00.
I'm scared
It feels like you don't care
Enlighten me, my dear
Why am I still here, oh
I don't mean to be complacent
With the decision you made, but why?
Megumi ganaba el primer puesto si es que se trataba de una competencia de la mirada más melancólica. Quizás estaba enfermo, o simplemente era un niño muy triste, con un pensamiento indeciso y poco claro.
No, él no era ese típico niño que enamoraba a las maestras con simplemente una mirada. No, Megumi era un niño que no le prestaba atención a absolutamente nada que no sea aquél cuaderno que siempre llevaba consigo.
Nunca supe a dónde se había ido, pero lo último que recuerdo eran los fuertes sollozos por parte de su progenitora, quien caía de rodillas en el despacho del director. Recuerdo cómo su padre observaba el techo, mientras sus lágrimas recorrían sus blancas mejillas. Mi sensación en el pecho al enterarme, era totalmente genuina. Y poco después, los noticieros, repletos de sus fotos, con su característica expresión sombría. Siempre creí que ocultaba algo, e incluso ahora, sigo creyéndolo.
Nunca había hablado con él, simplemente era una sombra en los últimos asientos con un cuaderno viejo donde se la pasaba dibujando todas las horas de la escuela. Desde pequeña me llamaba la atención este último detalle. De hecho, quizás por eso le prestaba tanta atención.
O mejor dicho, quizás por eso estaba tan enamorada de él.
Me dijeron que la noticia me había impactado tanto que tenía problemas de memoria. No entendía por qué, pero me había afectado demasiado. A un punto de volverme una persona extremadamente asocial, sin poder salir de mi casa.
Las clases las hacía virtuales, no hablaba con nadie y no me interesaba hacerlo.
— Nori.
Levanté la mirada para observar a mi madre. Una mujer hermosa con el cabello azabache, largo y liso, de cuarenta años. Era una gran mujer, a veces muy terca y graciosa. Otras muy sensible.
— ¿Te sientes bien, cariño? —Cuestionó, con una nota de preocupación. Asentí, moviendo la comida de mi plato, para luego beber la gaseosa de mi vaso.— ¿Qué tal las tareas?
— Bien. —Respondí, acariciando mi rostro con mis manos, intentando quitarme los pensamientos compulsivos que siempre tenía.
— Aiko vendrá esta noche a cenar. —Anunció con emoción. Rodé los ojos de mala gana, y acomodé mi cabello rojizo por detrás de mis orejas.
Sonreí para complacer, y me levanté de mi silla, con intención de escapar de esa conversación.
— No terminaste la comida. —Me miró con aquellos ojos que siempre lograban hacerme sentir mal.
— No tengo hambre. —Sonreí una vez más, mordiendo mi mejilla para controlar mi compasión y comencé a subir las escaleras rumbo a mi cuarto. Al llegar, me recosté en la cama, para luego tomar los cigarrillos de mi mesa de luz. Llevé uno a mis labios, que en ese momento estaban tintados de un rojo pasión. Lo encendí, sintiendo el sabor amargo que tenía.
Tomé mi teléfono, entrando en la app de música. Puse una playlist aleatoria y volví a recostarme.
Este era mi ritual. Me recostaba y fumaba mientras escuchaba canciones depresivas que me hacían cuestionarme mi existencia.
Aiko era una buena persona. Era mi compañera de la escuela, hasta que dejé de ir. Era la única persona que me hablaba y me acompañaba en los recesos. Le enseñé a fumar, y fuimos a miles de fiestas juntas.
Pero no estaba lista para verla de nuevo.
Dí otra calada, y suspiré, cubriendo mis ojos, como si eso hiciera que desaparezcan los problemas.
La canción resonaba en la habitación, de forma baja, pero aún así se escuchaba. Tenía ganas de llorar. Y no entendía el por qué.
Me senté, apagué el cigarrillo, y suspiré una vez más. Me acerqué al espejo y observé detenidamente. Pasé una mano por mis labios, corriendo el labial, haciendo que se vea desprolijo. Mi cabello no era liso, lo contrario, tenía rulos, y estaban sujetados en una coleta mal hecha. Tenía unas pequeñas pecas que rodeaban mi nariz y pómulos. Unos ojos verdes que resaltaban todo y una tez blanca que era imposible cambiar. Y eso que lo había intentado. Era pálida, parecía como si hubiese visto un horrible fantasma. Y quizás por eso me gustaba tanto Megumi.
Megumi era lo contrario. Tenía el cabello negro, alocado y bastante largo. Una tez tan pálida como la nieve. Sus ojos verdes se parecían a los míos, pero los suyos eran más lindos. Tenía aquella expresión que te producía tanta curiosidad. Pero más aún, cuando este la cambiaba.
Quizás mi imaginación volaba demasiado, pero recuerdo las veces donde...bueno, no estaba bien en mis casillas, e imaginaba situaciones imposibles.
Como aquella vez, donde Megumi estaba sudando, rojo hasta las orejas, mordiendo su labio inferior, tirando su cabeza hacia atrás, mientras yo subía y bajaba en su regazo, con la ayuda de sus dos grandes manos.
Pero claro, eso nunca pasó.
Ni va a pasar.
Sí, soy una chica bastante hormonal, lo más probable es que la soledad me haya convertido en esto. Y su atractiva apariencia, claro.
No entendía cómo podía gustarme un chico tan atractivo y misterioso. Nunca habíamos hablado. En la vida. Quizás solamente le pedí prestado un lápiz y eso fue todo.
Lo acechaba todo el horario escolar, y para mi mala suerte, toda la tarde en el vecindario. Porque, Megumi fushiguro, era mi vecino.
Vivíamos al lado, y nunca lo había visto salir de esa casa, que no sea para tomarse el autobús para ir a la escuela.
Habían pasado unos largos meses, desde el día que Megumi se había esfumado del mundo. De todos. De mí.
Hace seis meses
— Norihime.
Me volteé a mirarla, quien se encontraba sentada en el césped al lado mío.
— Aiko. —Respondí.
— Otra vez mirando a Fushiguro. —Sonrió, maliciosa. — ¿Por qué no vas y le hablas de una vez?
— ¿Acaso quieres que muera? —Bromeé. Rió, acurrucando su nariz.
— No seas dramática. —Rodó los ojos, con gracia. Miramos a Megumi al mismo tiempo. Este se encontraba sentado bajo un árbol, fumando cigarrillos de menta, mirando el cielo. — Te entiendo, es guapo, ¡Pero no es el fin del mundo!
Reí.
Estaba claro que Aiko no lo entendía. Es el mismísimo Megumi Fushiguro. Quien roba mis suspiros y pensamientos todos los días a toda hora.
— Claro, de acuerdo. —Afirmé, sin querer llevarle la contra. Seguí observando a Megumi. Suspiré al sentir su relajación. Se veía tan calmado y hermoso. Parecía un ángel.— Es más que guapo. Es hermoso. No entiendo cómo una persona puede tener el rostro tan perfectamente formado. Su mandíbula parece diseñada por un arquitecto que lleva cien años trabajando. Incluso mil. Su cuerpo es creado por los dioses. Apuesto a que su piel huele tan delicioso que si lo sientes, mueres al instante.
Aiko me miró, con curiosidad.
— Dime por favor que no lo dije en voz alta. —Suspiré, cerrando un ojo para mirarla y calmar mi vergüenza. Aiko rió con fuerza, negando.
— Apuesto a que él lo escuchó.
Negué con la cabeza, riéndome. Volteé a mirarlo nuevamente, percatandome que se había ido. Miré bruscamente a mis lados, buscándolo.
Por favor, Dios, que no haya escuchado nada.
Hasta que lo encontré.
— Norihime.
Me congelé en mi lugar.
Su voz, por Dios, esa voz la reconocería a kilómetros. Era tan suave y delicada, y al mismo tiempo, brusca y desubicada.
Me había imaginado tantas cosas con simplemente escuchar aquella voz que tanto deseaba escuchar suspirar.
— F-Fushiguro. —Respondí al voltearme, para mirarlo fijamente. Él estaba parado enfrente mío, observando de arriba, con el ceño fruncido, haciéndome sonrojar.
Se veía de una forma tan jodidamente atractiva, que juraba poder gemir con solo mirarlo.
Mojó sus labios con la lengua, que para mí fue un desequilibrio mental muy fuerte. Jadeé, embobada.
— ¿N-necesitas al-lgo? —Tragué saliva. Él seguía observando, como si estuviera analizando. Bajé la mirada, avergonzada. No tenía la capacidad mental para seguir mirándolo.
Se puso de cuclillas, haciendo que eleve la mirada una vez más. Sus ojos verdes me miraron fijamente, como si no entendiera algo. Sonrió de lado, satisfecho. Apreté mis piernas, inconsciente.
— Tienes pasta dental en la camisa.
Y con eso, se levantó y caminó hacia quién sabe dónde. Mis mejillas ardían, mis piernas temblaban y no podía respirar bien de la vergüenza que sentía. Y efectivamente, al mirar abajo, me dí cuenta que tenía una mancha azul de pasta dental. Me cubrí el rostro, completamente ruborizada.
— No puedo creerlo. ¡Le gustas! —Gritó Aiko, haciendo que me tirara encima para cubrirle la boca.
— ¡No! ¡Va a escucharte! —Quería morir de la vergüenza. Levanté la mirada, para quedarme viendo cómo Megumi desaparecía de mi vista, caminando con una mano escondida en el bolsillo de su pantalón, y con la otra fumando un cigarrillo. Suspiré, sonrojandome de nuevo.
Eres tan precioso, Megumi Fushiguro.
Hoy
Megumi Fushiguro era un chico misterioso, apostaba que mentía todos los días de su vida, pero no entendí el por qué. Ni cuáles eran sus razones. ¿Tan mal la pasaba?
¿Por qué desapareció?
Megumi.
Aún me recuerdas, ¿Verdad?
Soy Norihime.
La chica que siempre te tuvo en su cabeza, repitiéndose como un disco rayado. La chica que siempre tuvo esperanza en que vuelvas.
— Megumi, ¿Me recuerdas, cierto?
•••
HOLA, espero que hayan disfrutado este prólogo de la nueva historia que estaré escribiendo estos días. Prometo actualizar seguido y escribir como a ustedes les guste.
Nos vemos. <3
-megumiwife
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