Capítulo Uno: ¿Dónde estoy?


Abre sus ojos lentamente, sintiéndose atontado y débil, respirando fuertemente mientras siente sus labios secos, cubiertos de una sensación viscosa y pegajosa.

Entonces pronto se da cuenta que tiene una cinta en su boca y sus brazos junto sus piernas están amarrados con un mecate fuerte que lo mantienen prácticamente inmóvil en una silla de madera.

Abre los ojos en grande y mira a su alrededor, es un cuarto blanco, puede adivinar su color a duras penas gracias a que la luz es escasa, sólo tiene un foco a punto de fundirse en medio del techo. Las sombras que se generan en las esquinas le dan miedo y los pasos que se escuchan de fuera aún más.

No sabe dónde está ni qué está haciendo ahí, pero sólo quiere irse a casa lo más rápido posible.

— Jimin, te dicho miles de veces que no puedes salir de noche, ¿sabes cuántas personas me detestan? — dice el señor Park con voz fuerte y autoritaria, sobando su sien totalmente estresado mientras se sienta en la silla de la oficina que tiene en su casa.

El rubio se mantiene de pie, confrontándolo — Yo no tengo la culpa de tus malos negocios.

— Yo sé que no, hijo. Pero esos mafiosos se van a desquitar contigo en vez de conmigo. — se quita sus lentes y lo mira con enojo — Así que no irás a ese bar.

— ¡No puedes mantenerme encerrado toda mi vida! ¡Es injusto!

— ¡Si es lo que debo de hacer para mantenerte a salvo, lo haré! — golpea el escritorio furioso — Estoy harto de tus berrinches, ¡vete a tu cuarto y ni pienses que saldrás de ahí!

Jimin no le dice nada, sólo se da la vuelta para salir y cierra la puerta con fuerza.

El hombre se vuelve a sentar y aplana el pequeño botón del teléfono que tiene en una esquina para darle órdenes a sus guardaespaldas — Vigilen cada esquina y estén atentos a mi hijo, asegúrense de que no salga esta noche.

El rubio mientras se mantiene en su habitación pensando en que no sabía cómo, pero iba a ir a ese bar sí o sí.

Marca rápidamente un número en su celular — Sungwoon, recógeme en la parada de autobuses cerca de mi casa, te veo en diez.

Se cambia de ropa lo más rápido que puede y arregla sus rubios cabellos, pegando su oreja a la puerta. A esa hora su padre se encontraba muy ocupado con llenar papeles que no saldría de su oficina en al menos dos horas.

Así que sale de su habitación, agradeciendo que las luces del lugar ya están apagadas, pudiendo pasar más desapercibido en la oscuridad total. Camina muy lento para no hacer ruido alguno, estando a punto de llegar a la puerta trasera pero ve a dos guardaespaldas con sus pistolas mirando atentamente el perímetro.

Se esconde detrás de una pared, no podía pasar porque tenían una lámpara de piso a su lado que alumbraba al menos dos metros. Toca sus bolsillos y siente el llavero de metal que su mejor amigo le regaló, quitándolo de sus llaves.

Inhala y exhala varias veces, tratando de calmarse porque no sabe si funcionará, hasta que al fin lanza el llavero con fuerza contra un estante de madera que está a unos tres metros de él, haciendo ruido y provocando que los vigilantes se acerquen rápidamente a inspeccionar.

Es cuando Jimin aprovecha y abre la puerta rápidamente, saliendo a su patio y abriendo el portón trasero con sus manos temblándole, corriendo lo más rápido que podía hasta la parada de autobuses que estaba a unos dos minutos si iba corriendo.

Esbozó una sonrisa cuando vio el carro deportivo de su amigo, sintiendo una euforia en su pecho y nerviosismo, subiéndose al coche sin dudarlo.

— No me digas Jimin, ¿te volviste a escapar? — lo voltea a ver con diversión.

— ¿Tú qué crees?

El castaño niega lentamente con una sonrisa de lado — Un día de estos tú padre simplemente va a mandarte a un búnker y no te va a dejar salir hasta dentro de veinte años que ya todos se hayan olvidado de ti.

Jimin voltea los ojos, sonriendo — Ya, hay que irnos al bar que la fiesta de Heejon no se celebra sola.

El motor del coche ruge con fuerza y se van a toda velocidad, en dirección al dichoso bar que tanto había deseado ir.

Siente una corazonada en su pecho, pero decide dejarla ir. Tal vez son sus nervios del regaño que su padre le dará en la mañana.

La música resuena fuerte y las luces neones iluminan el lugar, algunas fijas y otras parpadeando, haciendo que Jimin se sienta más borracho de lo que ya está, no sabe qué horas son ni con quién se encuentra bailando, pero se estaba divirtiendo como nunca lo había hecho.

Sale de la pista y se acerca a la barra, pidiendo unas cinco bebidas más, sintiendo una fuerte mirada sobre él, lo que lo hace voltear inmediatamente hacia arriba.

Ve a un tipo sentado en una de las mesas VIP con unos cuantos más, fumando y riendo pero él es el único que no lo hace, parece estar analizándolo con su mirada que siente que le atraviesa el alma, su piel ligeramente caramelizada brillaba sobre las luces neones del bar y un traje negro vestía junto con unos costosos collares de diamante de Cartier.

Ambos conectan miradas por varios segundos, pero Jimin no soporta su mirada tan fría y malévola que se gira inmediatamente. Toma sus cinco bebidas de golpe y regresa a la pista, como si nada.

— ¿Ese es el hijo de Park Joseon? — pregunta con su grave voz, dando una calada a su cigarro mientras ve al rubio bailar en la pista con ánimo.

— Sí, jefe.

— ¿Cómo se llama?

— Se llama Park Jimin, tiene veintidós.

Esboza una sonrisa, acariciando sus labios con su pulgar mientras el humo del cigarro sale sin parar — Quiero que me lo lleves a casa esta noche.

— Pero señor, seguramente trae guardaespaldas, no es hijo de cualquier empresario.

Apaga su cigarro en la mano de su trabajador, escuchando su grito y aprieta su mandíbula, furioso — No te he preguntado si trae seguridad o no, quiero que me lo traigas. Y lo vas a hacer. — y finalmente da su último trago a su vaso de whiskey, saliendo del bar junto con cinco de sus hombres detrás de él.

Jimin lo mira salir, quedándose quieto unos segundos pero luego vuelve a sí y sigue bailando como si no hubiera un mañana con cualquiera que estuviera ahí en la pista.

Pasaron las horas y sale del bar, dándose cuenta que seguía de noche pero ya debería de estar a punto de amanecer. No encuentra a Sungwoon y ya quiere irse a ahí, no quiere llegar a su casa pero tampoco quería estar en ese lugar ya.

Mira a lo lejos a un hombre completamente vestido de negro, su vista es borrosa por el alcohol, tambaleándose a punto de caerse pero otro hombre lo agarra de la cintura, y en un abrir y cerrar de ojos ya tiene a cinco hombres rodeándolo.

— Park Jimin, ¿es usted?

Frunce el ceño, ¿acaso su padre había mandado a sus guardaespaldas? Pero no podían ser, ellos ya lo conocían muy bien, a lo que responde a duras penas — S-Sí.

El tipo frente a él hace un movimiento con su cabeza y pronto dos lo agarran de sus extremidades, gritando mientras veía como trataban de meterlo a la camioneta negra frente a él, pero se oponía lo más que podía. Hasta que siente un golpe fuerte en su cabeza, lo que hace que deje de moverse y fácilmente puedan meterlo a los asientos.

Lo acuestan en los asientos y escucha cómo cierran las puertas y gritan desesperados, diciendo que ya debían de irse, mientras sus ojos se cierran poco a poco. Intenta mantenerse despierto, pero no puede aunque tiene miedo, hasta que finalmente todo es oscuridad.

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