Capítulo 07
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Utilizó dos adjetivos desfavorables para definirme: "irritante" y "problemática".
Al principio, temía que estuviera buscando cualquier error que pudiera cometer para luego utilizarlo en mi contra. Pero su mirada no parecía tener intenciones de lastimarme, aunque también emanaba algo oscuro que me ponía nerviosa. Como una tormenta que me congelaba y quemaba en partes iguales.
Sin embargo, lo que me preocupó en verdad y me hizo prestar atención al estado de mi estómago, tuvo relación con los ruidos provenientes de ese mismo lugar. Por fortuna, nos encontrábamos a una distancia prudente, y su suite tampoco amplificaba los sonidos. Solo cuando quiso acercarse, fue que se desató el horror.
Mi estómago se había convertido en un volcán con retorcijones impredecibles que iban y venían. Esto solía suceder cada vez que ingería incluso la mínima cantidad de gluten, pero en esta ocasión había tardado más de lo habitual en manifestarse, hasta que la molestia se intensificó y me vi obligada a correr hacia el baño.
Apenas pude llegar a tiempo. La descarga de mi resentido intestino fue poderosa, estruendosa e imposible de contener.
Mientras los minutos pasaban y me retorcía sobre el inodoro, comencé a sudar frío y las náuseas me asediaron. Deseé que no se acercara a la puerta. La causa habían sido los huevos revueltos que el amigo de mamá nos sirvió la noche anterior, no tenía otra explicación.
Nunca descuidaba lo que ponía en mi boca debido a mi condición celíaca. Sin embargo, me confié una sola vez.
La peor parte llegó cuando salí del baño y deseaba escapar de la vergüenza que sentí al encontrarlo cerca. Mi cuerpo comenzó a debilitarse, y en medio de la elegante suite, todo perdió color.
En el momento en que mis párpados se abrieron, me encontré en completa oscuridad, tan profunda que por un segundo creí haberme quedado ciega.
La cama en la que descansaba era tan acogedora como una nube en el cielo, y un rayo de luz de luna se filtraba a través de una gruesa cortina corrediza. Más allá, el resplandor amarillo que se escapaba por debajo de la puerta, me indicó que no me encontraba en ningún lugar familiar y que la noche había caído por completo.
Me alarmó la posibilidad de haber dormido durante demasiado tiempo. La combinación del cansancio, saltarme las comidas, y la reacción a ese alimento perjudicial para mi salud, resultó contraproducente. Sabía que continuar de esta manera era peligroso, sobre todo porque mi cuerpo tenía dificultades para absorber los nutrientes de forma adecuada.
Me incorporé con dificultad, todavía sintiendo dolor en el estómago, y me pregunté en qué rincón pudo haber ocultado mis zapatos.
A tientas, avancé hacia la puerta y, al abrirla un poco, pude verlo detrás de su escritorio, concentrado en la pantalla de su MacBook. Ya no llevaba la bata, ahora tenía pantalones y camiseta. Lucía relajado, como si el trabajo absorbiera esa energía pesada que lo rodeaba.
Afuera, junto a él, la oscuridad de la noche y la luna reflejada en el mar resultaban hipnotizantes. Mi madre debía estar preocupada. Aún no tenía acceso a una línea telefónica funcional en este país ni tampoco un celular.
—Por fin despiertas. —Supo que lo estaba mirando.
Reuní fuerzas y di un paso fuera de la habitación.
—¿En dónde están mis zapatos? —pregunté un segundo después de aclararme la garganta, aunque de todas maneras soné terrible.
—Al pie de la cama —informó.
Regresé a la habitación y me agaché para buscalos. No pude encontrarlos hasta que la luz se encendió, cegándome por un momento.
—Del otro lado.
Me tomó un instante ajustarme a la luz y descubrirlo contemplando hacia donde se encontraban. Sin embargo, mis ojos se vieron atraídos por la camiseta blanca con botones que dejaba parte de su pecho al descubierto, luego estaban los pantalones sueltos de lino y sus pies descalzos. Al final, apreté la mandíbula, temerosa de que mi asombro fuera demasiado evidente. Era una obra de arte para contemplar, pero no podía permitirme perder el tiempo observándolo de manera descarada.
Me puse de pie y me dirigí al lugar en donde estaban mis zapatos, pero me detuvo antes de llegar y con su mirada guio a la mía hacia el baño.
—Todavía no me atrevo a entrar —admitió. Deseé que la tierra me tragara entera.
—No lo hagas —le pedí y levantó una ceja—. Hasta que lo limpie, puedes usar el otro.
—¿Y el olor?
Olfateé.
—Ya no huele a nada.
—Hablo de ti —dijo.
¿De mí?
Tomé el cuello de mi camiseta polo y lo acerqué a mi nariz, aquel gesto lo hizo sonreír, y no entendí el motivo.
¿De qué estaba hablando? No estaba sudada ni nada por el estilo.
—He pasado toda la tarde tratando de identificar por qué, a pesar de lo que ocurrió en mi baño, sigo interesado en tenerte aquí cuando debería haberte echado hace tiempo.
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Cuando la cargué en brazos, inhalé su aroma por primera vez, y desde entonces se impregnó en mi mente. Una mezcla de suavidad y un tenue rastro de la fragancia de su cabello se convirtieron en un recuerdo imborrable en mi memoria.
Debí llevarla al departamento médico del hotel; ese era el protocolo sensato. Pero algo en mí se resistió a dejarla en manos de otros.
Con cuidado, la deposité en mi cama, y me encontré confundido ante mi propio acto. ¿Por qué había decidido hacerlo? Sus ojos cerrados, la fragilidad que mostró en ese momento, eran tan opuestos a la irritante fortaleza que había demostrado hasta entonces. Mis pensamientos se convirtieron en un caos, y mi mente se llenó de contradicciones.
Me encontré observándola más tiempo de lo que consideré necesario, y las dudas siguieron llegando después que llamé al doctor del hotel, mientras él la revisaba: ¿Por qué me detenía en sus rasgos, en su expresión tranquila mientras dormía? ¿Por qué me preocupó que verificara dos veces que su temperatura no fuera alta y que sus labios no estuvieran secos? Me enfadaba que mi mente se desviara de la lógica que había seguido gran parte de mi vida, pero tampoco podía frenar a mi curiosidad por tenerla cerca.
La curiosa sensación de alivio que emergió tras confirmar que solo era agotamiento se asemejó a descubrir algo olvidado en el fondo del ático, algo que había estado esperando pacientemente a ser recordado.
Solo una vez antes había cuidado de alguien de esta manera, y fue hace tiempo. Aquella experiencia me hizo jurar que nunca más me permitiría tal debilidad. Sin embargo, ahora me encontraba repitiendo aquel patrón, sin entender del todo por qué. La ambigüedad de mis propios sentimientos me inquietaba profundamente, y aunque me negara a admitirlo, sabía que algo en mí había cambiado desde los primeros minutos que pasamos juntos.
¿Por qué? Porque esta chica quería aparentar ser fuerte, igual que ella.
Frustrado, me puse de pie.
¿Cuán interesado estaba en realidad? Esa era la pregunta que martillaba mi cabeza mientras contemplaba su rostro sereno en el sueño por última vez.
Me alejé de la cama, de mi habitación y de ella, tratando de reconfigurar mi mente y de encontrar una explicación lógica para mis acciones. Una que no me hiciera vulnerable.
Decidí llevarla a la cama, convencido de que así marcaría el final de todo. Con firmeza creí que ese debía ser el verdadero motivo detrás de mis acciones y cuáles serían mis intenciones a partir de ese momento, sin saber que más tarde las dudas me volverían loco.
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