Capítulo 04
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Al día siguiente, me desperté a las cuatro de la mañana para alistarme. Preferí pasar del desayuno porque la cocina seguía siendo un auténtico basurero, y tampoco tenía ganas de solicitar comida libre de gluten al dueño de la casa.
Mamá me llevó al hotel y por suerte llegué media hora antes, tiempo suficiente para llenar el carrito junto con Ana. Esta vez no llevaríamos el bin, y pude intuir la razón.
El jefe me entregó una hoja en la que había un cuadro con las habitaciones que deberíamos limpiar el día de hoy, pero esta vez nuestra lista se reducía a un solo número: el 999.
—La suite del Diablo —susurró Ana a mis espaldas. Por la forma en que me pidió que la siguiera, supe que estaba molesta. Tampoco es que hubiera arrojado la aspiradora de manera intencional el día anterior.
A medida que avanzábamos por los pasillos del hotel, mis piernas se volvían más pesadas con cada paso, incluso me sudaban las manos. ¿Qué ocurría conmigo? Ni siquiera podía empujar el carrito correctamente, así que se balanceaba de un lado a otro. Debía sujetarlo con firmeza si no quería que se repitiera un episodio similar al de ayer.
En la boca de mi estómago, un vacío me produjo náuseas al detenernos frente a la puerta del infierno y tragué con fuerza.
Traté de convencerme de que era solo otro hombre al que le gustaba alardear, pero fue imposible.
—Adelante. Esta vez serás tú quien dé la cara. —Ana me entregó la llave maestra que el personal de limpieza utilizaba para abrir todas las habitaciones. Era una tarjeta roja con el logotipo del hotel, sin más información, pero en sintonía con la estética minimalista que caracterizaba al lugar.
Ella también estaba nerviosa. Era evidente que ese hombre provocaba una extraña reacción en todas las personas, algo que iba más allá de lo normal.
Tras aclararme que no debía actuar como una niña pequeña, deslicé la tarjeta sobre el lector, empujé la puerta ligeramente y, segundos después, me anuncié:
—Hello, housekeeping.
—Debes anunciarte antes de abrirla —me reprendió Ana, y cuando la miré, advertí que sus manos temblaban un poco—. Continúa.
Esperé para recibir alguna respuesta, pero aunque los segundos pasaban, no escuché nada.
—Housekeeping? —repetí y el silencio me contestó.
Empujé la puerta hasta asomar la mirada, y lo que vi desencajó mi mandíbula por completo.
Las habitaciones que visitamos el día de ayer no tenían punto de comparación a esta suite.
A la derecha, una cocina equipada de lujos y tecnología; frente a ella, una elegante área de comedor. Más allá, una amplia sala de estar con vistas panorámicas a la playa y el estacionamiento a través de una pared de cristal. A la izquierda, una habitación elegante con una cama doble, todo adornado en tonos predominantes de blanco y piedra.
Sin embargo, me detuve a observar con mayor atención el escritorio que se encontraba junto al panel de cristal. Ese lugar todavía contaba con la presencia de ese hombre, pues aunque el asiento estaba vacío, su recuerdo me puso a temblar.
—Hay dos baños—, informó la mujer a mis espaldas y con disgusto comprobé que, al lado derecho, junto a la puerta principal, había uno de ellos con su ducha pertinente.
De repente, noté movimiento en el lado opuesto. Detrás de una pared y una puerta a medio cerrar que separaban la habitación de todo lo demás, una figura se movió sin prisa hasta detenerse al pie de la cama.
No sé qué fue peor: si mi tardanza en notar el desorden de la suite, que no había sido limpiada en lo que parecía bastante tiempo; si lamentar apartar la mirada del hombre desnudo que acababa de salir de la ducha; o cuando él se volteó y me descubrió contemplándolo a través de la puerta principal entreabierta.
Cerré y Ana me miró furiosa porque la empujé por error.
Me sentí al rojo vivo, incapaz de arrancar la imagen de ese hombre de mi cabeza otra vez. Su cuerpo parecía esculpido, firme y cuidadosamente trabajado. Cada curva y músculo delineados con precisión. Su piel bronceada y suave invitaba a la mirada a deslizarse por sus contornos, mientras que sus bíceps resaltaban con una definición que sugería dedicación al ejercicio. Y tenía trasero.
—¿Qué haces? —protestó Ana y sacudí la cabeza. Puso la mano en la cerradura y, ya que la agarré del brazo, me miró con una señal de advertencia, así que me aparté. No la detuve cuando entró a la suite después de tragar saliva.
—¿A qué esperas? —insistió porque no fui capaz de seguirla. Me atreví a echar un vistazo al interior por segunda vez, pero él ya no se encontraba por ninguna parte.
Si no fue mi imaginación, entonces él seguía en la suite. No estábamos autorizados a entrar a menos que el huésped nos concediera permiso. Él tampoco había dicho nada, por lo que podía meternos en aprietos si quisiera.
—Planeas dejarme el trabajo a mí sola? —inquirió mi compañera porque seguí de pie, sin hacer nada más que examinar la suite con absoluto terror—. Si no quieres ser excluida del equipo, empieza ya.
Me mordí la punta de la lengua. En poco tiempo ya sabía lo que se sentía comenzar de nuevo en un país extraño: que, ante la situación y la urgencia económica, debías tragarte la píldora amarga y aguantar.
César nos consiguió este trabajo un mes antes de que viajáramos. Había localizado a una persona que nos ayudó con la elaboración del falso papeleo. Necesitábamos un número de seguro social y un documento de residente permanente para trabajar. No me sentía orgullosa en absoluto, y tenía miedo de que nos descubrieran con la mentira, pero era una necesidad.
Convencida de que Ana pensaría que estaba inventando excusas para evitar trabajar, me dirigí al baño junto a la puerta principal. Al finalizar con ese, resignada, fui al que se ubicaba en la habitación.
Antes de entrar, me aseguré de que no hubiera nadie cerca. Con cautela, dejé todo lo necesario sobre el lavabo y observé el entorno con detenimiento. Este baño revelaba una sorpresa inesperada: una ducha rodeada por paneles de cristal, con llaves de agua tanto en el techo como en las paredes, y, en el lado opuesto, una bañera de hidromasaje ovalada. Sin embargo, mi asombro fue efímero.
Percibí movimiento a mis espaldas, y volteé justo a tiempo para ver al hombre cerrar la puerta detrás de él, encerrándonos en su elegante baño.
Ahora vestía un pantalón blanco que parecía suave al tacto, pero solo eso. Mis ojos se clavaron en su torso desnudo mientras se acercaba. Me costó apartar la mirada de la fina línea de vello oscuro que nacía debajo de su ombligo y desaparecía bajo el elástico del pantalón. Sin embargo, cuando logré hacerlo, dos gotas de agua cayeron de su cabello negro y persiguieron un camino peligroso por su cuello.
—Estás en problemas —susurró con ese acento perfecto y una leve curvatura de labios que relacioné con oscura astucia. También hubo una parte desconocida en mi interior que ardió un poco, ¿o sería el recuerdo de su desnudez?
Él podría hacer que me despidieran. ¿Eran esas sus verdaderas intenciones? Por otro lado, ¿en dónde se escondió? Ana tampoco parecía estar al tanto de su presencia todavía, ya que acababa de encender la aspiradora.
—¿Por qué cerraste la puerta? —pregunté, aunque lo hice en español, y al parecer eso lo divirtió.
El baño se hacía más pequeño a medida que pasaba el tiempo, curioso, porque era casi tan grande como la sala del apartamento en el que vivimos con mamá en Ecuador.
—Eres nueva en el hotel.
Gracias a su observación me quedó claro que era un huésped frecuente, y debido a su proximidad, de nuevo noté que olía diferente a las amenidades que solíamos dejar en los baños de cada habitación. Era una fragancia que invitaba a pegar la nariz en su piel, pero me contuve de llevarlo a cabo mirando en otra dirección.
Así descubrí que la ducha hacía posesión de sus propios productos de uso personal, y también comprendí que haberme pedido geles de baño el día pasado fue parte de una actuación. De hecho, tenía muchas de esas amenidades intactas con el logotipo del hotel en una repisa.
—¿Esto es porque soy nueva? —Recordé a la housekeeping que salió llorando de su habitación. Debió hacerlo a propósito, así como el encerrarme junto con él.
Se acarició la barba. Tragué saliva y levantó una ceja con evidente interés.
Puede que no haya esperado una pregunta por parte mía, más aún porque la hice en su propio idioma. Sin embargo, esos ojos causaron un efecto de angustia en vez de aliviarme. Una media sonrisa suya bastaba para empezar un tornado de emociones contradictorias.
—Tienes una pronunciación terrible. —Como Ana insinuó, era endemoniadamente apuesto. Sin embargo, un aura perversa lo envolvía, y no estaba segura de si era producto de algo perturbador—. Pero eres lista.
Su acento y la forma pulcra de pronunciar cada palabra eran fascinantes. Podía entender la mayor parte de lo que decía, porque se lo toma con absoluta calma.
—Habrás notado que no soy de este país —ironicé y su mirada ardió con un nuevo destello.
—Tienes ese encanto, sí. Por eso me gustas.
Tenía entendido que sus palabras, en especial las últimas, en su idioma podían gozar de diferentes significados de cuerdo a de qué manera las pronunciara. Pero en ese momento todo me resultó confuso.
—¿Estás diciendo que nos encerraste en el baño porque te gusto?
Su risa resonó en el aire, profunda, varonil y encantadora. Era evidente que poseía todos los atributos necesarios para ser un seductor consumado.
—¿En algún momento te detuve en contra de tu voluntad? —Lanzó un vistazo a la puerta cerrada a sus espaldas—. Tú, estando aquí, es una sorpresa.
Casi me atraganté. Algo de él se estaba apoderando de mí hasta el punto de asfixiarme.
—Me viste a través de la puerta —anunció.
La imagen de su desnudez seguía tan clara en mi memoria que, aunque ahora lo tenía frente a mí, con sus pantalones puestos, no dejaba nada a la imaginación.
—Me estabas espiando —reafirmó y abrí la boca con incredulidad—. Si no quieres que te despidan, tendrás que ofrecerme un servicio especial. Personal —corrigió en voz baja, como si apenas se hubiera dado cuenta de lo mal que sonó, aunque tampoco era muy diferente, ¿o fui yo quien malentendió todo?
—¿Por qué yo? —cuestioné con irritación.
—Nada en especial.
—Qué imbécil —murmuré en español. De repente, sentí sus dedos ejercer una ligera presión en mi quijada, elevando mi rostro hasta que nuestros ojos se encontraron. Permanecí paralizada ante la confianza que se tomó y la intensa sensación que experimenté con tan solo ese insignificante roce.
—Esos ojos, mirándome con desprecio desde el primer instante... —Pareció intrigado, más aún cuando su inspección se detuvo en mi boca—. Será entretenido domarlos.
—¿Bromeas? —Alejé mi mentón de su mano.
—¿Samantha? —preguntó Ana desde el otro lado de la puerta, golpeando la madera con suavidad.
—Tú dime, ¿parece que lo hago? —De pronto lo tuve a él, con su cálido aliento susurrándome al oído—: Será mejor que decidas pronto, soy impaciente.
¿Estaba tratando de manipularme? Mi estómago se enredó en un nudo debido a su cercanía.
Me encontraba atrapada en un dilema, incapaz de encontrar las palabras para pedirle que se alejara. Sabía que arriesgaría mi trabajo si lo hacía, pero también era consciente de que no podía permitir que alguien volviera a aprovecharse de mí. Entonces, ¿qué debía hacer?
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Intentó darme un golpe, pero algo en mí se activó. Frené su mano en pleno vuelo, una mezcla de sorpresa y electricidad recorriendo al instante. Nuestras miradas chispearon en el intento de descifrarse mutuamente.
Estaba convencido de que accedería, pero no dejó de mirarme con ese rechazo que solo avivaba mi deseo por volverme más insistente.
Nadie me había contemplado con auténtico desprecio en lugar de temor o deseo, y aquello, por primera vez, me enfureció en lugar de aliviarme. Creí que al encontrar una sola persona en el planeta que no tuviera miedo de mí, sería un milagro, pero aquí estaba ella, cambiando mi perspectiva por completo.
Era una empleada, me convencí. Una que parecía delicada, para nada acorde con su innegable audacia.
Pero también me preocupó su evidente inexperiencia. Era joven, tendría veinte y tantos años. De todas formas, cualquier mujer de su edad ya habría pillado la indirecta y cedido a lo que yo estaba buscando. Pero ella no comprendió mi juego y más bien lo tomó como un insulto.
Retiró su mano de la mía, y me sentí igual que un tonto por echar en falta su contacto.
—¿Te piensas que por ser un huésped con honores accederé a tu solicitud? —Sus labios temblaban cada vez que pronunciaba un idioma ajeno al suyo, pero a pesar de ser tan torpes, se guardaban mi atención.
Su semblante se suavizó y sonrió. Su boca definitivamente era un espécimen extraño de esta manera, pues así, logró capturarme durante varios segundos.
—Es evidente que sabes jugar, me tienes acorralada. Pero también sé que en este país se toman muy en serio las palabras "Acoso Laboral" —advirtió, y no pude evitar soltar una carcajada que provocó una mueca de confusión en su rostro.
¿Estaba hablando en serio?
—Estoy lista para empezar a gritar —sentenció, y su sonrisa parecía indicar que había ganado. Yo tenía el poder para hacer que no fuera así. Por primera vez pensé en ello, pero, por suerte, desistí y solo dije lo que llegó a mi cabeza sin remedio:
—Aunque te escuchen, nadie se atreverá a entrar. —Tampoco estaba mintiendo.
En un descuido de mi parte, logró apartarse y avanzó hacia la puerta.
—Me desagradan a los tipos como tú —manifestó su enojo antes de abrir y salir.
Algo ardía en mi interior y fue capaz de encender mi lado obstinado, mientras contemplaba su apretado trasero alejarse de mí.
Por primera vez después de tantos años, tuve un deseo personal que ardió con fuerza.
Quería hacerla ceder.
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