Capítulo 08



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Me hubiera gustado conocer sus pensamientos, o tal vez no.

Pensé que podría adivinarlo, porque identifiqué la mirada de mi ex reflejada en la suya en este momento.

Con Mateo, fui solo una pieza para satisfacer sus deseos. Éramos pareja por un breve instante, y luego, desaparecía sin explicación durante casi un mes. Sus excusas variaban desde tener asuntos que atender hasta olvidarse de responderme o quedarse dormido; en resumen, siempre encontraba una razón para justificar su ausencia en mi vida. Llegué a pensar que tal vez estaba tratando de protegerse a sí mismo debido al miedo o a la inseguridad, ya que la falta de interés podía ser una forma de autodefensa. Sin embargo, finalmente comprendí que también era una manera cruel de hacerlo. Después de todo, la atención momentánea que me brindaba, en realidad, fue solo un disfraz temporal que no pudo ocultar su falta de amor por mí.

En el pasado, había sido salvavidas de una persona que terminó por ahogarme. Pero eso no volverá a suceder.

Di un paso hacia atrás, y por el ligero cambio en su expresión, supe que no se lo esperaba.

—Ese no es mi problema, estoy aquí para trabajar.

Sus ojos no reflejaban emoción, pero su mandíbula se tensó hasta el punto en que un músculo saltó sobre su mejilla.

—Entonces, termina de limpiar y márchate. —La frialdad impregnada en sus palabras resonó con firmeza, y poco después, se alejó de regreso a su escritorio.

Me pregunté por qué me tuvo allí, inconsciente y en su cama durante las últimas horas. No parecía ir en línea con el hombre distante que acababa de ordenarme que me fuera. Tampoco me hizo nada extraño, ya que lo único que me faltaba por recoger del suelo eran mis zapatos.

Ese hombre era difícil de interpretar, lo que me recordó el momento en que la housekeeping salió corriendo de este lugar. ¿Qué habría hecho para ponerla en ese estado? Tal vez pronunció tonterías similares a las que acabó de decirme, y ella había caído en su red de engaños sin chaleco salvavidas.

Terminé de colocarme mis zapatos con dificultad, y los retorcijones en el estómago regresaron.

Poco antes de entrar al baño de la habitación, eché un vistazo rápido a su escritorio, y lo encontré concentrado en la pantalla de su laptop una vez más.

Me llevó alrededor de treinta minutos limpiar. Él se preparaba un café cuando salí de la suite, tratando de hacer el menor ruido posible. Ni siquiera pareció notar mi presencia o fingió que me ignoraba. No volvió la cabeza para mirarme, y me repetí que no debía decepcionarme por su comportamiento. Después de todo, su actitud hacia mí tampoco era inesperada.

En el ascensor me pregunté qué estaría haciendo mamá, y al abrirse las puertas en el vestíbulo, la mujer de recepción me llamó con un gesto, así que me acerqué.

—Tu mamá pasó a buscarte por la tarde. Todavía está aquí.

—¿Estás segura? Es decir, pudo tratarse de otra persona.

Ella sonrió, y no supe reconocer si era por lástima o compasión.

—El personal sabe quién eres, y se tienen cierto parecido.

—Por supuesto. —Después de todo lo ocurrido con ese hombre de la suite 999, ¿debía fingir que me sorprendía?

—Dijo que te esperaría hasta que terminaras y que había estacionado junto al muelle. Te lo habría mencionado antes, pero no tenemos permitido entrar, llamar o incluso mirar la suite novecientos noventa y nueve sin su consentimiento —añadió con una sonrisa nerviosa. Su expresión cambió, y también noté incertidumbre.

Nadie habría ido a buscarme allí, ni aunque ese tipo hubiera resultado ser un delincuente en lugar de un magnate.

Así comprobé por qué no se atrevían a entrar en esa habitación. Él tenía el control total de este sitio.

Si mal no recordaba, mencionó que una cadena hotelera bastante importante le pertenecía, y no quise creer que en realidad pudiera estar hablando del mismo en el que trabajaba, pero gracias a esta mujer acabé por confirmarlo. Tenía sentido que Claudio hubiera accedido a su solicitud con tanta facilidad, además, eso explicaría por qué todos parecían temerle.

Si mi suposición era correcta, estaba metida en un gran lío.

—Rodea el hotel hacia la izquierda y encontrarás un letrero que indica el camino al muelle. Ella estacionó cerca de ahí.

Le agradecí y salí por la puerta principal.

Seguí sus instrucciones y pronto localicé el automóvil de César. Me acerqué para mirar por la ventana, pero no vi a nadie adentro. Quizás había salido a dar un paseo, aburrida por la espera. Podría ser un sentimiento que ambas compartíamos.

La busqué en el lugar más probable, y así fue como terminé en la entrada del muelle.

Caminé por el puente de madera sobre el mar. Había arbustos a lo largo de la orilla que se adentraban en el agua. Más allá, se encontraba una numerosa cantidad de yates blancos y costosos que se mecían con suavidad por la marea. Era como si estuviera en otro mundo. Había visto escenarios similares en películas, pero nunca en la vida real. La brisa nocturna me acariciaba, y era igual que un sueño. Sin embargo, mamá no se encontraba a la vista.

Una risa detrás de mí me hizo girar hacia un hombre a pocos metros de distancia. No lo había escuchado acercarse.

—La noche es hermosa, ¿verdad? ¿Te gustaría dar un paseo en mi bote? —me dijo en inglés mientras sostenía una tarjeta azul con el logotipo del hotel ante mí. Me recordó a las llaves maestras que usaba el personal de limpieza.

No me había dado cuenta, pero la puerta permitía el acceso a los que llevaban consigo una de esas tarjetas.

Debía ser otro huésped prestigioso del hotel. Tenía la apariencia típica de una película estadounidense, con cabello rubio platino, ojos azules y un cuerpo alto y bronceado.

—No, gracias. Solo estaba mirando. —Traté de pasar junto a él, pero me agarró de la cintura y me giró hacia la puerta en un movimiento elegante.

—Sé que te encantará —me aseguró. Su aliento en mi oreja me hizo sentir náuseas al percibir que había estado bebiendo.

Forcejeé intentando que me soltara, pero su agarre seguía firme. Incrementé mis esfuerzos y logré propinarle un codazo en las costillas y pisarle el pie, lo que le hizo doblarse hacia adelante. A continuación, no supe si debía disculparme o aprovechar la oportunidad para huir.

—Mierda, sí que golpeas fuerte —murmuró. Retrocedí dos pasos y una sombra apareció frente a mí. Se materializó de la nada y usó su pie para empujar al Ken rubio de cabeza al agua. El causante fue el hombre de la suite. Todavía llevaba sus elegantes ropas de lino, aunque ahora también usaba zapatillas.

—Alastor, ¡idiota! —El hombre en el agua acababa de emerger y parecía conocerlo.

—¿Qué haces aquí? —inquirí al huésped de la suite, aunque lamenté la pregunta al instante. Sus ojos me devolvieron una mirada cargada de ira, similar a la del hombre en el agua. Luego señaló un yate. Por supuesto, de entre todos, el más lujoso.

—Iba a dar un paseo —respondió sin más.

—Cariño, ¿eres tú? —La voz de mamá llegó desde algún sitio en el estacionamiento.

—¡Ahora voy!

—¡No me dejes en este lugar! —suplicó el hombre que nadaba hacia la orilla, entre los arbustos. Mientras tanto, Alastor, el huésped de la suite del infierno 999, estaba en camino de regreso al hotel.

Fue bastante curioso que hubiera cambiado de opinión sobre su paseo en el costoso yate, considerando que tampoco parecía tener ganas de moverse de su suite.



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Mientras caminaba de regreso al hotel, pensé en cuán torpe era ella. Ni siquiera notó que alguien la persiguió hasta el muelle.

—¿Ibas a dar un paseo? ¿No que estabas ocupado con el trabajo? —reclamó Laurent, a quien acababa de arrojar al mar. Su padre le había heredado Treasure, una cadena de centros comerciales bastante importantes en los Estados Unidos.

Me persiguió a través del estacionamiento mientras intentaba exprimir el agua de su camisa con las palmeras. Debió ver a la chica salir de mi suite y fue tras ella. Vine porque tenía mis sospechas, y al final, resultaron ser ciertas. Él solía hacer esto, pues sabía que no permitía que nadie se involucrara en mi vida más de lo necesario, así que después de mí, tomaba a las mujeres para divertirse un rato, y eso tampoco me había molestado, de hecho, incluso solía echarle una mano, hasta ahora.

—Perdí mis zapatillas por tu culpa, y sabes lo costosas que son. ¿Por qué lo hiciste?

—Desaparece de mi vista antes de que me decida a lanzarte a la piscina.

No entendí por qué me sentía tan irritado.

—¿Y desde cuándo hablas español? —ignorándome, Laurent se detuvo detrás de mí. A su causa, pude observar cómo la chica subía a la camioneta Ford más antigua que había visto en mucho tiempo, aunque no logré identificar a la persona que llegó a recogerla.

Siempre venían a buscarla, ¿sería su novio? Eso explicaría por qué respondía de manera tan agresiva cuando intentaba acercarme, pero tampoco debía disgustarme que ese fuera el caso.

—¿Por qué me empujaste? —Laurent seguía quejándose, así que continué con mi camino hacia el hotel—. Estás de peor humor que otros días. No me digas. Acaso, ¿ella te rechazó?

Debió intuirlo, Laurent me conocía mejor que nadie.

—Tan solo necesita un poco de preparación, eso es todo —intervine antes de que él expresara lo evidente: que por primera vez alguien me estaba rechazando—. Esto aún no termina.

—Por supuesto.

Porque se trataba de él, pasé por alto la risa que tampoco se preocupó en ocultar.


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