1. Averiado

 —Bueno, eso sería todo por ahora... Espero que pases pronto por tus cosas.

—Iré lo más pronto que pueda.

Suspiré con pesar, ganándome algunas miradas curiosas de las personas a mi alrededor. Para mi sorpresa, un hombre de casi treinta años con cara larga a las 7 de la mañana en un tren era lo suficiente raro para que las personas a mi alrededor me vieran como si fuera el espectáculo más grande del mundo.

—... Como quieras, solo avísame cuando será. No me gustaría encontrarme contigo, no por ahora al menos.

Y yo muero por verte de nuevo.

—Procuraré hacerlo.

Simplemente, colgó y me dejo con el celular en mi mano por varios segundos, viendo al vacío sin saber qué hacer. Algunas chicas con uniforme escolar me veían boquiabiertas.

—Le colgó...—Susurraron entre ellas.

En cuanto giré a verlas, ellas soltaron risitas y se alejaron como pudieron.

Definitivamente, era un gran lunes.

Cuando llegué a su parada, salí disparado del vagón en busca de aire fresco. No era que no estuviera acostumbrado a ser aplastado y sentir aliento en su cuello en el tren, pero ahora necesitaba tranquilizarme. Subí las gradas tan rápido como pude y solté todo el aire acumulado.

—Oh, buenos días, doctor Vega.

Sobresaltado, vi a una señora de edad avanzada a su lado, con una bolsa llena de pan, sonriéndole sin preocupaciones.

Tuve que olvidar mis problemas y poner mi sonrisa de negocios, esa que gritaba "confianza"... Aunque en ese momento quisiera arrastrarme por el suelo.

Después de todo, era Mauricio Vega. Un abogado conocido por sus casos de divorcios.

En ese instante, sonaba casi como un chiste personal.

—Buenas, señora Téllez. ¿Cómo se encuentra su hijo?

—Bueno... podría estar mejor. Ya sabe, la manutención es alta y su sueldo...

Ahí estaba. Esa sonrisa que tanto conocía. Expresaba cientos de cosas que ella no diría frente a mí. Lo más seguro es que se quejara con su hijo en casa, incluso con sus amigas.

Estaba totalmente acostumbrado a esa maldita sonrisa. La había visto en el rostro de Adriana los últimos tres meses, incluso hace dos días cuando me echo de nuestro departamento.

—Siempre hay momento mejores.—respondí con mi mejor sonrisa, e hice el gesto de ver la hora en mi reloj, aunque ni había llegado a ver los números.—Mil disculpas por tener que irme tan pronto, tengo varías reuniones está mañana.

Sin esperar respuesta, camine en línea recta. Realmente no me importaba si ella hablaba mal de la firma donde trabajaba. Era su hijo quien había infiel e intentó pagar lo menos posible por la manutención de sus dos hijos.

La estación de trenes quedaba a tres calles de Jonas & Artieda, la firma de abogados donde trabajaba hace casi siete años. Había logrado tomar fama y era parte de su grupo más fuerte. Sólo tomaba ciertos casos donde había más tendencia a ganar, o ganar una buena remuneración. Aun para ser un despacho conocido a nivel nacional, su edificio era tan precario que muchos se sorprendían al llegar ahí.

En cuanto ingresé, el sonido de los tacones, papeles moviendo y personas hablando inundaron el ambiente. Algo a lo que había tomado costumbre. Pasé entre las personas sin prestar atención a lo que sucedía, directo al ascensor. Sólo tenía seis pisos, pero las gradas no era un lugar agradable. El olor a humedad era algo nauseabundo. Aunque, el ascensor no era tampoco de mi agrado. No había sido renovado, y con mucha frecuencia tenía que ser clausurado para su mantenimiento.

Apreté el botón del piso seis y esperé a que se cerrará la puerta. No esperaba que una pequeña mano se pusiera en medio, y detuviera el lento proceso.

—¡Perdón!

Romina entró por el diminuto espacio que quedaba abierto y terminó contra la pared, intentando recuperar el aliento. Nuevamente, el ascensor volvió a cerrar la puerta y tembló un poco antes de subir.

Finalmente, Romina levanto la mirada, abriendo sus ojos como plato:—Doctor Vega, mil disculpas por entrar de esa manera... No logré verlo antes.

—No te preocupes.

Romina era una pasante de unos veintitrés años que había empezado a trabajar ahí desde hace unos tres meses. Rebotaba de un lugar a otro, ayudando como podía a los abogados, escribiendo documentos o apoyando en casos pequeños. Incluso había trabajado con ella en algunas ocasiones, por lo que la conocía un poco y tenía cierta confianza en ella. Aunque no podía evitar pensar que sus zapatillas viejas y despintadas no eran nada profesionales. Pensaba que debía usar algo más apropiados ahí.

"La vestimenta da la mejor imagen de sí mismo."

Sentí que mi mundo se hundía al recordar eso. Adriana insistía en vestirnos como nuestro status ameritaba. Terno, tacones, camisa planchada. La mitad de mi closet ella lo había elegido o comprado.

Adriana había sido mi novia desde la secundaria, y estábamos casados hace tres años. Todo era perfecto en nuestra relación, hasta hace un par de meses cuando todo empezó a ponerse incómodo. Hace dos días, había pedido el divorcio, y me había pedido que me fuera de mi casa. Tomé una maleta, puse lo necesario y desde entonces vivía en un hotel.

Era un golpe duro. Confíe en ella, la amaba. Tenía planeado formar una familia.

Todo se rompía. Mi camisa está mañana, mi matrimonio, el ascensor. Todo parecía averiado.

—Doctor, ¿Se dio cuenta que uno de los vidrios del techo no es del mismo tono?

Giré a verla como si hubiera perdido la cabeza. Pero se veía tranquila, señalando el techo con interés. Mire hacia donde su dedo señalaba, y casi reí al ver que era cierto. Todos los cuadrados eran rojos, y uno amarillo.

Era como ella dentro de la firma de abogados. Sobresalía, pero no era algo malo. Era algo que los hacía únicos.

Con una sonrisa, quizá la primera de toda esa semana, dijo:—Si, eso algo bueno, ¿verdad?

Ella giró y sonrió de vuelta. Antes de que pudiera pronunciar alguna palabra, llegamos al piso tres.

—Este es mi piso... ¡Hasta luego, doctor!

Salió disparada tan rápido como antes. Y agradecí haberla visto.

De alguna manera, habia arreglado mi día.

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