Capítulo 13



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Mientras me encontraba sentada en uno de los sofás de su suite, pensé en lo torpe que fui por acceder a quedarme. Alastor no habría permitido que me ahogara. Y aunque me sentía muy estúpida en ese momento, no podía apartar la mirada mientras él caminaba a través de la suite con el cabello húmedo y el pecho al desnudo.

Se dirigió hacia su habitación, tomó el teléfono y realizó una llamada. No sabía cómo iba a escapar de esto, mi mamá llegaría por mí dentro de una hora.

Transcurrieron varios minutos y Alastor regresó, deteniéndose frente a mí. Levanté la mirada y él tomó un mechón de mi cabello mojado. Al final, resultó que perdí la goma con la que lo mantenía sujeto.

—¿Qué intentas? —Mis labios vacilaron al formular la pregunta, y temblé de frío debido al aire acondicionado que soplaba sobre mí. Había elegido el peor lugar para sentarme, pero tampoco quería moverme, ya que tenía el presentimiento de que eso le daría una excusa para acercarse aún más.

Agarró la toalla con la que me había cubierto poco después de subir al yate y, con facilidad, me la arrebató de los hombros. Mis huesos helados reaccionaron con torpeza y no pudieron evitarlo. Fue aún peor cuando tomó mi mano, me levantó y me guio hasta la puerta del baño. Mis piernas se sentían entumecidas. No sabía si fingía ser un caballero al ofrecerme una de sus camisetas o si su verdadera intención era verme desnuda.

—No tengo ningún problema en ayudarte a tomar una ducha y cambiarte de ropa. De hecho, sería fascinante —concluyó al notar que no tenía interés en aceptar su presunta cordialidad.

—¿No tienes un pijama o algo menos indecente?

—¿Te gustaría saber cómo duermo en realidad?

—Olvídalo. —Di media vuelta y me encerré con pestillo en el baño.

No podía creer lo que acababa de decir. Él tenía un problema al ser tan directo, sin la necesidad de usar tantas palabras.

Me desvestí y coloqué su camiseta sobre la primera superficie que encontré mientras buscaba la secadora que, por lo general, estaba guardada bajo el lavamanos. Alisé mi ropa interior con las manos después de enjuagarla y, con la ayuda del aparato, soplé aire tibio sobre la tela durante los siguientes quince minutos. Esperaba que no se dañara, ya que había viajado con muy pocas prendas de repuesto.

Cuando estuve segura de que estaba lo suficientemente seca como para no preocuparme por infecciones, dejé la ropa a un lado. Luego, guardé la secadora en su lugar y me tomé un momento para abrir la ducha y enjuagar la sal de mi cuerpo. Aunque él no los utilizaba, aproveché los lujosos frascos de productos proporcionados por el hotel. Tenía la intención de reemplazarlos por unos nuevos antes de mi partida.

Al terminar, me envolví en una de las toallas dobladas que estaban en un estante de cristal, me puse mi ropa interior y su camiseta. Finalmente, contemplé mi reflejo en el espejo. Su prenda se sentía suave y cálida sobre mi piel, pero también emanaba un olor masculino que me hizo sentir extraña. Lo más seguro es que lo que percibí en el estómago fueran lombrices moribundas. De ninguna forma fueron mariposas.

Resoplé y salí del baño con precaución después de haber doblado mi uniforme mojado. No pensaba dejarlo tirado en algún lugar, así que lo llevé conmigo.

A simple vista, no lo encontré por ningún lado. Crucé la habitación, apretando mis prendas contra mi pecho, hasta que el sonido detrás de mí me hizo saltar. Acababa de entrar por el balcón, y el crujido provino de la puerta al cerrarse.

Las cortinas se deslizaron sobre su cabeza cuando Alastor tocó la pantalla de su teléfono, cubriendo por completo el ventanal. Me impresionó ese nivel de tecnología, pero antes de que pudiera reaccionar, él avanzó peligrosamente hacia mí. Había tomado una ducha y vestía unos nuevos pantalones de lino blanco, pero el resto de su piel seguía desprovisto de cualquier otra prenda.

Su mirada recorrió mis piernas, subió hasta mi pecho y pareció gustarle lo que vio. No pude haber causado una reacción desagradable en él, ya que en ningún momento dejó de mirarme con evidente interés.

Me mordí la mejilla interior con nerviosismo. Él hacía que sintiera cosas extrañas, pero tampoco podía olvidar que era un jugador y que estaba bastante vulnerable al vestir de esta manera.

Antes de que llegara hasta mí, escapé hacia la cocina tratando de ser lo más discreta posible, pero me reprendí por haber actuado de manera tan insensata. Debieron de existir muchas posibilidades para evitar este resultado, y, de entre todas ellas, tuve que optar por la peor opción.

A mitad del camino, frené en seco. La pequeña, pero elegante mesa de comedor, estaba repleta de platillos estilo gourmet que lucían exquisitos.

—Cenaremos algo. —Sentí su respiración cerca de mi oreja y me enderecé por completo. El calor provocado por la proximidad de su cuerpo de pronto quemó en mi espalda.

Me apresuré al siguiente lugar, y una de las sillas alrededor de la mesa parecía ser el sitio más seguro.

—Adelante, todo es libre de gluten.

Mi estómago emitió sonidos de algarabía que solo lograron avergonzarme más, pero él los ignoró. A veces también sabía comportarse como un caballero.

Intenté concentrarme en la comida. A pesar de tener hambre y ganas de probarlo todo, su mirada me llevaba de vuelta a él de vez en cuando, sumergiéndome bajo una ola de emociones extrañas que luchaban entre sí.

A medida que pasaba el tiempo, Alastor apenas tocaba su comida y me observaba. Tal vez estaba acostumbrado a esos lujos y no veía la necesidad de disfrutarlos a plenitud. Pero yo no iba a desaprovechar nada.

Una vez que mi estómago estuvo lleno, llegué a la conclusión de que era la mejor comida que había probado en mi vida. Nunca imaginé que los alimentos sin gluten pudieran ser tan deliciosos. Me sentía satisfecha y, después de dar las gracias, fui la primera en levantarse de la mesa. Tomé mi plato y otros tantos y los llevé al lavavajillas.

—No lo hagas. —Sentí su presencia detrás de mí y me di cuenta de que me había seguido en silencio.

—Soy yo la que limpia tu suite, ¿o acaso ya lo olvidaste?

Su garganta emitió un sonido de inconformidad. Tal vez el tema no le resultaba del todo interesante y coherente, porque sus dedos me produjeron cosquillas en el cuello cuando me apartó el cabello hasta situarlo sobre mi espalda.

—¿No te dará una infección por esto? —con suavidad, y con tan solo una mano, tiró del broche de mi sujetador, desatándolo con facilidad. No lo sequé porque me había llevado bastante tiempo secar la parte inferior, que era más importante. Sin embargo, el agua, en algún momento, había humedecido su camisa y él me lo hizo notar.

Alarmada, llevé las manos a mi pecho y me irritó verlo sonreír con astucia. Era un auténtico cretino, pero tenía grandes habilidades con los dedos. Mi mente fue arrastrada a un mundo de lascivia a su causa, algo que no me hizo sentir orgullosa. La mezcla de enfado e impudicia me impulsaba hacia la irracionalidad.

Perfecto, si lo que quería era jugar sucio, yo también podía hacerlo.

Todavía con la camiseta puesta, terminé de quitarme el sujetador y se lo entregué.

—Consérvalo, porque es lo único que obtendrás de mí —le dije. Cuando su entrecejo se frunció, me sentí maravillosamente bien—. También puedo ser tan cabrona como tú.

Tantas veces deseé contar con esta fuerza para decirle esto a mi exnovio, y tuvo que suceder después de nuestra ruptura, con una persona diferente. Pero así debí haberlo dejado, deseando por mí.

Di un paso hacia un lado; sin embargo, su brazo, a causa de su longitud, logró alcanzarme y me atrajo de vuelta. Sin tiempo para reaccionar, sus labios chocaron con los míos como un poderoso y muy cabreado huracán.



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En el balcón, esperé ansioso el momento en que saldría del baño. Tardó mucho, pero cuando apareció, quedé embelesado de una manera que jamás imaginé que ninguna mujer lo haría. Sus piernas cortas, su piel trigueña, sus sensuales curvas y su humor de mierda. Era hermosa, joven, irritante e inexperta, pero era su rebeldía lo que me llevaba a desear con locura tenerla lo más cerca posible.

No era normal que me sintiera atraído de esta manera. A veces, me hacía sentir confundido y, en otros casos, como si fuera un completo inexperto en asuntos del sexo femenino. Ella me hacía ver que, en realidad, tenía mucho por aprender.

Disfrutó de cada platillo. Nunca había visto a ninguna mujer comer con tal entusiasmo y desinhibición. Era gratificante observarla mientras se deleitaba, aunque también me apenó las veces que la noté incómoda con respecto a la comida. Para ella, el gluten se convertía en un tema complicado debido a las restricciones en su dieta, ya que el trigo, el centeno, la cebada y la avena podían hallarse en una amplia variedad de productos.

El tiempo pasó veloz y lento a la vez. Sentí que nada importaba más que descifrar sus pensamientos e imaginaba las muchas formas en las que también me gustaría verla disfrutar. Pero cada vez que intentaba dar un paso, ella me esquivaba y aumentaba la distancia. Eso me volvía loco.

Hacía que la sangre en mis venas ardiera sin razón, y me llevaba a proceder de maneras indescifrables. Así que me atreví a desabrochar su brasier, pero enseguida recordé que ella no era dócil ni obediente. Cuando volteó para mirarme con ira, mi respiración se volvió fuerte pero constante.

—Consérvalo, porque es lo único que obtendrás de mí —dijo un momento después de soltarlo de mi mano. Miré el sujetador y luego a ella—. También puedo ser tan cabrona como tú.

Detrás de sus palabras, mi paciencia tardó menos de un segundo en desaparecer por completo. Me cabreaba con facilidad y me encendía a la vez, y debía estar muy jodido para tirar de ella y haberla besado sin su consentimiento.

Nunca hice algo parecido, y la maldita situación me asustaba. Jamás me había sentido tan fuera de control. Sin embargo, a medida que probaba sus labios, lleno de enojo e impaciencia, no quise parar. Mi deseo de conocer cada detalle solo aumentó.

Su boca era suave y adictiva, y el acto no resultó incómodo en absoluto. Era como si una ola de calor me rodeara y me sacudiera. En ese momento, no quería alejarme, pero al principio, ella se resistió.

Comencé a considerar la idea de recuperar mi autocontrol y tomar distancia, sin embargo, a tiempo sus labios se adaptaron a los míos. Y porque ansiaba explorar, acariciar y sentir, me arriesgué a apretar su trasero. En respuesta, ella se apartó y retrocedió hasta que la encimera le impidió alejarse más de mí. Me miró con los ojos muy abiertos y luego se tocó los labios con la mano temblorosa.

—Tú...

—No te vayas —anticipé con calma, aunque por dentro, la impaciencia y el miedo me comían vivo. ¿Qué pasaba conmigo? Nunca antes tuve que rogarle a ninguna mujer, ni había perdido el control de la forma en que lo hice.

Con ella, estaba perdiendo en todos los sentidos.


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