Capítulo 46
❦ ❦ ❦
Ese día, Alastor pretendía dejar todo en orden en el hotel. No quería arriesgar más tiempo, por lo que se marchó temprano en la mañana para llevar a cabo una reunión con los líderes del personal.
Gran parte de la tarde y la noche anterior, nos la pasamos buscando una casa que fuera segura. Mientras hacíamos un recorrido virtual a través de la que elegimos, me di cuenta de que no era el tipo de búnker que había imaginado; más bien, parecía un palacio apartado de la civilización y al borde de un acantilado.
No tenía idea de lo avanzada que estaba la tecnología y cuánto nos facilitaba la vida, hasta una hora más tarde, cuando Alastor ya se encontraba enviando de vuelta el contrato de compraventa firmado. En ningún momento nos movimos de su escritorio, solo para cenar.
Sentada en el suelo, mientras abrí la maleta que traje de Ecuador, devoraba los panecillos del desayuno que Alastor solicitó para mí. Me dijo que a él le llevarían algo de comer al lugar en el que daría marcha una última reunión, en el salón más pequeño de eventos. Todavía no sabía dónde estaba eso.
Capturé un panecillo entre mis labios y me levanté. Abrí la puerta del armario, pero los cajones que me designaron estaban vacíos.
Mientras masticaba, me devanaba los sesos pensando en lo que pudo suceder con la ropa sucia que fui acumulando a lo largo de los últimos días. Lo único que se me ocurrió es que se la llevaron a la lavandería.
Alastor debió notar que me estaba quedando sin ropa limpia la noche pasada, cuando le pedí prestada una de sus camisetas como pijama, que es lo que usaba ahora.
En ese momento, alguien llamó a la puerta y me dirigí hacia allí. Antes de que pudiera preguntar quién era, el lector de tarjetas emitió un pitido y la puerta se abrió sin previo aviso.
—Sup? —canturreó una voz, utilizando la abreviación de «¿Qué pasa?», en inglés.
Cheyanne agitó una de esas tarjetas mágicas que podían abrir cualquier puerta. Sabía que Ana y el resto del personal de limpieza tenían esas llaves especiales.
—¿Cómo la obtuviste?
La entrada se selló detrás de Cheyanne con el mismo pitido. Vestía uno de los elegantes conjuntos que usó cuando la conocí, aunque este era celeste, y el pantalón le llegaba hasta el tobillo esta vez.
—Susana es muy despistada.
—¿Se la robaste?
—Susana es muy despistada —reiteró con menos interés, y echó un vistazo a la habitación—. Nos movilizaremos esta tarde.
Habíamos acordado que Cheyanne se quedaría con nosotros en esa casa para cuidarme. Alastor no estaría conmigo todo el tiempo, ya que se centraría en localizar a esa banda de delincuentes antes de que ellos dieran con nosotros. Aún no sabía qué haría cuando los encontrara. Quizás decidiera llamar a Oliver.
—Me gusta estar preparada con tiempo —aclaré, y Cheyanne hizo una mueca.
—Alastor no se molestará por esto. Es solo un préstamo, lo superará. —Me miró con el ceño fruncido—. ¿Planeas ir hacia algún lugar primero?
—La lavandería.
—Te acompaño. —Cheyanne se dirigió a la salida, y la seguí. Sin embargo, se detuvo justo antes de cruzar el umbral y me miró.
—¿Saldrás en calzones? —preguntó.
—No tengo más ropa limpia.
Sin dudarlo, Cheyanne se dirigió a la habitación y comenzó a revolver en los cajones de Alastor, sacando prendas y arrojando lo que no le parecía adecuado sobre la cama.
Observé el desorden que estaba creando y sentí un nudo en el estómago. Me resultó desagradable que ella se sintiera tan cómoda invadiendo su espacio personal, cuando yo ni siquiera me había atrevido más allá de echar un rápido vistazo.
Un gruñido juguetón salió de su garganta, y mi atención volvió hacia ella. Del último cajón, sacó la pieza inferior de un conjunto de ropa femenina muy transparente, uno de los que Alastor y yo elegimos el otro día.
Mi rostro debía estar encendido de vergüenza. No era necesario que dijera nada. Con la misma rapidez con la que me deshice de la prenda y la bolsa, las guardé en mi maleta y cerré la tapa.
—Estarán bastante ocupados en esa casa, solo espero que tengamos cuartos separados —bromeó, y su atención regresó a los cajones de Alastor. Pero como si eso no fuera suficiente bochorno, también sacó un sujetador viejo y sin gracia en comparación.
Pensé que se había deshecho de eso.
Fue de la ocasión en la que se lo entregué, cuando estaba segura que no lo dejaría obtener nada más de mí.
Cheyanne lanzó el sujetador sobre mi maleta mientras se reía.
—Alastor es un idiota —comentó, entregándome unos pantalones, de esos blancos que él solía usar.
—Te quedarán grandes. —Visualizó la prenda sobre mi figura—. Quizás encontremos algo más corto.
—Estos son perfectos. —Apresuré mientras ella volvió a mirar al armario, decidida a abrir el siguiente cajón. ¿Qué pasaría si era el lugar donde Alastor guardaba su ropa interior? ¿Mostraría la misma expresión desinteresada o se burlaría de ellas? No quería descubrirlo. Ya era suficiente.
Le arranqué los pantalones de las manos y los vestí con cierta furia, pero no fue hasta que di el primer paso que noté la diferencia en nuestras alturas. La tela me cubría por completo los pies, así que tuve que doblarla hasta las rodillas.
—Bueno, comencemos. —Cheyanne se dirigió hacia la puerta de salida, y encontré mis zapatos en el lugar donde Alastor solía dejarlos. Por suerte, no se los habían llevado junto con todo lo demás—. Todavía sigue haciendo eso —dijo al verlos.
—¿Sabes por qué?
—Cuando era niño, su madre solía dejarlos cerca de la puerta, para que él saliera de casa sin demora de llegar a necesitarlo. ¿Puedes intuir el motivo?
—¿Cuánto tiempo hace que conoces a Alastor? —No pude evitar abordar el tema mientras avanzábamos por el pasillo. Sentía como si estuviera arrastrando una sábana con la ropa de Alastor puesta.
—Desde el orfanato. —Hubo una sonrisa nostálgica en su rostro afilado, pero la suprimió poco antes de entrar en el ascensor, lo cual me sorprendió.
—¿También estuviste en el orfanato?
—Sí. Alastor me recuerda como una chica dura. Supongo que es por eso que me esfuerzo en mantener esa imagen, aunque en realidad él fue quien se volvió más fuerte al final. Los matones no solían meterse conmigo porque, al haber estado allí a meses de nacida y ser la mayor de todos, descubrí desde muy temprana edad el poder de tener una actitud fuerte, una mirada desafiante y hacer buenas apuestas. El muy astuto aprendió de mí, adoptó mis tácticas de juego y, de a poco, se ganó respeto. Empecé a apreciarlo, pero luego Oliver se lo llevó, y nos reencontramos en la estación de policía un par de años después. Fue una sorpresa verlo de nuevo. Lucía diferente.
No me di cuenta de que miraba los números en descenso hasta que la puerta se abrió, ella salió y traté de seguirla. Caminaba rápido, aunque era solo un poco más alta que yo.
—¿Hizo algo malo?
—¿Alastor? ¡Para nada! Siempre fue muy inteligente, y nunca optó por la violencia. Fue Laurent. Había tomado el auto de su padre, sin licencia, y Alastor fue a rescatarlo. ¿Te imaginas? Un menor de edad en problemas. Pero Alastor no lo era, así que asumió la culpa en su lugar para que no encarcelaran a Laurent. Yo trabajaba en esa prisión, empezaba a entrenarme para ser policía. Es curioso, después de todo lo que tuvimos que hacer para sobrevivir en ese orfanato de mala muerte. Pero al final, cada uno elige su destino, y ambos optamos por el mejor camino disponible. Aunque, después de todos esos años, él parecía más afectado. Lucía como si estuviera bajo una especie de aura sofocante. Laurent no lo entendió y se volvió histérico. Al otro lado de la celda le gritaba que no quería su maldita caridad, que debía dejar de ser tan arrogante y patético. Luego, las palabras de Alastor lo dominaron.
—¿Qué le dijo?
—¿Qué tiene de malo recibir un poco más de la mierda del mundo? Fue escalofriante, como escuchar a alguien sin alma. No tenía brillo en los ojos, ni mostraba emoción alguna. Laurent y yo comprendimos que no era solo su imagen, sino también su alma la que estaba manchada, y eso era algo que no iba a cambiar. Por otro lado, Laurent lo tenía todo, aunque nunca conoció a su madre, y siempre mantuvo una imagen impecable. Alastor lo salvó de ser consumido por los medios. Claro que Oliver lo sacó de allí en cuanto se enteró e intentó, sin éxito, evitar que se corrieran los rumores. Pero la prensa es poderosa y algo se filtró. Desde entonces, Laurent comenzó a seguirlo y dejó de ser hiriente con Alastor. Una parte de él siente que le debe algo, pero la otra le tomó aprecio. Solo las personas cercanas a Alastor nos damos cuenta de que no es un mal tipo. Es difícil que el mundo lo sepa si él se esfuerza en alejarlos a todos. Aquí, entre nosotras, teme apegarse a alguien y volver a perderlo.
Sus palabras actuaron como un peso hiriente sobre mí. De repente, sentí deseos de encontrarlo y consolarlo.
Al echar un vistazo a todo lo que se hallaba en el vestíbulo, el miedo irreverente hacia los desconocidos, y la idea de que cualquiera de ellos podría hacerme daño, me oprimió el pecho.
El hotel estaba repleto de gente. Muchos se dirigían a la playa o la piscina, mientras otros salían del restaurante o buscaban información sobre excursiones. Nadie parecía prestar atención a mi apariencia; podría haber pasado desapercibida como un fantasma si no hubiera estado arremangando la tela de los pantalones cada vez que amenazaban con tocar el suelo.
Cheyanne me tiró del brazo, y juntas esquivamos los grupos de personas hasta regresar a pasillos menos congestionados, donde por fin pude alcanzarla. Necesitaba dejar de pensar que todo el hotel estaba lleno de personas potencialmente peligrosas.
—Y tú, ¿cómo terminaste trabajando con Alastor? —pregunté. Me miró de reojo y soltó una risita.
—Mi historia es más simple: me ofreció un mejor puesto y acepté. Siempre lo rodeó la oscuridad, pero disfrutaba de su compañía porque resulta que se tomaba muy en serio las cosas. Fue el que más me agradó de todos en ese lugar. Laurent, Alastor y yo, quizás no estemos relacionados de forma biológica, pero desarrollamos un vínculo bastante especial.
—Creo que sé a lo que te refieres, también sentí esa aura cuando lo vi por primera vez, aunque la interpreté mal. —Pero me tomó tiempo darme cuenta, ya que no conocía toda su historia.
—El trabajo solía distraerlo de ese sentimiento que lo hacía odiarse a sí mismo por no haber hecho nada para salvar a su madre. Alastor se convenció de que era el culpable y que no merecía ser feliz. No consideró que fuera capaz de tener a alguien a su lado, en especial, una pareja. Huía del sexo femenino.
—¿Escapaba de las mujeres? ¿Cómo es eso posible? —Luché por seguirle el ritmo.
—A mí también me sorprendió cuando supe que se había encariñado de una. —Me observó con una sonrisa traviesa.
—Pero sí estuvo con una mujer en mi primer día de trabajo aquí. Ella lloró por su causa.
—¿De verdad? —preguntó, mirándome como si hubiera dicho algo fuera de lógica—. Qué extraño. Desde que lo conozco, odia la idea de herir a una mujer. Recuerdo una vez, en el orfanato, que Alastor fue la causa de que una niña se lastimara. Jugando a la pelota, se la tiró demasiado fuerte y le golpeó la cabeza. Estuvo devastado durante días, tratando de disculparse y asegurándose de que ella se encontrara bien. ¿Y a que no adivinas quién era esa niña? —Se señaló a sí misma.
Estaba reconsiderando lo que pudo haber sucedido el día en que lo conocí, cuando Danna salió llorando de su habitación. Fue entonces que Cheyanne frenó de golpe y, con su brazo, me detuvo. Ya estábamos frente a la puerta de la lavandería, y me faltaba el aliento, así que tosí un poco para recuperarme.
—Debo empezar a entrenar tu pésima condición física. —Me miró como si pensara que tenía una extraña enfermedad.
Entré y me moví a través de los compartimentos llenos de sábanas, toallas, batas e incluso manteles blancos impecables. Al final, había cuatro lavadoras gigantescas que hacían ruido mientras limpiaban, y una especie de prensa donde un hombre metía las sábanas arrugadas, que en cuestión de segundos, salían al otro lado, tan lisas y suaves como la seda.
Aunque nos vio acercarnos, el hombre no detuvo lo que estaba haciendo. Tenía montañas de telas blancas que acababan de salir de las secadoras. Pero sí hizo un gesto hacia una mesa, donde toda mi ropa ya se encontraba doblada.
—Lo siento —le dije, arrepentida de que hubiera tenido que ocuparse de mis cosas.
Negó con la cabeza.
—El señor Rostova se encargó de todo —dijo, y de la garganta de Cheyanne se escapó un ruido incrédulo. La cara del hombre también indicaba que le resultaba un poco difícil de asimilar, aunque pudo haberlo visto con sus propios ojos.
Dado que no podía cargar todo, Cheyanne me ayudó con la mitad.
Salimos de la lavandería con los brazos colmados y vimos a Ana llegar, con el rostro enrojecido de esfuerzo, empujando un carrito vacío para llenarlo con más cosas. La dejamos pasar por el concurrido pasillo, donde tuvo que sortear a un grupo de hombres que descargaban cajas llenas de artículos nuevos para las habitaciones, justo al lado del despacho de housekeeping. El lugar estaba en un estado caótico. Cada persona trabajaba a toda prisa, e incluso Ana me ignoró cuando intenté ser amable en nombre de mamá.
No podía soportar que huyera de mí cada vez que me veía, así que esta vez decidí seguirla mientras recorría la lavandería y llenaba su carrito.
Al ver que no tenía intención de dejarla en paz, resopló y se volvió hacia mí.
—¿Tienes algo que decir?
—Sí. ¿Cuál es tu problema conmigo? —pregunté, y ella me miró por encima del hombro.
—Ninguno. —Apartó la vista hacia los compartimentos y recogió algunos manteles. Luego, intentó pasar junto a mí, pero como ocupaba doble espacio con la ropa entre mis brazos, tuvo que agacharse.
—No parece.
—Solía tenerlo —admitió—, pero ahora simplemente no tengo interés en hablar contigo. ¿Hay algo malo en eso?
—Mamá dice que en realidad eres buena, pero no pienso lo mismo, en especial, después de que me ordenaras lavar baños desde el principio.
—¿Y estás resentida por eso?
—Solo intento entender por qué mamá te considera su amiga, porque no pareces amable en absoluto.
Detuvo su andar y, resignada, me miró. Cheyanne escuchó todo desde la puerta.
—Ahora que me enteré de que te marchas, no estaré en paz si no te lo digo. Resulta que Danna no llegó mucho antes que tú e intentó seducirlo, pero él se negó.
Necesité un momento para encontrar el hilo de la conversación.
—¿Hablas de Alastor?
—¿Quién más, sino?
—No esperaba que ese fuera el problema —admití incómoda.
—¿Escucharás o no?
—Lo siento, continúa. —Acomodé la ropa en mis brazos. Empezaban a doler un poco. Cheyanne tenía razón, y me volví más débil después del incidente.
—Danna mintió acerca de haberse acostado con él. Y el tema de que él la envió a lavar las sábanas... ¡Ja!, qué invento para tonto. —Señaló al hombre que seguía ocupado con la plancha industrial—. Como podrás notar, lavar sábanas no es un trabajo que Danna deba hacer, lo suyo es limpiar habitaciones, y ella dio el contexto que necesitaba para lucir como una Diosa ante el equipo, sin saber que se hundiría en su propia mentira, ya que nadie le prestó mayor atención. Tan solo tú, por lo visto. Él la rechazó, pero ella armó todo un drama de eso. También está eso de haber empezado a llamarlo Diablo, dándole un significado distinto al que era.
Era un poco impactante notar que mi presentimiento sobre Danna no era del todo incorrecto, y que Ana resultaba ser más sincera de lo que esperaba.
Me miró de reojo mientras intentaba hacer inventario de lo que le faltaba.
—Pensé que tú eras igual que Danna. De las que se acercan a él con el fin de obtener algo a cambio, y resulta que él también te miraba como si fueras su interés sexual. Estoy en contra de toda esa mierda. Me gusta el trabajo duro y la recompensa que recibes al final. De cualquier manera, conocí a tu madre y me di cuenta de que no eras una cualquiera. O eso es lo que ella asegura.
—Vaya, ¡gracias! —dije con la voz aflautada—. Qué amable de tu parte admitirlo.
—Sí, y ya es hora de volver al trabajo. —De prisa regresó toda la atención a lo que estaba haciendo, y en cámara lenta salí de la lavandería mientras la escuchaba decir—: Tal vez no debí hacerte sufrir tanto.
—¿Es una nueva forma de pedir disculpas? —me dijo Cheyanne en voz baja.
—Pero es bastante agradable. O es lo que opina mamá —añadí de prisa.
—¿En serio? No me había dado cuenta. —Me reí del encanto que tenía su sarcasmo.
Nos aventuramos de regreso a la habitación, cuando Susana dobló la esquina al final del corredor que empezamos a cruzar y nos miró. Tenía el cabello desordenado, y se acercó deprisa.
—Aquí estás tú —me dijo con la respiración agitada—. Ustedes... De casualidad...
Se me encogió el estómago. Esperaba que no fuera por la tarjeta, o una noticia todavía peor.
—Respira, chica. No me apetece cargarte si te desmayas.
Susana fulminó a Cheyanne con la mirada, se puso recta y soltó todo de sopetón:
—¿Es posible que conozcan a una niña? —Inhaló profundo.
—¿Me ves cara de niñera o qué? —increpó Cheyanne con disgusto, y su expresión se arrugó casi tanto como la de un viejo amargado. Su bonito rostro acabó siendo sepultado por uno que daba miedo.
—Alastor todavía no termina la reunión, y como me dejó al tanto del hotel... —Levanté las cejas en una indicación desesperada para que Susana llegara al punto—. En el vestíbulo, una niña de aproximadamente once años, y busca a una Samantha Fernández. —Me miró con intensidad.
—¿Te mencionó su nombre? —pregunté en un susurro de terror.
—Dijo que se llamaba Lizzie.
━━━━⊱❦ ❦ ❦⊰━━━━
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top