Capítulo 43
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Alastor se sintió angustiado al pensar que Mateo pudo lastimarme. Desde ese momento, su humor decayó, y expresó su deseo de traer de vuelta a Jacob, pero él estaba en el aeropuerto, a punto de abordar un vuelo a otro estado. Para tranquilizarse, hicimos una videollamada. Solo cuando el doctor y yo le aseguramos que no había nada de que preocuparse, se calmó un poco. Sin embargo, siguió pendiente de mí a pesar de tener mucho trabajo por hacer, arrojando vistazos en mi dirección de forma constante.
Luego, se sumergió en su portátil durante horas, atendió un par de llamadas con personas que parecían estar en otro estado. Incluso lo escuché hablar en ruso de nuevo, y dejé de lado el Candy Crush en el teléfono para prestar más atención. Aunque no entendía lo que decía, su tono de voz cambió; se volvió más grave y autoritario.
Nunca lo había visto tan ocupado. Parecía como si estuviera tratando de canalizar su enojo a través del trabajo.
Almorzamos juntos más tarde, y cuando le pedí que la próxima vez bajáramos al restaurante, no pareció estar muy de acuerdo, pero aceptó. Su compañía no me molestaba en absoluto. A pesar de eso, pasar tiempo en su suite sin nada más que mirar mi teléfono en busca de distracción empezaba a ser sofocante. Al notar mi incomodidad, Alastor comenzó a tomarse descansos para acercarse y entrar en contacto. Se sentó a mi lado en el sofá, y ya que no quería molestarlo con mi voz, usé sus piernas como almohada. En respuesta, él acarició mi cabello mientras hablaba por teléfono.
Durante varios minutos, contemplé su pecho y luego ascendí la mirada a su quijada. Estar consciente de la dureza de sus piernas bajo mi cabeza me hacía sentir un cosquilleo en todo el cuerpo. Di la vuelta hasta quedar sobre mi hombro derecho, de frente hacia su estómago. Levanté la mirada por segunda vez. Seguía ocupado, hablando en ese idioma tan extraño.
Con mi dedo, di un toque cerca de su ombligo. Los músculos en ese lugar se tensaron y dejó de respirar. Estaba bastante segura de que la pausa y la tonalidad con la que retomó la conversación tampoco se debían al dialecto o la pronunciación del ruso.
La forma en que me miró a continuación, con esos ojos más oscuros de lo normal, me invitó a darle un segundo toque un poco más abajo en esta ocasión. Ahora fue el turno para que los músculos en sus piernas se tensaran, y las caricias en mi cabeza se detuvieran.
—¿Qué? —le dije sin emplear la voz. Había dejado de hablar, y su mano también alejó el teléfono de su oreja de forma inconsciente—. Estoy aburrida.
Pronunció un par de cosas, y así terminó la llamada mucho antes de lo esperado.
—Con eso no se juega —me advirtió—. Esa tampoco es la manera.
—Ah, ¿no?
Sin dejar de mirarme, tomó mi mano y la dirigió a su virilidad palpitante. Sus labios se movieron, pero su voz se desvaneció en el fondo, pareciendo un eco distante. La situación fue extraña. Mientras intentaba descifrar sus palabras, la imagen se evaporó, y desperté con la respiración agitada, sintiendo mucho calor. No era desagradable, a pesar de la oscuridad que me rodeaba. Pero sí fue decepcionante. Había estado a punto de tener un sueño erótico con la persona que en este momento dormía a mi lado, y la experiencia dejó una sensación intrigante.
Extendí mi mano y, al sentir mi toque, Alastor me atrajo hacia él, abriendo un espacio entre sus brazos en el que encajé a la perfección. Suspiró sobre mi cabeza y preguntó:
—¿Te encuentras bien?
—Sí —respondí, aunque secretamente excitada por su influencia en mis sueños. No sabía cómo había logrado aparecerse en ellos—. Todo bien.
El último momento real fue cuando descansé mi cabeza sobre sus piernas. Debió ser el instante en el que perdí la consciencia, y también parte de la razón.
Lo abracé con más fuerza, escondiendo mi rostro en su torso desnudo. El sonido acelerado de mi corazón resonó en mis oídos al sentir el calor emanado por su piel. Su pecho se hinchó. Cuando levanté la mirada, lo encontré observándome con los ojos bien abiertos, como si acabara de despertar de su propio sueño.
¿Se había dado cuenta de algo?
De repente sostuvo mi pierna, y bajo la sábana, me hizo girar, presionando mi cuerpo contra el colchón. Sus dedos rozaron mi elemento más sensible, y apenas pude contener un gemido que estuvo a punto de escaparse. Mi cuerpo me traicionó, temblando de deseo.
Alastor inhaló profundamente, sus ojos fijos en mí a través de la oscuridad cuando susurré:
—Esto no es otro sueño, ¿verdad?
—Depende... ¿Qué prefieres que sea?
Me tomé unos segundos para contestar.
—Real.
A pesar de que las palabras sobraban, el significado implícito en el roce de mi mano en su pecho lo hizo moverse, haciendo que la sábana que nos cubría resbalara y quedara aferrada a su cintura.
Me mordí el labio, teniendo una percepción bastante clara de cómo mi pecho subía y bajaba con fuerza. Comencé a sentir un mareo debido al calor que se apoderaba de mí.
—Duermes... sin ropa —observé, con la garganta ardiendo.
Me dio un toque en la cintura, y mis caderas se elevaron con ansias. Alastor me bajó los pantalones cortos por las piernas, junto con mi ropa interior, besando mi muslo, mi rodilla y mi tobillo en un recorrido de fuego. Sus ojos, rodeados de espesas pestañas oscuras, se encontraron con los míos mientras se desplazaba de forma ascendente, de regreso sobre mí. Y a lo largo del camino, rozó sus dedos por la parte interna de mi pierna, de modo que mis rodillas cedieron ante la sensación, y él quedó abrazado a mi muslo.
Un nudo de anticipación se apretó en mi garganta. La habitación estaba cargada de tensión, y el calor que irradiaba entre nosotros era insoportable.
Intenté articular algo, pero las palabras se disolvieron en mi mente cuando su dedo exploró mi humedad, hundiéndose con suavidad.
Nunca imaginé que podría excitarme tan rápidamente, y la ausencia de dolor también me sorprendió. Sus dedos continuaron acariciándome con una suavidad embriagadora.
—Voy a probarte —anticipó, y sus labios se deslizaron por la piel interna de mi muslo una vez más, provocando que mi cuerpo temblara ante sus caricias.
Al percatarse de mi nerviosismo, Alastor avanzó, colocando una de sus palmas sobre mi rodilla y ejerciendo presión con ligereza, abriéndose el camino por completo.
Los músculos de sus brazos se esculpieron mientras se inclinaba, y la suavidad de su boca en ese lugar me envolvió en una caricia profunda, provocando oleadas de sensaciones que recorrieron mi cuerpo. Encogí los dedos de los pies mientras Alastor gruñía ante el ligero movimiento de la pierna que todavía estaba siendo inmovilizada por su mano.
Se acomodó, posicionando mis rodillas a la altura de sus hombros, lo que le dejó las manos libres para acariciar con destreza ese punto sensible que me hizo jadear.
—Perfecta —murmuró mientras sus dedos formaban círculos, dejándome sin capacidad para articular palabras—. ¿Puedo? —preguntó, y mi respuesta fue un asentimiento sin reservas. En ese momento, el pensamiento lúcido se desvaneció, y la claridad se tornó una ilusión, ya que mi mente estaba dominada por el deseo abrumador.
Deslizó un dedo en mi interior, y su boca regresó a esa zona, desencadenando un torbellino de sensaciones. Cambié de postura, moviendo los pies de forma inconsciente, y apretando los muslos. Él los tomó desde la parte posterior, deslizando sus manos con maestría hasta que mis piernas quedaron ligeramente elevadas, sus dedos apretando mi piel con firmeza.
Pero esa imagen, la de él, concentrado en ese lugar, y en parte también contemplándome con enfado y deseo, despertó una excitación inesperada en mí.
—Quieta —dispuso como una advertencia y me soltó.
¿De qué manera iba a lograrlo cuando lo hacía tan bien? A veces sentía que estaba al borde del precipicio, pero él era como la marea de un mar, consciente de hasta qué punto debía llegar para no desbordar.
Mis divagaciones se detuvieron de manera abrupta cuando su boca volvió a mi feminidad con mayor intensidad, esta vez empleando su lengua, devorándome.
Jadeé mientras su dedo se curvaba en mi interior, y mi espalda se arqueó ante el placer que se acumulaba y se extendía por todo mi cuerpo
—Vas a volverme loco —susurró.
No podía verlo, pero sentía cada uno de sus movimientos. Volvió a lamer mi centro, y una oleada de calor me inundó.
Para quedarme quieta, enterré los dedos en las sábanas, tirando de ellas cuando los escalofríos recorrieron mi espalda, y ahogué un grito antes de rendirme al clímax.
Un instante después, Alastor miró la herida en mi costado que mejoraba, aunque aún tenía un aspecto poco prometedor, y frunció el ceño.
—Quiero hacerte el amor —confesó—, más de lo que puedes imaginar.
Sin embargo, había duda en sus ojos, una incertidumbre que persistía debido a la laceración que parecía tomar su tiempo para sanar por completo.
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