Capítulo 52
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No supe si debía creerle, pero las palabras de Cheyanne acerca de Lizzie pasando por algún evento traumático, me hicieron reflexionar, aunque su forma de ser siempre había sido muy peculiar.
A pesar de esto, mi preocupación por Alastor, después de la noche en la que revivió la muerte de su madre, me hizo tomar en serio los entrenamientos con Cheyanne.
—Quiero aprender a defenderme.
—Eso vendrá más adelante. Primero, debemos trabajar en tu estado físico.
—¿Para qué necesito ponerme en forma? —le pregunté incómoda, mientras permanecía en la superficie del agua con la ayuda de un flotador. Cheyanne había decidido extender la lección de natación esta mañana, ya que parecía ser una opción ideal para fortalecer mi condición física en vez de la cinta de correr.
—A veces, huir es la mejor alternativa en lugar de pelear, sobre todo, si no tienes posibilidad de ganar.
Sus palabras me ofendieron, pero no respondí. Seguí nadando bajo la atenta mirada de Cheyanne y del entrenador, no obstante, me sentía torpe, tratando de comprender el movimiento de brazos y la coordinación necesaria para mantener la cabeza fuera del agua.
Pronto, el cansancio comenzó a apoderarse de mí. Mis dedos se arrugaron y mis músculos temblaron.
—¡Sigue pataleando! —me ordenó Cheyanne cuando me detuve por unos segundos. Al recuperar el aliento, seguí nadando.
—Creo que es hora de parar —opinó el entrenador después de varios minutos, pero Cheyanne no dijo nada. El hombre miró hacia la casa, preocupado, sin embargo, Alastor había salido temprano por la mañana.
A pesar de que mi cuerpo me decía que me encontraba en mi límite, estaba decidida a mejorar. No obstante, de repente, sentí un dolor agudo en una de mis piernas. Al tocar la zona, noté un bulto duro debajo de la piel, lo que me hizo gritar de dolor. El flotador se deslizó de mis brazos y, al instante, me vi sumergida en el agua.
Sabía que debía contener la respiración y desplazarme hacia la superficie, como me había enseñado Eloy. Pero el dolor en la pierna era insoportable, y cuando intenté moverla, tragué agua y comencé a ahogarme.
Miré hacia arriba, con la vista nublada y la mente confusa, preguntándome por qué nadie se movía para ayudarme.
Perdí el conocimiento por lo que parecieron segundos, pero cuando mis ojos se abrieron nuevamente, fue acompañado de arcadas violentas que surgían desde lo más profundo de mi estómago. Tosí y vomité agua en repetidas ocasiones, hasta que pude recuperar el aliento.
Cheyanne, que estaba arrodillada sobre mí, había dejado de golpear mi pecho. La miré con ojos llorosos y enrojecidos por el cloro.
—Mi pierna —logré articular.
Eloy, de rodillas junto a mí, mojado de pies a cabeza, se levantó en la dirección que acabé de señalar mientras Cheyanne rodaba hacia un lado, lejos de mí. Se quedó recostada de espaldas, respirando con agitación.
El entrenador me tomó del pie y elevó mi extremidad, ejerciendo presión mientras masajeaba mi muslo. Las palmas de mis manos golpearon el suelo en busca de piedad. Por suerte, el dolor no tardó en comenzar a desaparecer.
—Ay, mierda. —La maldición de Cheyanne dirigió mi atención a la puerta. Todo se quedó en pausa, incluyendo la mano que subía y bajaba por mi pierna.
Alastor, y la niña, que se encontraba de pie a su espalda, nos contemplaron. El color y la emoción reflejados en sus miradas eran alarmantemente muy parecidos.
Mi pie regresó al suelo con suavidad, y tomé asiento lo más rápido que pude. A lo largo de ese tiempo nadie se movió, ni pronunció palabra. Me precipité, y con los dientes apretados para ocultar la molestia todavía presente en mis músculos, me puse de pie.
Alastor se lanzó al ver que me tambaleaba, pero al no encontrarse cerca, el primero en alcanzarme fue Eloy. La humedad en su pecho me dificultó tomar distancia, sin embargo, con una sonrisa nerviosa temblando en los labios, lo conseguí justo cuando Alastor llegó a mi lado y sus brazos me reclamaron, pegándome contra su pecho, levantando mi rostro para verificar qué estaba mal conmigo. Su mirada me atravesó de muchas formas, empezando por la culpa. Quería evitar que se preocupara, pero fracasé estrepitosamente al primer intento.
—¿Estás bien?
Incapaz de pronunciar palabra, tragué saliva y asentí con la cabeza.
—Lo siento. —Eloy se disculpó, y al mirarlo, me sorprendió encontrarlo inclinado hacia adelante. Su frente casi era capaz de rozar el suelo. Disculparse de esa manera, ¿no era un gesto usado en el oriente?
—No fue su culpa —apresuré y el semblante de Alastor cambió, tornándose confuso.
—Fue mía —asumió Cheyanne con tranquilidad.
—No fue nada serio —apremié, recuperando la atención de Alastor—, de verdad.
—Cheyanne —él pronunció su nombre en tono bajo y letal, lo que me hizo estremecer un poco y aumentó la tensión. Su brazo rodeó mi cintura y me ayudó a llegar a la sala de televisión, donde Lizzie nos observaba mientras tomaba asiento en uno de los sofás. Cuando se arrodilló frente a mí, no sabía qué hacer ni qué más decir para evitar que se enojara con ellos. Seguía buscando cualquier desperfecto en mí.
—Tuve un calambre. Me sacaron del agua —expliqué—. Pero ya estoy bien.
Alastor se levantó, tomó una manta doblada del respaldo de un sofá y me la colocó sobre los hombros.
—¿Puedes darte una ducha? —me preguntó, y asentí. Luego hizo un gesto a Cheyanne para que lo acompañara afuera, donde Eloy daba vueltas, tocándose la frente. Se alejaron un poco, y no me importó que Lizzie me mirara de la forma en que siempre lo hacía. Me acerqué a la puerta para escuchar su conversación, aunque al principio no pude oírla claramente. Tuve que abrir un poco la ventana para captar sus voces.
Eloy fue el primero en marcharse, pasando frente al lugar donde me encontraba. Tuve que esconderme para que no me viera.
—¿Despedirlo por algo tan insignificante? —preguntó Cheyanne.
—¿Insignificante? —repitió Alastor, dando un paso atrás y regresando con más fuerza—. ¿No crees que exageras un poco? —le gritó, y nunca lo escuché expresarse de esa manera, no con tanta intensidad. Había desesperación, enojo e impotencia en su voz.
—Por favor, mírala. —Señaló el lugar en el que me encontraba, y por suerte, Alastor no siguió la mirada.
—Nadie se acercará a Samantha, empezando por ti.
Cheyanne suspiró frustrada y cruzó los brazos.
—La estás encerrando en una burbuja. Debe aprender a defenderse porque no está segura. No lo está, Alastor —enfatizó, elevando la voz—, no si todavía existe la posibilidad de que la encuentren. Y sabes bien que, si demoras más de lo esperado, ellos lo harán. No puedes correr a la velocidad del tiempo.
—Encontraré la manera.
—¡Ese es el maldito problema contigo! —Se tiró del pelo—. Si la sigues cuidando como a un bebé, ella creerá que no tiene la necesidad de protegerse a sí misma. No haces más que debilitarla, incluso podrías llegar a asfixiarla, y cuando lo hagas, ella se irá. Te dejará.
Sus palabras me molestaron. No era débil, y aunque no había sido fácil permitir que Alastor cuidara de mí, nunca pensé en dejarlo. Cheyanne no sabía nada de mí.
—No la conoces. Puede ser incluso más obstinada que yo.
—¡Y con mayor razón! Además, no necesito tu permiso para entrenarla. Ella se maneja sola. No eres su dueño. Puede tomar sus propias decisiones, y si quiere que la ayude, lo haré.
—Tampoco voy a permitir que se exceda de esa manera. Ella casi... —No pudo terminar, su voz se apagó como si una imagen sofocante hubiera detenido sus palabras. Al menos eso ayudó a que dejaran de gritarse.
—Estuvimos Eloy y yo, no se iba a ahogar. —Su actitud me recordó un poco a la de Laurent: insolente.
—Vivimos en el orfanato, rodeados de personas no muy diferentes de las que ahora nos persiguen. Entiendo que te sientas desesperada por ayudarla como lo hiciste conmigo, pero es otro tiempo y estamos en otras circunstancias. No debes arrojarla al río y esperar a que nade o se la lleve la corriente.
—Tú lo hiciste. Tú también lo conseguiste.
—Samantha no soy yo.
—Pero es capaz.
—Sé que sí. El punto es simple: no la forzarás a pasar su límite. No la entrenarás.
—¿Qué? —preguntó, incrédula—. ¡Al menos debe aprender a dar una patada en las bolas a personas insoportables como tú! Algún día en el futuro lo necesitará. —Se alejó, echa una furia, por lo que tampoco me vio cuando pasó frente a la ventana.
Las cosas no debieron inclinarse de esta manera, pero también fue culpa mía. Tuve que haber parado.
Tomé aire y salí. Alastor acarició su frente como si le doliera la cabeza, lo que me hizo sentir aún peor mientras me acercaba.
—Hola —le dije cuando pasó a contemplarme de pies a cabeza. Esperaba que estuviera en la ducha, así que me detuve frente a él, asegurándome de mantener una distancia de dos pasos, por si decidía acercarse—. Fui yo quien le pidió a Cheyanne que me entrenara. Y quiero seguir aprendiendo de ella.
—Sam... —Y ahí estaba, el paso que anticipé, pero que todavía me mantenía lejos de su alcance. Sus brazos bajaron un poco, reflejando su decepción al darse cuenta.
—¿Qué querrías aprender?
—A ser más fuerte.
—Ya lo eres.
—Sé que lo soy, pero a un nivel más profundo. Mi fuerza de voluntad no podrá lidiar sola con todo lo que está pasando. Y también quiero ser capaz de cuidarte.
—No es necesario.
—Entonces, ¿tú corres el riesgo y yo debo aceptarlo? —hablé con suavidad—. Estás haciendo mucho por mí, y lo agradezco, pero no puedo sentarme y observar. Cheyanne tiene razón, podría incluso hacer falta.
—No permitiré que eso suceda.
—Lo necesito —insistí con firmeza—. Porque tengo miedo. Desde que desperté con esa herida... Ese sentimiento ha estado ahí todo el tiempo, y regresa a mí, al igual que... —Tomé aire—. Que un disparador de recuerdos. Sé que tú lo entiendes, es como lo que me contaste, sobre el olor que te hizo recordar.
—No —precisó frustrado—. No es lo mismo.
—Al —dije con una dolorosa exhalación, una que salió del alma—. No me esconderé cada vez que un sonido me recuerde el disparo de un arma o que la sangre me paralice. No deseo vivir de ese modo. No estaré encerrada, llena de temor, esperando verte regresar en una pieza.
—No quiero perderte.
Era lo mismo que yo.
—Los dos llevamos cicatrices en el alma, y ambos sentimos un profundo amor el uno por el otro, pero no avanzaremos si permitimos que el miedo sea nuestro único guía.
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