Capítulo dos
Narra Kaden
Caminé en el centro de la oficina, los cuchicheos iniciaron desde que crucé la puerta. Era lo más estúpido, ya que no era la primera vez que me veían, todos los malditos días se repetía esto. Ya ni siquiera me afectaba que rodaban los ojos o hacían muecas con asco.
Pero, estaba cansado. Parecía que yo era la novedad todos los días. Desplegué las alas oscuras, curvando los labios en una media sonrisa cuando el resto de los ángeles con las suyas perfectamente blancas se miraban entre sí, horrorizados.
A veces no comprendía sus sentimientos hacía mí ¿Era miedo o repulsión? Tal vez una mezcla de ambas.
—Hola Kaden —titubeó una voz que intentaba caminar a un lado de mí.
Mis zancadas eran largas por las piernas, pero tampoco me interesaba esperarlo o regular mi caminar.
—¿Qué es lo que quieres? —pregunté sin prestar atención a quién estaba a mi lado.
Tampoco me esforzaba por reconocer al ángel.
—Aquí tengo un archivo, intenté enviártelo, pero me lo rechazó, así que tuve que venir. —Tragó en seco.
Me detengo enfrente de la puerta de mi oficina, todos los ángeles tenían la propia, aunque nunca estaban ahí. Se la pasaban bebiendo vino y criticándome. Eran unos imbéciles.
El ángel con cabello largo y negro chocó contra mi pecho, retrocedió. Gracias a su estatura baja, tuve que agachar la mirada. Con la mano en la espalda giré el pomo, empujando la puerta con el pie y poniendo una distancia entre nosotros.
Odiaba con todo mi ser el contacto físico, me parecía repugnante.
Por lo que inflé las fosas nasales, siendo atemorizante, noté como la manzana de su garganta se movió, tragando otra vez. Extendí la mano. Sus ojos verdes me observaron con confusión, por lo que señalé con los míos sus documentos.
Lo entendió, y con sus manos temblorosas, lo dejó rápido. Infló sus pulmones, seguramente para decir algo por cortesía, pero no estaba interesado, así que le cerré la puerta en su rostro.
Caminé hacia el escritorio, una rutina absurda. Se suponía que me daban a una persona y debía cuidarle. Aunque, en realidad, nadie cumplía con sus tareas básicas. De vez en cuando iban a darle una vuelta, y regresaban, alardeando que era el mejor ángel guardián del mundo.
El problema: A mí jamás me daban uno.
Así que cuando abrí la carpeta amarilla no me sorprendí al ver una hoja en blanco. Por lo que lo boté en el bote de basura que estaba a un lado.
Mi única tarea en el universo era existir.
Siempre me pregunté por qué era tan diferente al resto de los ángeles; sin contar mis alas negras, tenía el ojo izquierdo rojo y el otro oscuro. Además, mi piel era manchada, no tenía suficiente pigmentación en el centro de la frente y otra en la mejilla derecha. Pero, no era solo eso lo que tenía manchas, sino que en el pelo rizado había un mechón como entre blanco y gris junto con una de las cejas.
¡Estúpidas imperfecciones! Si no las tuviera, ¿todo sería más sencillo?
Me siento un poco frustrado, por lo que abrí el cajón del escritorio y saqué una cajetilla de cigarros que me robé de algún humano ayer. Los adoraba, me relajaba y siempre los tomaba cuando ellos se descuidaban.
Si algún humano fumaba y se le perdía su cajetilla de cigarro, seguramente yo lo habré tomado.
Todavía recordaba cómo es que encontré está adicción, fue recién al integrarme a esta espantosa oficina, vagaba en el mundo de los mortales, tratando que el resto de los ángeles no me miraran.
Un día, seguí a un adolescente que lucía hastiado, no estaba seguro de por qué lo hice. Tal vez fue por que me sentía identificado, parecía que se le complicaba pertenecer a un grupo social y su refugio fue el cigarro.
No lo entendía del todo, aunque después de como dos semanas, me di cuenta de que aquel tubo envuelto de papel era tóxico para un adolescente de su edad, tenía dieciséis años, por lo que se los robé. Era hilarante ver cómo creía que sus padres lo descubrieron, pero al no recibir ningún regaño, no hizo nada.
Yo continué con mis asaltos por años, no le permití fumar hasta que tenía veintitrés. Pensó por un segundo que había fantasmas solo en su habitación, ya que les preguntaba a sus progenitores si faltaban cosas y ellos lo negaban.
Hasta una vez bendijo su habitación con agua, pidiendo en el nombre del señor que expulsara cualquier entidad maligna que estuviera por ahí.
—Jodéte, maldito fantasma fumador —me apodó— ¡Deja de robarte mis putos cigarros!
Al menos era consciente o creía que se estaba volviendo loco.
Cuando tuve varias cajetillas de cigarros, decidí probarlo y me gustó. Podía entender porqué los humanos adoraban matarse con esto. Pero, para mi fortuna, a mí no me afectaba en lo mínimo.
Me estremecí cuando unos nudillos tocaron la puerta, trayéndome al presente. Al menos aquel chico me divertía. Entrecerré los ojos, intentando reconocer la silueta que se marcaba. Nunca me interesé por aprenderme el nombre del resto de los ángeles, para ellos yo era "no debería de estar aquí" o "rarito".
Así que, ¿por qué yo iba a tener la molestia de aprenderme sus nombres?
Opté por darle otra calada al cigarro, se hartaría y me dejaría solo. No estaba de ánimo para ver a nadie.
Vuelven a tocar por segunda vez, así que empujo hacia atrás la silla con las ruedas hasta tener el suficiente espacio para subir los pies al escritorio.
—Pasa —ordené, entre más rápido veía lo que necesitaba, se iría.
La puerta se abrió, el mismo ángel que hace un momento me dio la carpeta estaba enfrente de mí. Moví el mentón, permitiendo que entre. Era muy ansioso, me parecía que era el único que me tenía miedo. Tal vez por eso siempre lo mandaban, porque si no pelearía.
El resto se creían superiores a mí.
—Kaden —tartamudeó.
No pronuncié una palabra, ya me saludó ¿por qué fingir cortesía?
—El arcángel Mike quiere que vayas a su oficina. Lo más pronto posible. —Jugó con sus manos, sin sostenerme la mirada.
Sacudí el cigarrillo para que la ceniza cayera en el bote de basura.
—Está bien, iré en un momento.
El ángel no esperó ni un segundo más para girar sobre sus propios talones, marchándose del lugar, cerrando la puerta.
¿Para qué me quería el arcángel? Siempre que pedía hablar conmigo, eran tontas conversaciones de "motivación" para que pudiera integrarme al resto de los ángeles.
Ni quién los quisiera, no me vayan a contagiar de su idiotez. Le di una última calada al cigarro antes de tirar la colilla. Solté el humo de los pulmones, era excelente para hacer aros en el aire.
Decidí que, si iba a tolerar las palabras de Mike, necesitaba estar fumando, por lo que guardé la caja en mi pantalón blanco y encendí el segundo. Salí de mi oficina, caminando por el largo pasillo.
Todas las miradas estaban puestas en mí, rodé los ojos con irritación, dando otra calada. Los ángeles chillaron con sorpresa, como incrédulos a lo que hacía.
Si eran ridículos.
Escuché un eco, como si se estuvieran acercando a mí, escuchándome. Así era como siempre me hacían sentir.
Un ángel se interpuso en mi camino, sus grandes alas blancas se desplegaron. Arqueó una de sus cejas rubias y sus ojos verdes me escudriñaron. Infló su pecho, en un absurdo intento de intimidarme.
—Muévete. —Rechiné los dientes, pero con tranquilidad.
—Aquí no se fuma —recalcó, avanzando un paso hacia a mí.
Pude sentir su aliento mezclarse con el mío y nuestros pechos estaban a punto de tocarse, pero me rehusaba dar un paso hacia atrás, demostraría vulnerabilidad.
Algo que yo no podía demostrar.
Y menos con toda esta bola de pretenciosos.
—¿Quieres ver? —mofé. Soplando el humo en su rostro.
El rubio apretó los ojos, fúrico. Su piel de porcelana se estaba tornando blanco, creí que hasta vi llamas de ira en sus pupilas, por lo que me causó más gracia. Así que moví los hombros.
Todos los murmullos de la habitación se detuvieron, prestando atención a nuestra rivalidad.
—¿Te estás burlando de mí? —preguntó, irritado.
Sentía que, si lo pinchaba, estallaría.
—¿Yo? —alargué la palabra con evidente sarcasmo—. Yo sería incapaz de burlarme de ti.
Le di una diminuta calada a mi cigarrillo y volví a soplar el humo en su rostro. Curvé los labios con arrogancia, como si hubiera ganado. Sin embargo, sólo indignó más a mi oponente, que se movió hacia delante, empujándome con el pecho, pero permanecí recto.
—Ahora sí —bramó, impulsando su gancho izquierdo a mi quijada.
Pero, se movía muy lento, por lo que pude poner mi brazo como barrera mientras que con el otro le regresaba el mismo golpe que él me quería dar. Lo tomé desprevenido, ya que lo derribé. Él se sentó con las piernas a un lado y me miraba hacia arriba con desprecio. Su respiración era irregular, su piel estaba completamente roja.
Apostaba a que, si iba a pedir trabajo en el infierno, se lo darían.
Ante la imagen en mi mente, no lo pude evitar y sonrió, victorioso. Creí que eso lo hizo rabiar más, ya que se impulsó hacia adelante, con ayuda de sus alas, intentando golpearme una segunda vez.
Solo esquivé su puño derecho. Mi ventaja era que lograba visualizar sus movimientos y la ira lo cegaba, por lo que no podía tomar decisiones correctas. Ante cada fallo, él gritaba.
—¡Dale, White! —exclamó alguien del público.
Ah, con que el idiota se llama White.
Ni siquiera me acordaba de ellos, desaparecieron en mi mente.
Una pierna se puso detrás de mi tobillo, por lo que me caí al retroceder. Par de mierdas, ni siquiera eran capaces de tener una pelea justa. White se subió arriba de mí, sujetándome por la camisa blanca con una mano mientras que con la otra la estrelló en mi rostro.
Si me sale un moretón, tan solo uso, lo voy a torturar.
—¿Es que no fuiste capaz de tirarme tú solo que los otros te tuvieron que ayudar? —desafié, burlón.
White detuvo su puño en el aire, justo porque le dí en su orgullo.
—¡Yo puedo tirarte sin ayuda de nadie! —rugió.
Voló hacia atrás, dándome la oportunidad de ponerme en dos pies. Observó amenazante a sus compañeros.
—¡Este es mío, si alguien lo toca...! —advirtió sin dejar de verlos.
Quien se enoja, pierde.
Y yo estaba tranquilo.
—¡Aquí nadie va a tocar a nadie! —interrumpió Mike, volando hacia nosotros.
Sus alas eran mucho más grandes que un ángel promedio, podrían hasta triplicarlo. Además, usaba una aureola brillante encima de su cabeza.
Ningún ángel lo tenía.
Mike intercambió una mirada entre White y yo, me barrió a mí. Deduciendo que yo ocasioné el problema, para lo que me importaba. Lo único que me molestaba era que mi cigarro estaba en el suelo ¡La mitad estaba perfecto!
Maldito White, ojalá y se le vaya a torcer el ala.
O las dos.
—No puede ser, Kaden —me reprendió—. Solo te pedí que vinieras a mi oficina y estás peleando.
—Como sea —repliqué, irritado.
Yo siempre era el malo, ni para que me desgastaba en decir palabras que no serían escuchadas.
Pise el cigarro antes de dirigirme a la oficina de Mike. No lo esperé, ya que se quedó atrás. Seguramente les estaba diciendo que no debían de pelear y que, si yo hacía algo que los irritaba, tenían de comunicárselo.
Entré a la oficina de Mike, la puerta estaba entreabierta, supongo que escuchó el desorden y fue corriendo. Que estrés con estos seres.
Saqué otro cigarro, era lo mínimo que merecía por el golpe en el ojo. Transcurrieron como medio segundo antes de oír el portazo. Ni siquiera me giré para verlo. Caminó hacia mí hasta llegar detrás del asiento, tiró de mi vicio.
—¿En serio te peleaste por un cigarro? —rezongó él, caminando lentamente al otro extremo del escritorio.
—¿Y por qué no me lo das? —Me incliné hacia delante, recargando los codos en las rodillas.
—Esto es basura, te puede matar —argumentó, echándolo al cesto.
Reí sin humor.
—Déjame acordarte que somos inmortales, uno o trescientos cigarros no me pueden matar. —Guiñé el ojo.
Amaba irritarlos a todos, él dejó caer sus hombros hacia delante.
—Kaden, por favor ya no te peles con White, te mete en problemas...
—¿Y cuál es la penitencia? —resoplé sin relevancia, rodando los ojos, metiendo la mano en el bolsillo del pantalón.
—Ni se te ocurra sacar otro cigarro, en este espacio no son bienvenidos.
Me eché en el asiento, esperando por algo más ¿Por qué les encantaba darle vueltas al asunto?
—Pedí que vinieras, porque tengo un asunto importante que decirte —sintetizó, con una sonrisa llena de orgullo.
—¿Y por qué no me lo dices de una vez en lugar de decirme que tienes algo muy importante que decir?
Al final de la pregunta, imité su voz. Era un poco aguda y fastidiosa.
—Tengo una tarea para ti.
—Y sigues dándole vueltas al asunto —corté en seco, harto de él.
Harto de ser un ángel, en general.
Por lo que me levanté del asiento, dispuesto a marcharme, porque sabía que no me iba a decir nada más.
—Eres muy impaciente, Kaden —regañó—. Pero una humana será para ti.
Arrugué el entrecejo, con evidente confusión.
Nunca me dieron un humano.
—Serás un ángel guardián o algo así.
Ahí estaba la trampa, entrecerré los ojos, con cautela, esperaba a que él me dijera algo concreto antes de hacerlo yo.
—Pero, debes hacer que despierte del coma.
¡Lo sabía! Mike era una mierda.
—Y así finalmente serás un guardián y no solo un ángel, te tendrán respeto y dejarán de molestarte.
—Pero...
—No hay tiempo de explicaciones, solo que se llama Nikia y vive en Nueva Orleans.
—Mike...
—Te podría haber explicado mejor la situación, pero preferiste pelear con White —castigó, eso es lo que hacía por mis actitudes.
Me levanté del asiento a reclamarle, pero él chasqueó los dedos antes de que pudiera abrir la boca. Sentí un ajetreo que me obligó a cerrar los ojos y cuando los abrí, el ruido de carros me inundó los oídos. Estaba en medio de la calle y era invisible ante los mortales, por lo que podían atravesarme sin lastimarme, aunque me aturdía un poco.
Me encontraba en el planeta tierra con una misión: despertar a Nikia de un coma.
Pero ¿Quién carajo era ella?
n/a*
holaaaaaaa luuvs, como andan?
¿les gustaria la idea? ¿opinion? ¿sugerencia? yo los leo todo
recuerden que me pueden seguir en redes, por si watt no les avisa que actualice,, yo lo hago
aqui los dejo
con amor, hope n.n
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