiera. Muchas bandas conflictivas operan de esa manera.
—¿No pueden acercar la imagen? —pregunté.
—¿Nadie escuchó lo que dije? —nos reprendió Echo. Al mirarlo, vi que estaba sobre el tablero de control, contemplando un GPS marino que mostraba nuestra ubicación—. Antenas marítimas estabilizadas —reiteró.
—¿Pueden hacer algo más? —pregunté, acercándome.
—Todos los botes tienen placas, al igual que los autos. Así que es posible rastrearlo porque se veía ese detalle en la cámara. Sin embargo, no puedo hacerlo desde aquí. Primero necesito localizarlo. —Echo miró a mi padre, quien asintió brevemente.
Hubo algo... una complicidad entre ellos en esa última interacción, como si insinuara que se conocían desde hace tiempo. Incluso me atreví a pensar que Echo fue la persona que encontró a Samantha en medio de ese pantano. De esa manera, no sería tan extraño que hablaran de rastrear como si fuera algo natural.
Papá tuvo razón al decir que la CIA tenía acceso a cierta información, y que las personas comunes no. Mateo apareció en la jefatura y reportó un posible secuestro. Así que cuando el nombre de Samantha ingresó en el sistema junto con el apellido Rostova, todos debieron movilizarse.
Y ya que me lo planteé de mejor manera, no era una coincidencia que Echo fuera asignado para investigar este caso. Después de todo, no era normal que enviaran a un agente especial de la HSI de inmediato, con solo unas pocas fotografías como pruebas. Las cosas no eran tan simples.
Si la policía HSI se ocupaba de movimientos ilegales de personas, la CIA debió enviarlo porque todos estaban detrás del caso de Nikolai Rostova. Así como tampoco era una coincidencia que mi padre llegara al hotel en busca de Natanael.
—Papá —lo llamé y se acercó—. No solo estás proporcionando armas a la CIA y el FBI, ¿verdad? Es algo todavía más grande.
Él dirigió la vista al agua por un momento, mientras Echo hacía una llamada. Debió conectarse a la señal de esa antena.
—Trabajé con el FBI en el mandato de los directores, pero me ascendieron junto con el caso de Alastor.
—Por lo que hiciste, ¿verdad?
—En parte, sí.
—¿Cuál es tu puesto ahora?
—Director Nacional de Inteligencia.
—¡Supervisas las actividades de la CIA! —exclamé, y él hizo una mueca para que bajara la voz. Afortunadamente, esos tres seguían ocupados con el GPS marítimo y el otro no entendía inglés—. Espera un segundo, ¿la información del director no es pública? Nunca te vi en televisión.
—Trabajar en el anonimato es más seguro.
—¿Alastor sabe de esto?
—No se lo conté. —Negó con la cabeza.
—Pero, conociéndolo, pudo haberlo descubierto —supuse.
—En efecto, encontró la manera. No me quería cerca de esa chica, incluso la llevó fuera del hotel y ni siquiera me enteré. —Me miró como si yo hubiera tenido que decírselo. Pero lo ayudé a conseguir un auto nuevo que no fuera rastreable, para evitarlo a él, precisamente.
—Tú y yo casi no hablamos, ¿recuerdas?
—Pero al menos me gustaría saber cuando alguno de mis hijos pretende ser un héroe.
—Él no te considera su padre —suspiré.
—Ya —intentó restarle importancia, pero sabía que le afectaba. De alguna manera le había tomado aprecio. Alastor y papá compartían un gusto que yo nunca habría tenido: administración de empresas y todo ese rollo aburrido. Después de que me cediera el Treasure, sabía que ambos seguían interesados en cómo iban las cosas. No me molestaba que no confiaran en mí en ese sentido, ya que tampoco tenía habilidades para eso. Siempre quise abrir un bar en South Beach, pero eso era un detalle que nunca me atreví a contarles.
Echo terminó la llamada, mencionó algo sobre haber requerido equipos adecuados para el rastreo. Y un contacto en especial; alguien que no estaba en el estado, pudo realizar el seguimiento a distancia. Minutos después, la ubicación de Alastor apareció en el mapa.
—Será mejor buscar combustible y provisiones —sugirió Echo, y no estaba equivocado, nos llevaba una gran ventaja.
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Il Nostro: Lo Nuestro.
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