Capítulo 47



❦ ❦ ❦


A través del panel de cristal de la suite de Alastor, observé el cielo encapotado. En algún momento, comenzó a llover a cántaros, y las palmeras se doblaban casi hasta tocar el suelo. Era una tormenta que debería haberme preocupado, pero mi mente ya no tenía espacio para nada más.

—No puede quedarse en el hotel. ¿Quién cuidará de ella? —Cheyanne se aproximó a la niña con una toalla en las manos y se inclinó para envolverla. Realizó movimientos calculados mientras se esforzaba por no tocarla.

Lizzie estaba sentada en una de las sillas que rodeaban la mesa del comedor. Presentaba un aspecto desastroso: empapada, sucia, con el cabello negro hecho un nido de pájaros, y parecía más delgada y pálida de lo que recordaba. No había pronunciado palabra, a pesar de los intentos de Cheyanne por hacerla hablar.

La puerta se abrió y, finalmente, Alastor regresó. Primero me miró, luego a la niña, y frunció el ceño mientras se acercaba.

—¿La registraste? —preguntó a Cheyanne. Ella lo contempló como si fuer aun hombre sin alma—. ¿Llegó acompañada de César?

La niña tembló al escuchar el nombre de su padre, y yo también lo hice. ¿Qué había sucedido con ellos?

—¿Crees que lleve algo con lo que pueda rastrearla? ¿O un arma? —inquirió Cheyanne, sorprendida, poniéndose de pie y mirándolo con enojo—. ¡Alastor, es solo una niña!

No sabía lo que esa pequeña nos hizo pasar a mamá y a mí. No confiaba en ella y tenía emociones encontradas, pero las condescendientes eran las peores, ya que me ponían del lado de Cheyanne.

Me pasé la mano por la cara y busqué apoyo en el escritorio.

—Regístrala —ordenó Alastor con frialdad.

—Estás loco —murmuró ella, pero de todas maneras, solicitó a la niña que se pusiera de pie. Desvié la mirada mientras comenzaba a revisarle la ropa empapada.

—¿Estás bien? —Alastor intentó conectar con mis ojos.

—¿Por qué vino? ¿Por qué solo ella?

—No lo sé, pero estarás a salvo, ¿entendido? —Sus palabras me proporcionaron alivio. Con Alastor, me sentía segura.

—Está limpia —anunció Cheyanne con disgusto, cruzándose de brazos—. ¿Qué haremos ahora? No puede quedarse aquí sola.

—Tiene razón —secundé—. No cargaré con más trabajo a mamá, y entregarla a la policía tampoco es una opción.

Lizzie me miró con terror, considerando mis últimas palabras.

—José —sugirió Cheyanne, y Alastor negó con la cabeza.

—No es posible. Él y su hijo viven en un apartamento con dos habitaciones.

Eso podría convertirse en un problema.

Anoche aprendí que no se permitía el ingreso de más personas de las acordadas en el contrato, y generalmente se ajustaba al número de habitaciones disponibles. Además, no podíamos arriesgarnos a que, por cualquier razón, César irrumpiera en la casa de José y su hijo.

No sabía por qué la niña estaba aquí, pero dadas sus condiciones, parecía haber pasado por momentos difíciles. Tal vez escapó, no obstante, ¿de César? Estaba muy unida a su familia, en especial, a Raine. A menos que algo les hubiera ocurrido a los dos. En cualquier caso, también era importante; una pieza clave para encontrar respuestas.

—Tendrá que venir con nosotros —propuse, y Alastor asintió, tal vez pensando en lo mismo que yo. La casa que habíamos visto tenía una habitación principal y otras dos disponibles. Cheyanne ocuparía una, y en la otra podría quedarse la niña. Además, en algún momento tendría que hablar.

—Cheyanne, ¿podrás encargarte de dos personas? —preguntó Alastor.

—Odio la idea de ser niñera —respondió, aunque tampoco se negó.


Después de un almuerzo en el que ninguno de nosotros había comido lo suficiente, Cheyanne y José revisaron los alrededores del hotel para asegurarse de que no seríamos sorprendidos al salir.

—Las llaves, Pelusa. —Cheyanne se dirigió a Laurent, que acababa de estacionar una camioneta Ford blanca frente a la puerta principal. Él se las entregó con una expresión de fastidio—. Gracias. Vamos, cariño —animó a Lizzie a subir a los asientos traseros.

Me intrigaba saber cómo había conseguido un vehículo que, según Alastor, era completamente indetectable. Aunque tenía muchas ganas de preguntar, no logré reunir el valor necesario para hacerlo.

Por otro lado, los empleados del hotel se hicieron cargo de nuestras maletas antes de que pudiera hacer algo, guardándolas en el maletero.

—¿Me llamarás? —me preguntó mamá con preocupación. Mis ojos se llenaron de lágrimas. Parpadeé con fuerza y la abracé.

—No será por mucho tiempo.

Ella miró a Alastor, quien permanecía de pie junto a la camioneta, esperándome.

—Confío en él —confesó.

—Es un buen hombre.

—No descuides tu alimentación. Sabes lo que pasará si lo haces. —Tomó mis manos y las apretó con fuerza—. Cuídate mucho.

—Te amo —le dije con tristeza. Nunca antes nos habíamos separado, hasta ahora.

—Sigue siendo la mujer fuerte que has sido siempre. No te quiebres —me lo dijo a mí, la que tenía los labios temblorosos.

Me soltó y e inhalé profundo antes de volver junto a Alastor.

—Mi rebelde e irresistible Sam —me miró a los ojos—, la volverás a ver.

Esa afirmación me hizo sonreír y asentí. Jaló de la manija y la puerta se deslizó hacia atrás de forma automática. Por dentro, la camioneta era espaciosa, con dos asientos individuales en el medio, una fila al final y los del conductor y el copiloto.

Cheyanne se sentó al volante, emocionada por manejar la elegante camioneta. Por otro lado, Lizzie ya ocupaba uno de los asientos individuales con el cinturón abrochado. Vestía uno de mis conjuntos que le quedaba un poco grande, y miraba por la ventana. A mamá no le gustó la idea de que se fuera con nosotros, pero era la única opción. Cheyanne intentaría obtener información de ella, ya que yo no me consideraba capaz.

Tomé asiento junto a la niña, y Alastor me ayudó a abrocharme el cinturón. Luego presionó un botón que cerró la puerta de forma automática, y fue a sentarse en el asiento delantero.

—En marcha. —Encontré la sonrisa de Cheyanne reflejada en el retrovisor y ella me sonrió.

El camino parecía interminable, una línea larga y recta que se extendía sobre la carretera. Resultaba tan monótono que en un momento dado me quedé dormida, y solo desperté cuando el aire acondicionado comenzó a enfriarme.

Ajusté el flujo de la ligera brisa fría que se cernía sobre mí y observé la pantalla del GPS, que seguía funcionando en medio de Alastor y Cheyanne. La línea roja marcaba nuestro progreso.

No tenía idea de cuántas horas estuvimos viajando, pero la noche ya había caído y la lluvia cesó. Alastor mantenía su mirada fija en el camino a su derecha, Cheyanne tarareaba una canción que sonaba en la radio mientras conducía, y, a mi izquierda, la cabeza de Lizzie se inclinaba hacia un lado. Se removía incómoda, luego suspiraba. Vi el botón que permitiría reclinar su asiento para atrás, pero no me atreví a tocarlo.

—Has despertado, Bella Durmiente —me saludó Cheyanne al notar que estaba despierta.

—¿Cuánto falta? —pregunté con la garganta seca. Por muy cómodos que fueran los asientos, mi trasero empezaba a perder la forma.

—Ya estamos cerca. —Alastor señaló hacia adelante y miré el camino que pasaba entre mansiones de lujo absoluto. Examiné ambos lados de la carretera. Estaban en amplios terrenos y presentaban diseños arquitectónicos impresionantes, variando deel estilo mediterráneo hasta el contemporáneo, e incluso tenían toques del Art Deco que recordaba del Treasure.

Muchas de ellas gozaban de vistas a la bahía, canchas de tenis, yates impresionantes y, por supuesto, piscinas, no faltaban. No había nada que no fuera ostentoso en este lugar.

—¿Es como la calle de los ricos? —comenté en voz alta.

—Bueno, sé que algunas estrellas de cine han comprado propiedades por aquí —respondió Cheyanne.

—Entonces, es un vecindario de gente adinerada —deduje. No había edificios altos en esta área—. ¿Todavía estamos en Miami?

—Bienvenida a West Palm Beach, sitio en donde encontrarás las mejores mansiones en toda Florida, a mi parecer.

Dejando atrás quince minutos de terrenos extensos que podrían fácilmente costar cincuenta millones de dólares o más, campos de golf expansivos y muelles, avanzamos por una calle bordeada de vegetación.

Cheyanne detuvo el auto frente a una elegante puerta, y después de que Alastor hiciera una llamada a la dueña de la casa, nos dejaron entrar. Atravesamos un camino bordeado por palmeras que conducía a una fuente de agua, y detrás de ella se hallaba la casa que vimos en el video. Sin embargo, verla de frente era una experiencia distinta.

El jardín se encontraba rodeado por muros, un detalle que no compartía con las demás casas en la zona. Aunque era más pequeña que las suntuosas mansiones que vi en el camino, tenía un aire imponente. Sus paredes exteriores eran de un blanco resplandeciente, con ventanas alargadas de forma rectangular y tejados naranjas. La puerta principal era de madera oscura, y había un garaje techado a un lado con espacio para dos coches.

—¿Es una casa de estilo español? —preguntó Cheyanne, admirando la arquitectura con sorpresa mientras estacionaba el auto al lado de otro vehículo lujoso—. Aunque parece haber sido renovada.

—Y detrás de la casa, ¿está el océano? —pregunté, recordando que el acantilado era la característica más intrigante de este lugar, a pesar de no ser una elevación significativa—. Las luces están encendidas.

—La dueña de la casa quería entregarnos las llaves en persona —explicó Alastor mientras se bajaba del auto. Como si la hubiera invocado, una mujer elegante y de estatura promedio, salió de la casa con una sonrisa de bienvenida.

—Alastor Rostova en persona —dijo la mujer con admiración mientras le ofrecía la mano—. Van a disfrutar mucho de este lugar. Adelante, pasen.

—Sigan ustedes, yo me ocuparé de las maletas —anunció Cheyanne.

Lizzie fue la primera en entrar y se dirigió a la habitación situada a la derecha, que era un comedor con mesas y sillas de madera clara. Todo se encontraba amueblado y decorado con esmero. Las paredes eran también blancas en el interior, y una larga escalera en forma de S llevaba al segundo piso. Enfrente del comedor, encontramos otro espacio con sofás y una televisión. Desde allí se podía acceder a una cocina con una pequeña isla ovalada y el lugar en donde Lizzie se había sentado. Me sorprendió ver lo tranquila que estaba.

—Si salen por el comedor, encontrarán la piscina. En la siguiente sección, se ubica una cocina más pequeña junto a un área de descanso, y la habitación principal en el segundo piso con su respectivo baño. También hay una terraza, jardín, biblioteca, vestidor, bar, un balcón, ascensor, chimenea y gimnasio —explicó la mujer.

—¿Hay alguna habitación individual? —preguntó Cheyanne mientras aparecía con nuestras maletas, una en cada brazo. ¿Habría notado que tenían ruedas y que no era necesario cargarlas? Ocultaba una fuerza sobrehumana al aparentar que no le suponía ningún esfuerzo el llevarlas.

—Sobre nosotros hay dos de esas —señaló la mujer—. Este lugar fue diseñado con el confort de una familia en mente, ofreciendo privacidad para la pareja y comodidad para los niños. La casa se divide en dos secciones. La que vemos ahora alberga la sala de estar con televisión, la cocina y el comedor principal, y en la planta superior se encuentran dos habitaciones. La otra parte, más independiente, permanece conectada a esta a través de la piscina.

Lizzie caminó entre todos nosotros, y pronto escuchamos el sonido de la televisión encendiéndose. La idea de "independiente" sonaba tentadora. Sin embargo, mis pensamientos se vieron interrumpidos cuando esos ojos negros brillaron con implicaciones. Traté de aclarar mi garganta discretamente, pero Alastor se detuvo justo detrás de mí y susurró:

—Privacidad para la pareja.

—Recuerda que ambos elegimos este lugar —le respondí.

—Significa que teníamos la misma idea en mente —reveló, mientras deslizaba sus dedos de manera sugerente por mi cintura, enviando oleadas de sensaciones a través de mí.

Había notado que Alastor era una persona introvertida y dedicada a su trabajo en los últimos días que pasamos juntos. Así que pensé en disfrutar de un poco de tiempo a solas, especialmente ahora que también teníamos a la niña en la casa.

Me acerqué a su oído, y le hablé en voz baja:

—No estoy segura de que hayamos pensado en lo mismo.

Él bajó su cabeza para hundir la nariz en mi cabello.

—¿Quieres que te ayude a descubrir la verdad? —Sus dedos se deslizaron hacia abajo, introduciendo su pulgar bajo el elástico de mis pantalones cortos y acariciando mi piel.

—¿Qué opinan? —Mientras nos perdíamos en el momento, la mujer que nos mostró la casa, pasó a observarnos con entusiasmo, y también resulta que Cheyanne desapareció por las escaleras.

—Es perfecta —dijo Alastor, sin dejar de mirarme.


━━━━⊱❦ ❦ ❦⊰━━━━

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top